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La diseñadora de moda Stella McCartney asistió como representante del sector a la COP26 para hablar de los cambios que requiere la industria textil para reducir su impacto ambiental. “Creo que soy una de las pocas diseñadoras de moda aquí. Y tristemente somos una de las industrias más nocivas para el medioambiente”, dijo en Glasgow.
La empresaria, quien se negó a trabajar con pieles, utiliza micelio, una materia extraída de hongos para reemplazar la piel, con la que se pueden fabricar zapatos o bolsos. También emplea NuCycl, una tecnología capaz, según sus creadores, de reciclar infinitamente cualquier tipo de desecho textil, ya sea natural, como el algodón, o artificial, como el poliéster. La modista habló de tecnología y de reutilizar los desechos como oportunidad de negocio para el sector.
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Tan solo unos días después, internet se llenaba de noticias e imágenes sobre el desierto de Atacama, en Chile, un espacio convertido en basurero de ropa que proviene de Estados Unidos, Europa y Asia. Se trata del resultado del consumo desmedido de ropa gracias a la llamada “moda rápida”, una cadena capaz de ofrecerle a los consumidores más de 50 colecciones al año a bajos precios. De acuerdo con la ONU, como consecuencia de la moda rápida, entre 2000 y 2014 se duplicó la producción de prendas de vestir.
Liliana Mejía, abogada y experta en sostenibilidad, explica que “la ropa barata nos sale muy cara porque tiene una costosa huella ambiental y social. Debemos hacernos las preguntas correctas. Más o menos esta industria emplea entre 75 y 80 millones de personas en el mundo y tres cuartas partes son mujeres. ¿Qué clase de trabajo estamos dando al reproducir cadenas de miseria?”
Con ese tipo de noticias, el tema de la moda y la sostenibilidad resuenan en el sector y abren la oportunidad de mirar los avances para mitigar el impacto de la industria textil nacional, como un sello de moda sostenible, una semana de moda dedicada a la sostenibilidad y una aplicación para comprar ropa de segunda. Sin embargo, necesitamos hacer un breve recuento de por qué es tan importante hablar de esta temática.
Para empezar, la moda sostenible, moda consciente o moda responsable, son los procesos industriales que han adoptado buenas prácticas sociales, ambientales y económicas con los actores de la cadena y las materias primas que se emplean.
También tenemos que mencionar la tragedia del 24 de abril de 2013, en Daca, capital de Bangladés, cuando se derrumbó el complejo textil Rana Plaza. Murieron 1.138 personas, la mayoría mujeres, y más de 2.000 resultaron heridas, en un colapso considerado como la peor tragedia de la industria textil, pues evidenció las deplorables condiciones laborales a las que estaban sometidos los trabajadores, que ganaban menos de US$50 al mes. La tragedia le mostró al mundo la peor faceta de la industria y llevó a que diseñadores, activistas y todos los eslabones del sector buscaran y ofrecieran alternativas desde lo ambiental hasta las buenas prácticas laborales.
La ONU ha mencionado los impactos ambientales de la industria de la moda, como ser la segunda industria más contaminante después de la petrolera o que para confeccionar unos jeans se requieren unos 7.500 litros de agua, el equivalente a la cantidad que bebe una persona promedio en siete años. “Ese es sólo uno de los varios hallazgos alarmantes de un estudio ambiental reciente que revela que el costo de estar siempre a la moda es mucho más caro que el precio monetario que pagamos por ello”, asegura la ONU.
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También dice que el sector del vestido usa 93.000 millones de metros cúbicos de agua cada año, una cantidad suficiente para que sobrevivan cinco millones de personas, que es responsable del 20 % del desperdicio total de agua a nivel global, que la producción de ropa y calzado produce el 8 % de los gases de efecto invernadero y que cada segundo se entierra o quema una cantidad de textiles equivalente a un camión de basura.
Además, un estudio realizado por la Fundación Ellen McArthur indica que tras un período de uso corto, el 86 % de la ropa se tira a vertederos o se quema.
Valentina Suárez, diseñadora de moda y creadora de Universo Mola, no está de acuerdo con la frase que asegura que la moda es la segunda industria más contaminante del planeta. “La moda trabaja con otras industrias, como la agricultura, la energía, el transporte, y es difícil medir el impacto real para determinar una sentencia tan fuerte”.
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Pero más allá de las cifras y los debates que generan, de un tiempo para acá los procesos sostenibles están en auge por los nuevos estilos de vida y por consumidores más conscientes de su relación con las prendas y los impactos que estas tienen en el planeta. Además, la pandemia aceleró esas conversaciones.
En Colombia son varias las empresas, desde las materias primas hasta el producto final, que se han sumado a la tendencia reduciendo el consumo de agua, utilizando fibras de botellas recicladas, con iniciativas de economía circular, entre otras. Liliana Mejía, abogada y experta en sostenibilidad, explica que en el país las compañías del sector entraron a la conversación respondiendo a una tendencia y no como un paradigma ético.
Y, frente a otros países, tenemos una gran desventaja, pues no hay cifras, índices de transparencia, estudios o datos que revelen el impacto que genera la producción de prendas de vestir nacional en el medioambiente. “No sabemos cuánto contamina el sector. Tenemos muy pocos datos para tomar decisiones. Así que sería irresponsable decir si estamos bien o mal. Sin embargo, son evidentes los avances”, dice Mejía.
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Por todas esas razones es que la cadena de la industria nacional necesita hablar, trabajar de la mano y abrir espacios para generar cambios desde la fabricación de la ropa, que debe ir orientada hacia un modelo más ético y sostenible, hasta consumidores más responsables que sepan que no necesitan comprar por comprar.
Los consumidores deben donar, intercambiar o reparar las prendas que ya no usen o usar la ropa que les guste las veces que quieran sin preocuparse por no repetirla en eventos o en redes sociales. Las marcas, por su parte, deben ser honestas y transparentes con sus clientes y contarles de dónde viene y quién hizo la ropa que usan.
“Es muy importante el tránsito hacia la sostenibilidad, pero es más importante pensarnos una transición real hacia modelos de negocio con enfoque sostenible, es decir no podemos seguir explotando recursos y humanos indefinidamente para llenar vacíos o generar necesidades inexistentes. Ese es uno de los mayores retos para esta industria que se sustenta en la novedad, en generar aspiraciones y deseos”, agrega Mejía.