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Por fin se pronunciaron los líderes europeos. El viernes pasado salieron de aquel mutismo que tan alto riesgo les ha traído a la viabilidad del euro, al futuro de su economía en los mercados internacionales y a la estabilidad política de sus países (aunque este fue un factor aprovechado por algunos partidos políticos).
Y que había venido desmoronando tanto a los mercados como a la confianza de los inversionistas en los cinco continentes.
Su respuesta, como suele serlo en el seno comunitario, vino en forma de tratado. Puede que en el futuro la historia bautice como el Tratado de Bruselas al documento, firmado por 23 de los 27 Estados afiliados de la Unión Europea (UE), que en los años sucesivos reactivó su economía tras la inyección de 255.500 millones de euros a los miembros más débiles (Grecia, Irlanda y Portugal, hasta el momento) que no pudieron hacerle frente al endeudamiento.
O como un simple alto en el inevitable camino a su desintegración política y a la desaparición del euro, el cual se habría iniciado cuando el Reino Unido se negó a firmar el documento con el que la UE acordaba su unidad fiscal.
“No es nada nuevo. Gran Bretaña ha tenido una amplia historia de desconfianza hacia Europa. De hecho, no forma parte de tratados vitales, como el de Schengen o la Eurozona. Pero lo que su negativa puede generar es un mayor aislamiento con Europa y la interrupción de las transacciones comerciales que siempre se habían realizado en el marco de la UE”, comenta César Ferrari, decano de Economía y exgerente general del Banco Central de Perú.
En este punto cualquiera de ambos futuros tiene una gran probabilidad de hacerse realidad. Esta semana los mercados bursátiles recibieron con pánico el anuncio de Standard & Poor’s de poner bajo observación la calificación crediticia de 15 de los 17 integrantes de la Eurozona (incluyendo las economías más fuertes del grupo, Alemania y Francia), cuyos bonos pasarían de AAA a AA+.
La debacle, que podría suceder en tres meses, ha prendido las alarmas entre los analistas. “Lo más recomendable es invertir en acciones de los mercados emergentes, que no tengan mayor riesgo de contagiarse de la crisis en Europa. Estos países ofrecen más solidez y tienen un entorno macroeconómico que los favorece”, aconseja Axel Christensen, director ejecutivo para Suramérica (excluyendo a Brasil) del fondo de inversiones BlackRock.
Por otro lado, las reglas acordadas (ver gráfico) buscan no sólo controlar el déficit fiscal del bloque o implantar una necesaria disciplina de gasto, o poner a marchar la estrategia definitiva para sacar a la región de la depresión económica en la que se encuentra; uno de sus objetivos primarios es salvar uno de sus mayores aportes históricos: la moneda única.
“El cambio del euro frente al dólar ha estado fluctuando entre 1,30 y 1,37, y su liquidez es baja. Pero no creo que ni la moneda ni la unión se acaben, porque significaría el descalabro político de Europa. Es más factible que algunos miembros abandonen la Eurozona a que presenciemos el final del euro”, opina Daniel Velandia, gerente de Investigaciones Económicas de la firma comisionista de bolsa Correval.
La preservación queda consignada en el texto del tratado. Entre sus artículos se estipula un papel más activo del Banco Central Europeo (BCE) a la hora de sofocar los estragos que la crisis de deuda ha traído para el euro (su desvalorización en el año es del 11,4%).
“Mario Draghi, el actual presidente del Emisor, ha entendido su función mucho mejor que Jean-Claude Trichet, su antecesor, con quien se aplicaron políticas conservadoras. Ahora vemos cómo las tasas han bajado a 1%, el nivel más bajo de la historia, y realiza préstamos a tres años teniendo como colaterales bonos con calificación A”, dice Ferrari.
Todos estos son esfuerzos loables, pero aún falta ver la reacción que tendrán sobre el mercado. Los primeros efectos son alentadores: el viernes, la Bolsa de Milán lideró la jornada positiva para los mercados europeos con una escalada del 3,37%, seguida por París (2,48%), Madrid (2,23%) y Francfort (1,91%). El rechazo del Reino Unido al acuerdo menguó el optimismo, lo que se reflejó en el tímido avance de 0,83% que registró la plaza londinense.
Pero la carrera es a largo plazo y la tensa situación de economías claves, como Italia y España, podrían echar por la borda la intención de ajustes. Más cuando, por esta época, la confianza de los inversionistas mundiales se parece a la arena del desierto: la más tenue brisa puede desplazarla a kilómetros de distancia. “Mercados desarrollados de tamaño medio como Canadá, Australia, Singapur, Suiza y Hong Kong, ofrecen mayores proyecciones de crecimiento y menor nivel de nerviosismo”, asegura Christensen.
Incluso, en su radar, puede aparecer el mercado colombiano, revitalizado por las exitosas emisiones de acciones con las que empresas locales impulsaron este año su consolidación regional.
“En el peor de los escenarios para Europa, aunque presenciaríamos una incertidumbre mayor a la de hoy en día, veríamos un crecimiento en la llegada de capitales extranjeros al país. Puede que en una década nos convirtamos en un destino preferido por los inversionistas”, señala Juan Pablo Córdoba, presidente de la Bolsa de Valores de Colombia.