¿Cómo se ve el mundo sin el petróleo ruso?
Reemplazar los barriles de petróleo de Rusia en los mercados mundiales es una operación delicada y que toma un tiempo. En paralelo, los precios internacionales podrían seguir subiendo y filtrarse hacia los ciudadanos y a varias industrias.
Santiago La Rotta
Aunque los precios del petróleo frenaron este miércoles su escalada, que los ha llevado a rozar niveles que no se registraban desde 2008, esta suerte de alivio para los mercados pareciera temporal en medio de un panorama que, crecientemente, comienza a percibirse sin la participación de Rusia.
Al final de las negociaciones de este miércoles, el precio del barril de Brent (referencia para Colombia) se ubicó en US$111,14, lo que implica una baja del 13 % frente a lo registrado este martes en los mercados. Esta baja se dio en medio de un pronunciamiento de Emiratos Árabes Unidos para incrementar su propia producción y animar a sus compañeros de la OPEP a hacerlo.
Las palabras de este país se dan luego de que Estados Unidos vetara la importación de productos energéticos rusos (petróleo y gas, principalmente) y de que el Reino Unido se trazara la meta de cerrarle el paso al crudo producido en Rusia para finales de este año.
El punto de fondo acá es que reemplazar los barriles rusos es una operación tan delicada como lenta, hasta un punto: pocos países pueden entrar a suplir la parte de lo que Rusia dejará de aportar en la ecuación energética, tanto a escala global como para mercados determinados.
Rusia produce cerca del 40 % del gas que se consume en Europa y representa el 16 % del suministro de este combustible en el mundo. Además, es el tercer productor de petróleo: antes de que estallara la guerra en Ucrania, se calcula que las exportaciones rusas de crudo y productos refinados cubrían alrededor del 7,5 % de la demanda mundial de petróleo.
Los primeros cálculos de entidades como la Agencia Internacional de Energía, la OPEP y firmas de consultoría dan cuenta de que solo Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait pueden responder prontamente al llamado de tener más petróleo, un requerimiento que, además, se da en momentos en los que la oferta y la demanda ya se encuentran tensionadas.
Ahora bien, este escenario depende de un acuerdo de voluntades en el interior de la OPEP+, que en su más reciente reunión decidió no incrementar su producción más allá de la meta trazada anteriormente (unos 400.000 barriles diarios). También vale la pena recordar que la OPEP+ es una alianza petrolera, en la cual el símbolo + representa la participación de Rusia en el cartel, donde la vicepresidencia del grupo está en sus manos en este momento.
Las otras opciones son Irán y Venezuela, que podrían aportar en conjunto más de 1,5 millones de barriles diarios en los escenarios más optimistas (e inmediatos). Pero estas alternativas vienen con complicaciones que van desde lo geopolítico hasta lo logístico.
En el primer caso, aún hace falta volver a poner en marcha el acuerdo nuclear con Teherán, que a su vez permitiría levantar las restricciones al comercio del crudo iraní. Y en el segundo hacen falta miles de millones de dólares, además de meses (quizá), para poner a punto nuevamente el complejo petrolero venezolano, que lleva durmiendo el sueño del óxido y el abandono desde hace varios años.
En otras palabras, la búsqueda de nuevos barriles puede tomar un tiempo, que tiene el potencial de salirle costoso a prácticamente todo el planeta.
Las medidas que están tomando tanto EE. UU. como el Reino Unido y la UE tendrán costos altísimos para Rusia (una economía basada en exportaciones y servicios financieros, esencialmente), pero también para quienes están impulsando estas acciones. Es una ecuación en la que, al menos en el corto plazo, nadie gana, solo que unos pierden más que otros.
Para Steven Hamilton, doctor en economía y profesor de la Universidad George Washington, cortar los pagos de productos energéticos es la opción nuclear en términos de sanciones y movimientos económicos como respuesta a la invasión de Ucrania.
“Sin la habilidad para financiar déficits crecientes (pocas cosas más costosas que una guerra), el gobierno ruso puede recurrir a la impresión de más dinero, algo que puede disparar una hiperinflación, como ya ha pasado en otros países”, explicó Hamilton.
Este costo es algo que no pasa inadvertido para los líderes de economías como la estadounidense o las europeas, que en este último caso no han cortado las importaciones rusas, pero ya comienzan a imaginar un mundo sin la energía de Rusia.
Durante el anuncio de las medidas de Estados Unidos, Joe Biden aseguró que “este es un paso que estamos dando para herir más a Putin, pero va a haber costos adicionales acá, en Estados Unidos. (…) Cuando hablé de esto al principio dije que defender la libertad iba a tener costos para nosotros. Demócratas y republicanos han entendido esto. Demócratas y republicanos, por igual, han sido claros en que tenemos que hacer esto”.
Reemplazar los barriles rusos podría, entonces, tomar un tiempo y en ese período los precios podrían seguir elevándose. Esto haría que se filtraran, vía combustibles, hasta las personas en países que nada tienen que ver con la guerra en Ucrania: tanquear el carro, comprar un tique de avión o conseguir insumos para una variedad de industrias (desde la petroquímica hasta la agrícola) podrían ser actividades que terminen encareciéndose por cuenta de la sacada de Rusia del panorama energético.
Aunque los precios del petróleo frenaron este miércoles su escalada, que los ha llevado a rozar niveles que no se registraban desde 2008, esta suerte de alivio para los mercados pareciera temporal en medio de un panorama que, crecientemente, comienza a percibirse sin la participación de Rusia.
Al final de las negociaciones de este miércoles, el precio del barril de Brent (referencia para Colombia) se ubicó en US$111,14, lo que implica una baja del 13 % frente a lo registrado este martes en los mercados. Esta baja se dio en medio de un pronunciamiento de Emiratos Árabes Unidos para incrementar su propia producción y animar a sus compañeros de la OPEP a hacerlo.
Las palabras de este país se dan luego de que Estados Unidos vetara la importación de productos energéticos rusos (petróleo y gas, principalmente) y de que el Reino Unido se trazara la meta de cerrarle el paso al crudo producido en Rusia para finales de este año.
El punto de fondo acá es que reemplazar los barriles rusos es una operación tan delicada como lenta, hasta un punto: pocos países pueden entrar a suplir la parte de lo que Rusia dejará de aportar en la ecuación energética, tanto a escala global como para mercados determinados.
Rusia produce cerca del 40 % del gas que se consume en Europa y representa el 16 % del suministro de este combustible en el mundo. Además, es el tercer productor de petróleo: antes de que estallara la guerra en Ucrania, se calcula que las exportaciones rusas de crudo y productos refinados cubrían alrededor del 7,5 % de la demanda mundial de petróleo.
Los primeros cálculos de entidades como la Agencia Internacional de Energía, la OPEP y firmas de consultoría dan cuenta de que solo Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait pueden responder prontamente al llamado de tener más petróleo, un requerimiento que, además, se da en momentos en los que la oferta y la demanda ya se encuentran tensionadas.
Ahora bien, este escenario depende de un acuerdo de voluntades en el interior de la OPEP+, que en su más reciente reunión decidió no incrementar su producción más allá de la meta trazada anteriormente (unos 400.000 barriles diarios). También vale la pena recordar que la OPEP+ es una alianza petrolera, en la cual el símbolo + representa la participación de Rusia en el cartel, donde la vicepresidencia del grupo está en sus manos en este momento.
Las otras opciones son Irán y Venezuela, que podrían aportar en conjunto más de 1,5 millones de barriles diarios en los escenarios más optimistas (e inmediatos). Pero estas alternativas vienen con complicaciones que van desde lo geopolítico hasta lo logístico.
En el primer caso, aún hace falta volver a poner en marcha el acuerdo nuclear con Teherán, que a su vez permitiría levantar las restricciones al comercio del crudo iraní. Y en el segundo hacen falta miles de millones de dólares, además de meses (quizá), para poner a punto nuevamente el complejo petrolero venezolano, que lleva durmiendo el sueño del óxido y el abandono desde hace varios años.
En otras palabras, la búsqueda de nuevos barriles puede tomar un tiempo, que tiene el potencial de salirle costoso a prácticamente todo el planeta.
Las medidas que están tomando tanto EE. UU. como el Reino Unido y la UE tendrán costos altísimos para Rusia (una economía basada en exportaciones y servicios financieros, esencialmente), pero también para quienes están impulsando estas acciones. Es una ecuación en la que, al menos en el corto plazo, nadie gana, solo que unos pierden más que otros.
Para Steven Hamilton, doctor en economía y profesor de la Universidad George Washington, cortar los pagos de productos energéticos es la opción nuclear en términos de sanciones y movimientos económicos como respuesta a la invasión de Ucrania.
“Sin la habilidad para financiar déficits crecientes (pocas cosas más costosas que una guerra), el gobierno ruso puede recurrir a la impresión de más dinero, algo que puede disparar una hiperinflación, como ya ha pasado en otros países”, explicó Hamilton.
Este costo es algo que no pasa inadvertido para los líderes de economías como la estadounidense o las europeas, que en este último caso no han cortado las importaciones rusas, pero ya comienzan a imaginar un mundo sin la energía de Rusia.
Durante el anuncio de las medidas de Estados Unidos, Joe Biden aseguró que “este es un paso que estamos dando para herir más a Putin, pero va a haber costos adicionales acá, en Estados Unidos. (…) Cuando hablé de esto al principio dije que defender la libertad iba a tener costos para nosotros. Demócratas y republicanos han entendido esto. Demócratas y republicanos, por igual, han sido claros en que tenemos que hacer esto”.
Reemplazar los barriles rusos podría, entonces, tomar un tiempo y en ese período los precios podrían seguir elevándose. Esto haría que se filtraran, vía combustibles, hasta las personas en países que nada tienen que ver con la guerra en Ucrania: tanquear el carro, comprar un tique de avión o conseguir insumos para una variedad de industrias (desde la petroquímica hasta la agrícola) podrían ser actividades que terminen encareciéndose por cuenta de la sacada de Rusia del panorama energético.