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Con las cifras de pobreza multidimensional, que fueron publicadas este jueves por el DANE, es posible pintar un panorama más completo, y complejo, de cómo ha evolucionado el bienestar de los colombianos en medio de la reactivación económica luego del impacto más fuerte de la pandemia.
Primero hay que decir que los números del DANE reflejan una recuperación en la pobreza multidimensional en todos sus dominios, es decir, tanto en los totales nacionales como en los resultados para las ciudades y el campo.
Para 2021, la pobreza multidimensional bajó en el país, pues pasó de afectar al 18 % de la población al 16 %. Esta disminución implica que Colombia pasó de tener 9,04 millones de personas en esta situación en 2020 a 8,078 millones de habitantes el año pasado.
Vale la pena aclarar que las cifras de 2020 se destacaron por presentar crecimientos en medio del peor momento de la pandemia. Así que, en medio de la reactivación, era un poco de esperar que la pobreza multidimensional mejorara en todo el país, tanto en los entornos urbanos como en los rurales. Y así lo hizo. Sin embargo, debajo de los indicadores macro hay otras narrativas a las que hay que ponerle cuidado.
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Pobreza, pobreza, pobreza: ¿qué significa multidimensional?
Algunas explicaciones útiles para poder leer y entender mejor estos datos.
El Índice de Pobreza Multidimensional (IPM) va más allá de los ingresos de una persona u hogar. En otras palabras, tiene en cuenta más variables, aparte del dinero. Las mediciones que solo se centran en ingresos se conocen como pobreza monetaria (cuya medición fue publicada este martes).
Como su nombre lo indica, el IPM explora otros renglones de la vida de una persona u hogar para entender qué carencias hay en cinco dimensiones específicas: educación, salud, trabajo, bienestar de la niñez y condiciones físicas de la vivienda. De acuerdo con el Departamento Nacional de Planeación, el IPM comprende 15 variables en total, que se reparten en las cinco dimensiones mencionadas.
En otras palabras, la pobreza multidimensional permite observar una imagen más porosa y específica sobre el estado social del país, algo que es particularmente importante para tiempos de pandemia y recuperación económica, pues explica cómo van indicadores claves, como trabajo y educación, entre otros.
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Dos países en uno solo: la vida urbana y la rural
Las cifras del DANE permiten ver que la mayor reducción en pobreza multidimensional se registró en las zonas rurales, con una baja del 6 % entre 2020 y 2021, lo que representa 665.000 personas menos en esta situación (de las 971.000 a escala nacional).
En comparación, la baja en el país urbano fue del 1 %, es decir, 306.000 personas menos en esta situación.
No obstante, a pesar de esta mejoría notable, la pobreza multidimensional sigue siendo un fenómeno muchísimo más presente en el campo que en la ciudad. De acuerdo con Oviedo, para 2021 el porcentaje de personas que están en esta situación en el campo es casi tres veces el registrado en los entornos urbanos.
Este escenario es similar, de cierta forma, al registrado en las mediciones de pobreza monetaria y pobreza extrema, que fueron publicadas el martes de esta semana. En ellas, mientras el país mejoró en sus cifras, el campo empeoró.
Para el espectro de la pobreza monetaria, las brechas entre el campo y las ciudades se deben, en parte, a que la agricultura “es menos rentable que las actividades económicas urbanas. La agricultura es el patito feo de la estructura productiva del país, y eso hace que los salarios y los autoingresos que tiene un campesino que trabaja en sus propias parcelas sean más bajos que los salarios que se pagan en el medio urbano”, según César Ferrari, profesor de economía de la Universidad Javeriana.
Carlos Sepúlveda, decano de economía de la Universidad del Rosario y secretario técnico de la comisión de expertos en pobreza del DANE, se ubica un poco en la misma página y dice: “El campo fue de los sectores menos afectados durante la pandemia, pero es de los sectores que menos impulso ha tenido durante la recuperación”.
Desde los datos de la pobreza multidimensional, la brecha entre el campo y el resto del país se pueden ver de esta forma: mientras que a escala nacional solo cuatro de los 15 indicadores rastreados por el DANE desmejoraron entre 2020 y 2021, para la ruralidad esta relación fue de 10.
Entonces, quizá la pregunta obvia aquí sería: si tantos aspectos desmejoraron en el mismo período, ¿cómo se explica una baja en el IPM? La respuesta tiene que ver, en una gran parte, con la educación.
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El regreso a clases, vital
Más allá de la reactivación económica, el factor que explica la mejora en el IPM entre 2020 y 2021 fue la baja sensible en la inasistencia escolar. De fondo, según Oviedo, la principal razón de estos resultados es la mejora en este indicador, que entre 2020 y 2021 disminuyó en 10,9 %, pasando del 16,4 % para el total nacional en 2020 al 5,5 % el año pasado.
El mayor avance se dio, especialmente, en los entornos rurales, en donde estas cifras tuvieron esta evolución: 30,1 % (2020) al 7,2 % (2021), una reducción del 22,9 %.
A pesar de esta mejoría drástica, la inasistencia escolar sigue siendo más alta en los entornos rurales que en los urbanos: 7,2 % frente al 5 %, también más alta que el promedio nacional.
En el país aún resta por mejorar un 2,8 % en este indicador para alcanzar los niveles de inasistencia escolar que se registraban en 2019, antes de la pandemia, cuando se dio una cifra del 2,7 %.
Los problemas estructurales
A pesar de una mejoría en las cifras de pobreza multidimensional en general, hay un crecimiento en la medición de la pobreza subjetiva. Dicho de otra forma: ha subido el número de personas que se reconocen como pobres, frente a los números de 2019 y, más preocupante aún, de cara a los resultados de 2020.
El año pasado, 46,7 % de los jefes de hogar se consideraron pobres a nivel nacional y este número llegó a 70,3 % en la medición rural; en 2020 estos números fueron, respectivamente, de 38,2 % y 59,1 %.
Este aumento podría, quizá, calificarse como un crecimiento en la desesperanza.
Y pareciera estar atado a variables más cercanas a los ingresos de los hogares, en particular al escenario del mercado laboral.
Si bien la economía ha ido impulsando la recuperación del empleo, los datos del DANE permiten ver que hay variables que no terminan de ceder el brazo, como el desempleo de larga duración (cuando al menos una persona del hogar está desempleada por más de 12 meses) y el trabajo informal.
Para Mario Valencia, director del centro de estudios Conexión Análisis y columnista de este diario, “las medidas asistenciales son importantes pero no suficientes, sino se complementan con políticas eficaces de creación de empleo, por medio de fomentar la creación de empresas productoras, especialmente de alimentos, que es lo que más afecta a la población con ingreso bajo. No hay presupuesto público que aguante subsidios, si la economía no es capaz de aumentar su oferta nacional y vincular fuerza de trabajo a estas actividades”.