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Nos desagrada la inflación. Entrar al supermercado a comprar víveres y encontrar que la plata que hace un año compraba el mercado completo de la familia ahora solo alcanza para tres cuartas partes del mismo es sin duda frustrante. Pero no voy a usar este espacio para describir o azuzar las antipatías inflacionarias. Son merecidas y cada quién las tendrá afinadas a su manera. Al contrario: usaré este espacio para resaltar un aspecto en el que la subida de precios —que, dicho sea de paso, permea a buena parte del planeta— puede ser una buena noticia. Me refiero al efecto que puede tener la inflación sobre el peso de la deuda relativa a la actividad económica.
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Si bien, como veremos más adelante, los detalles importan, la lógica general del argumento es simple: la inflación engorda los ingresos (¡su valor, no su poder de compra!); relativas a estos ingresos, las deudas contraídas en el pasado se adelgazan. Permítanme ilustrar el punto con un ejemplo.
Una familia pide $1 millón prestados a diez años con una tasa de interés del 10 % anual. Todo el crédito e intereses los pagará al vencimiento del mismo. Esa familia tiene hoy ingresos de $1 millón al mes. ¿Cuánto pesará el saldo de la deuda en relación con los ingresos anuales que tendrá el hogar cuando se venza el crédito? La respuesta evidentemente depende de cuánto crezcan durante esos diez años los ingresos de la familia. Si comparamos un escenario de baja inflación, donde esos ingresos crecen digamos al 4 %, con otro donde esos ingresos (por una mayor inflación) lo hacen al 10 %, veremos que el saldo de la deuda final relativo a los ingresos anuales pesará casi el doble en el primer escenario.
Muchos gobiernos, empresas y hogares acudieron a nueva deuda para lidiar con los desastres de la pandemia. Por ejemplo, la deuda del Gobierno colombiano pasó de 50 % del PIB a 65 %. Así mismo ahora destinamos una porción más grande de nuestros ingresos fiscales para honrar esas obligaciones financieras. La inflación al alza que vivimos podría ayudar a engordar tanto el PIB como los ingresos fiscales y adelgazará la deuda en relación a estos.
El truco, sin embargo, solo funciona bajo ciertas condiciones. Primero, como en el ejemplo de arriba, es importante que la deuda contraída sea de largo plazo. Si toda fuera pagadera a un año, la inflación la limaría muy poco. En el caso colombiano, el plazo promedio de la deuda del Gobierno es de casi seis años y cerca de la mitad vence más allá de 2030. Con esos plazos, algo de tracción tendrá el mecanismo.
Segundo, el truco requiere que la tasa de interés de la deuda no esté indexada a la inflación. Eso se cumple para dos terceras partes de la deuda interna pública colombiana.
Tercero, el aumento de la inflación debe ser sorpresivo. De lo contrario, las tasas de interés pactadas ya la incorporarían y no habría los efectos dietéticos descritos. En el caso colombiano, para la gran mayoría de analistas e incluso para el banco central, los datos recientes de inflación, en efecto, han sido una sorpresa.
Finalmente, el truco solo aplica para la deuda en moneda local. Para el Gobierno central colombiano eso corresponde a un poco menos de dos terceras partes del total.
En resumen, para una porción significativa de la deuda del Gobierno la inflación tendría efectos dietéticos como los descritos en el ejemplo. Algunos, con esa constatación, pensarán que la inflación creciente es el resultado de una estrategia planeada para reducir el tamaño relativo de la pesada deuda que acumulamos para lidiar con las consecuencias de la pandemia. Es una teoría que tendrá eco en los amigos de las conspiraciones. Encontrarán además el atractivo de que la conspiración, si fuera cierta, tiene escala global.
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Pero la teoría no cuadra con otros hechos: los banco centrales son independientes en buena parte del planeta y no luce probable que su política se haya afinado para restarle peso a la deuda pública; la inflación, además, parece, en parte, explicada por problemas de logística que han empujado los precios de muchos bienes finales e insumos a lo largo y ancho del mundo. Ese motor inflacionario difícilmente hace parte de una conspiración dietética gubernamental. Lo que sí cuadra con la teoría conspirativa a escala local es el empujón que le dará a la inflación el aumento de dos dígitos en el salario mínimo decretado por el Gobierno.
En todo caso, fortuita o no, la economía global puede encontrar en la reciente inflación una válvula de escape que ayude a aligerar esa pesada carga financiera que nos dejó la pandemia. Eso aplica tanto para los gobiernos como para el sector privado y no es una mala noticia.
Habrá, sin duda, que apretar los instrumentos de política monetaria para evitar que la inflación se perpetúe en tasas excesivas. Eso será un proceso doloroso, pero quizá menos que convivir con un sobrepeso de deuda que carcome una porción grande de nuestros ingresos para honrarlo.
Para cerrar, son pertinentes varias aclaraciones. Primero, el mecanismo descrito en absoluto permite que nos olvidemos del saneamiento de las cuentas fiscales. Por ejemplo, el Gobierno colombiano planea para este año un déficit en sus cuentas de más de seis puntos del PIB. La financiación de esos faltantes se hará a tasas de interés más altas, que irán incorporando los incrementos en la inflación y la acción de los bancos centrales. Eso mismo ocurrirá con la deuda nueva del sector privado.
Segundo, el truco también deja perdedores: en particular, los tenedores de esa deuda contraída antes de los incrementos de la inflación encontrarán, cuando reciban el pago, que la capacidad de compra de esos recursos se habrá menguado (los principales tenedores de la deuda pública colombiana son los fondos privados de pensiones —es decir, sus afiliados— y los fondos de capital extranjero). También perderán quienes tengan deudas atadas a la inflación, como ocurre con una porción importante de los créditos hipotecarios de vivienda de interés social. Esos deudores empezarán a recibir facturas más altas con importantes consecuencias sobre su capacidad de pago.
Y, por último, el argumento expuesto no es una oda a la inflación. Por eso, la nota comienza por recordar la antipatía social que le tenemos. Pero ese trago amargo tiene rincones dulces que en esta coyuntura de agobio financiero público y privado vienen bien.
@mahofste