Los problemas del mercado laboral que no se solucionan con el salario mínimo
La discusión sobre el mínimo acapara una atención mediática que no va en línea con los alcances limitados de este debate. ¿Por qué pesa tanto el mínimo en la agenda nacional? Reunión del pleno de la mesa de concertación programada para este jueves fue cancelada.
Mauricio Salazar Sáenz *
Año tras año, Colombia se sumerge en una profunda discusión sobre el aumento del salario mínimo. Por lo general, los sindicatos comienzan solicitando el doble de la tasa de inflación, las empresas ofrecen menos de la tasa de inflación, y al final, el ajuste suele terminar ligeramente por encima de la inflación. Unos y otros evaluarán el bienestar de los trabajadores. En Colombia, también se debate mensualmente el comportamiento de la tasa de desempleo. Si disminuye, el gobierno de turno proclama los logros de su política económica y su eficiencia gubernamental. Si aumenta, la oposición capitaliza puntos electorales, alegando la ineficacia de las políticas económicas.
Las dos variables más observadas en el país, el salario mínimo y la tasa de desempleo, parecen ser como evaluar la salud de un individuo solo mirando su cabeza y revisando únicamente la presión arterial. El cuerpo es mucho más grande y complejo, y las conexiones entre sus sistemas merecen una evaluación más detallada para comprender la salud del individuo. Además, una evaluación holística nos permitiría identificar el mejor conjunto de políticas para mejorar la salud de un cuerpo laboral que deja a más de la mitad de los trabajadores en la informalidad, a menos de la mitad ganando menos del salario mínimo, con más del 40% de los trabajadores en autoempleo y una tasa nacional de pobreza monetaria de alrededor del 36 %.
Lea también: Salario mínimo: ¿un nuevo intento para concertar el aumento?
¿Cuáles son las interconexiones entre todos estos indicadores? En primer lugar, al suscribir un contrato laboral formal, el salario mínimo actúa como referencia para las cotizaciones sociales y solo en casos excepcionales se pueden recibir algunas prestaciones sociales para personas que ganan menos de un salario mínimo. Es decir, el salario mínimo actúa como la puerta de entrada para las protecciones laborales.
Además, ganar el salario mínimo y ser formal garantiza en Colombia la promesa de ganar más a medida que los trabajadores envejecen; por lo tanto, los salarios promedio de los trabajadores formales son mayores que el salario mínimo. Adicionalmente, la mayoría de los trabajadores formales logran pensionarse. Por otro lado, los informales ganan en promedio menos del salario mínimo, ganan menos a medida que envejecen y las mujeres informales ganan aún menos salarios en promedio. Esto ilustra que la puerta de entrada, que es el salario mínimo, excluye a una gran cantidad de trabajadores.
Dado que los salarios solo aumentan con la edad en la formalidad se podría pensar que, si la puerta de entrada es más accesible, las dinámicas salariales de los trabajadores que logren este tipo de contratación deberían mejorar con la edad. Esta lógica es la que subyace a los contratos de aprendices vigentes, buscando crear un entorno en el cual los jóvenes (un grupo con alto desempleo) ganen inicialmente salarios menores al mínimo, pero posibilitando el insertarse a un mundo laboral con mayores protecciones y con aumentos futuros de los ingresos.
Dentro de los factores que se utilizan para actualizar el salario mínimo se encuentran la inflación y la productividad laboral. La primera se utiliza para preservar el poder adquisitivo de los trabajadores, y la segunda para remunerarlos por su eficiencia. Con la información anterior, parece que la productividad solo crece con la edad en la formalidad. En Colombia, solo en la informalidad, el costo del trabajo es igual a lo que recibe el trabajador; en la formalidad (que incluye la prestación de servicios), esto no es cierto debido a las prestaciones sociales. Esta característica hace que cuando empleados y empleadores se refieren al salario mínimo, cada uno se refiere a cosas diferentes y mientras los formales discuten esas dimensiones con sus empleadores, a los informales nadie les está negociando los aumentos y sus salarios dependen de su productividad para generar ingresos día a día. Toda la discusión anterior entre líneas nos establece conexiones entre el salario mínimo y los salarios que el resto de la economía está percibiendo, pues quienes no caben por la puerta de entrada en promedio ganan menos de un mínimo.
Ahora hablemos de la tasa de desempleo. Esta es una medida que nos indica de los que quieren trabajar, cuántos efectivamente no tienen empleo. Querer trabajar no necesariamente implica poder hacerlo, por lo que este indicador se utiliza para hablar de la capacidad de un mercado laboral para generar empleo. En la economía, también encontramos a los no participantes: personas que, por diversas razones, no quieren trabajar. Así, la tasa de desempleo puede disminuir si los desempleados encuentran empleo (de cualquier calidad) o si deciden no participar.
Lea también: Gobierno pide a Corte Constitucional que revise fallo sobre impuesto a regalías
En momentos de crisis económicas, es común que los desempleados opten por no participar, cansados de un mercado laboral sin empleo. Esta reducción de la tasa de desempleo no es una buena noticia. Otras reducciones del desempleo que no son tan buenas noticias ocurren cuando los empleos creados son de baja calidad o cuando los jóvenes tienen que emplearse, alejándose del sistema educativo y reduciendo sus habilidades futuras para mejores salarios.
Buscando otros indicadores, Colombia se encuentra en el rango medio de informalidad en América Latina, pero, tenemos demasiados trabajadores autoempleados. Esto, junto con las altas tasas de desempleo, nos indica que los colombianos no encuentran muchos empleadores y los que no tienen empleo o continúan buscando trabajo o establecen emprendimientos donde el empleador y el empleado son la misma persona, y en promedio se gana menos del salario mínimo.
Desde mayo, la reducción de la tasa de desempleo a menos del 10% tiene un sabor agridulce ante un contexto de desaceleración económica. Las comparaciones anuales de los datos de octubre del DANE nos informan que aumentaron los trabajadores que ganan menos de un salario mínimo (mala noticia) y los trabajadores que ganan entre 1 y 2 salarios mínimos (buena noticia). También aumentó la cantidad de empleados hombres (buena noticia), y del aumento del empleo femenino, las dos categorías que aumentaron fueron las empleadas (buena noticia) y las autoempleadas (mala noticia).
Todo este contexto nos invita a reflexionar y negociar el salario mínimo considerando todos los posibles efectos que este tiene en la economía de los hogares y las diversas dimensiones del mercado laboral.
Como sociedad, deberíamos trabajar hacia la desindexación de todas las dependencias actuales del salario mínimo y considerar el uso de otra medida, como la Unidad de Valor Tributario (UVT), o explorar la creación de otra. El salario mínimo debería ser sólo eso: el salario mínimo. No tiene sentido que mientras negociemos el mínimo, estemos también hablando de multas de tránsito o del aumento de salarios integrales. Al adoptar esta perspectiva, la mesa de concertación se centraría en pensar verdaderamente en los trabajadores informales, en cómo el mercado laboral puede contribuir a reducir la tasa de pobreza y asegurar que los salarios futuros aumenten para todos a medida que se acumula edad y experiencia. En la actualidad, existen incentivos perversos en la negociación: algunos sindicalizados con salarios integrales (indexados al salario mínimo) no solo están considerando el panorama económico en su conjunto, sino también sus propios beneficios.
Lea también: ¿Qué es la nueva UVB y por qué regirá el alza de trámites y servicios en 2024?
Con todo lo anterior, es un supuesto que aumentar desproporcionalmente el salario mínimo mejora el bienestar de todos los trabajadores. En realidad, mejorará el bienestar de aquellos quienes logren seguir teniendo contratos formales en el siguiente año. Mientras, los demás colombianos estarán sin ajustes salariales, siendo o informales o desempleados o no participantes.
* Director de empleo y protección social del Observatorio Fiscal de la U. Javeriana.
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Año tras año, Colombia se sumerge en una profunda discusión sobre el aumento del salario mínimo. Por lo general, los sindicatos comienzan solicitando el doble de la tasa de inflación, las empresas ofrecen menos de la tasa de inflación, y al final, el ajuste suele terminar ligeramente por encima de la inflación. Unos y otros evaluarán el bienestar de los trabajadores. En Colombia, también se debate mensualmente el comportamiento de la tasa de desempleo. Si disminuye, el gobierno de turno proclama los logros de su política económica y su eficiencia gubernamental. Si aumenta, la oposición capitaliza puntos electorales, alegando la ineficacia de las políticas económicas.
Las dos variables más observadas en el país, el salario mínimo y la tasa de desempleo, parecen ser como evaluar la salud de un individuo solo mirando su cabeza y revisando únicamente la presión arterial. El cuerpo es mucho más grande y complejo, y las conexiones entre sus sistemas merecen una evaluación más detallada para comprender la salud del individuo. Además, una evaluación holística nos permitiría identificar el mejor conjunto de políticas para mejorar la salud de un cuerpo laboral que deja a más de la mitad de los trabajadores en la informalidad, a menos de la mitad ganando menos del salario mínimo, con más del 40% de los trabajadores en autoempleo y una tasa nacional de pobreza monetaria de alrededor del 36 %.
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¿Cuáles son las interconexiones entre todos estos indicadores? En primer lugar, al suscribir un contrato laboral formal, el salario mínimo actúa como referencia para las cotizaciones sociales y solo en casos excepcionales se pueden recibir algunas prestaciones sociales para personas que ganan menos de un salario mínimo. Es decir, el salario mínimo actúa como la puerta de entrada para las protecciones laborales.
Además, ganar el salario mínimo y ser formal garantiza en Colombia la promesa de ganar más a medida que los trabajadores envejecen; por lo tanto, los salarios promedio de los trabajadores formales son mayores que el salario mínimo. Adicionalmente, la mayoría de los trabajadores formales logran pensionarse. Por otro lado, los informales ganan en promedio menos del salario mínimo, ganan menos a medida que envejecen y las mujeres informales ganan aún menos salarios en promedio. Esto ilustra que la puerta de entrada, que es el salario mínimo, excluye a una gran cantidad de trabajadores.
Dado que los salarios solo aumentan con la edad en la formalidad se podría pensar que, si la puerta de entrada es más accesible, las dinámicas salariales de los trabajadores que logren este tipo de contratación deberían mejorar con la edad. Esta lógica es la que subyace a los contratos de aprendices vigentes, buscando crear un entorno en el cual los jóvenes (un grupo con alto desempleo) ganen inicialmente salarios menores al mínimo, pero posibilitando el insertarse a un mundo laboral con mayores protecciones y con aumentos futuros de los ingresos.
Dentro de los factores que se utilizan para actualizar el salario mínimo se encuentran la inflación y la productividad laboral. La primera se utiliza para preservar el poder adquisitivo de los trabajadores, y la segunda para remunerarlos por su eficiencia. Con la información anterior, parece que la productividad solo crece con la edad en la formalidad. En Colombia, solo en la informalidad, el costo del trabajo es igual a lo que recibe el trabajador; en la formalidad (que incluye la prestación de servicios), esto no es cierto debido a las prestaciones sociales. Esta característica hace que cuando empleados y empleadores se refieren al salario mínimo, cada uno se refiere a cosas diferentes y mientras los formales discuten esas dimensiones con sus empleadores, a los informales nadie les está negociando los aumentos y sus salarios dependen de su productividad para generar ingresos día a día. Toda la discusión anterior entre líneas nos establece conexiones entre el salario mínimo y los salarios que el resto de la economía está percibiendo, pues quienes no caben por la puerta de entrada en promedio ganan menos de un mínimo.
Ahora hablemos de la tasa de desempleo. Esta es una medida que nos indica de los que quieren trabajar, cuántos efectivamente no tienen empleo. Querer trabajar no necesariamente implica poder hacerlo, por lo que este indicador se utiliza para hablar de la capacidad de un mercado laboral para generar empleo. En la economía, también encontramos a los no participantes: personas que, por diversas razones, no quieren trabajar. Así, la tasa de desempleo puede disminuir si los desempleados encuentran empleo (de cualquier calidad) o si deciden no participar.
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En momentos de crisis económicas, es común que los desempleados opten por no participar, cansados de un mercado laboral sin empleo. Esta reducción de la tasa de desempleo no es una buena noticia. Otras reducciones del desempleo que no son tan buenas noticias ocurren cuando los empleos creados son de baja calidad o cuando los jóvenes tienen que emplearse, alejándose del sistema educativo y reduciendo sus habilidades futuras para mejores salarios.
Buscando otros indicadores, Colombia se encuentra en el rango medio de informalidad en América Latina, pero, tenemos demasiados trabajadores autoempleados. Esto, junto con las altas tasas de desempleo, nos indica que los colombianos no encuentran muchos empleadores y los que no tienen empleo o continúan buscando trabajo o establecen emprendimientos donde el empleador y el empleado son la misma persona, y en promedio se gana menos del salario mínimo.
Desde mayo, la reducción de la tasa de desempleo a menos del 10% tiene un sabor agridulce ante un contexto de desaceleración económica. Las comparaciones anuales de los datos de octubre del DANE nos informan que aumentaron los trabajadores que ganan menos de un salario mínimo (mala noticia) y los trabajadores que ganan entre 1 y 2 salarios mínimos (buena noticia). También aumentó la cantidad de empleados hombres (buena noticia), y del aumento del empleo femenino, las dos categorías que aumentaron fueron las empleadas (buena noticia) y las autoempleadas (mala noticia).
Todo este contexto nos invita a reflexionar y negociar el salario mínimo considerando todos los posibles efectos que este tiene en la economía de los hogares y las diversas dimensiones del mercado laboral.
Como sociedad, deberíamos trabajar hacia la desindexación de todas las dependencias actuales del salario mínimo y considerar el uso de otra medida, como la Unidad de Valor Tributario (UVT), o explorar la creación de otra. El salario mínimo debería ser sólo eso: el salario mínimo. No tiene sentido que mientras negociemos el mínimo, estemos también hablando de multas de tránsito o del aumento de salarios integrales. Al adoptar esta perspectiva, la mesa de concertación se centraría en pensar verdaderamente en los trabajadores informales, en cómo el mercado laboral puede contribuir a reducir la tasa de pobreza y asegurar que los salarios futuros aumenten para todos a medida que se acumula edad y experiencia. En la actualidad, existen incentivos perversos en la negociación: algunos sindicalizados con salarios integrales (indexados al salario mínimo) no solo están considerando el panorama económico en su conjunto, sino también sus propios beneficios.
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Con todo lo anterior, es un supuesto que aumentar desproporcionalmente el salario mínimo mejora el bienestar de todos los trabajadores. En realidad, mejorará el bienestar de aquellos quienes logren seguir teniendo contratos formales en el siguiente año. Mientras, los demás colombianos estarán sin ajustes salariales, siendo o informales o desempleados o no participantes.
* Director de empleo y protección social del Observatorio Fiscal de la U. Javeriana.
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