El temor a la inflación es una falacia
No hay motivos para creer que la subida de precios en unos cuantos productos alimentarán las expectativas de inflación y generarán un impulso inflacionario.
Leves aumentos de la tasa de inflación en Estados Unidos y Europa han despertado ansiedades en el mercado financiero. ¿La administración del presidente norteamericano, Joe Biden, se ha arriesgado a sobrecalentar la economía con su paquete de rescate de 1,9 billones de dólares y sus planes de gasto adicional para invertir en infraestructura, crear empleo y apoyar a las familias estadounidenses?
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Leves aumentos de la tasa de inflación en Estados Unidos y Europa han despertado ansiedades en el mercado financiero. ¿La administración del presidente norteamericano, Joe Biden, se ha arriesgado a sobrecalentar la economía con su paquete de rescate de 1,9 billones de dólares y sus planes de gasto adicional para invertir en infraestructura, crear empleo y apoyar a las familias estadounidenses?
Esos temores son prematuros, teniendo en cuenta la profunda incertidumbre que todavía enfrentamos. Nunca antes hemos experimentado una desaceleración económica como consecuencia de una pandemia cuyos rasgos distintivos son una recesión desproporcionadamente profunda del sector de servicios, incrementos sin precedentes de la desigualdad y tasas de ahorro en alza. Nadie ni siquiera sabe si se logrará contener el COVID-19 en los países avanzados, mucho menos a nivel global. Al mismo tiempo que se analizan los riesgos, debemos también planificar para enfrentar todo tipo de contingencias. En mi opinión, la administración Biden ha determinado correctamente que los riesgos de hacer demasiado poco superan con creces los riesgos de hacer de más.
Asimismo, gran parte de la presión inflacionaria actual surge de los cuellos de botella de corto plazo del lado de la oferta, que son inevitables cuando se reinicia una economía que ha estado temporariamente cerrada. No carecemos de la capacidad global para fabricar autos o semiconductores; pero cuando todos los autos nuevos usan semiconductores, y la demanda de autos está atascada en la incertidumbre (como durante la pandemia), la producción de semiconductores se reducirá. En términos más generales, coordinar todos los insumos de producción en una economía global integrada y compleja es una tarea inmensamente difícil que por lo general damos por sentada porque las cosas funcionan bien, y porque la mayoría de los ajustes son “en el margen”.
Ahora que el proceso normal se ha interrumpido, habrá contratiempos y estos se traducirán en aumentos de precios para un producto u otro. Pero no hay motivos para creer que estos movimientos alimentarán las expectativas de inflación y así generarán un impulso inflacionario, especialmente si se considera el exceso de capacidad general en todo el mundo. Vale la pena recordar que hasta hace muy poco algunos de quienes hoy advierten sobre inflación por una demanda excesiva hablaban de “estancamiento secular” producto de una demanda agregada insuficiente (inclusive a una tasa de interés cero).
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En un país con profundas desigualdades de larga data que quedaron expuestas y se exacerbaron por la pandemia, un mercado laboral restringido es justo lo que ordenó el médico. Cuando la demanda de mano de obra es sólida, los salarios en la base aumentan y se hace ingresar a los grupos marginados en el mercado laboral. Por supuesto, la restricción exacta del mercado laboral actual de Estados Unidos es una cuestión de cierto debate, dados los informes de escasez de mano de obra a pesar de que el empleo permanece marcadamente por debajo de su nivel previo a la crisis.
Los conservadores culpan por la situación a los beneficios de seguro de desempleo excesivamente generosos. Pero estudios econométricos que comparan la oferta laboral en todos los estados norteamericanos sugieren que estos tipos de efectos que desincentivan a la mano de obra son limitados. Y, en cualquier caso, los beneficios de desempleo ampliados terminarán acabándose en el otoño (boreal), aunque los efectos económicos globales del virus perduren.
En lugar de entrar en pánico por la inflación, deberíamos estar preocupándonos por lo que le sucederá a la demanda agregada cuando los fondos provistos por los paquetes de alivio fiscal se agoten. Muchos de los que están en la base de la distribución de ingresos y riqueza han acumulado grandes deudas –inclusive, en algunos casos, más de un año de atrasos en el pago de la renta, debido a protecciones temporarias contra un desalojo.
Es poco probable que un gasto reducido de los hogares endeudados esté compensado por los que están en la cima, que en su mayoría han acumulado ahorros durante la pandemia. Dado que el gasto en bienes duraderos se mantuvo robusto en los últimos 16 meses, parece probable que las personas pudientes les den a sus ahorros adicionales el mismo trato que durante cualquier otro momento de beneficios inesperados: como algo para ser invertido o gastado lentamente en el curso de muchos años. A menos que haya un nuevo gasto público, la economía podría sufrir una vez más una demanda agregada insuficiente.
Asimismo, aún si las presiones inflacionarias se volvieran realmente preocupantes, tenemos herramientas para amortiguar la demanda (y utilizarlas en verdad fortalecería las perspectivas de largo plazo de la economía). Por empezar, está la política de tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos. Los últimos más de diez años de tasas de interés cercanas a cero no han sido económicamente saludables. El valor de escasez del capital no es cero. Las tasas de interés bajas distorsionan los mercados de capital desatando una búsqueda de rendimientos que conduce a primas de riesgo excesivamente bajas. Regresar a tasas de interés más normales sería algo bueno (aunque los ricos, que han sido los principales beneficiarios de esta era de tasas de interés súper bajas, puedan discrepar).
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Sin duda, algunos analistas miran la apreciación del equilibrio de riesgo de la Fed y temen que no actúe cuando tenga que hacerlo. Pero yo pienso que los pronunciamientos de la Fed han sido inmediatos, y confío en que su posición cambiará si lo hace la evidencia. El instinto de combatir la inflación está embebido en el ADN de los banqueros centrales. Si no ven que la inflación sea el problema clave que actualmente enfrenta la economía, usted tampoco debería hacerlo.
La segunda herramienta son los aumentos impositivos. Garantizar la salud de largo plazo de la economía exige mucha más inversión pública, que habrá que pagar. El ratio impuestos-PIB de Estados Unidos es excesivamente bajo, especialmente considerando las enormes desigualdades del país. Existe una necesidad urgente de una tributación más progresiva, para no mencionar más impuestos ambientales para lidiar con la crisis climática. Dicho esto, es perfectamente entendible que haya una actitud dubitativa a la hora de sancionar nuevos impuestos mientras la economía sigue en un estado precario.
Deberíamos reconocer el actual “debate sobre inflación” por lo que es: una falacia que está siendo planteada por quienes obstruirían los esfuerzos de la administración Biden por abordar algunos de los problemas más fundamentales de Estados Unidos. El éxito requerirá más gasto público. Estados Unidos es lo suficientemente afortunado de tener un liderazgo económico que no sucumbirá al intento de sembrar miedo.
* Premio Nobel de Economía, es profesor en la Universidad de Columbia y miembro de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional.
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