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La duración y la configuración de la jornada de trabajo son dos de las tensiones más latentes y cruciales en prácticamente cualquier sistema laboral.
Y se entiende, pues en su nivel más básico toca la división entre el tiempo laboral y el tiempo personal. Pero, a la vez, es una discusión que ha evolucionado durante décadas para ir incorporando otras palabras y conceptos, como tiempo personal, productividad y hasta trabajo remoto.
Como muchas otras cosas, el sistema laboral se va transformando con los años, moldeado por elementos que van desde el nacimiento de los movimientos sindicales, hasta la reconfiguración obligada y exprés por la pandemia. En la mitad tenemos fuerzas poderosas, como la digitalización y la automatización.
Todas estas presiones, por mencionar sólo algunas, van moldeando la forma como entendemos y asumimos el trabajo y, con esto, lo que denominamos jornada laboral.
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En este punto de la historia hay una tendencia global hacia la reducción de la jornada gracias a nuevas visiones sobre qué es la productividad, pero también gracias a tecnologías que permiten ahorrar tiempo o eliminar labores redundantes.
Por ejemplo, el Reino Unido va en la mitad de un experimento nacional de seis meses, con 73 empresas y más de 3.000 trabajadores involucrados, de reducción de la semana laboral a cuatro días.
Con tres meses en el espejo retrovisor, un estudio con más de 40 compañías que hacen parte del experimento revela datos acerca de qué ha pasado en este tiempo: ¿Qué ha cambiado con una semana laboral de cuatro días? ¿Cómo afecta la productividad de las empresas? ¿Qué efectos perciben los empleados?
De manera general, la mayoría de las compañías que participaron en la investigación afirmaron que era probable, o muy probable, que implementen este modelo una vez se acabe el experimento. Todas las empresas, excepto dos, informaron que sus niveles de productividad se habían mantenido o habían mejorado. Y seis de ellas dijeron que este indicador había experimentado un crecimiento significativo.
Un debate global
La reducción de la jornada laboral es un asunto que han contemplado figuras como Benjamin Franklin, Karl Marx o John Maynard Keynes. Con diferencias entre estos y otros pensadores, parte de la meta final de esta idea ha sido generar un “mar de ocio”, como lo puso Keynes.
De fondo, es una tensión entre el trabajo y el reconocimiento de los alcances de eso que ahora llamamos vida personal, un término que bien podría sonar exótico en los albores de la revolución industrial, pero que hoy define íntimamente la experiencia humana.
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El experimento del Reino Unido podrá ser el más grande actualmente, pero iniciativas similares se están realizando en Estados Unidos, Canadá, Irlanda, Nueva Zelanda, Australia e Islandia, por nombrar algunos de los países en donde hay movidas serias hacia una reducción de la jornada laboral.
Por ejemplo, en una prueba en la ciudad sueca de Gotemburgo se encontró que los trabajadores habían completado la misma cantidad de trabajo, o incluso más, con la jornada de cuatro días laborales, según resultados reportados por el diario The New York Times.
En algunos países, como Alemania e Italia, hay jornadas más reducidas para algunos gremios o sectores. Por ejemplo, trabajadores de las industrias metalmecánicas alemanas tienen marcos de trabajo de 28 horas.
“Lo que estamos viendo es que para muchos ha sido una transición bastante suave y para otros hay algunos retos entendibles, especialmente entre quienes tienen prácticas más inflexibles o sistemas y culturas que datan de mediados del siglo pasado”, dice Joe O’Connor, quien dirige 4 Day Week Global, la organización detrás del piloto que se está realizando en el Reino Unido.
O’Connor reconoce que las empresas que tienen más flexibilidad en sus esquemas de trabajo y sus culturas corporativas han tenido un camino más fácil en el piloto. Quienes no, asegura, “se debe a una variedad de factores que incluso se pueden solucionar dentro del piloto mismo”.
Lo que dice O’Connor es interesante si se mira en conjunto con una de las respuestas anónimas del estudio: “Repensar radicalmente el valor de todo lo que hace una empresa nunca va a ser un proceso fácil. Y creer que la solución es tratar de meter la misma cantidad de trabajo en menos horas significa que no entendemos para nada el problema que estamos tratando de solucionar. El piloto nos ha mostrado que hay medidas que habríamos podido implementar hace años y habrían incrementado nuestra productividad”.
Estos testimonios llevan la discusión hacia el lado de la productividad, un término complejo en este tema, pues su significado (y su medición) tiene muchas caras, casi como un prisma.
El debate local
“Pensar la productividad ligada sólo a periodos de disponibilidad no es algo moderno”, asegura Iván Daniel Jaramillo, director del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario.
Para Jaramillo, pensar en la reducción de la jornada laboral es poner a tono al país con una discusión global. “La disminución favorece la productividad y mejora los equilibrios con las obligaciones personales y laborales”, dice el académico.
Esta es una visión apoyada por creciente evidencia consignada en estudios y ensayos. Es algo que, por ejemplo, ha visto Sharon Platts, directora de personal de Outcomes First Group, una de las empresas que participan en el piloto en el Reino Unido. “Ha sido una experiencia transformadora. Estamos encantados en observar incrementos en productividad. El impacto en el bienestar de nuestros colegas es palpable”.
La discusión sobre reducir la jornada laboral en Colombia, más allá del debate y la tendencia global, también es necesaria para nivelar el país con el marco normativo de entidades como la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
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El convenio 47 de la OIT habla de la adopción de una jornada laboral de 40 horas. Colombia no ha ratificado este tratado, que fue promulgado en 1935. Actualmente, en el país la jornada laboral sigue siendo de 48 horas, pero este escenario está a punto de empezar a cambiar gradualmente.
El próximo año, como consecuencia de la Ley 2101, el país debe comenzar a transitar un camino hacia la jornada laboral de 42 horas, con una reducción de dos horas anualmente. La meta se alcanzaría, entonces, en 2026.
Al margen de esto, algunas compañías ya han experimentado con, o implementado, nuevos modelos de jornada laboral.
Es el caso del Grupo Hada, que manufactura productos de aseo y que hoy tiene al 100 % de sus empleados (900 en total) bajo un esquema de semana laboral de cuatro días.
La compañía comenzó a implementar este modelo a principios de este año para su personal administrativo y desde la semana pasada lo hizo para quienes están en las plantas de producción, incluyendo su instalación en Ciudad de México.
La experiencia ha sido “estruendosamente espectacular”, en palabras de Mauricio Jaramillo, vicepresidente de la compañía. “La productividad es mucho mejor. Este año, por otros factores, hemos registrado un crecimiento de 120 % frente al año pasado. Y tenemos la misma gente”. Y agrega que no esperaban cosas como “una avalancha de hojas de vida”.
Esto es interesante, pues uno de los puntos que generan mayor resistencia entre algunos gremios es la idea de que con una jornada laboral de cuatro días necesitarán más personal, lo que al final traería costos extra. La ecuación, viendo el ejemplo de Hada, no siempre funciona así. Pero aquí también habría que decir que la forma de operación de cada compañía habilita o quiebra la posibilidad de introducir cambios.
Los retos
Como tantas otras cosas, la forma como pensamos el trabajo es una construcción social. La obviedad de esta afirmación permite ver con mejor perspectiva, por ejemplo, por qué durante la discusión de la reducción de 48 a 42 horas la posición de algunos gremios importantes fue negativa, mientras que la de varios grandes empresarios era favorable al cambio, incluso empujando para que el recorte fuera mayor.
El cambio no es sólo un asunto de horas, claramente. También lo es de mentalidad.
Jaramillo, del Grupo Hada, habla de cosas como enfocarse en los objetivos y no pagar por estar ahí y ya. “No hemos implementado nada nuevo. Seguimos con nuestros objetivos y evaluando con base en eso. Este es un sistema basado totalmente en la confianza y la respuesta de la gente ha sido mejor de lo que habíamos esperado. Ha generado un sentido de pertenencia impresionante. Hay procesos e industrias en donde de pronto no se puede implementar de la misma forma, pero estoy seguro de que para la mayoría de las compañías, solucionando problemas y enfocándose en lo positivo del proceso, se puede. Esto viene, sí o sí. Nosotros nos adelantamos”, concluye el ejecutivo.
Esta evolución también incluye necesidades de actualización tecnológica y entrenamiento para los trabajadores, responsabilidades que recaen en los empleadores. Al final, si se trata de trabajar mejor y de forma más inteligente, es muy probable que la tecnología entre a recortar labores redundantes o a facilitar procesos mecánicos.
Todo esto hace parte de transformaciones en la cultura de las empresas. Y esos cambios pueden ir impulsados por la obligación de ajustarse a un número fijo de horas, pero son aguas tanto más tormentosas y profundas que sólo un requerimiento de ley.
Estas diferencias y ambivalencias desnudan otro factor tan evidente, como importante: en este debate una talla no le sirve a todos. Hay renglones y sectores de la economía en donde los cambios pueden ser más fáciles o incluso deseables. Y otros en donde no tanto. Las palabras de la respuesta anónima en el estudio del Reno Unido vienen a la mente en este punto.
Jaramillo, de la U. del Rosario, ofrece acá una perspectiva interesante: en Colombia prima un sistema de regulación de leyes nacionales, “con poca prevalencia de la negociación sectorial y esto no permite tener discusiones sectorizadas, en las que podríamos lograr decisiones más ajustadas a un renglón específico”. Esto, en parte, obedece a la debilidad de los movimientos sindicales en el país.
Al final del día, la redefinición de la jornada laboral también pasa por una nueva forma de entender la productividad y, con ello, la cultura de una compañía. El cambio, a juzgar por el debate global y algunas experiencias locales, pareciera inminente en todo caso.
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