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Por poco pasan 60 años desde que Colombia empezó a producir sus propios billetes –y casi un siglo desde que se fundó el Banco de la República– para que la firma de una mujer estuviera en el papel moneda del país. La primera en lograrlo se llama Marcela Ocampo y es la gerente ejecutiva del Emisor.
Su rúbrica, junto con la del gerente general, Juan José Echavarría, irá impresa sobre las seis denominaciones: cuatro que llevan la representación de reconocidos escritores y expresidentes y dos con la imagen de una de las artistas más disruptivas en la historia del país, Débora Arango, y una antropóloga pionera, Virginia Gutiérrez. En la iconografía de la anterior familia de billetes Policarpa Salavarrieta era la única mujer que figuraba.
En 2018, además, por primera vez, hubo dos mujeres en la junta directiva del Banco: Ana Fernanda Maiguascha, codirectora de esa entidad desde 2013, y Carolina Soto, nombrada en julio de este año.
Por casi un lustro, la tradicional foto de los integrantes del órgano fue un claro contraste de seis rostros masculinos con solo uno femenino. Más que una anécdota, se trata de una representación muy concreta de la disparidad, que, aunque en menor medida, continúa en el grupo de tomadores de decisiones de la política monetaria en Colombia. En el retrato de los codirectores de los últimos 27 años podrá haber tres mujeres en una veintena de hombres.
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Por otro lado, el presidente Iván Duque cumplió su promesa de establecer un gabinete paritario, y una mujer, Gloria Alonso, quien trabajó por cerca de 20 años en el Emisor, hoy dirige Planeación Nacional, departamento encargado de coordinar el Plan de Desarrollo del país.
Si bien para algunos podrán ser sólo datos, no hay que olvidar que hace menos de un siglo las mujeres –es decir, la mitad de la población– no podían siquiera administrar sus propios bienes –mucho menos votar–. A partir de los años 30 se les reconocieron ese tipo de derechos, pero también obligaciones, como la de ser responsables de sus propias deudas. Aun así, en pleno siglo XXI, por dar un ejemplo, apenas tres de cada 10 beneficiarios de programas de acceso a titulación de tierras eran mujeres.
La independencia económica es fundamental para romper ciclos de pobreza y violencia. Así lo resaltó este año ONU Mujeres en el primer informe que hizo para Colombia sobre el empoderamiento femenino en este campo y sobre el cual este diario informó. La organización resaltó avances, como la creciente participación de las mujeres en la educación, pero también rezagos en la participación laboral, que se ha estancado en 54 %, frente a casi 75 % de los hombres.
Que las mujeres participen en menor medida no solo impide que el país produzca más riqueza, sino que precisamente limita el acceso de ellas a recursos económicos propios. En 2017, el 26,7 % de mujeres de 15 años o más no tenían ingresos, casi tres veces el porcentaje masculino (9,7).
La actividad en el mercado laboral puede verse limitada por la excesiva carga del trabajo doméstico (no remunerado) que recae sobre el género femenino. Ellas –dice ONU Mujeres– dedican 7 horas y 14 minutos a ese tipo de labores (como la limpieza, preparación de alimentos, entre otras), que la sociedad no reconoce con un salario, pero que son fundamentales para su funcionamiento y reproducción. Los hombres dedican apenas 3 horas y 25 minutos al día a esas tareas.
Entre las mismas mujeres también hay diferencias: las de mayores ingresos, según ONU Mujeres, son las que en menor medida se dedican solamente a las tareas del hogar y de cuidado, y dedican menos horas por semana al trabajo que no se paga: 48, es decir, cerca de 6,8 por día (casi una jornada laboral completa). También, al ser las que en general acceden a más educación, pueden apuntar a mejores empleos, hasta que muchas de ellas se encuentran con el llamado “techo de cristal”, el límite en el que sienten que no pueden ascender más, por ejemplo a cargos directivos, al no encontrar la forma de conciliar sus responsabilidades laborales y familiares.
El panorama muestra señales positivas. Según el último informe de la firma Aequales, sobre equidad de género en las organizaciones (2018), las posiciones de primer nivel son ocupadas en un 38,46 % por mujeres, frente a 36,42 % de 2017. No obstante, la participación en juntas directivas cayó de 35,42 % en 2017 a 30,40 % este año.
Los retos, para que las mujeres participen, asciendan y lideren más, son múltiples y necesitan la acción desde la política pública, las empresas y los mismos hogares (redistribuyendo cargas, por ejemplo). No hay que olvidar tampoco que flagelos como la pobreza y el desempleo golpean más fuertemente al género femenino –o a los hogares liderados por ellas–. Por lo tanto, atacarlos se traduce en un beneficio, en últimas, para toda la sociedad.