Hambre, sociedad y economía: los retos de la alimentación en Latinoamérica
Esta semana, la FAO presentó su informe anual acerca del estado del hambre en el mundo. Hablamos con Mario Lubetkin, el representante regional de la FAO, para conocer cuál es el panorama de este fenómeno en la región.
Santiago La Rotta
El número de personas que padece hambre a nivel global se estabilizó en 2022 tras siete años de alza, de acuerdo con un informe clave lanzado esta semana por cinco agencias de la ONU, entre ellas la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés).
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El número de personas que padece hambre a nivel global se estabilizó en 2022 tras siete años de alza, de acuerdo con un informe clave lanzado esta semana por cinco agencias de la ONU, entre ellas la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés).
Si bien el dato se puede ver como un modesto progreso, pareciera insuficiente para cumplir con la meta final de eliminar el hambre para 2030 (uno de los objetivos de desarrollo sostenible).
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Una de las regiones en las que se registraron avances entre 2021 y 2022 fue Latinoamérica, en conjunto con Asia (aunque hubo cifras al alza en Asia occidental).
A pesar de ver una pequeña corrección en las cifras para nuestra región, Mario Lubetkin, el representante regional de la FAO, evita utilizar la palabra mejoría cuando explica las cifras del informe para Latinoamérica. “Creo que hay señales que permiten ver una pequeña luz al final del túnel. Pero no ha habido un cambio en la tendencia que hemos visto en los últimos tres años, de aumento del hambre. Entre la llegada y salida de la pandemia hubo un incremento de 30 % en el hambre”.
Lubetkin también establece unas diferencias claves al hablar de la región y es ver que hay escenarios distintos para diferentes partes del continente. En esencia son tres divisiones: un escenario más positivo en Suramérica, uno que se mantiene similar en Centroamérica y uno negativo en el Caribe (jalonado especialmente por la crisis en Haití).
“En Suramérica hubo una baja de medio punto, pasando de 7 % a 6,5 %. Si hablamos en números absolutos, esto significa que entre 2021 y 2022 salieron del hambre 2,5 millones de personas. Pero también hay que ver que en Latinoamérica hay más de 43 millones de habitantes con hambre”, dice Lubetkin. Y agrega: “De cualquier manera, son números sustanciales”.
Sustancial es un término que puede quedarse corto en este punto.
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En el mundo de las palabras, hambre es un término que suele ir muy por debajo de crecimiento (PIB). Suele mirarse aparte de otras como empleo, clima, energía. Casi siempre va de la mano con pobreza. Y tiende a ser un problema que se le endilga a la Agricultura (así, con mayúsculas).
Pero lo que muestran informes como el de la FAO, es que el panorama del hambre va de la mano con el cambio climático y las transformaciones energéticas, por ejemplo. Lubetkin lo dice claro: si queremos cumplir la meta de hambre cero para 2030 (un horizonte a la vuelta de la esquina, en apenas siete años), se requieren esfuerzos mancomunados, que ya no dependen solamente de los ministros de agricultura, sino también de los de ambiente, economía, comercio exterior, educación.
En la visión de Lubetkin, el panorama de la alimentación está totalmente relacionado con la estabilidad social y económica.
Ver el escenario desde este punto es clave si se tiene en cuenta que no sólo se trata de reducir el hambre, sino de mejorar la nutrición de la población: si se resuelve el primero, pero no el segundo, el problema original regresa.
Y, a su vez, esta perspectiva es aún más necesaria cuando, como dice el informe, se comienzan a ver los vínculos, tensiones y presiones que la migración del campo a la ciudad ejerce no sólo sobre las cadenas de producción de alimentos, sino sobre la nutrición de los habitantes urbanos (especialmente los más pobres y vulnerables).
Para 2050, estima la FAO, siete de cada 10 latinoamericanos vivirán en una zona urbana. Esto pone una presión enorme para pensar cómo se alimentarán. “Del lado los desafíos hay que invertir tendencia a que haya una mayor disponibilidad de comida rápida, ultraprocesada, que algunos llaman chatarra”.
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Lubetkin describe una suerte de ecuación en la que la mayor disponibilidad de comida chatarra no sólo erosiona la salud de los consumidores, sino también empobrece las cadenas de valor de alimentos sanos y frescos, con golpes que sienten especialmente los pequeños agricultores. En suma, un escenario en el que hay empobrecimientos económicos, sociales y de salud. “Ver el reto en positivo abre la discusión a ver cadenas de valor más complejas: generar mayor empleo y variedad de alimentos, lo que va en contrasentido de la comida rápida y procesada”.
A nivel global, hay unos 700 millones de personas que son obesos o tienen sobrepeso, según cifras de la ONU. Y en la región, según Lubetkin, “encontramos que 9 % de los niños menores de 5 años tienen sobrepeso o sufren de obesidad. A nivel global, en esta población, la cifra es de 5,6 %. Estamos hablando del futuro de la población aquí y qué significa esto para los Estados. Esto repercute en el escenario social y económico”.
De cara a lograr la meta para 2030, la FAO habla de medidas como potenciar la conectividad de zonas rurales o implementar políticas y legislación para promover entornos alimentarios que sean saludables. También se habla de mejorar la sostenibilidad en el sistema agroalimentario mediante un adecuado uso de recursos como el agua y las semillas, así como incrementar la relación del productor con la zona en donde produce (establecer lazos, por ejemplo, con comedores estudiantiles, que son grandes consumidores de alimentos).
Lubetkin finaliza diciendo: “La inseguridad alimentaria es un problema que ha venido para quedarse. Tiene que haber una verdadera transformación en los sistemas agroalimentarios y se tiene que actuar con medidas políticas y sociales contundentes. Y esto ha dejado de ser un tema que sólo concierne a los ministros de Agricultura”.
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