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Se ha repetido muchas veces la anécdota de la campaña presidencial de Estados Unidos, en 1992, cuando el entonces candidato demócrata Bill Clinton puso sobre su escritorio el aviso: “Es la economía, estúpido”. El objetivo era recordar que los votantes anhelaban propuestas para enderezar la economía, mientras que su rival, George Bush, enfatizaba en asuntos internacionales y otros temas, como la guerra de los Balcanes. Clinton ganó porque entendió mejor el estado mental de los votantes, fundamentalmente preocupados por su situación económica.
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Y esa experiencia se repite con frecuencia inusitada para recordar que la gente vota, en buena medida, según sus expectativas personales, su situación de empleo y sus ingresos. La lección que dejó Clinton es que los votantes se mueven según lo que digan sus bolsillos, lo cual vale recordar en momentos en que vuelven a coincidir celebraciones de elecciones en varios países y cifras económicas que en forma casi generalizada coinciden con tasas altas de inflación y desempleo. Los bolsillos de los votantes están vacíos en varios países del mundo, y en múltiples lugares se han reflejado en elecciones que se han apartado de las figuras más reconocidas.
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El caso colombiano tiene algo de eso. Al fin y al cabo, en la segunda vuelta presidencial llegaron dos aspirantes (Gustavo Petro y Rodolfo Hernández) bien lejanos de las fuerzas tradicionales más votadas en elecciones presidenciales. Tiende a reproducirse la combinación de crecimiento económico bajo e inflación alta, que se ha convertido en el peor enemigo de quienes están en el poder.
El presidente Gustavo Petro ha dado señales de que entiende el momento (de que comparte aquello de “es la economía, estúpido”). La economía amenazada no solamente en Colombia sino en todo el hemisferio —e incluso en todo el mundo— tiene secuelas en el ámbito político. No hay que olvidar que el actual mandatario anunció apenas pocas horas después de su victoria —el lunes en la mañana— el nombramiento de José Antonio Ocampo como ministro de Hacienda. Una figura con amplia hoja de vida, en Colombia y el continente, y credenciales académicas reconocidas en el país y el exterior.
El nombre de Ocampo cayó bien por su prestigio como académico y su hoja de vida, que incluía cargos prestigiosos aquí y en otros lugares: entre otros, profesor en la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos, y secretario ejecutivo de la CEPAL. Un nombre y una hoja de vida, en fin, con prestigio para enfrentar los peligros para la economía que llegaban del exterior. Aún es muy pronto para intentar un balance de la gestión del Gobierno en el aspecto económico, pero es evidente que un proyecto ambicioso y con intenciones de cambio difícilmente podría llevarse a cabo en tiempos de recesión e inflación alta.
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El presidente Petro, en fin, entiende que su ambicioso proyecto de cambio tiene como requisito previo la recuperación de la economía. Y las cifras que más golpean a la gente no son halagadoras. En inflación, el Banco de la República subió hace poco su estimativo para el presente año a 8,7 % y en crecimiento el FMI acaba de bajar su estimativo a un 1,1 %. La gran pregunta para el presidente Gustavo Petro es cómo balancear políticas que impulsen la economía (que suelen ser expansionistas) con otras para controlar la inflación (que tienden a frenar la economía). Y puesto que se trata de un Gobierno que generó expectativas altas entre amplios sectores de la población, y que tiene ciertos propósitos de cambio, difícilmente se irá por una línea de disciplina fiscal y restricciones a la demanda.
El reciente roce entre el presidente Gustavo Petro y la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, con relación al metro de Bogotá, alimenta la idea de que el mandatario es propenso al gasto, lo cual no parece muy viable en tiempos como los que corren. Es decir, en momentos en los que, para todo el mundo, se imponen limitaciones sobre proyectos expansivos y ambiciosos. Habrá que ver cómo equilibran la difícil balanza el mandatario y su ministro de Hacienda.
* Periodista y excanciller de Colombia.