En 2021 bajó la pobreza nacional, pero subió en la ruralidad: qué pasó en el campo
Aunque a nivel nacional, la pobreza monetaria disminuyó 3,2 %, en el campo el indicador empeoró, pasando de 42,9 % en 2020 a 44,6 % en 2021. El incremento del costo de vida, la reactivación del agro y el impacto de las transferencias monetarias estuvieron detrás de este fenómeno. Análisis de lo que está pasando con la pobreza rural.
Este martes el DANE publicó las cifras de pobreza monetaria y pobreza monetaria extrema para 2021. Estos son datos fundamentales para entender cómo va el país, pues permiten ver una medida de bienestar y tomarle la temperatura a la reactivación económica desde un ángulo más social.
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Este martes el DANE publicó las cifras de pobreza monetaria y pobreza monetaria extrema para 2021. Estos son datos fundamentales para entender cómo va el país, pues permiten ver una medida de bienestar y tomarle la temperatura a la reactivación económica desde un ángulo más social.
Si bien las mediciones de pobreza monetaria y extrema mejoraron a nivel nacional, y en los entornos urbanos, se registraron alzas en los indicadores en la ruralidad. ¿Cómo se explica este fenómeno?
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Primero hay que decir que, con la entrada de la pandemia, naturalmente creció la preocupación por el impacto que ésta tendría en la pobreza, especialmente en el campo. El refuerzo o creación de los subsidios fue una respuesta a esta preocupación. En definitiva, este fue un factor determinante para atajar la pobreza monetaria en el campo, donde, además, hubo gratuidad total o parcial en los servicios públicos, especialmente en la electricidad.
Todo esto redujo el costo de vida en la ruralidad, por lo que la línea de pobreza monetaria fue de $199.828 para 2020, mientras que en las cabeceras fue de $369.688. Sin embrago, este dato cambió para 2021 —debido a que esta cifra evoluciona de acuerdo a los precios de los bienes y servicios básicos— y se situó en $226.520 y $390.615, respectivamente.
La subida en las líneas de pobreza para 2021 implica que 44,6 % de la población rural quedó por debajo de dicho parámetro. A su vez, la pobreza extrema se ubicó en 18,8 %; este indicador hace referencia a las personas que, debido a sus ingresos, no logran costear una alimentación básica, con un mínimo de 2.100 calorías diarias.
En contraste, en los entornos urbanos, la pobreza monetaria se ubicó en 42,4 %, mientras que la extrema llegó a 10,3 %. Ambos indicadores registraron bajas en este contexto, como se puede ver en los siguientes gráficos:
¿Qué pasó en el campo?
La brecha entre la pobreza urbana y rural se debe, en parte, a que la agricultura “es menos rentable que las actividades económicas urbanas. La agricultura es el patito feo de la estructura productiva del país y eso hace que los salarios y los autoingresos que tiene un campesino que trabaja en sus propias parcelas sean más bajos que los salarios que se pagan en el medio urbano”, afirma César Ferrari, profesor de economía de la Universidad Javeriana.
Ahora bien, vale la pena resaltar que, aunque las mediciones aumentaron frente a las cifras de 2020, la pobreza permanece por debajo del 47,5 % que se registró en 2019. “Estamos viendo un incremento de la incidencia en 60 puntos básicos, después de que entre 2019 y 2020, por la evolución de los precios alimentarios, tuvimos una reducción en la incidencia de pobreza rural del 19,3 % al 18,2 %, que también están representando el impacto de las ayudas institucionales a la zona rural del país en 2020″, explicó Juan Daniel Oviedo, director del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE).
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El director añadió que en 2021 la evolución de los precios de los alimentos y las condiciones de las transferencias institucionales de la zona rural explica en parte el incremento a 18,8 %.
“Las transferencias monetarias perdieron potencia respecto al año pasado en la zona rural”, detalla Roberto Angulo, experto en pobreza y socio fundador de la firma Inclusión. Agregó que en 2020 el efecto de las ayudas fue de 7,1 puntos porcentuales y en 2021, de 6,5, y que en pobreza extrema es más notorio porque se redujo en cerca de dos puntos y por ello esas plataformas deben adaptarse a la realidad del campo.
Otra de las fuerzas clave que explica las cifras de pobreza, en general, pero especialmente en el campo, es la inflación. De acuerdo con el DANE, la pobreza monetaria extrema habría podido retroceder 2,8 % más en 2021 de no haber sido por la inflación, en particular los precios de los alimentos.
Sumado a esto, el incremento de los insumos agrícolas —especialmente abonos, fertilizantes y pesticidas— ha impulsado la inflación rural, no solo en la línea pobreza rural, sino de los precios rurales en general, explica Angulo.
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Y es que, si bien para 2021 hubo un crecimiento del producto interno bruto (PIB) de 10,6 %, según el DANE, solo el 2,4 % fue en lo relacionado con el agro: una cifra baja para un sector que no se detuvo cuando llegó la pandemia.
“El campo fue de los sectores menos afectados durante la pandemia, pero es de los sectores que menos impulso ha tenido durante la recuperación”, asegura Carlos Sepúlveda, decano de Economía de la Universidad del Rosario y secretario técnico de la comisión de expertos en pobreza del DANE.
La brecha de género en el campo
La situación en el campo se agrava en términos de pobreza cuando se analiza el fenómeno desde la perspectiva de género.
Cuando la jefatura del hogar está en manos de una mujer, la tendencia es que en ese hogar aumente “levemente en pobreza monetaria rural, puesto que pasó de 5,4 a 5,5 puntos porcentuales. Pero en pobreza extrema la brecha pasó de 4,7 puntos porcentuales a 5, mientras que la reducción de la pobreza es ligeramente asimétrica en contra de las jefaturas femeninas”, precisó Angulo.
Según los datos del DANE, la incidencia de la pobreza en los hogares rurales cuya jefe es una mujer es de 48,6 % (en entornos urbanos es de 41,8 %) y para pobreza extrema el indicador se ubica en 22,5 %, mientras que en lo urbano es de 13 %.
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Las mujeres rurales tienen mayores factores en contra, como el acceso al empleo y las labores del hogar. “Ellas tienen más proporción de trabajo no remunerado, es decir, el trabajo de ellas, en general, en las zonas rurales se reconoce menos que el de los hombres. Las mujeres participan menos en la toma de decisiones, entonces no tienen ningún control sobre los ingresos”, expresa Ángela Penagos, directora del Centro de Investigación y Desarrollo en Sistemas Agroalimentarios de la Universidad de los Andes.
Más allá de las brechas rurales y de género, para los expertos, el que las cifras de pobreza en el campo sigan o no aumentando dependerá, principalmente, de los aprendizajes que queden del efecto de las transferencias monetarias, la recuperación, la generación de empleo y la reactivación del campo, así como de la inversión en ese sector, su conexión con los mercados, el precio de los bienes y el aumento de la rentabilidad de las actividades agrícolas.
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