El salario mínimo genera desempleo: un mantra equivocado
La academia lleva décadas debatiendo el pulso entre elevar el salario y crear empleo. Nuevas investigaciones, con datos recogidos en terreno, arrojan una luz más clara sobre esta polémica relación.
Diego Guevara *
La negociación del salario mínimo es uno de los temas que aparecen en la agenda económica del país cada vez que se acercan los últimos meses del año y que con el tiempo se ha convertido en un ritual en el que, con apoyo del Ministerio de Trabajo, se sientan a dialogar los gremios (Andi, Asobancaria, SAC, Fenalco, entre otros) con las centrales obreras (CUT, CTC y CGT).
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La negociación del salario mínimo es uno de los temas que aparecen en la agenda económica del país cada vez que se acercan los últimos meses del año y que con el tiempo se ha convertido en un ritual en el que, con apoyo del Ministerio de Trabajo, se sientan a dialogar los gremios (Andi, Asobancaria, SAC, Fenalco, entre otros) con las centrales obreras (CUT, CTC y CGT).
El proceso de la negociación empieza a calentar motores en las últimas semanas de noviembre, cuando se dan las discusiones sobre las cifras de productividad, que es uno de los indicadores, junto con la inflación, que determinan la cifra de partida.
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Una vez se han hecho las diferentes presentaciones de las cifras macroeconómicas por parte del Ministerio de Hacienda, el Banco de la República y el DANE, y se ha acordado una cifra de productividad en el comité tripartito, los gremios y las centrales presentan a la mesa sus propuestas de aumento del salario mínimo.
Usualmente, la propuesta de los gremios se acerca al valor de la inflación más la productividad. Este segundo valor suele ser muy pequeño, o incluso ser negativo, como en 2020. Por lo tanto, la propuesta gremial, más que un incremento real, suele ser un valor cercano a una actualización del poder adquisitivo acorde con la variación del nivel de precios. Hay que recordar que por sentencia de la Corte Constitucional el salario mínimo no puede aumentar por debajo de la inflación real del año en curso.
Con las cartas sobre la mesa, en el marco de la negociación, todos los años suele aparecer uno de los argumentos que se enseñan sin una profunda reflexión en los libros básicos de economía: “El salario mínimo genera desempleo”. Y es que la idea de analizar el trabajo como cualquier otro bien lleva a muchos a la idea errónea de la teoría neoclásica que cualquier precio mínimo por encima del precio del equilibrio crea escasez. En otras palabras, se argumenta que el salario, que simplemente es el precio del trabajo, no puede superar una barrera imaginaria llamada equilibrio de mercado, pues a partir de ese punto, como los precios son tan altos, los empresarios no quieren comprar trabajo (contratar a personas).
Bajo esta misma lógica, se piensa que con incrementos muy bajos de salario se crearán más puestos de trabajo. Incluso, en complejas investigaciones se asume como un dogma que la rigidez de precios en el mercado laboral (salarios poco flexibles) son las causas del desempleo.
Y todas estas disertaciones parten del mundo de juguete de los libros de texto, en el que se asume que el trabajo es como cualquier otro bien, como si estuviéramos hablando de mandarinas, por ejemplo: cuando baja su precio porque hay cosecha, entonces los agentes económicos comprarán más mandarinas.
Muchos replican el ejemplo de las mandarinas con el trabajo, que queda un poco así: “La cosecha de personas dispuestas a trabajar que aún no tienen empleo”, los desempleados, serán contratados cuando el precio de su trabajo (el salario) sea bajo y se adapte al nivel deseado de quienes demandan trabajo.
Es bajo esta concepción que la imposición de un salario mínimo, o aumentos decentes del mismo, se convierten en barreras para la creación del empleo. Desde esta misma lógica, al final, el desempleo es voluntario, pues si alguien no tiene trabajo es porque no quiere adaptarse a los precios del mercado.
Entonces, gran parte de la economía básica que se enseña termina por justificar el desempleo en muchas ocasiones como un fenómeno voluntario. La teoría neoclásica del mercado de trabajo asume pleno empleo y, adicionalmente, que el trabajo es como cualquier otra mercancía.
Ahora bien, aquí hay que hacer una parada y decirlo claro: el trabajo no es un bien como cualquier otro y, por lo tanto, la lógica de la oferta y la demanda no aplica para el mercado laboral, pues el trabajo no es un bien reproducible. Asimismo, estamos hablando de un mercado en el que las decisiones de oferta son hechas por los consumidores (hogares) y las de demanda de trabajo por los productores. Al final, en el capitalismo y en las economías monetarias de producción, la demanda de trabajo depende de la demanda efectiva y el salario real es determinado por la tasa de interés y el grado de monopolio.
Además, el mercado laboral dista de la idea de mercado perfecto, pues ni siquiera cumple los supuestos mínimos del análisis de oferta y demanda. A nivel micro, más bien, podría ser un monopsonio (un solo productor compra trabajo, muchas personas lo venden), como lo mencionaba Joan Robinson.
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El mismo J. M. Keynes, a quien muchas veces hemos traído a estas páginas, afirmaba que la curva de oferta laboral no existe, y si existiera podría tener pendiente negativa (a menos salario toca trabajar más y no como afirma la teoría que a menos salario muchos prefieren no salir al mercado a ofrecer su fuerza laboral). Por ejemplo, los profesores de hora cátedra, ante una caída del salario nominal, pues buscan dar más cátedra, es decir, no es que quieran trabajar más solo cuando el salario sube, sino que si su salario baja también tienen que trabajar más.
Un buen análisis de este punto se puede revisar en detalle en el sexto capítulo del libro Debunking economics, del profesor australiano Steve Keen. A estas profundas críticas teóricas, con varias décadas de existencia, se suman varios trabajos empíricos que muestran que no en todas las situaciones un aumento del salario mínimo genera desempleo, como es el caso de la obra de David Card, ganador más reciente del Premio Nobel de Economía.
Otros trabajos empíricos muestran, en la otra cara de la moneda, que no siempre flexibilizar el mercado laboral creará empleo, pues de qué sirve bajar los salarios si las condiciones de demanda agregada, infraestructura y productividad no son atractivas para crear empleo. Aunque suene descabellado, para algunos economistas ilustrados en el país el alto desempleo en departamentos como Chocó se debe a que el salario mínimo nacional para esa región es muy alto. ¿Acaso con la escasa infraestructura del departamento y décadas de abandono, una simple baja de salario hará que mágicamente todas las empresas muevan allí su producción para crear trabajo?
Para muchos, el argumento de cero aumento real (solo subir la inflación) sigue siendo que el salario mínimo de Colombia es muy alto respecto a otros países, si se mide respecto al salario mediano, pero pocas veces dicen que el problema es que el salario mediano en Colombia se acerca al mínimo y este no es el caso para el resto de países de la OCDE.
La discusión está abierta, cada caso es particular y hay que verlo en detalle, pero los representantes de los gremios y la tecnocracia no pueden, una vez más, recurrir a un argumento que cada vez más va quedando en el pasado oscuro de la ciencia lúgubre que es la economía.
No deja de ser sospechoso que el 99 % de los economistas tengan la misma opinión sobre la fijación del salario mínimo, pero que guarden absoluto silencio cuando el Banco de la República fija la tasa de interés a favor de los rentistas muy por encima de la productividad de la economía.
Al final hay que poner sobre la mesa las asimetrías de la economía política con la distribución funcional y real del ingreso. Es un punto de inicio para dejar de repetir un ejercicio teórico cuyas bases no van más allá de un libro de texto, pero con consecuencias negativas y tangibles en el mundo más allá de la página.
* Profesor Escuela de Economía, U. Nacional de Colombia.