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La industria de la moda es la segunda más contaminante del planeta, superada solo por la petrolera. Según un estudio de la Fundación Ellen McArthur, tras un período de uso corto, el 86 % de la ropa se tira a vertederos o se quema. Además, se estima que la producción mundial de textiles es responsable del 20 % de las aguas residuales y emite más gases de efecto invernadero que la aviación y el transporte marítimo juntos.
El 24 de abril de 2013, en Daca, capital de Bangladés, se derrumbó el complejo textil Rana Plaza. Murieron 1.138 personas, la mayoría mujeres, y más de 2.000 resultaron heridas, en un colapso considerado como la peor tragedia de la industria textil, pues evidenció las deplorables condiciones laborales a las que estaban sometidos los trabajadores, que ganaban menos de US$50 al mes. La tragedia le mostró al mundo la peor faceta de la industria, que representa el 2 % del PIB mundial, y llevó a que diseñadores, activistas y todos los eslabones del sector buscaran y ofrecieran alternativas desde lo ambiental hasta las buenas prácticas laborales.
La moda sostenible, moda consciente o moda responsable es “la expresión que se utiliza para referirse a procesos industriales que, por reclamaciones, movimientos o demandas de la sociedad civil o sectores industriales, han decidido adoptar buenas prácticas ambientalmente responsables y que son sostenibles a su capacidad de generar ganancias, ingresos y modelos económicos rentables sin desconsiderar las variables ambientales”, según explicó el sociólogo Edward Salazar.
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La moda sostenible está en un boom, no solo por la necesidad de un cambio en las prácticas tanto medioambientales como laborales, sino también por una transformación en el estilo de vida del consumidor, que ha adoptado nuevas experiencias con relación a las prendas y a los objetos que adquiere.
“Actualmente hay un auge de estilos de vida livianos, como el vegetarianismo, y se han creado comunidades que también exigen contenidos e información sobre el tema. De alguna manera, ese boom tiene que ver con una generación de contenido y narrativas que tienen como pretexto hechos reales”, explicó Lorenzo Velásquez, director de transformación y conocimiento de Inexmoda.
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En Colombia
De acuerdo con cifras de Colombia Productiva, en 2018 las exportaciones del sector crecieron 6,8 %, lo que equivale a US$743 millones. Entre 2017 y el año pasado, la producción de textiles creció 3,1 % y la de confección 0,3 %. Además, el sector de textiles y confecciones representó el 8,8 % del PIB industrial. Y en la capital del país, la Cámara de Comercio de Bogotá dice que esta industria mueve alrededor de 1,13 % del PIB.De acuerdo con Camilo Herrera, fundador de Raddar, en 2019, un colombiano se compra casi 28 prendas a US$7, a causa del cambio en los precios de las prendas a escala mundial, y gasta casi $600.000 en ropa al año. El sistema de moda logró que los colombianos compren más por temas como la fast fashion (moda pronta), que masificó e hizo asequibles las tendencias. También se debe al ingreso de productos chinos al país.
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“El consumo de vestuario en Colombia aproximadamente es de $16 billones. Esto quiere decir que es un mercado bastante interesante con un consumo per cápita de 23 prendas al año. De esos $16 billones, el 6 % son consumidores conscientes que están interesados en el concepto de sostenibilidad. Más o menos, esto podría representar $1,02 billones en materia de sostenibilidad, que significa un 6 % del consumo total. Es un mercado pequeño, pero para nada despreciable”, agregó Velásquez.
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Sin embargo, los costos de una moda ética son elevados, pues requieren una producción diferente con materiales orgánicos y naturales para reducir la huella de carbono y la contaminación, que se deriva en precios que no todos los colombianos podrían asumir. Por ejemplo, un colombiano que gane un salario mínimo ($828.116) tiene que pagar obligaciones y sería muy difícil que lograra adquirir una camiseta que supere los $200.000.
¿Es posible democratizar la moda sostenible?
Para el sociólogo Salazar, esta es una pregunta que siempre tiene un sí y un no como respuesta. “Todo depende de qué tipo de producción sostenible se esté hablando. Si hablamos de las grandes marcas, en algunos casos, es un no porque la moda sostenible no solo tiene que ver con las prácticas ambientales sino también con las cadenas de producción y explotación o reconocimiento justo de la mano de obra de los trabajadores. Entonces, para muchas marcas la producción sostenible acrecienta los costos de venta y, por ende, la capacidad de consumidores que la pueden comprar”.Sin embargo, el sociólogo enfatizó en que en Colombia existe una desigualdad en el acceso y el consumo sostenible, pues todo pasa por un filtro de clase, poder adquisitivo y desigualdad social. Para Salazar, no solo hay que exigirle al consumidor buenas prácticas medioambientales, sino también al Estado.
Una solución, de acuerdo con Camilo Herrera, sería no comprar muchas prendas baratas sino una cara. Por ejemplo, Ayni es una empresa peruana sostenible que lleva diez años en el mercado. Adriana Cachay, cofundadora de la marca, visitó Colombia con la Misión del Clúster de Moda Sostenible de Perú, que muestra los avances del país en materia de sustentabilidad y para aprender del trabajo nacional.
“Venimos a mostrar nuestras marcas sostenibles arraigadas como ADN y no como producto de una estrategia de marketing. En Ayni trabajamos con materia prima natural: alpaca, algodón orgánico y pima. Por otro lado, hacemos un trabajo en conjunto con las comunidades y artesanos peruanos. Además, la sostenibilidad es rentable”, dijo Cachay.
Para la fabricación de sus diseños, Ayni utiliza alpaca, una fibra natural viva que permite que no sea necesario lavarla, ayudando así en la reducción de energía y agua. “La cuelgas al aire libre y se limpia sola y tiene características técnicas que si hace calor no te abriga, te refresca”, agregó.
Para Salazar, democratizar la moda es una gran paradoja, pues muchas personas que gracias a la globalización y a la fast fashion lograron acceder a la moda con los presupuestos que tienen y ahora se les pide que cambien a lo sostenible. “Es mucho más complicado atender a las preguntas éticas de la moda sin que ello implique que no puedan hacer otras cosas como la intervención de prendas, entrar en los consumos y economías de ropa de segunda mano”, mencionó.
En este punto es necesario hablar de moda circular, reutilización, prendas de segunda mano e intervención de ropa. “El consumo circular de la ropa elimina la relación tradicional de uso y deshecho y la biografía de la ropa, por llamarlo así, tiene un ciclo más largo que se prolonga todo lo que sea posible evitando la distancia que existe entre la producción, el consumo y la etapa de basura”, agregó.
Eleonora Morales, consultora de moda, tiene una venta de garaje que ha venido creciendo y que abandera la intención de la moda circular. “Este proyecto empezó hace ocho años de manera informal con amigas, cercanas y conocidas a las que vendía ropa que ya no usaba. Empezó por diversión, pero el año pasado hice una convocatoria voz a voz y llegaron ochenta personas el primer día, entonces vimos una oportunidad de negocios. Vimos con mi mamá, quien es mi socia, gente interesada en comprar por otros canales y así fuimos incluyendo los clósets de invitadas”, explicó.
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Además, los diseñadores emergentes y emprendimientos digitales están aportando su granito de arena, como es el caso de La Selva Maga, una empresa que fue creada en octubre de 2018 por Laura Herrera, Carolina Quintero y Carlos Gómez.
“Nuestra marca está inspirada en las selvas colombianas y del mundo. Lo catalogamos como universo natural. Pintamos todo a mano, después lo digitalizamos y creamos los prints de cero en una tela en blanco que la llenamos de forma análoga”, contó Herrera.
Las guayaberas son sus productos insignias. Utilizan materiales inteligentes como una tela que, al sudar, absorbe el sudor y se seca rápido. Buscan que sus clientes sean consumidores responsables y su premisa es pagar lo que vale. Utilizan insumos de calidad, lo que les permite ofrecer un producto que no se destiñe a la tercera lavada. En el futuro esperan trabajar con organizaciones que protegen a las aves endémicas.
Así las cosas, aunque hay iniciativas que demuestran que es posible hacer la moda ética asequible, para los expertos esto requiere de voluntad política, tecnología y del sistema productivo. Por un lado, de las empresas y, por otro, del consumidor, quien es responsable de alejarse del ciclo acelerado de la moda, para establecer una relación emocional y funcional y dejar de lado la efímera.
Lorenzo Velásquez, de Inexmoda, les recomienda a las marcas vincularse a procesos de economía circular, no necesariamente haciendo un cambio en el modelo de negocio, pero sí realizando pequeñas cápsulas sostenibles, utilización de materiales como botellas plásticas o desechos que se pueden convertir en fibras y, luego, en tejidos para reutilización.