Las mujeres pioneras detrás de la exportación de arroz colombiano a Estados Unidos
Varias cultivadoras y productoras de departamentos como Casanare, Tolima y Córdoba, serán parte de la primera gran exportación del cereal colombiano con destino estadounidense en tiempos recientes. Estas son sus historias y cómo se abren paso en un gremio predominado por hombres, donde les falta representación.
La historia de Judy Herrera Riaño y su familia está ligada al cultivo del arroz en Nunchía (Casanare), desde hace años. Y a pesar de que esta actividad siempre le llamó la atención, su rol era el de “las mujeres que estaban detrás del trabajo”. Es decir, cuidar de los hijos, estar pendiente de la alimentación de los trabajadores y otras labores no vinculadas directamente al cultivo.
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La historia de Judy Herrera Riaño y su familia está ligada al cultivo del arroz en Nunchía (Casanare), desde hace años. Y a pesar de que esta actividad siempre le llamó la atención, su rol era el de “las mujeres que estaban detrás del trabajo”. Es decir, cuidar de los hijos, estar pendiente de la alimentación de los trabajadores y otras labores no vinculadas directamente al cultivo.
“Empecé a colaborar más y llevar las cuentas, buscaba que la parte financiera fuera más equitativa, a conseguir los recursos pagando menos intereses. Me involucré más y me comenzó a gustar mucho”, cuenta Herrera.
Poco a poco pasó a sembrar entre 10 y 20 hectáreas, y le fue gustando. “Sentí la afinidad con el cultivo. Aparte de ser mi trabajo, lo quiero mucho: es una pasión. Creo que lo llevo en la sangre y me encanta lo que hago”, asegura.
Hoy esta agricultora llanera es parte de un grupo de tres productoras que se convierten en la punta de lanza de la exportación de arroz colombiano a Estados Unidos, un destino al cual este producto no ha llegado en cantidades significativas en tiempos recientes.
Para julio de este año, Herrera, junto con María Magdalena García Anzola y Deiris Mendoza, entre otras, pondrán en el mercado estadounidense 104 toneladas de arroz colombiano, en una primera venta que, aunque considerada pequeña bajo estándares internacionales, se espera sea la primera de un nuevo sector de ventas internacionales de Colombia a Estados Unidos.
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Odontóloga y agricultora
El camino de María Magdalena García Anzola es distinto. Su familia es arrocera de tradición en Alvarado (Tolima), y con el negocio en manos de su papá, ella se dedicó a ejercer su profesión, la odontología. Tenía su consultorio en Ibagué, pero desde 1996 le pidió a su padre que le enseñara acerca del cultivo.
En 2001 su papá falleció y las hermanas de García le delegaron la responsabilidad de gerenciar el negocio, porque era la mayor y la de más conocimiento. Entonces, además de odontóloga, sumó el título de gerente arrocera.
Tras nueve años, en 2010, decidió dejar el consultorio y meterse de lleno en las labores de la finca, porque le tiene “amor a esa tierra”. Para ella “no es un trabajo. Paso feliz haciendo esto que hago. No me es difícil asolearme y caminar un lote. Esa es mi vida”, asegura”.
Aunque García recuerda el impacto que tuvo para ella la época más álgida del conflicto armado y los problemas de orden público, reconoce que no fue “tan marcado y tan duro como en otras zonas del país”.
Viento de las arroceras resilientes
Quien sí sintió el conflicto más de cerca fue Deiris Mendoza, en San Bernardo del Viento (Córdoba). “Somos víctimas de la violencia por parte de paramilitares entre los años 2007 y 2011, de manera directa”, cuenta.
Ella vive en el corregimiento El Chiqui, donde el arroz es, más que un producto, una tradición: “El 90 % de la población vive de este cultivo. Esta es nuestra cuenta principal de economía”, dice.
Mendoza vio en el cultivo una fuente de ingresos de la cual subsistir y se ha dedicado a esto por más de ocho años. “No tenemos otra oportunidad ni otras formas de empleo, es la única economía que tenemos”, reconoce.
“Hemos sido mujeres víctimas del conflicto armado, resilientes”, resalta. Y añade que ahora hacen siembran tecnificada por medio de Fedearroz, porque antes lo hacían empíricamente y les compraban la producción a cualquier precio porque lo vendían por necesidad, no por negocio.
Mendoza no solo habla por ella, sino también por otras 20 mujeres que trabajan conjuntamente. Cada familia cuenta con dos o tres hectáreas. Son pequeñas productoras y en total tienen entre 60 y 70 hectáreas de arroz. Y su búsqueda, como la de tantos otros campesinos, es la de cómo mejorar su economía.
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Mujeres que abren caminos
El deseo, y casi que la necesidad, de asociación está presente en muchos renglones y regiones del agro. Judy Herrera, por ejemplo, es parte de la Asociación de Mujeres de Arroceras del Casanare, mediante la cual busca mejorar sus condiciones de trabajo y productividad. “Estamos iniciando y no es fácil. En este momento estamos cinco mujeres y esperamos hacer convocatoria pronto, ya hay bastantes mujeres interesadas”.
Y, a la vez, añade que para ella todas las mujeres rurales están y participan de la agricultura, desde diferentes lugares o labores. Su deseo es que esas que están detrás de la producción, así como lo estuvo ella, se den cuenta “de que podemos salir, podemos trabajar y hay más mujeres que les pueden ayudar. Les podemos colaborar para que se integren y sean parte de este proceso”.
Tanto para Herrera como para García al principio fue difícil entrar a ese medio que reconocen como machista. Pero con el tiempo, y su labor incansable en los cultivos, fueron ganándose su lugar. “Ya nos reconocen, nos sentamos con ellos a hablar del mismo tema: nuestros arroces, enfermedades... Trabajamos igual que ellos y nos hemos ganado nuestro espacio”, afirma Herrera. Además aseguran que uno de los grandes retos es, justamente, ampliar la participación y la representación femenina en todas las esquinas de la producción. García, por ejemplo, es miembro suplente de la junta directiva de la Federación Nacional de Arroceros (Fedearroz) desde 2017: “Somos 20 miembros y en este momento soy la única mujer. Pero ahí vamos tomando posición, poco a poco”, expresa.
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El arroz del sueño americano
Indiscutiblemente lo que une las historias de Herrera, García y Mendoza es que el arroz de las tres será parte de la primera exportación de este producto a Estados Unidos. Esto representa una oportunidad para ellas, porque obtendrán mejores condiciones comerciales con dicha venta.
Esta es considerada pequeña al ser de 104 toneladas, pero el objetivo es abrir el mercado estadounidense. Herrera es la única que tiene una cantidad fija para exportar. Son 26 toneladas de producto que “tenía guardado para esperar un mejor precio, porque el año pasado estuvo muy deprimido. Lo dejé para venderlo este año”, afirma.
Las otras dos productoras esperan los resultados de las cosechas que aún tienen en curso.
La exportación es el resultado de “un proceso que duró un poco más de dos años. Estuvimos trabajando con la Cámara de Comercio Latina en Nueva York sobre las necesidades de arroz que tenían”, explica Rafael Hernández, gerente de Fedearroz. “Las variedades que nosotros producimos no tienen nada que envidiarles a las americanas”, agrega Hernández.
El contenido social detrás del producto fue una de las condiciones para llevar el arroz colombiano al suelo estadounidense. Por eso se eligieron mujeres cultivadoras, incluidas víctimas del conflicto armado, “especialmente del departamento del Casanare”.
Para Clara Inés Pardo, profesora de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario, este requisito se fundamenta en la responsabilidad que tiene el consumidor internacional. Este “investiga de dónde vienen los productos que consumen como una manera de aportar al desarrollo social”.
Pardo añade que esto puede representar un mayor consumo y precio diferencial "porque muchos consumidores están dispuestos o prefieren comprar este tipo de productos, siendo beneficioso para los agricultores colombianos cuando pueden implementar este tipo de estándares”.
El propósito final de esta exportación inicial es evaluar su resultado y demanda en el mercado estadounidense. “Dependiendo de eso, se harán los respectivos pedidos” a futuro y comenzar “un negocio a largo plazo de entre cuatro y 15 contenedores mensuales”, según Hernández.
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¿Por qué Estados Unidos?
Una de las motivaciones para exportar a Estados Unidos es la de aprovechar el Tratado de Libre Comercio (TLC) “así como hay arroz americano que llega a Colombia, también debe haberlo de aquí para allá”, expresa Rafael Hernández, gerente de Fedearroz.
Y es que esto beneficiaría la balanza comercial de Colombia, puesto que se importaron de dicho país 186989,998 toneladas netas en 2020 y 11019,817 toneladas en 2021. Mientras que la única exportación que se hizo a ese destino fue en 2021 de 1,1 toneladas que, por ser tan poca cantidad, Fedearroz explica que pudo ser parte de una muestra comercial con fines de exportación a futuro.
Otra de las oportunidades tras la exportación a EE. UU. es la “contar con nuevas posibilidades de comercialización que apuntan a las vocaciones productivas del país con productos de alta calidad que promueven equidad social y disminuyen los impactos al medio ambiente”, expone Pardo.
Las tres arroceras están a la espera de que sus productos lleguen en julio al país norteamericano y lograr, con Fedearroz, el precio más competitivo para este producto, así como de hacer lo posible por abrir y mantener este mercado.
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