Las mujeres rurales que alimentan el campo con sus cultivos
Los emprendimientos productivos a los que pertenecen cuatro mujeres rurales ilustran las dificultades que tienen que enfrentar en sus territorios, pero también la lucha, empeño y amor que les ponen a sus labores campesinas.
Enaida Charo, Judy Herrera, Dora Quintero y Margarita Vásquez son muy diferentes. Cada una tiene su cultivo y actividad en la que trabaja, son de distintos departamentos del país, con sus facilidades y limitaciones. Pese a esto las une su labor como campesinas y los retos que han tenido que enfrentar por ser mujeres rurales, en compañía de las asociaciones a las que pertenecen.
El agro ha tenido un año difícil en términos económicos, por cuenta de los problemas con los insumos y el invierno, que ha hecho estragos en casi todo el país. También es sabido que, en la ruralidad, hay una brecha en términos de empleo y pobreza que juega en contra de las mujeres. Por eso reunimos estas breves historias, a forma de homenaje para las mujeres del campo, esenciales en un proceso que resulta vital, en el sentido más literal del término, para toda la sociedad.
Le puede interesar: La voz que brota de la tierra: cómo se ve la reforma agraria desde el campo.
Semillas de café y huevos de gallina
Enaida Charo es campesina desde que nació, en 1970. Vive en el corregimiento de La Laguna en Pitalito (Huila). Allí son 30 mujeres chapoleras que se dedican “a germinar el café desde la semilla hasta que empieza a crecer”, cuenta. Después se las venden a los campesinos para renovar sus cafetales.
Se trata del Grupo Asociativo Chapoleras Emprendedoras de La Laguna, que empezó en el año 2014. En él han tenido momentos altos y bajos, con problemas “pero nada que no se pueda solucionar. Siempre estamos ahí pendientes para fortalecer los sueños de las otras. Hemos aprendido a convivir en grupo y tenemos ganas de seguir adelante”, asegura Charo.
Uno de los logros que tuvieron fue ser parte de un proyecto de la Naciones Unidas y la Agencia de Desarrollo Rural, del Ministerio de Agricultura. “Nos dieron 199 gallinas a cada una de nosotras en 2019. Estudiamos con el Sena para capacitarnos en el trabajo y financieramente. Desde eso nos dedicamos también a los huevos y a sacar a las gallinas a pastorear. Ya hemos sacado tres lotes de gallinas y seguimos. Ahora la Gobernación del Huila y otras entidades nos van a ayudar con otras gallinas”, relata la chapolera.
Las dos labores de Enaida Charo no se relacionan. La primera se realiza cada tres meses, el tiempo que demora en crecer la planta del café. Pueden producir hasta 48.600 chapolas (24.300 por cada uno de los dos germinadores). Aunque no siempre sacan esa cantidad, depende de la demanda. La segunda labor es la de recoger huevos y alimentar las gallinas todos los días. En la Asociación pueden producir alrededor de 60 panales diarios (1.800 huevos) y 1.800 en el mes o 1.500 (entre 54.000 y 45.000 huevos), dependiendo de lo que consuman.
“La más grande dificultad que tenemos es el precio de los concentrados. Antes valían $68.000 y ahora pasan los $100.000. Hemos tenido que comprar maíz o lo cultivamos. Pero son retos que enriquecen y fortalecen. Una como mujer siempre tiene dificultades y hemos aprendido que cuando se quiere se puede”, resalta.
Las mujeres se han dado a conocer para vender sus productos, lo han hecho al precio que consideran justo. Al final, a Charo le “ha encantado este proceso”.
Lea: Año histórico para los cafeteros: cierran con récords y se preparan para 2023.
La fuerza del arroz en asociación
Judy Herrera ha sido productora arrocera por más de 20 años. Aunque siempre tuvo que ver con las labores que estaban relacionadas con el oficio como estar pendiente de la alimentación de los trabajadores y otras labores no vinculadas directamente al cultivo.
Empezó a sembrar entre 10 y 20 hectáreas, y le fue gustando. “Sentí la afinidad con el cultivo. Aparte de ser mi trabajo, lo quiero mucho: es una pasión. Creo que lo llevo en la sangre y me encanta lo que hago”, afirma. Ahora cultiva arroz entre 200 y 250 hectáreas en Nunchía (Casanare).
Durante este año Herrera ha sido parte de un hito para el gremio: la exportación del grano a Estados Unidos por primera vez. Ella participa con 26 de las 104 toneladas que envían varias mujeres a este país, por medio de Fedearroz.
Aunque el “proyecto va un poquito lento porque falta definir los empaques y por ser la primera vez que se exporta allí. Estamos contentas y seguras de que nos va a ir muy bien, porque el arroz que se produce en Colombia es de excelente calidad. Esperamos que llegue la carga y que podamos seguir trabajando con ellos”, explica la cultivadora.
Herrera es también cofundadora de la Asociación de Mujeres Arroceras del Casanare, que lleva tres años buscando mejorar sus condiciones de trabajo y productividad. Ella reconoce que este camino no ha sido sencillo. Pese a que la institucionalidad fomenta las asociaciones, “no hay quién lidere ni explique lo que hay que hacer. Por eso cuando estemos al día con lo jurídico invitaremos a más mujeres y arrancar el año con nuestros proyectos para que el trabajo sea más fácil y llevadero”, destaca.
A pesar de las dificultades que tiene el campo (poco acceso a los servicios públicos, conectividad, vías y demás), las “hemos aprendido a manejar. Este tipo de retos los hemos ido superando y hemos buscado solucionar cada cosa que se nos presenta, aunque ha sido difícil”, puntualiza Judy Herrera.
Puede saber más: Las mujeres pioneras detrás de la exportación de arroz colombiano a Estados Unidos.
Las fresas que brotan en la adversidad
Desde 2018, Dora Alicia Quintero hace parte de la asociación Asopanorte. Entró como beneficiaria de un proyecto de fresas de 30 mujeres cabeza de hogar en Yarumal, Antioquia. Este lo financiaba la ADR y las Naciones Unidas.
“Fue muy difícil de ejecutar porque había que cumplir unos compromisos para recibir la ayuda de la institucionalidad. A nosotras nos daban todo: semillas, insumos, maquinaria y cuarto frío. Nosotras poníamos un predio en comodato con el municipio y la mano de obra”, dice la cultivadora.
A pesar de estas ayudas, para ellas no fue sencillo dedicarse al cultivo de fresa porque “empezábamos sin recibir ingresos porque eso se daba cuando el cultivo empezara a producir. Eso era difícil para nosotras porque, al ser madres cabeza de hogar, nuestras familias dependían de nuestros ingresos”, añade.
Ante estas adversidades, Quintero se convirtió en la representante legal de la asociación y empezó a buscar recursos para subsistir mientras empezaban a ver los frutos de su labor.
La fruticultora cuenta que “tuvimos mucho éxito en los dos primeros años (2018 a 2020) y nos beneficiamos 45 o 46 familias en un municipio en el que es difícil que las mujeres tengamos un empleo seguro. Ahora por las lluvias se ha disminuido la producción y somos solo 10 mujeres, pero seguimos luchando para sacar el proyecto adelante y generar tantos empleos como lo hubo en su momento”.
Además de las dificultades propias de su labor con las fresas, Quintero debía estar al frente de Asopanorte, cuidar de su hija y hallar la manera de financiar su educación superior. “Muchas veces salía a las 7:00 a. m. y regresaba a las 9:00 p. m, era muy poco lo que compartía con mi hija. Pero a las mujeres nos toca adaptarnos a trabajar y sacar adelanta a la familia”.
Otra lucha que han enfrentado desde la asociación ha sido la venta de la tonelada de fresas que producen al mes en su hectárea. Y lograr un precio acorde con el trabajo de un cultivo tan “delicado” como ese y a los costos de producción, en el mercado local.
Quintero sigue trabajando para que el proyecto recupere la fuerza que tuvo y que puedan volver a producir las seis toneladas semanales que sacaban en su momento de mayor esplendor.
También lea: Así será el desarrollo rural y la asistencia técnica en la reforma agraria.
La tienda de mujeres cafeteras
La cafetería Aroma de Campo se encuentra en Génova (Quindío). Allí venden productos tales como: lates, capuchinos, tintos, mocacino, malteadas, granizados, tortas, café tostado (molido y en grano), entre otros. Estos son hechos con el grano de café que producen varias mujeres del municipio y, además, son ellas quienes atienden a los clientes.
Esta iniciativa la tiene la Asociación de Mujeres Cafeteras de Génova, con la ayuda de la Gobernación, pues les facilitaron el local con su dotación. “Lo único que tenemos son nuestras manos para trabajar, pero nos prestaron todo y nos capacitaron”, explica Margarita Vásquez, representante legal de la Asociación y campesina por 35 años.
La tienda está próxima a cumplir tres años, el 30 de agosto de 2023. “Fuimos 13 mujeres las que iniciamos el proyecto. Muchas se han ido porque les es difícil estar en las fincas y a la vez en el pueblo trabajando en la tienda, por eso solo quedamos cinco”, cuenta.
Vásquez reconoce el sacrificio que hay detrás de su labor, porque le toca “madrugar, dejar el oficio hecho, despachar a los hijos, hacer la comida de los trabajadores, ir a trabajar a la tienda, salir de noche, lavar ropa y organizar la casa”.
Más allá de esa carga adicional está el reto de prestar un servicio al cliente y tener que cocinarles cuando ninguna de ellas tenía experiencia para hacerlo. “Eso fue lo más difícil al principio. Pero hemos ido aprendiendo, y eso nos ha ayudado”, relata la cafetera. Otro de los retos que tuvieron en la asociación fue lograr que Aroma de Campo fuese reconocida para atraer clientes.
El sueldo que reciben por su trabajo es el ingreso que a ellas les queda y que pueden aportar a la economía de sus hogares. “Al principio mi esposo me preguntó que cuánto me iba a ganar, que él me lo daba para que yo no fuera. Pero le dije que no era por eso sino para cambiar mi rutina, abrir caminos en mi vida, para mis hijos y compañeras. Ya hemos logrado que nuestras familias nos apoyen”, narra la emprendedora.
Pese a las dificultades, la cafetería para Vásquez “es como si nos hubiéramos liberado”. La tienda les abrió una ventana y es una construcción compartida. Y también hacen actividades juntas que no tienen que ver con la atención en la tienda, como ir a cine y viajar a Armenia solas, acciones desconocidas para algunas integrantes de la asociación.
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Enaida Charo, Judy Herrera, Dora Quintero y Margarita Vásquez son muy diferentes. Cada una tiene su cultivo y actividad en la que trabaja, son de distintos departamentos del país, con sus facilidades y limitaciones. Pese a esto las une su labor como campesinas y los retos que han tenido que enfrentar por ser mujeres rurales, en compañía de las asociaciones a las que pertenecen.
El agro ha tenido un año difícil en términos económicos, por cuenta de los problemas con los insumos y el invierno, que ha hecho estragos en casi todo el país. También es sabido que, en la ruralidad, hay una brecha en términos de empleo y pobreza que juega en contra de las mujeres. Por eso reunimos estas breves historias, a forma de homenaje para las mujeres del campo, esenciales en un proceso que resulta vital, en el sentido más literal del término, para toda la sociedad.
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Semillas de café y huevos de gallina
Enaida Charo es campesina desde que nació, en 1970. Vive en el corregimiento de La Laguna en Pitalito (Huila). Allí son 30 mujeres chapoleras que se dedican “a germinar el café desde la semilla hasta que empieza a crecer”, cuenta. Después se las venden a los campesinos para renovar sus cafetales.
Se trata del Grupo Asociativo Chapoleras Emprendedoras de La Laguna, que empezó en el año 2014. En él han tenido momentos altos y bajos, con problemas “pero nada que no se pueda solucionar. Siempre estamos ahí pendientes para fortalecer los sueños de las otras. Hemos aprendido a convivir en grupo y tenemos ganas de seguir adelante”, asegura Charo.
Uno de los logros que tuvieron fue ser parte de un proyecto de la Naciones Unidas y la Agencia de Desarrollo Rural, del Ministerio de Agricultura. “Nos dieron 199 gallinas a cada una de nosotras en 2019. Estudiamos con el Sena para capacitarnos en el trabajo y financieramente. Desde eso nos dedicamos también a los huevos y a sacar a las gallinas a pastorear. Ya hemos sacado tres lotes de gallinas y seguimos. Ahora la Gobernación del Huila y otras entidades nos van a ayudar con otras gallinas”, relata la chapolera.
Las dos labores de Enaida Charo no se relacionan. La primera se realiza cada tres meses, el tiempo que demora en crecer la planta del café. Pueden producir hasta 48.600 chapolas (24.300 por cada uno de los dos germinadores). Aunque no siempre sacan esa cantidad, depende de la demanda. La segunda labor es la de recoger huevos y alimentar las gallinas todos los días. En la Asociación pueden producir alrededor de 60 panales diarios (1.800 huevos) y 1.800 en el mes o 1.500 (entre 54.000 y 45.000 huevos), dependiendo de lo que consuman.
“La más grande dificultad que tenemos es el precio de los concentrados. Antes valían $68.000 y ahora pasan los $100.000. Hemos tenido que comprar maíz o lo cultivamos. Pero son retos que enriquecen y fortalecen. Una como mujer siempre tiene dificultades y hemos aprendido que cuando se quiere se puede”, resalta.
Las mujeres se han dado a conocer para vender sus productos, lo han hecho al precio que consideran justo. Al final, a Charo le “ha encantado este proceso”.
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La fuerza del arroz en asociación
Judy Herrera ha sido productora arrocera por más de 20 años. Aunque siempre tuvo que ver con las labores que estaban relacionadas con el oficio como estar pendiente de la alimentación de los trabajadores y otras labores no vinculadas directamente al cultivo.
Empezó a sembrar entre 10 y 20 hectáreas, y le fue gustando. “Sentí la afinidad con el cultivo. Aparte de ser mi trabajo, lo quiero mucho: es una pasión. Creo que lo llevo en la sangre y me encanta lo que hago”, afirma. Ahora cultiva arroz entre 200 y 250 hectáreas en Nunchía (Casanare).
Durante este año Herrera ha sido parte de un hito para el gremio: la exportación del grano a Estados Unidos por primera vez. Ella participa con 26 de las 104 toneladas que envían varias mujeres a este país, por medio de Fedearroz.
Aunque el “proyecto va un poquito lento porque falta definir los empaques y por ser la primera vez que se exporta allí. Estamos contentas y seguras de que nos va a ir muy bien, porque el arroz que se produce en Colombia es de excelente calidad. Esperamos que llegue la carga y que podamos seguir trabajando con ellos”, explica la cultivadora.
Herrera es también cofundadora de la Asociación de Mujeres Arroceras del Casanare, que lleva tres años buscando mejorar sus condiciones de trabajo y productividad. Ella reconoce que este camino no ha sido sencillo. Pese a que la institucionalidad fomenta las asociaciones, “no hay quién lidere ni explique lo que hay que hacer. Por eso cuando estemos al día con lo jurídico invitaremos a más mujeres y arrancar el año con nuestros proyectos para que el trabajo sea más fácil y llevadero”, destaca.
A pesar de las dificultades que tiene el campo (poco acceso a los servicios públicos, conectividad, vías y demás), las “hemos aprendido a manejar. Este tipo de retos los hemos ido superando y hemos buscado solucionar cada cosa que se nos presenta, aunque ha sido difícil”, puntualiza Judy Herrera.
Puede saber más: Las mujeres pioneras detrás de la exportación de arroz colombiano a Estados Unidos.
Las fresas que brotan en la adversidad
Desde 2018, Dora Alicia Quintero hace parte de la asociación Asopanorte. Entró como beneficiaria de un proyecto de fresas de 30 mujeres cabeza de hogar en Yarumal, Antioquia. Este lo financiaba la ADR y las Naciones Unidas.
“Fue muy difícil de ejecutar porque había que cumplir unos compromisos para recibir la ayuda de la institucionalidad. A nosotras nos daban todo: semillas, insumos, maquinaria y cuarto frío. Nosotras poníamos un predio en comodato con el municipio y la mano de obra”, dice la cultivadora.
A pesar de estas ayudas, para ellas no fue sencillo dedicarse al cultivo de fresa porque “empezábamos sin recibir ingresos porque eso se daba cuando el cultivo empezara a producir. Eso era difícil para nosotras porque, al ser madres cabeza de hogar, nuestras familias dependían de nuestros ingresos”, añade.
Ante estas adversidades, Quintero se convirtió en la representante legal de la asociación y empezó a buscar recursos para subsistir mientras empezaban a ver los frutos de su labor.
La fruticultora cuenta que “tuvimos mucho éxito en los dos primeros años (2018 a 2020) y nos beneficiamos 45 o 46 familias en un municipio en el que es difícil que las mujeres tengamos un empleo seguro. Ahora por las lluvias se ha disminuido la producción y somos solo 10 mujeres, pero seguimos luchando para sacar el proyecto adelante y generar tantos empleos como lo hubo en su momento”.
Además de las dificultades propias de su labor con las fresas, Quintero debía estar al frente de Asopanorte, cuidar de su hija y hallar la manera de financiar su educación superior. “Muchas veces salía a las 7:00 a. m. y regresaba a las 9:00 p. m, era muy poco lo que compartía con mi hija. Pero a las mujeres nos toca adaptarnos a trabajar y sacar adelanta a la familia”.
Otra lucha que han enfrentado desde la asociación ha sido la venta de la tonelada de fresas que producen al mes en su hectárea. Y lograr un precio acorde con el trabajo de un cultivo tan “delicado” como ese y a los costos de producción, en el mercado local.
Quintero sigue trabajando para que el proyecto recupere la fuerza que tuvo y que puedan volver a producir las seis toneladas semanales que sacaban en su momento de mayor esplendor.
También lea: Así será el desarrollo rural y la asistencia técnica en la reforma agraria.
La tienda de mujeres cafeteras
La cafetería Aroma de Campo se encuentra en Génova (Quindío). Allí venden productos tales como: lates, capuchinos, tintos, mocacino, malteadas, granizados, tortas, café tostado (molido y en grano), entre otros. Estos son hechos con el grano de café que producen varias mujeres del municipio y, además, son ellas quienes atienden a los clientes.
Esta iniciativa la tiene la Asociación de Mujeres Cafeteras de Génova, con la ayuda de la Gobernación, pues les facilitaron el local con su dotación. “Lo único que tenemos son nuestras manos para trabajar, pero nos prestaron todo y nos capacitaron”, explica Margarita Vásquez, representante legal de la Asociación y campesina por 35 años.
La tienda está próxima a cumplir tres años, el 30 de agosto de 2023. “Fuimos 13 mujeres las que iniciamos el proyecto. Muchas se han ido porque les es difícil estar en las fincas y a la vez en el pueblo trabajando en la tienda, por eso solo quedamos cinco”, cuenta.
Vásquez reconoce el sacrificio que hay detrás de su labor, porque le toca “madrugar, dejar el oficio hecho, despachar a los hijos, hacer la comida de los trabajadores, ir a trabajar a la tienda, salir de noche, lavar ropa y organizar la casa”.
Más allá de esa carga adicional está el reto de prestar un servicio al cliente y tener que cocinarles cuando ninguna de ellas tenía experiencia para hacerlo. “Eso fue lo más difícil al principio. Pero hemos ido aprendiendo, y eso nos ha ayudado”, relata la cafetera. Otro de los retos que tuvieron en la asociación fue lograr que Aroma de Campo fuese reconocida para atraer clientes.
El sueldo que reciben por su trabajo es el ingreso que a ellas les queda y que pueden aportar a la economía de sus hogares. “Al principio mi esposo me preguntó que cuánto me iba a ganar, que él me lo daba para que yo no fuera. Pero le dije que no era por eso sino para cambiar mi rutina, abrir caminos en mi vida, para mis hijos y compañeras. Ya hemos logrado que nuestras familias nos apoyen”, narra la emprendedora.
Pese a las dificultades, la cafetería para Vásquez “es como si nos hubiéramos liberado”. La tienda les abrió una ventana y es una construcción compartida. Y también hacen actividades juntas que no tienen que ver con la atención en la tienda, como ir a cine y viajar a Armenia solas, acciones desconocidas para algunas integrantes de la asociación.
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