Cómo está y para dónde va la economía colombiana
Aunque no sea la palabra preferida en el mundo económico, la desaceleración actual tiene algunos aspectos positivos. Pero en la minucia de los datos también hay señales de alerta por lo que pueden implicar en el corto y mediano plazo para el país.
Santiago La Rotta
Suele ser normal que una de las palabras más mentadas al cambiar de año, por allá en los albores de enero, sea guayabo.
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Suele ser normal que una de las palabras más mentadas al cambiar de año, por allá en los albores de enero, sea guayabo.
La sombra del término cobija el lento transcurrir de la vida en los primeros días del año, con las fiestas y los excesos ya en el retrovisor y el panorama de un nuevo calendario por delante, con regresos al trabajo, a clases, a pagar las cuotas y las facturas.
El guayabo también cobijó, de cierta forma, la perspectiva de la economía para 2023: el año pasado fue un período de cifras históricas en términos de producto interno bruto (PIB), así como en inflación y tasas de interés. Pero, de fondo, fue un año de rápida, y casi violenta, reactivación económica.
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Así que, casi siguiendo el principio de acción y reacción, lo que se veía para 2023 era una cuesta abajo, con términos como desaceleración y recesión llevándose los titulares en esos primeros días del año.
Seis meses después lo que trajo el horizonte fue, en efecto, una desaceleración. Pero no una recesión.
¿Celebramos? Sí y no. La cosa es más compleja.
De la desaceleración y otros demonios
Los datos del PIB para el segundo trimestre que reveló el DANE esta semana confirmaron una serie de proyecciones que señalaban este período como el punto más bajo en la actividad económica colombiana en 2023 (así como en varios años).
Si bien los datos no sorprendieron a quienes han estudiado de cerca la materia, sí fueron usados por varios espectros de la opinión para advertir sobre la llegada del apocalipsis zombie y el fin del mundo como lo conocemos. No es broma: en Twitter un usuario aseguró esta semana que los temblores de estos días están vinculados al pobre desempeño económico del país, otro aseguró que los movimientos eran algo así como la versión geológica de “despierta, Colombia”.
Aunque ambos comentarios no son medida de nada (excepto de un grado de delirio o de falta de manejo del sarcasmo, quizá), sirven para explorar una arista de esta conversación: la palabra desaceleración no es la preferida cuando se habla de economía.
Aunque en el caso actual de Colombia puede que sí lo sea, al menos en la opinión de Luis Fernando Mejía, director de Fedesarrollo. “A nosotros no nos preocupa una desaceleración. Y es razonable porque Colombia no podía crecer por encima de 7 %”.
Algo similar opina Marc Hofstetter, profesor de la U. de los Andes y columnista de este diario: “En el debate público perdimos la perspectiva de los números. Hay un tema sutil, pero muy importante que no pareciéramos estar incorporando en las cuentas, ni el Gobierno ni sus opositores: la actividad económica con la que veníamos en 2022 estaba por encima de la actividad económica potencial y eso requería, para evitar presiones inflacionarias, un enfriamiento. Y esto quiere decir, en general, crecer menos de lo que estamos acostumbrados. Tener una tasa del 7 % en el PIB no es coherente con esos equilibrios”.
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En la mitad del debate, además del delirio tuitero, hay gremios llamando al lanzamiento de políticas contracíclicas y pidiendo un poco lo de siempre: crecer, crecer, crecer. Se entiende, pues malas cifras son síntomas de males que pueden ir asociados a pérdidas en empleo, cierre de negocios y una serie de factores que en un efecto bola de nieve terminan, ahí sí, en la temida recesión.
Pero ese no pareciera ser el escenario, al menos por el momento. En las proyecciones de Fedesarrollo, por ejemplo, el PIB del año debe acabar en 1,2 %. Los analistas consultados en su Encuesta de Opinión Financiera hablan de 1,4 % para este año. BBVA Research proyecta el crecimiento de 2023 en 1,4 %.
De fondo, lo que dicen estas proyecciones es que el segundo trimestre marcó el punto más bajo del año, a la vez que el segundo semestre debería ser mejor en materia económica. ¿Por qué? Principalmente, porque la inflación pareciera estar dando su brazo a torcer, por fin. Y esto resta presiones en el consumo de los hogares, especialmente en rubros sensibles como los alimentos (que hasta hace unos meses fue el rubro que más impulsó el índice de precios al consumidor IPC).
La moderación en el IPC ha llevado a que, en dos decisiones consecutivas, el Banco de la República haya dejado quietas su tasa de interés, que hoy se encuentra en 13,25 % después de recibir incrementos consecutivos desde septiembre de 2021.
¿Bajarán las tasas?
La desaceleración general de la economía tiene que ver, entre otros factores, con un menor gasto de los hogares por obra de la inflación, pero también con el apretón en política monetaria del Banco de la República.
Así lo explica Jackeline Piraján, economista principal de Scotiabank, al decir que la desaceleración tal vez “era lo que se estaba buscando con el incremento en las tasas de interés, que los hogares bajaran su carga financiera, que moderaran su consumo”. Y eso se vio reflejado en el dato del PIB del segundo trimestre.
Ahora bien, a pesar de que la inflación puede terminar el año de nuevo en un solo dígito (alrededor del 9 % según varias proyecciones), no parece haber espacio para que el emisor intervenga las tasas y las baje. “Creo que nos quedan unos trimestres de crecimiento bajo mientras el Banco se siente suficientemente cómodo reduciendo sus tasas de interés para que la actividad crezca a sus niveles de largo plazo. Pero no estamos ahí, tomará un largo tiempo”, afirma Hofstetter.
Entonces, este año no hubo recesión (o al menos no pareciera, viendo los indicadores del primer semestre). Pero eso no quiere decir que todo sea regio en la economía. “La preocupación no es esa, es si vamos a estar en una especie de estanflación, con un crecimiento bajo”, dice Mejía.
La tormenta en el horizonte
El crecimiento bajo podría mantenerse, o profundizarse, si no se mejora en cosas esenciales, como la inversión.
Este fue el rubro más preocupante de los resultados del PIB que presentó el DANE esta semana, pues para el trimestre registró su caída más grande en 16 años.
Desde el discurso del Gobierno se ha relacionado esta caída con las altas tasas de interés, un argumento que, al menos hasta un punto, es cierto. Al final, el encarecimiento del crédito afecta tanto consumo como inversión en corto, mediano y largo plazo. “Pero no es el único determinante ni el más importante”, recuerda Mejía.
Y en este punto es en donde la economía y la política chocan, o se funden, si se quiere. “El resultado de la inversión es malo y no es solo porque las tasas estén altas. Hay una responsabilidad del Gobierno: los mensajes erráticos y antiempresariales”, asegura Hofstetter.
En este punto de la historia la petrolera estatal, Ecopetrol, tiene que salir a decir públicamente que va a seguir haciendo algo para lo que está constituida: explorar gas y petróleo. La aclaración la hizo Ricardo Roa, presidente de la petrolera, durante el congreso de empresarios de la ANDI, que se realizó esta semana en Cartagena.
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En otro momento, quizás en otro Gobierno, este pronunciamiento no sería noticia o ni siquiera se hubiera hecho de forma pública en un evento de ese calado. Pero la declaración de Roa habla de los mensajes y contramensajes que ha habido en el sector de hidrocarburos en el país que sigue sin una respuesta definitiva, pública y de fondo acerca de su futuro.
Este sector representó cerca de US$3.000 millones en inversión extranjera directa el año pasado, según datos del Banco de la República y responde por alrededor del 30 % de las ventas externas del país (en conjunto con otros renglones de las industrias extractivas).
Este tipo de incertidumbre en un renglón clave para la economía es lo que algunos analistas perciben como responsabilidad del Gobierno en la baja de la inversión que se vio en el PIB.
Esta baja podría no mejorarse tan rápido como se quisiera, o se llegase a necesitar, pues los proyectos de inversión tardan un tiempo en ser estructurados, además de ejecutados. En otras palabras, sus beneficios, tanto en llegada de capital como de generación de encadenamientos (por mencionar solo dos aspectos) no suceden a la velocidad del discurso político.
Hofstetter explica que los proyectos de inversión requieren un tiempo para estructurarse y ser ejecutados.
En cuanto a los remedios macroeconómicos del Gobierno también se ha hablado de la necesidad de ejecutar proyectos, especialmente en la infraestructura. Aunque aquí Hofstetter hace una observación válida por estos días: “Pareciera haber espacio para ejecutar, pero si uno bota ministros cada dos o tres meses y estos a sus funcionarios, eso ayuda a que se pierda memoria de gasto y, la verdad, es que gastar es difícil. Eso le pega a la ejecución de las cosas”.
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