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Este lunes, el DANE publicó los datos del Producto Interno Bruto (PIB) para el primer trimestre de 2022, con un crecimiento del 8,5 %.
Aunque esta es sin duda una buena noticia, pues el crecimiento de la actividad económica es un elemento crucial en cualquier sociedad, concentrarse en este indicador para hacerse una idea del progreso en términos de bienestar, desarrollo y gestión del Gobierno es analizar el panorama apenas de una forma parcial.
Frecuentemente, analistas suelen utilizar esta medida para afirmar que el país va (y le ha ido) muy bien, y por lo tanto, que las preocupaciones por las condiciones económicas y sociales que sostienen algunos sectores de la sociedad son infundadas y no tienen sustento en los datos.
Sin embargo, estos análisis ignoran a menudo cómo en países con altos niveles de desigualdad (como Colombia), el crecimiento económico no se traduce en ganancias significativas en términos de bienestar para las poblaciones más marginadas.
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Que la economía crezca no necesariamente implica que crezca para todos y todas. Si bien es intuitivo pensar que si el tamaño de la “torta” crece, todos y todas podemos llevarnos una porción más grande, en sociedades altamente desiguales este no es el caso.
Por ejemplo, Guinea Ecuatorial, con uno de los PIB per cápita más altos en África Subsahariana, fue uno de los primeros y únicos países de la región en la década de 2000 en ser declarado como “país de ingreso alto”, y actualmente comparte la categoría de “país de ingreso medio alto” como muchos países latinoamericanos.
Pese a que es uno de los pocos países a escala mundial que no reporta oficialmente su coeficiente de desigualdad ni otros indicadores, estimaciones sugieren que es uno de los más altos en el mundo. Es decir, unos pocos se quedan con la mayor parte de la torta, mientras que el 70 % de su población vive en pobreza y 40 % en pobreza extrema. ¿Podríamos decir, entonces, que es un país que lo ha hecho bien? Estaríamos de acuerdo en responder que no.
Ahora tomemos el caso de Colombia. Si analizamos el comportamiento del PIB nacional en comparación con países pares de la región, se puede afirmar que, en efecto, nuestro país no se encuentra rezagado en términos de crecimiento económico. Entre los años 2000 y 2019 el crecimiento del PIB per cápita local fue superior en la mayoría de años en comparación que el promedio de América Latina. Incluso tomando la pandemia, Colombia muestra una de las reactivaciones económicas más vigorosas de la región.
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Sin embargo, hay que recordar que el PIB per cápita es tan solo un promedio y no tiene en cuenta aspectos distributivos. Para 2021, el 39,4 % de la población colombiana vivió en situación de pobreza monetaria. Si tomamos además la población vulnerable (es decir, quienes se encuentran por encima de la línea de pobreza, pero ante cualquier choque están en riesgo de caer por debajo de esta), tenemos que casi tres cuartos de la población se encuentra en situación de precariedad de ingresos.
La pobreza multidimensional, por otro lado, muestra que actualmente 16 % de la población vive con privaciones en temas como educación, salud o vivienda, siendo este panorama mucho más alarmante para la población rural, en donde la incidencia de pobreza multidimensional es del 31 %.
Estas cifras dialogan con la desigualdad de ingresos y riqueza en el país. El índice de Gini, aunque no muy intuitivo en términos de entender la desigualdad, es útil para comparar los niveles de desigualdad entre países. Aquí encontramos que Colombia es de las naciones más desiguales de la región. Otros indicadores que son más intuitivos muestran la gran desigualdad del país de forma clara: mientras que el 10 % de más ingresos del país obtiene el 54,7 % del ingreso total nacional, el 50 % de la población de menores ingresos solo obtiene el 10 %.
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Con más de la mitad del país viviendo con ingresos precarios, con empleos informales o sin la oportunidad de acceder a un empleo, especialmente si pertenece al decil de ingresos más bajo, la medida de crecimiento económico es una cifra que poco se refleja en su experiencia vital diaria.
Por lo anterior, el PIB por sí solo no responde a mediciones de bienestar de los pobladores de un país.
El cómo va un país asume implícitamente la pregunta de cómo están las personas y/o cuál es su nivel de bienestar.
Hablar de bienestar es un debate filosófico muy amplio que sigue siendo evitado por muchos en el afán de la practicidad. No obstante, dentro de la economía y en otras áreas sociales se han aproximado durante décadas a cómo medir o acercarse a lo que se considera bueno para las personas. Lo que es “bueno” involucra, por ejemplo, que las personas tengan garantizados sus derechos humanos y con ellos la provisión de servicios básicos como educación, salud, libertad, derechos políticos, vivienda digna, acueducto y alcantarillado, entre otros.
Entre las medidas más utilizadas que se aproximan a esta medición del bienestar se encuentra el Índice de Desarrollo Humano, que a través de variables como la esperanza de vida, el nivel de educación y el nivel de ingreso, trata de capturar los mínimos de bienestar de las poblaciones.
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Así, El IDH garantiza poder hablar conjuntamente de desarrollo sin tener que acudir a las variables por separado. Este índice responde al trabajo de filósofas y economistas como Martha Nussbaum y Amartya Sen, quienes consideran que la educación, la salud (a través de la esperanza de vida) y el ingreso son mínimos que le permiten a las personas ejercer su libertad y desarrollarse. Es decir, se entiende el desarrollo y el bienestar como una aproximación a la oportunidad de los individuos de ejercer libertad y no como el nivel de ingresos de estos.
En épocas electorales muchos hacen una interpretación a conveniencia de los indicadores económicos y sociales para justificar o criticar resultados. Algunos saldrán a enarbolar las banderas del crecimiento para demostrar el progreso del país, otros buscarán los indicadores sociales con mayores retos para contradecir.
Cada mirada por separado es una parte de la foto que los electores deben reconstruir completamente cuando se está interesado en escoger candidatos que le apunten al desarrollo integral.
Es importarte recordar que el nivel de ingreso del país, el PIB, aumenta las probabilidades de que todos aumentemos nuestros ingresos, es casi una condición necesaria para el bienestar. Sin embargo, si no se observa al lado de indicadores de distribución de ingreso, y/o de desarrollo humano como educación, salud, pobreza monetaria y multidimensional, hablaríamos solo de una parte del desarrollo que no se traduce en lo que vemos todos los días cuando escuchamos de desplazamientos, comunidades sin luz ni agua potable, rezago educativo por causa del covid-19 en los niños más pobres, concentración en la tenencia de la tierra, problemas de calidad y acceso al sistema de salud, entre otros que conforman lo que para todos y todas es, casi inequívocamente, una “buena calidad de vida”.
* Economista. Máster en Estudios de Desarrollo de la U. de Cambridge.
**Economista. Máster en Economía Aplicada de la U. de los Andes
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