La tormenta perfecta para una crisis alimentaria: inflación, clima y guerra
La guerra en Ucrania ha imposibilitado la salida de unos 20 millones de toneladas de grano que deben llegar a los mercados globales, con especial urgencia en países emergentes y en desarrollo.
De acuerdo con las autoridades rusas, el puerto ucraniano de Mariúpol regresó a su operación normal, luego de que los militares rusos terminaran por tomarse la ciudad en medio de un sitio que, durante semanas, produjo muertos en ambos bandos.
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De acuerdo con las autoridades rusas, el puerto ucraniano de Mariúpol regresó a su operación normal, luego de que los militares rusos terminaran por tomarse la ciudad en medio de un sitio que, durante semanas, produjo muertos en ambos bandos.
La reapertura del puerto, de ser cierta, es un paso clave para comenzar a desbloquear las exportaciones de granos ucranianos. Vale la pena mencionar que Ucrania es uno de los principales exportadores de productos agrícolas como trigo, que a su vez es la piedra angular de la alimentación en una larga lista de países (especialmente en economías emergentes y en desarrollo). Además de esto, este país también es una parte importante en la producción de maíz y aceite de girasol (los aceites vegetales han subido de precio globalmente en el último año).
Para este punto de la guerra de Rusia en Ucrania, que ya pasó de los tres meses de duración, se estima que hay unos 20 millones de toneladas de granos atrapadas en puertos ucranianos por cuenta del bloqueo que llevan a cabo los militares rusos.
Las cadenas logísticas de la producción de alimentos ya arrastraban tensiones antes de la invasión rusa, pero el bloqueo a uno de los principales productores de granos a nivel mundial termina de añadir presión a un problema que bien puede traer consecuencias globales catastróficas, especialmente para los países más vulnerables económicamente, o afectados por eventos climáticos. O ambos, como el caso de Somalia.
El país africano soporta su peor sequía en 40 años, luego de que las lluvias no llegaran durante cuatro temporadas seguidas, de acuerdo con cálculos de las Naciones Unidas (ONU). En este punto, la ONU estima que unos seis millones de somalíes no pueden sobrevivir sin ayudas de este tipo de organizaciones.
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Las palabras Somalía y sequía suelen traer recuerdos de la hambruna de 2011, una de las peores a nivel global en la historia reciente. En ella murieron más de 250.000 personas por falta de acceso a comida y bebida; la mayoría de estas víctimas fueron niños de menos de cinco años, según cálculos de la propia ONU.
Hasta ahora, buena parte de la preocupación por los efectos colaterales de la guerra en Ucrania se ha centrado en las afectaciones al mercado energético global (con especial énfasis en Europa). Las subidas en combustibles no sólo presentan nuevas presiones económicas en países que aún se encuentran saliendo de las espirales de destrucción de la pandemia, sino que alimentan la inflación en todo el mundo.
Pero en la medida en la que el cambio de estaciones aligera la dependencia del gas ruso, el foco ha girado hacia los impactos en el suministro global de alimentos, que no es poca cosa. Si la situación en los puertos ucranianos no se resuelve “estaremos ante un problema complejo porque los depósitos pueden estar llenos, pero si no hay barcos que los transporten podremos ver situaciones de hambre alrededor del mundo”, anticipó el jefe del Programa Mundial de Alimentos (PMA), David Beasley.
Las declaraciones de Beasley se dieron como parte de la reunión del Foro Económico Mundial, en Davos (Suiza), en donde la guerra en Ucrania ha sido el centro de atención del encuentro. “Se puede imaginar lo que sucede cuando el país que es el proveedor de pan del mundo, que es capaz de alimentar a 400 millones de personas, está en guerra. Es una crisis absoluta”, dijo Beasley.
El funcionario aseguró que, además del impacto en la vida de millones de personas, una crisis alimentaria termina por desestabilizar el escenario geopolítico mundial a través de guerras y migraciones masivas.
¿Cómo llegamos acá?
Según el Programa Mundial de Alimentos (PMA), unos 193 millones de personas en todo el mundo sufren inseguridad alimentaria aguda, debido en parte a las presiones sobre los mercados alimentarios mundiales que se han ido acumulando desde hace tiempo. El aumento de los precios de la energía en 2021 hizo subir los costos de los fertilizantes y los combustibles que necesitan los agricultores. El clima seco arruinó las cosechas en grandes países productores de alimentos como Brasil, Estados Unidos y Canadá. Los retrasos en el transporte marítimo causados por la pandemia han perturbado el comercio.
La invasión rusa a Ucrania ha agravado la crisis. Antes de la guerra, ambos países representaban casi el 30 % del trigo comercializado a nivel mundial. Ucrania proporcionaba aproximadamente la mitad de las exportaciones mundiales de aceite de girasol y Rusia una octava parte de las de fertilizantes. Las sanciones contra Rusia han elevado aún más los precios de la energía, encareciendo aún más los fertilizantes.
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Las consecuencias globales de una guerra prolongada podrían ser nefastas. Los elevados costos de los insumos podrían disuadir a muchos pequeños agricultores de plantar más, impidiendo que la oferta satisfaga la demanda y aumentando la volatilidad. Con el fortalecimiento del dólar, muchos países tendrán dificultades para pagar las importaciones clave de alimentos y combustible. Los aumentos de precios y la escasez podrían provocar disturbios, como ocurrió durante la Primavera Árabe de 2011, y llevar a millones de personas a la pobreza extrema.
Lecciones de historia
Además de tener un impacto en asuntos como nutrición y desigualdad (por sólo mencionar dos aspectos obvios), los precios de los alimentos pueden tener un componente extra de análisis por su rol en crisis y revoluciones sociales.
Hay una amplia gama de miradas que señalan hacia el elevado costo del trigo y el pan como parte del combustible detrás de las primaveras árabes, los movimientos de revueltas que se dieron principalmente en 2011, que terminaron tumbando presidentes y cambiando poderes regionales en países como Egipto, Túnez o Libia.
Aunque el veredicto histórico alrededor de estos movimientos suele ser más gris que blanco y negro, lo que sí resulta claro para académicos como Rami Zurayk, catedrático de la American University de Beirut (Líbano), es que los altos precios de la comida sí fueron un factor de movilización para la gente.
Esto cobra más relevancia si se tiene en cuenta que, según estadísticas del Banco Mundial, en las últimas dos décadas, más de 50 % de la comida que se consume en el Medio Oriente y el Norte de África es importada.
¿Qué hacer?
Lo primero es resolver el bloqueo de los puertos ucranianos. Esta semana, Rusia dijo estar dispuesta a negociar un corredor humanitario en el mar Negro para los barcos con cereales bloqueados en los puertos de Ucrania. Esto, a cambio del levantamiento de algunas de las sanciones impuestas contra los rusos por la invasión.
“Más de una vez hemos declarado que la solución del problema alimentario exige un enfoque global, que tiene que ver con el levantamiento de las sanciones a la exportaciones y las transacciones financieras”, dijo el viceministro de Exteriores de Rusia Andréi Rudenko, citado por la agencia Interfax.
A su vez, el gobierno de Turquía se encuentra en conversaciones para abrir un corredor de salida para los granos ucranianos a través del Bósforo, de acuerdo con información publicada por el diario inglés The Guardian.
Estos posibles avances llegan en medio de las acusaciones que lanzó la ministra de Relaciones Exteriores del Reino Unido, Lizz Truss, quien aseguró que el presidente ruso, Vladimir Putin, está utilizando el hambre como un arma de guerra.
Las declaraciones de Truss van de la mano con acusaciones, hechas por varios países occidentales, que asegura que Rusia está robando cereales ucranianos para transportarlos hasta Crimea. Esto ha sido negado por el gobierno ruso.
Por otro lado, hay un trecho por recorrer en coordinación mundial para no acaparar la producción de alimentos, lo que terminaría por agravar la logística global de distribución de comida, como ya ha advertido la ONU.
Los Gobiernos están agravando el problema con el proteccionismo. Desde la invasión de Ucrania, al menos 20 países han impuesto restricciones a las exportaciones de alimentos, que abarcan alrededor del 17 % de las calorías comercializadas en todo el mundo, incluida la decisión de Indonesia de bloquear los cruciales envíos de aceite de palma. Estas restricciones corren el riesgo de desencadenar un efecto cascada y hacer subir los precios para todos: se calcula que representaron el 13% del alza mundial de los precios de los alimentos durante la crisis alimentaria de 2008-11.
Así mismo, aunque los países occidentales se centran, con razón, en ayudar a Ucrania a defenderse, también tendrán que aumentar la ayuda al mundo en desarrollo. Los países pobres, que ya están al límite de su capacidad fiscal para hacer frente a la pandemia, necesitan ayuda para subvencionar los fertilizantes, fortalecer las redes de seguridad y reforzar sus situaciones macroeconómicas. Además de la ayuda directa, el G20 puede hacer un seguimiento a las promesas de reasignar US$100.000 millones en los llamados derechos especiales de giro del Fondo Monetario Internacional a las naciones vulnerables, y facilitarles la búsqueda de alivio de la deuda.
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