¿Una guerra contra la electrificación del transporte?
Más allá del petróleo y el gas, la guerra en Ucrania ofrece otro punto de tensión sobre la economía global: la industria automotriz en general y la electrificación del transporte de pasajeros, en particular.
Santiago La Rotta
Rusia es una fuente importante de metales como níquel, paladio y aluminio, todos requeridos en la fabricación de automóviles, así como de docenas de otros productos, entre los que se cuentan las baterías eléctricas que están impulsando la electrificación (incipiente en muchos mercados, pero creciente) del transporte particular.
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Rusia es una fuente importante de metales como níquel, paladio y aluminio, todos requeridos en la fabricación de automóviles, así como de docenas de otros productos, entre los que se cuentan las baterías eléctricas que están impulsando la electrificación (incipiente en muchos mercados, pero creciente) del transporte particular.
Y si bien estas materias primas ya tenían problemas de producción y distribución a escala global (pandemia, crisis de contenedores y crecimiento de la demanda más rápido que el de la oferta), la guerra en Ucrania lo único que termina de añadir es incertidumbre y alzas en los precios que, a la larga, pueden terminar pegándoles al bolsillo de los consumidores (con el potencial de ralentizar el crecimiento de muchas economías).
Por ejemplo, en lo que va del año, los precios internacionales de productos como el paladio, aluminio y acero han subido más del 60, 25 y 40 %, respectivamente. La cotización del níquel sufrió un incremento del 250 % a principios de este mes, lo que obligó al cierre de las negociaciones de este metal en la Bolsa de Metales de Londres (el epicentro global de la cotización de este material).
Poco después de que empezara la invasión de Rusia a Ucrania, la cotización del níquel superó los US$50.000 por tonelada, cuando en los últimos cinco años esta cifra había orbitado entre US$10.000 y US$15.000.
Níquel y baterías eléctricas
Del total de la producción de níquel actual (en la cual países como Canadá, Australia e Indonesia son jugadores importantes), la gran mayoría es utilizada para la fabricación de acero inoxidable. Apenas un 10 % se destina para la fabricación de baterías eléctricas (en especial de las de iones de litio, una de las aleaciones más populares en industrias que van desde los carros hasta los teléfonos celulares).
Pero este escenario está llamado a cambiar, justamente, de la mano de los vehículos eléctricos. Aunque las proyecciones varían dependiendo de la fuente que se consulte, el estimado más conservador da cuenta de que la producción de níquel que absorberá la fabricación de baterías se ubicará entre 30 y 50 % para los próximos 10 o 15 años.
Una batería promedio para un carro eléctrico puede tener hasta 40 kilos de níquel. Y la participación de este metal puede crecer en la medida en la que se requieren celdas con mayor densidad de energía para incrementar la autonomía de estos vehículos, así como reducir su tiempo de carga (entre más de este metal, más densas son las baterías).
La subida actual en los precios podría implicar que las celdas de energía de un vehículo eléctrico promedio podrían duplicarse si los precios del níquel siguen estando por las nubes frente a sus referentes históricos más recientes.
¿Cómo ajustar el mercado?
Pese a los problemas, nadie parece asustado con el suministro. Es decir, la industria sabe que aún hay níquel para extraer, tan solo que costará más o deben crearse nuevos lazos para capturar la producción de este metal.
En un encuentro con medios, el CEO de Mercedes-Benz, Ola Källenius, aseguró que “hay suficiente níquel, pero no es improbable que tendremos efectos secundarios de este conflicto”, refiriéndose a la guerra de Rusia con Ucrania.
Ahora bien, buscar fuentes alternas de producción es algo en lo que ya se enfocan compañías como Volkswagen, que comenzará a explorar la posibilidad de comprar el níquel directamente de las compañías mineras, según reportó el diario The New York Times hace un par de semanas.
Entre otras medidas, la presión ejercida por la guerra en Ucrania puede llevar a una mayor tasa de reciclaje de baterías eléctricas con el fin de reaprovechar elementos claves, como los metales ya mencionados. Otra de las salidas es comenzar a utilizar diseños que dependan menos de materiales como el níquel, aunque esta puede ser una apuesta más de largo plazo, pues puede requerir nuevos avances en celdas de energía.
A pesar de que no hay un problema de escasez actual (aunque sí uno de precio y disponibilidad, esto último en el corto plazo), la demanda futura sí podría poner más presión sobre el suministro de níquel.
Algunas proyecciones señalan que la demanda anual de níquel refinado se podría duplicar para 2040 (de tres millones a casi seis millones de toneladas), aunque la oferta podría quedarse corta en casi dos toneladas.
En una llamada con inversionistas en julio de 2020, el CEO y fundador de Tesla, Elon Musk, se dirigió a las compañías mineras: “Les pido que minen más níquel. Tesla les dará un contrato gigante por un largo tiempo si producen níquel en una forma eficiente y en una forma ambientalmente sensible”.
El pronunciamiento, viniendo del mayor fabricante de vehículos eléctricos en el mundo, sirve, justamente, para resaltar la importancia de este metal en toda la ecuación para electrificar el transporte, uno de los renglones que aportan más contaminación y gases de efecto invernadero a escala global.