Las presiones a la vivienda en Latinoamérica durante 2024, según ONU-Hábitat
Elkin Velásquez, director regional para América Latina y el Caribe de ONU-Hábitat, expone experiencias exitosas de urbanización sostenible en la región e insta a los países a avanzar en temas como pobreza y desigualdad a través de la transformación de barrios.
Daniel Felipe Rodríguez Rincón
Los barrios marginales, los asentamientos informales y la vivienda precaria alojan a cerca de 1.000 millones de personas en todo el mundo y son las manifestaciones más evidentes de la pobreza urbana y la desigualdad.
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Los barrios marginales, los asentamientos informales y la vivienda precaria alojan a cerca de 1.000 millones de personas en todo el mundo y son las manifestaciones más evidentes de la pobreza urbana y la desigualdad.
Teniendo en cuenta que en Latinoamérica el 82 % de la población vive en ciudades, centros urbanos o sus periferias, según las Naciones Unidas, la respuesta a la pregunta sobre qué hacer para promover la vivienda de calidad cae en los terrenos del desarrollo urbano.
Desde hace algunos años, ONU-Hábitat, el Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos, viene promoviendo una nueva agenda urbana, cuyo principio es que es momento de darle una perspectiva más integral, multidimensional si se quiere, a las cuestiones habitacionales.
Elkin Velásquez, director regional para América Latina y el Caribe de ONU-Hábitat, habla sobre la necesidad de generar modelos de vivienda más accesible y asequible, así como expone algunas experiencias de países en la región en materia de urbanización sostenible.
A su criterio, ¿qué presiones tendrá la vivienda en la región durante 2024?
Si por presiones se refiere a la perspectiva de la demanda, esta seguirá siendo creciente en América Latina y el Caribe por dos motivos.
Primero, nuestra población sigue creciendo, así sea de manera lenta. Segundo, porque la composición de las familias sigue cambiando; en términos generales, ya tenemos más demanda de viviendas unipersonales, si se quiere, o para familias muy pequeñas. Entonces la presión sobre la demanda va a seguir creciendo.
En paralelo, tenemos una situación de pobreza en la región, como nos lo muestran los datos de la Cepal, que debemos seguir trabajando para retomar la senda de reducción.
Buena parte de esa pobreza, que es multidimensional, está relacionada con la falta de acceso a vivienda adecuada. Entonces el tema de la vivienda social se hace relevante, porque responde a una gran demanda.
Unos cálculos rápidos: una de cada cinco familias en la región vive en lo que consideramos vivienda inadecuada, y esa vivienda precaria está determinada por la dificultad para contar con características como acceso a servicios básicos y, por supuesto, cuestiones de habitabilidad, es decir, que la estructura cuente con estándares mínimos necesarios.
Pero cuando hablamos de vivienda adecuada no solamente hablamos de muros, puerta, techo y ventanas, sino que hablamos de adaptabilidad al contexto geográfico, climático; estamos hablando de la proximidad a una serie de funciones esenciales que deben ofrecer las ciudades: acceso a salud y educación de calidad, acceso a posibilidades de esparcimiento -esto último es espacios públicos-, acceso a seguridad alimentaria para los más pobres, acceso a suministros y otro tipo de bienes y servicios para familias más acomodadas.
Estamos hablando también de proximidad a las funciones esenciales de la ciudad, acceso al trabajo.
Hoy estamos concibiendo la vivienda más allá de paredes y techos, lo que también llama a una evolución en las políticas de vivienda.
Fíjese que nosotros seguimos midiendo la vivienda con indicadores antiguos. En México lo llamamos el rezago; en Colombia lo llamamos el déficit. Esta es la puerta de entrada para esta nueva perspectiva de vivienda y hábitat: la “proximidad feliz”.
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En esta época tan dada a los balances, a examinar qué se logró y qué no, ¿cómo están los países de la región en eso que ONU-Hábitat llama “urbanización sostenible”?
En la región se ha hecho mucho, pero queda muchísimo por hacer. Si uno se remite a lo que es el avance de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en América Latina y el Caribe, estamos bien encaminados, pero muy atrasados, avanzando muy lentamente. Eso vale también para los temas relacionados con la nueva agenda urbana.
Y es que la región entiende que hay que avanzar hacia ciudades sostenibles, incluyentes, más seguras. Lo que ocurre es que no habrá los cambios finales que queremos si no reforzamos el trabajo del día a día. Hay buenas noticias en ciudades y territorios que nos muestran el camino.
El ciclo económico actual se ha sentido especialmente en la construcción y pareciera que ese horizonte de “vivienda adecuada y asequible” hoy tiene más obstáculos. ¿Qué reflexión puede hacer sobre la calidad actual de la vivienda?
La experiencia lo que nos muestra es que cuando la vivienda no se construye de manera adecuada, es decir, con las condiciones de habitabilidad, de cercanía y proximidad a servicios básicos; de cercanía y proximidad al trabajo, con adaptación climática, geográfica y ambiental, hay problemas.
Una solución de vivienda no es solamente construir un gran lote de viviendas. Hay que garantizar todos los elementos. La evidencia son los grandes fracasos de vivienda masiva en América Latina y el Caribe.
Un país como México llegó a tener cinco millones de viviendas desocupadas, abandonadas. Ese es el resultado de un modelo fracasado de provisión de bienes e infraestructuras con carácter social como la vivienda.
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Todo eso viene con una necesidad en términos de innovación financiera, ¿cuál es el modelo de negocio apropiado para la vivienda de carácter social?
Estos son algunos de los cuellos de botella que tenemos en la región para generar vivienda social adecuada.
¿Cuáles son esos temas que, en materia de vivienda y hábitat, deberían tener un papel más relevante en la agenda de los países de la región para este nuevo año?
Hay una combinación de lecturas. Si uno analiza la perspectiva de los grandes donantes en cooperación para el desarrollo, América Latina y el Caribe va a focalizarse en temas como las transiciones: la transición verde, la transición energética, la transición energética.
Entonces, seguramente, vamos a notar una mejor dinámica en la región en términos de vivienda y cambio climático, en términos de ciudad y acción climática, en términos de soluciones basadas en naturaleza, tanto para el desarrollo urbano, como para la atención de las necesidades de vivienda social.
Y hay una mirada complementaria, que emerge más desde el territorio, producto de lo que un conversa día a día con alcaldes y comunidades; es lo que tiene que ver con la pobreza y desigualdad.
Todo esto tiene una cara: el acceso a la vivienda. Todavía necesitamos trabajar más para hacer realidad el acceso a la vivienda y, de nuevo, desde una perspectiva multidimensional: no a la vivienda de muros y techos, sino a la vivienda adecuada, aquella que cuenta con todas las funciones básicas de la ciudad en proximidad.
¿Se trata entonces de desarrollar barrios sostenibles? La respuesta es sí. Un tema clave será la transformación de barrios, desde los más precarios, los de mayores deficiencias, para no dejar a nadie atrás.
Cuénteme algunas buenas experiencias de ciudades que decidieron abordar esas desigualdades tan persistentes a través de la urbanización sostenible.
Yo siempre me remito a casos como el de Iztapalapa, en Ciudad de México, con su solución de las ‘Utopías’, parecidas a las Unidades de Vida Articulada (UVAs) en Medellín o los ‘Compaz’ en Recife, Brasil.
Básicamente, son unidades de infraestructura de oferta de servicios a las comunidades más pobres. Han aplicado el principio de ser ‘one stop centers’, es decir, apostarle a la convergencia, la concurrencia de esos servicios en el mismo espacio físico.
Se han desarrollado en barrios vulnerables. Lo que uno encuentra en estas ‘Utopías’, UVAs o ‘Compaz’ es una serie de servicios sociales, de deporte, de salud, todos en el mismo sitio, lo que quiere decir que las personas no tienen que invertir tiempo en desplazarse.
Esto, definitivamente, ayuda a hacer más con menos. Es decir, se vuelven un instrumento para materializar la política pública de forma mucho más eficiente, porque soluciona varios problemas en la misma infraestructura.
Los ‘Compaz’, en Brasil, tienen un elemento adicional: ayudan a construir convivencia, porque se dan en sitios donde hay criminalidad, donde hay jóvenes involucrados en actividades controladas por actores del crimen organizado.
Allí los jóvenes encuentran un espacio para, de alguna manera, orientar su atención a temas de construcción de integridad personal y construcción de comunidad.
Y en las barriadas de Medellín se tomaron unas infraestructuras preexistentes, públicas, y se transformaron en sitios para la oferta de servicios: las UVAs, que ayudan a construir sentido de tangibilidad.
Uno de los temas clave en la lucha contra la pobreza y en el mejoramiento integral de es que, a veces, lo que se hace no se puede ver. Se invierte, pero no se toca lo físico. En las UVAs se toca lo físico y eso ayuda a construir adhesión a la institucionalidad por parte de las comunidades.
Estos modelos se han esparcido. La historia le tendrá un lugar muy especial a la alcaldesa Claudia López, en Bogotá, con su planteamiento de ciudad cuidadora y materializado en las manzanas del cuidado.
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Desde un ángulo de desarrollo económico, a mí me gusta resaltar lo que ocurre en ciudades como Monterrey, en México, donde el TEC ha hecho inversiones para renovación urbana, logrando espacios que permiten la instalación de startups. Creando así “distritos de innovación”.
En la transformación de barrios, hablemos de Río de Janeiro, que tiene una tradición larga de impactos positivos en intervenciones integrales en favelas, y Curridabat, en Costa Rica, es un municipio que es ícono de cómo abordar el mejoramiento integral en áreas que eran precarias.
Y ahí aparecen otros referentes como Argentina, con su trabajo en las villas pobreza en la provincia de Buenos Aires, con grandes intervenciones como en la Villa 31, en Quilmes, que han permitido el mejoramiento multidimensional de la calidad de vida.
Podría pensarse que, con las presiones macroeconómicas actuales, las familias están siendo empujadas hacia la vivienda en arriendo. ¿Cree que la vivienda en alquiler merece una importancia mayor en las políticas habitacionales?
Lo que creemos en ONU-Hábitat es que hay generar esquemas y modelos de accesibilidad y asequibilidad para la vivienda.
Países como Uruguay tienen un modelo exitoso de vivienda en alquiler y Jamaica o Chile ya han iniciado ese camino.
Hay algo que es cultural y es que América Latina ha seguido una tradición de que todos debemos tener una vivienda propia, porque de alguna manera se ha “patrimonializado” la vivienda en propiedad.
Pero si uno se va a países europeos, lo que uno encuentra es que hay una gran porción de hogares que acceden a vivienda en alquiler. Entre otras cosas, porque acceder a un inmueble propio puede implicar sobregastos y sobrecostos. Entonces en esos países se ha privilegiado tener un ‘stock’ de vivienda social en alquiler.
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Lo que puedo decir es que en América Latina y el Caribe la vivienda en alquiler es un área de oportunidad por explorar. Una vez más, se necesita una mirada conjunta entre gremios, sector privado y sector público para incrementar el acceso a vivienda, y lo que está claro es que muchas familias pueden acceder a una vivienda mejor localizada, con mejores estándares, a un inmueble más cercano al estándar universal de vivienda adecuada a través del alquiler.
Definitivamente, es un tema positivo para el futuro del acceso a la vivienda en América Latina y el Caribe.
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