La millonaria inversión que el mundo necesitaría para cumplir con los ODS

“Una de las palabras que ayudan a resumir la cumbre es urgencia”, dijo Ioana Tuta, asesora del Instituto Danés para los Derechos Humanos, durante la sesión de cierre de la Cumbre de Bancos de Desarrollo (FICS, por su sigla en inglés), que se desarrolló esta semana en Cartagena.

“Una de las palabras que ayudan a resumir la cumbre es urgencia”, dijo Ioana Tuta, asesora del Instituto Danés para los Derechos Humanos, durante la sesión de cierre de la Cumbre de Bancos de Desarrollo (FICS, por su sigla en inglés), que se desarrolló esta semana en Cartagena.

La palabra urgencia, sin embargo, fue pronunciada con insistencia desde el primer día, incluso desde la sesión inicial de este evento, que congregó a 1.500 delegados de instituciones provenientes de unos 100 países. En ese momento, uno de los mensajes más ingentes fue el de Remy Rioux, la cabeza de la Agencia Francesa de Desarrollo: “Estamos masivamente fuera de curso para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)”.

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Los ODS tienen 2030 como fecha de cumplimiento y, francamente, el plazo se ve complejo, por decir lo menos, en temas como superación del hambre, por ejemplo. La FAO calcula que para esa fecha aún habrá unos 300 millones de personas con dificultades para encontrar consistentemente alimentos saludables.

¿Cómo corregir el rumbo? De forma explícita o no, esta es una de las preguntas que rondaron la cumbre en prácticamente todas sus discusiones. Al final, la FICS reunió a actores que manejan activos por US$23 billones y anualmente supervisan inversiones por US$2,5 billones, algo así como un 10 % de los flujos de inversión a nivel global.

Pero si se quiere acelerar y profundizar sobre los impactos que los bancos de desarrollo tienen, o pueden tener, en el impulso para alcanzar los ODS, hay una serie de retos y problemas en el camino.

Los obstáculos

“¿Qué ofrece la FICS en un mundo fragmentado?”, se pregunta Boitumelo Mosako, cabeza del Banco de Desarrollo de África del Sur. La primera de sus respuestas es que “la deuda pública inhibe el gasto público”, un asunto común en muchos países emergentes: “Nos piden acción definitiva contra el cambio climático, pero tenemos el peso de una deuda que, para el caso de África, es mucho más cara. Las agencias de riesgo crean brechas al calificarnos de la forma como lo hacen”.

Mosako, quien es sudafricana, justamente habla de una de las metas que tienen los llamados países BRICS (que juntan a Sudáfrica, además de Brasil, Rusia, India y China): crear un nuevo banco de desarrollo que opere más sobre los parámetros de estos países y, ciertamente, con una mira más hacia el sur global.

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“Si vamos a solucionar la crisis climática, los temas financieros son fundamentales. Estos son problemas en los que tenemos que trabajar”, sentenció Mosako.

En una esquina similar se ubica Luis Antonio Ramírez, quien es el presidente de la Asociación Latinoamericana de Instituciones Financieras para el Desarrollo. Ramírez habla del alto costo de financiamiento, que impide llegar a las pequeñas y medianas empresas.

Este es un factor crítico, si se tiene en cuenta que, para el caso de Colombia, por ejemplo, las mipymes responden por el 80 % del empleo. No ofrecer financiamiento para este renglón, o no de forma suficiente, es como querer correr una maratón con los pies metidos en un costal.

“Las tasas de interés hacen que los bancos no tengan apetito para poder llegar a todas las esquinas de la economía. Y también necesitamos muchos más sujetos de crédito para convertir muchos de estos proyectos en financiables”, asegura Ramírez, al hacer referencia a otra de las grandes metas en la región: mejorar la inclusión financiera, con particular interés en mujeres y en áreas rurales.

Lograr una mayor inclusión financiera en el agro es una tarea fundamental, pues es en este renglón en donde se juegan aspectos fundamentales de los ODS, como la seguridad alimentaria, pero también la adaptación de los sistemas de producción agrícola para un mundo que se calentará más, con los consecuentes desórdenes en temas como temporadas de lluvia y sequías.

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“Los productores agrícolas generalmente están alejados del sistema financiero”, reconoce Ángela María Penagos, presidenta de Finagro. Y a renglón seguido agrega: “Uno de los retos fundamentales es cómo financiar con crédito de fomento la producción de alimentos. La apuesta es cómo, a través de la banca pública, se pueden producir alimentos sanos para todos”.

En este discurso entra de nuevo la calificación y el manejo del riesgo, más aún en una actividad que, incluso antes de la crisis climática, ya tenía una serie de variables ocultas alrededor de cómo las lluvias o el calor extremos afectan ciertos cultivos, por ejemplo.

¿Cuánto toca invertir?

Esta es una pregunta, por lo general, cara, muy cara.

Bajo los cálculos del Banco Mundial, el mundo debería invertir casi US$2,5 billones más en rubros asociados a la acción climática, con miras a contrarrestar los efectos adversos que introdujo la pandemia en el camino de solución de los ODS. En otras palabras, se trata de US$2,4 billones de más, adicionales al gasto actual, de acuerdo con Pablo Saavedra, vicepresidente del Grupo de Prácticas Globales de Crecimiento Equitativo en el BM.

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De acuerdo con un documento de la Cepal revelado esta semana, Latinoamérica y el Caribe deberían invertir, año a año, un 10,6 % de su PIB para ir en línea de alcanzar objetivos en términos de infraestructura y superación de pobreza. En rubros como electricidad, transporte, saneamiento de agua y protección contra inundaciones las inversiones deberían ir entre 2,6 y 8,8 % del PIB, según el organismo de la ONU.

¿En qué invertir?

Para Ana María Ibáñez, vicepresidenta de Sectores y Conocimiento del Banco Interamericano de Desarrollo (uno de los anfitriones de la FICS), las necesidades de inversión en el continente varían dependiendo del país. En otras palabras, una talla no les sirve a todos.

Pero hay renglones que sí son sujetos comunes, y urgentes, de inversión en la región. El primero de estos es educación, pues como lo dice Ibáñez, “esta es una inversión en aumentar el capital humano de los países”.

Esto es clave si se tiene en cuenta que varias economías de la región, entre ellas la colombiana, no crecen en competitividad y alcance global debido al bajo valor agregado de su producción. La oferta, de cara a mercados internacionales, poco excede el horizonte de las materias primas y las industrias extractivas.

Ibáñez hace énfasis en que no solo se trata de expandir el acceso al sistema educativo, que en muchos países ha ido creciendo constantemente, sino también mejorar sensiblemente la calidad del mismo.

En la lista de recomendaciones comunes que elabora esta funcionaria del BID también se cuenta el sector agro.

Esta es una visión que comparte la Cepal, que en su más reciente informe de proyecciones económicas de la región señaló a la agricultura sostenible y la seguridad alimentaria como dos de los sectores que pueden sacar a Latinoamérica de la trampa del crecimiento bajo, más aún en una época de ralentización de las economías globales luego del boom de expansión económica de 2022.

Estos sectores son vitales no solo desde un punto de vista económico, sino que también se alinean con la consecución de los ODS.

“A pesar de que hay una relación clara entre la producción de alimentos y el cambio climático, las inversiones en agricultura siguen siendo menores en muchos portafolios de los bancos de desarrollo”, según Álvaro Lario, quien encabeza el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), una institución de las Naciones Unidas.

Parte del mensaje de la FICS es acelerar y aumentar la financiación en una multitud de sectores, entre esos la agricultura y la producción de alimentos en general.

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Pero no es un reto fácil o inmediato. “Colombia tiene 43 millones de hectáreas dispuestas para la agricultura y una de las mayores riquezas hídricas en el planeta”, cuenta Jhenifer Mojica, ministra de Agricultura. Y a pesar del peso del agro en el PIB (una participación del 9 %, aproximadamente), solo el 10 % de las unidades productivas en el sector acceden a servicios de extensión agropecuaria.

Una de las tareas pendientes, según la ministra Mojica, es el mejoramiento de los servicios de poscosecha, lo que traería una mejor productividad y seguridad en ingresos para el renglón agro. Pero también guarda la promesa de mejorar la producción de alimentos en un país en donde la inseguridad alimentaria en las zonas rurales ronda 40 %, según datos del Ministerio.

El camino hacia el futuro

El sentido de urgencia que dejó instaurado la cumbre FICS se debe traducir en acciones, no para dentro de unos años, sino prácticamente ya. Esto no para decir que no se haya hecho nada. Pero el tamaño del reto es de tal calibre, que, como lo señaló el presidente del BID, Ilan Goldfjan, “el llamado es hacia la acción”.

El propio presidente Gustavo Petro, quien clausuró el evento, lo dijo durante su intervención en la plenaria final: “Ojalá estos eventos dejen de ser retóricos y pasen a la construcción de instrumentos”.

En una línea similar, la Confederación Colombiana de ONG hizo un llamado para que las decisiones sobre el desarrollo “sean el resultado vinculante de procesos de debate y deliberación pública entre los diferentes actores del desarrollo. Solo con procesos de planeación y presupuestación participativa, las inversiones serán inclusivas”.

En otras palabras, que las prioridades de inversión no se decidan en foros y reuniones alejados de las comunidades que han de convivir con los resultados de estas decisiones.

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