Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Maravilloso e impresionante. Así describen los turistas a Caño Cristales. En cambio, los locales, cuando se les pide definir el río de los siete colores mencionan palabras como oportunidad, motor, boom y pasión. Conocen y transmiten la importancia de un lugar que a primera vista es de fantasía. Más una pintura impresionista que un río. Al visitante lo seducen los rojos y verdes que salen del agua y se mezclan con los tonos de las rocas y el reflejo del cielo, pero la mayoría desconoce la historia detrás del paraíso.
“Es mejor vivirlo que contarlo”, dice el guía turístico Carlos Sterling, planteando expectativas a un grupo de quince viajeros que están a punto de conocer el destino. Para llegar a esa bienvenida, viajaron en una avioneta hasta el municipio de La Macarena. Al mejor estilo de la tierra llanera, los recibió el joropo: primero, una mujer joven cantando “La vecina”; luego cinco parejas, en pleno sol, con zapateo y escobillado, bailaron al son del arpa.
Una vez en el pueblo, los visitantes recorrieron el circuito turístico con acceso a Puerto Inderena, se pusieron los chalecos antes de montarse en La Cariñosa, una lancha de madera pintada de azul y rojo. Los veinte minutos por el río Guayabero aguas arriba les dieron una muestra de la biodiversidad de la zona, en la que hay 737 especies de aves, 39 de anfibios y 68 de reptiles.
La segunda parada fue en el puerto Los Mangos. Al canto de las aves, Leidy Aguilar, una de las cincuenta mujeres que hacen parte de los más de 120 guías del municipio, identificó golondrinas, y a lo lejos vio el negro azulado del pollo de monte. Se montaron en el platón de una camioneta 4x4 por otros veinte minutos; durante el recorrido, Leidy explicó que esa vía hacia Vista Hermosa, Meta, conocida como la trocha ganadera, fue construida por la guerrilla.
Le puede interesar: El turismo se recupera en América Latina tras golpe de la pandemia
“Para nadie es un secreto que esta zona fue golpeada por el conflicto”, dijo. Con esa misma frase respondieron varios habitantes de la zona a la pregunta de cómo ha cambiado su vida en los últimos años. La guerra dejó más de 13.000 víctimas en La Macarena. Hoy, pocos reconocen abiertamente ante los foráneos la presencia de las disidencias de las extintas Farc. En las conversaciones largas la realidad salta a la vista: están y ejercen cierto control, pero no representan peligro para los turistas. De hecho, los habitantes tienen claro que la mejor promoción de su destino es el voz a voz, que da a los interesados la tranquilidad que no puede ofrecer publicidad alguna.
Al bajarse de la camioneta, los turistas ingresaron al Parque Sierra de La Macarena y caminaron por cerca de cuarenta minutos. Si bien hay atractivos turísticos, como el mirador Cristalitos, que exigen un esfuerzo físico mayor, el visitante tiene que estar preparado para la trocha; por eso hay un refrigerio previo y una pausa para entrar al baño. Héctor Lizcano trabaja con Parques Nacionales desde 2017. Con una risa burlona, reconoce que suele molestar a sus nuevos compañeros apurándolos mientras los ve fatigados. “Parece que fuera un alma en pena que va corriendo”, le dicen.
Ahora sí, los viajeros se enfrentan a la majestuosidad de Caño Cristales. Todo gira en torno a la Macarenia clavigera, una planta acuática que acaricia la magia; tanto así, que el espectáculo está reservado para la segunda mitad del año. Como explica Kreyssig Abaunsa, biólogo y contratista de Parques Nacionales, en temporada seca no hay rastro de la especie, pero cuando llega la lluvia, el agua se pinta de rojos intensos. Los rayos del sol encienden los tonos, tenues al inicio de la temporada y más fuertes antes de entrar a hibernar. Donde el sol no llega lo suficiente, la Macarenia ofrece matices de verde.
Caño Cristales se reabrió para los turistas el pasado 8 de junio. Este año la administración local espera recibir 14.000 visitantes, superando incluso los datos de 2019, cuando acogieron a cerca de 11.000. El segundo renglón de la economía de La Macarena, el turismo (el primero es la ganadería) se quedó quieto por la pandemia, como en el resto del país. En 2020, la planta hizo lo suyo, pero nadie estuvo ahí para verlo y en 2021 la reactivación fue tímida, con tan solo 6.338 turistas. Hasta el 30 de junio de este año recibieron a 476 turistas, pero el optimismo en torno a impulsar el río de los siete colores sigue.
Lea: Colombia, uno de los países con mejor recuperación del turismo
Caño Cristales, más que una joya
Carlos Sterling nació en Pitalito, en el sur del Huila, pero la vida lo hizo macarenense. Llegó al Meta a los seis años, en 1997, en un momento en el que la deforestación por la madera y la guerra marcaban la parada. Hizo primaria en la vereda Miraflores. Cuando terminó, tomó una decisión que marcaría para siempre el rumbo de su vida. “Mi meta era capacitarme, salir adelante. Nunca me han gustado las armas, entonces decidí montarme a una voladora, que era el único medio de transporte que teníamos las comunidades en el sector rural, y llegué a La Macarena solito, como a muchos nos ha tocado, a luchar por lo nuestro”.
Ir a la iglesia parecía la mejor opción. Una monja, que en ese entonces era la coordinadora del colegio, además de matricularlo, le dio posada dos meses, hasta que consiguió empleo. Tenía catorce años y estaba decidido, así que trabajó en carpintería, un oficio que hoy domina. En retrospectiva, el turismo fue la oportunidad que le cambió la vida, y no solo a él. “Antes un joven salía del colegio y se iba para las fincas, a prestar servicio o para las Farc; eran las tres opciones”.
La cuarta opción llegó en 2007 bajo el liderazgo del profesor Henry Abaunza, hoy coordinador de la Institución Educativa Nuestra Señora de La Macarena. Nacido y criado en la zona, le ha dedicado 25 años al colegio, el mismo donde se graduó de bachiller. En una alianza con el SENA, vio la posibilidad de que sus estudiantes sacaran un técnico. Aunque los padres querían que fuera en sistemas o agroindustria, ante la falta de equipos en el primer caso y el desgano de los estudiantes en el segundo, se descartó. Henry vio otra posibilidad: el turismo y los atractivos naturales.
“Inicialmente, nadie nos creía”, recuerda, pero persistió. En 2009 el colegio graduó al primer grupo como técnicos en guianza turística. La preparación de los muchachos fue un argumento para que el municipio le apostara a Caño Cristales e iniciara el proceso para abrirlo al público. En otras palabras, su formación puso a La Macarena a hablar de turismo, la actividad que hoy beneficia a 2.500 familias. En 2010 se graduó otro grupo y después de tocar puertas lograron una alianza para que todos los que terminaron el técnico pudieran hacer un tecnólogo.
Así se formaron los primeros guías turísticos de La Macarena, poco a poco se integraron con el sector productivo y hoy lideran los procesos para posicionar la zona como un territorio de conservación y paz. En esa promoción, la misma de Carlos, estuvo Jesica Oliveros, ahora representante del sector de guías ante el Consejo Local de Turismo. Tras una década recuerda con orgullo como ella y sus compañeros decidieron asociarse, pues su meta era que la nueva actividad los favoreciera a todos. Los canoeros, dueños de carros, operadores, restaurantes y hoteles siguieron el mismo ejemplo.
Actualmente, hay trece asociaciones y 29 operadores turísticos locales. Para tomar decisiones se creó el Consejo Local de Turismo, donde se reúnen los representantes de cada gremio y las autoridades. Diony Ortiz, asesora profesional de turismo de la Alcaldía, explica que con el acuerdo 027 de 2016 se formalizó la actividad en el municipio y que esta experiencia comunitaria no la ha visto en otros lugares del país.
Que los prestadores de servicios sean locales permite, desde la perspectiva de Jesica, que se preserve el destino, pues hay empoderamiento. De ahí que todos los guías les insisten a los turistas en que hay que cuidar la Macarenia clavigera y por eso hay prohibiciones estrictas de, por ejemplo, con los plásticos de un solo uso, así como el bloqueador solar, el repelente y el maquillaje, por los químicos que pueden afectar a la planta.
Pese a que hay reparos por prácticas que podrían ser más amigables con el medio ambiente, los líderes de la zona aseguran que seguirán trabajando por Caño Cristales y La Macarena; de hecho, algunos están buscando estrategias para acabar con la deforestación, la ganadería extensiva y otras prácticas que ponen en riesgo su territorio.
El tiempo de “pajarear”
El avistamiento de aves es una apuesta de los macarenenses para tener turismo todo el año, pues cuando no hay temporada deben dedicarse a otras actividades. En el centro de este impulso está el colegio. Cuenta el profesor que hace cuatro años surgió el interés en esta actividad, primero como una estrategia para sensibilizar sobre el ambiente y ahora como un atractivo turístico que podría romper la estacionalidad. “Comenzamos a salir a pajarear y luego nació el Semillero de Avistamiento de Aves”.
Jesica, por su parte, ve la iniciativa como una estrategia para que los habitantes cuiden y quieran su territorio más allá de Caño Cristales, “para que no veamos a la selva como un problema, sino como una fortaleza”. Un proceso que puede tardar, pero ya lo inició. Vale la pena recordar que el municipio es un área de gran importancia biológica, ecológica y biogeográfica, en la que confluyen elementos bióticos de los Andes, el Amazonas y la Orinoquia.
Por ahora, el colegio sigue ofreciendo herramientas con énfasis en el turismo, pero siempre dejando claro, como dice Henry, “que en el afán de tener billetes no se puede interrumpir el bienestar de los locales y del medio ambiente”. Además del río de los siete colores, en La Macarena hay atractivos que están abiertos todo el año, como la Ciudad de Piedra, El Raudal, El Mirador y la Laguna del Silencio.
Para terminar, el profesor recuerda el nombre que le dio a la iniciativa para apoyar a los jóvenes: puntos de apoyo para mover el mundo. “También fui un niño campesino que llegó a la cabecera municipal a estudiar. Lo que pedía a gritos cuando terminé mi bachillerato fue que alguien me diera la mano, que me tendiera un punto de apoyo para seguir avanzando. Eso me motivó”. Hoy, está más que orgulloso de Jesica, Carlos y todos los estudiantes que trabajan por su tierra. Todavía recuerda con cariño a los niños tímidos, a los que les daba pena hablar en público, los mismos que hoy gritan a todo pulmón que La Macarena está viva.