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Uno de los momentos que mejor describen al señor Horst Damme, y que recuerdan con especial cariño sus amigos y familiares, fue el día en que el joven alemán le regaló un juguete a uno de los hijos de un hombre que lo apoyaba ocasionalmente con diferentes labores.
El niño quedó maravillado con el movimiento y los colores de un camión de carga que su papá no podía permitirse. Horst Damme creía firmemente en que todos los niños debían experimentar la alegría de tener un juguete y no pudo más que obsequiarle la pieza a su pequeño admirador al descubrir el anhelo con que lo miraba de lejos.
Ese espíritu es el que ha querido mantener vivo María Pedraza, esposa de Damme y responsable hoy del negocio que inició Willy Damme (padre de Horst) 70 años atrás sin una sola máquina, pero con el apoyo inesperado de Lolita Londoño de Sanz de Santamaría, esposa del entonces alcalde de Bogotá, Carlos Sanz de Santamaría.
Los alemanes han sido fabricantes de juguetes por décadas y el mundo los reconoce como expertos en la materia. Son particularmente famosas las piezas en hojalata y madera, artículos valorados en el mundo por su alta calidad, su durabilidad y el amor que ponen los artesanos en sus detalles.
Ese talento también acompañaba a Horst Damme, quien empezó a diseñar y fabricar juguetes a mano desde los nueve años, siguiendo los pasos de su padre, un hábil tallador de madera que conseguía así dinero extra. Por su talento, Horst Damme llegó a ser conocido como el pionero de los juguetes de madera en Bogotá y recibió decenas de condecoraciones durante su vida creativa, hasta que su avanzada edad forzó su retiro.
Juguetes Damme es un ejemplo de resiliencia por donde se mire. En primer lugar, porque Willy Damme, su esposa Charlotte y sus dos hijos llegaron a Colombia en 1937 como refugiados huyendo de la persecución de los nazis que habían tomado el control de Alemania. A pesar de las dificultades, sobresalieron por su espíritu emprendedor. Pero también sobrevivieron a los cambios que trajo consigo la era digital en materia de entretenimiento para niños, al boom de los videojuegos y a los dispositivos electrónicos.
Sin embargo, la prueba más dura llegó por cuenta de una disputa de linderos que le quitó la vista a Horst Damme en 1972, cuando ya estaba a cargo del negocio fundado por su padre. Un vecino enfurecido le disparó en la cara con una escopeta y destruyó el nervio óptico de su ojo izquierdo.
María Pedraza, quien para la fecha trabajaba pintando juguetes desde hacía cinco años, no solo lo auxilió durante la emergencia, sino que también fue quien lo guio durante su recuperación, especialmente cuando Horst Damme parecía rendirse ante la imposibilidad de trabajar como lo hacía antes. Recordarlo todavía la conmueve, le revive el dolor, pero su amor por la fábrica y por su propietario le dieron fuerzas para mantener la fábrica y motivarlo a él a seguir el instinto de sus manos tres años después de abandonar toda labor.
“El señor Damme nos ha dejado un ejemplo de vida, porque a pesar de todo lo que le ha pasado siguió con la trayectoria de sus juguetes, tal vez por eso la gente lo aprecia tanto”, aseguró. Pero ese mismo respeto y admiración también le pertenecen a ella, que hace milagros con las ganancias y recibe gustosa a quienes hacen el viaje cada día para revivir recuerdos y agradecerles por tanto.
Juguetes Damme vendió $600 millones el año pasado en juguetes que van desde los $40.000 hasta los $200.000. Actualmente cuenta con cuatro empleados y sigue ubicada en la misma casa en Bogotá desde hace 50 años.
Cuando le preguntamos a María Pedraza por ese factor que les permite seguir teniendo un lugar en el mercado, dijo que se debe al interés de los padres por ver a sus hijos divertirse como en los viejos tiempos: “Los niños juegan con el juguete, no el juguete con los niños. Los padres los ven activos, algo que tal vez hoy en día no pueden hacer con los aparatos electrónicos”.
Y hasta se ha encargado de asegurar el relevo generacional, pues también restaura juguetes para que siga vivo en los niños el deseo de montar uno de sus caballitos, descifrar sus rompecabezas, tirar de sus carretillas o mecer muñecas en sus cunas, honrando la promesa que le hizo a Horst Damme de no dejar acabar la fábrica.