“No se trata de elegir entre economía y sostenibilidad”: Gonzalo Delacámara
El economista especializado en gestión de recursos naturales considera que Colombia tiene un papel importante en la lucha contra el cambio climático, aunque reconoce que sin el compromiso de Estados Unidos y China todos los otros esfuerzos quedan desdibujados.
El cambio climático tiene que estar en la agenda, no solo de los ambientalistas, también de los gobiernos, empresas y de la sociedad civil. Para Gonzalo Delacámara, director del Centro de Agua y Adaptación Climática de IE University, la idea de que la sostenibilidad ambiental y la economía no pueden ir de la mano es producto de una mirada miope.
En entrevista con El Espectador, Delacámara, que es economista especializado en gestión de recursos naturales y que ha asesorado a la Comisión Europea, organismo y programas de la ONU, la OCDE y el Banco Mundial, habló sobre los pasos que debe dar Colombia para avanzar en la mitigación y adaptación al cambio climático. Si bien el experto considera que el país tiene un rol, también reconoce que este es limitado.
¿Es irreconciliable la sostenibilidad y la productividad?
No se trata de elegir entre economía y sostenibilidad. De hecho, esta última es una condición imprescindible para el buen desempeño macroeconómico, de nuestros modelos de negocio y del modelo de desarrollo social. Los países que más han avanzado —como Suecia, Noruega y Dinamarca— son precisamente los que han conseguido conciliar desarrollo y sostenibilidad, haciendo, además, que haya compatibilidad con imperativos sociales, como la reducción de la desigualdad.
El recelo hacia la sostenibilidad es parte de una mirada miope porque los modelos sostenibles ofrecen incluso mayor rentabilidad financiera. Aun en aquellos casos en los cuales el empresario estuviese guiado por un afán legítimo de obtención de beneficio, la mejor manera de conseguirlo sería con modelos más sostenibles. Los insostenibles no solo deterioran la base de capital natural de la economía, sino que ponen en cuestión su propia continuidad o la relación con las comunidades locales.
También lea: ‘Emergencia Climática’ en Bogotá, tropiezos y avances en su ejecución
¿Cómo entender la relación entre los costos de la transición energética y los costos del cambio climático?
Tenemos que aceptar que el coste de hacer frente a la lucha contra el cambio climático, tanto la mitigación como a la adaptación, es alto; no se le puede transmitir al ciudadano que ese coste es menor. Pero hay que acompañar esta afirmación de otra más importante: el coste de la inacción es mucho mayor.
En mitigación hemos construido un relato robusto que indica que no se puede avanzar si no asistimos al mayor cambio estructural de la economía a nivel mundial: la descarbonización, que es imposible sin una transición del modelo energético. Este relato permitió construir una hoja de ruta bastante solida de aquí a 2050.
La hermana pobre en todas estas discusiones es la adaptación a un cambio climático que ya llegó. Nos encontramos con que el fenómeno de La Niña cada vez golpea más fuerte a Colombia; en uno de los países del mundo con mayores reservas de agua dulce, todavía tenemos déficits importantes en la cobertura de los servicios de acueducto y alcantarillado, sobre todo en zonas rurales, y en la Guajira la incidencia de las sequías cada año es mayor.
Es decir, desafíos preexistentes, como sequías en zonas más áridas e inundaciones en zonas con mayores precipitaciones, cada vez son más intensos y más frecuentes. El cambio climático genera algunos problemas nuevos, pero sobre todo escala la gravedad de problemas preexistentes. La descarbonización de la economía no es solo una tarea de economías emergentes, es un ejercicio global. Necesitamos que otros países hagan un esfuerzo más importante que Colombia, pero para Colombia es importante avanzar por un compromiso ético con las generaciones futuras, no quedarse atrás en una carrera tecnológica y, sobre todo, no asumir el coste de la inacción que dañaría las posibilidades del desarrollo económico y social.
Concretamente, ¿qué papel podría jugar Colombia? Teniendo en cuenta que está pagando caro la inacción, pero tampoco tiene el poder para lograr que todos los países actúen.
En lo que se refiere a la adaptación al cambio climático no hay excusa porque las soluciones de adaptación por definición se tienen que tomar a nivel local. En cuanto a la mitigación, hay muchas medidas vinculadas a la lucha contra el cambio climático que una economía como la colombiana tendría sentido que adoptase incluso en ausencia de cambio climático, como conseguir que la flota de vehículos sea menos contaminante, la transformación productiva y la posibilidad de adoptar niveles de progreso con tecnologías más limpias.
¿Qué tan viable es condonar deuda para que los países puedan destinar recursos a la protección de los ecosistemas y del agua? ¿Cómo cree que debe darse esta conversación entre los países que tienen recursos económicos y los países que tienen los recursos naturales?
El compromiso de 2015 decía que las economías más avanzadas del planeta transferirían cada año 100.000 millones de dólares a las economías emergentes para la lucha contra el cambio climático. Ningún año hemos llegado a ese umbral. A la conversación hay que sumar dos conceptos, el de justicia climática y las pérdidas y daños que ya se han producido.
¿Quién paga facturas en relación al cambio climático? El compromiso de transferir recursos es esencial. En algunos casos será con condonaciones de deuda, en otros con procesos de endeudamiento nuevos, con dinero entregado a fondo perdido, etc. La discusión sobre la financiación de la lucha contra el cambio climático se va desplazando hacia el centro del escenario porque este es un nudo gordiano, un elemento central para ser capaces de alcanzar esa justicia climática sin la cual no avanzaremos en los objetivos globales.
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Por ahora, ¿quién paga?
Me atrevería a decir que el futuro de la humanidad en términos climáticos depende, no tanto de los resultados de las cumbres de las partes del convenio de Naciones Unidas, como de las negociaciones bilaterales entre la administración del Gobierno de los Estados Unidos y el Gobierno de China.
Estados Unidos y el resto de la comunidad internacional acusan permanentemente a China de ser el principal responsable de emisiones de gases de efecto invernadero hoy, de hecho, emite más de una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero en el momento; pero China responde a esa acusación diciendo que ningún país ha generado, en términos acumulados, tantas emisiones como Estados Unidos.
Los dos tienen razón y esta dialéctica se da en un contexto geopolítico de bastante tensión, de carrera tecnológica, lucha comercial, conflictos geopolíticos en torno a la posición de cada uno en la invasión de Ucrania. Tenemos que ver cómo se ponen de acuerdo para avanzar en la lucha contra el cambio climático, si no hay un compromiso por parte de esas dos grandes potencias, el resto de los esfuerzos quedan desdibujados. Para países como Colombia es imprescindible que esto se resuelva al tiempo que se establecen los flujos financieros necesarios para medidas de mitigación y adaptación y para pagar las facturas ya existentes en términos de pérdidas y daños.
De acuerdo con Gustavo Petro, el territorio se ordenará alrededor del agua. ¿Para usted qué implica? ¿Es un camino viable?
En el fondo implica reconocer una realidad que nunca deberíamos haber olvidado. El agua y el territorio están íntimamente ligados, la afirmación llama a recuperar la memoria, entender que el territorio se articula en torno a las cuencas hidrográficas. Decía que la hermana pobre en las discusiones sobre cambio climático es la adaptación; la energía es a la mitigación lo que el agua y el territorio son a la adaptación. Por tanto, necesitamos avanzar de manera simétrica en la transición energética, para mitigar, y en la transición equivalente en la gestión del agua y el territorio, para adaptarnos.
¿Qué otros pasos debería dar Colombia?
El panel intergubernamental de cambio climático en su último informe dice que no hay sendas de mitigación sin sendas de adaptación. Van de la mano, hay sinergias, cuanto más avancemos en transición energética y en mitigación, más fácil lo tendremos para adaptarnos, porque el coste será menor, y viceversa. Son dos caras de la misma moneda que no podemos disociar. Resolver los problemas energéticos, los desafíos de agua, los desafíos de alimentación y al tiempo enfrentarse a la emergencia climática, a la pérdida de diversidad biológica y el potencial colapso de determinados ecosistemas no es la suma de problemas, es un mismo desafío.
Además, hay que hacer un buen análisis de riesgos y vulnerabilidades vinculados al cambio climático. En Colombia hay muchos desafíos, en zonas costeras se produce sobreexplotación de acuíferos costeros, deterioro de manglares, aumento del nivel del mar, lo cual aumenta el riesgo de inundaciones; en otras zonas del país nos encontramos con inundaciones terribles que generan desplazamientos de la población. Tenemos eventos climáticos extremos, como La Niña, que cada cierto tiempo golpea y de una manera más intensa. Todos estos desafíos demandan planes articulados de adaptación que sean capaces de aunar la labor desde el sector público, el sector privado y la sociedad civil.
Puede leer: El 76% de los niños colombianos siente que el cambio climático los afecta
¿Cómo repensar la infraestructura en clave de adaptación teniendo en cuenta que hay diferentes “desafíos” en el país?
Los esfuerzos todavía necesarios para reducir déficits en infraestructuras convencionales, las llamadas infraestructuras grises, tienen que complementarse de manera decidida con esfuerzos de inversión en infraestructuras verdes. Si una infraestructura convencional es un activo de capital físico, una infraestructura natural es un activo de capital natural; por lo tanto, en el propio sistema de inversión pública merece un tratamiento.
A nivel internacional, el progreso tecnológico trae opciones que no teníamos hace dos décadas, como la posibilidad de utilizar infraestructuras modulares. Ya no necesitamos utilizar dinero de los contribuyentes o endeudarnos con un organismo internacional en una suma importante para tener una infraestructura que a lo mejor nunca es capaz de alcanzar el rendimiento que habíamos previsto en diseño, teniendo en cuenta que hay niveles de incertidumbre y complejidad mucho mayores.
En el caso, por ejemplo, de la gestión del agua a la que se refería el presidente Petro, es importante reconocer que las infraestructuras convencionales conducen a un enfoque sesgado desde el punto de vista de la disponibilidad de agua. El esfuerzo de acumular agua o llevar agua desde aquellos lugares del país donde tenemos más, a aquellos lugares donde las necesitamos, tiene un coste en términos ambientales y sociales. No digo que no sean necesarias en algunas circunstancias concretas, lo que digo es que ese enfoque de oferta se puede completar con un enfoque de gestión de la demanda que tiene que ver, entre otras cosas, con gestionar mejor las infraestructuras que ya tenemos.
En Colombia hubo una discusión en torno a la teoría del decrecimiento. ¿Qué tan viable ve esa opción?
La discusión verdaderamente significativa no es tanto en términos de decrecimiento como en términos de desacoplamiento de las sendas de crecimiento económico y de nuestros niveles de degradación ambiental. Lo que sí tenemos que hacer, sin ninguna duda, es desmaterializar nuestros procesos de crecimiento, utilizar cada vez menos flujos de materia, de energía y de agua para generar unidades adicionales de producto.
Es importante hacer compatible tasas positivas de crecimiento económico que se desacoplan de los niveles de degradación ambiental. Los países más exitosos en este terreno no han sido países que se han metido en una recesión económica para ser capaces de reducir sus emisiones, sino países que han desacoplado sus niveles de emisiones de gases de efecto invernadero y otros parámetros de degradación ambiental de los niveles de crecimiento de la economía. Ese desacoplamiento es un imperativo, el decrecimiento me parece arriesgado.
La crisis de la energía por la guerra en Ucrania ha revivido debates sobre el fracking, por ejemplo. ¿Cómo evitar que en este contexto se tomen decisiones perjudiciales para el medio ambiente?
El choque energético que estamos viviendo es el más grave en 50 años. Hay una dificultad seria en Europa Occidental porque había una alta dependencia del gas natural ruso. Aunque ha habido tentación de regresar a los combustibles fósiles, específicamente algunos países de regresar al carbón, la apuesta de la Comisión Europea ha sido redoblar los esfuerzos en términos de descarbonización. Es decir, ante la duda un paso hacia adelante a la hora de avanzar en la penetración de renovables en la generación eléctrica, de diversificar nuestra matriz de energía primaria y, en paralelo, de conseguir desvincularnos de esa dependencia del gas natural ruso.
En parte, ha funcionado reviviendo alianzas atlánticas con la exportación de gas natural licuado procedente de Estados Unidos, en parte con alianzas que algunos países europeos tienen con países del norte de África para garantizar suministro de gas natural. El mensaje que hay que mandar a nivel internacional es que siempre es muy tentador apostar por soluciones coyunturales, pero aquí estamos enfrentándonos a cambios estructurales, entonces tenemos que ser capaces de tomar cierta distancia de la coyuntura para avanzar hacia soluciones de largo plazo.
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¿Qué papel juega la academia?
Hay una crisis de la idea de democracia liberal y los ciudadanos están enfrentados a dos pulsiones: la tecnocrática, que es pensar que habrá un consejo de sabios que tomará las mejores decisiones, pero ignorando a los ciudadanos, y la populista, que es pensar que el pueblo siempre tiene razón y que no hay que escuchar o construir políticas sobre la base de evidencia. Esas dos pulsiones se unen en un mismo problema que es el simplismo. No podemos permitirnos al simplismo.
Necesitamos respuestas complejas, explicaciones complejas para problemas complejos y, en este sentido, la academia es fundamental porque generando procesos de dialéctica, intercambio de experiencias, información y conocimiento se enriquece la democracia entendida en su sentido más noble, que es el reconocimiento de la cultura democrática, la capacidad para celebrar a aquel que no es como tú.
💰📈💱 ¿Ya te enteraste de las últimas noticias económicas? Te invitamos a verlas en El Espectador.
El cambio climático tiene que estar en la agenda, no solo de los ambientalistas, también de los gobiernos, empresas y de la sociedad civil. Para Gonzalo Delacámara, director del Centro de Agua y Adaptación Climática de IE University, la idea de que la sostenibilidad ambiental y la economía no pueden ir de la mano es producto de una mirada miope.
En entrevista con El Espectador, Delacámara, que es economista especializado en gestión de recursos naturales y que ha asesorado a la Comisión Europea, organismo y programas de la ONU, la OCDE y el Banco Mundial, habló sobre los pasos que debe dar Colombia para avanzar en la mitigación y adaptación al cambio climático. Si bien el experto considera que el país tiene un rol, también reconoce que este es limitado.
¿Es irreconciliable la sostenibilidad y la productividad?
No se trata de elegir entre economía y sostenibilidad. De hecho, esta última es una condición imprescindible para el buen desempeño macroeconómico, de nuestros modelos de negocio y del modelo de desarrollo social. Los países que más han avanzado —como Suecia, Noruega y Dinamarca— son precisamente los que han conseguido conciliar desarrollo y sostenibilidad, haciendo, además, que haya compatibilidad con imperativos sociales, como la reducción de la desigualdad.
El recelo hacia la sostenibilidad es parte de una mirada miope porque los modelos sostenibles ofrecen incluso mayor rentabilidad financiera. Aun en aquellos casos en los cuales el empresario estuviese guiado por un afán legítimo de obtención de beneficio, la mejor manera de conseguirlo sería con modelos más sostenibles. Los insostenibles no solo deterioran la base de capital natural de la economía, sino que ponen en cuestión su propia continuidad o la relación con las comunidades locales.
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¿Cómo entender la relación entre los costos de la transición energética y los costos del cambio climático?
Tenemos que aceptar que el coste de hacer frente a la lucha contra el cambio climático, tanto la mitigación como a la adaptación, es alto; no se le puede transmitir al ciudadano que ese coste es menor. Pero hay que acompañar esta afirmación de otra más importante: el coste de la inacción es mucho mayor.
En mitigación hemos construido un relato robusto que indica que no se puede avanzar si no asistimos al mayor cambio estructural de la economía a nivel mundial: la descarbonización, que es imposible sin una transición del modelo energético. Este relato permitió construir una hoja de ruta bastante solida de aquí a 2050.
La hermana pobre en todas estas discusiones es la adaptación a un cambio climático que ya llegó. Nos encontramos con que el fenómeno de La Niña cada vez golpea más fuerte a Colombia; en uno de los países del mundo con mayores reservas de agua dulce, todavía tenemos déficits importantes en la cobertura de los servicios de acueducto y alcantarillado, sobre todo en zonas rurales, y en la Guajira la incidencia de las sequías cada año es mayor.
Es decir, desafíos preexistentes, como sequías en zonas más áridas e inundaciones en zonas con mayores precipitaciones, cada vez son más intensos y más frecuentes. El cambio climático genera algunos problemas nuevos, pero sobre todo escala la gravedad de problemas preexistentes. La descarbonización de la economía no es solo una tarea de economías emergentes, es un ejercicio global. Necesitamos que otros países hagan un esfuerzo más importante que Colombia, pero para Colombia es importante avanzar por un compromiso ético con las generaciones futuras, no quedarse atrás en una carrera tecnológica y, sobre todo, no asumir el coste de la inacción que dañaría las posibilidades del desarrollo económico y social.
Concretamente, ¿qué papel podría jugar Colombia? Teniendo en cuenta que está pagando caro la inacción, pero tampoco tiene el poder para lograr que todos los países actúen.
En lo que se refiere a la adaptación al cambio climático no hay excusa porque las soluciones de adaptación por definición se tienen que tomar a nivel local. En cuanto a la mitigación, hay muchas medidas vinculadas a la lucha contra el cambio climático que una economía como la colombiana tendría sentido que adoptase incluso en ausencia de cambio climático, como conseguir que la flota de vehículos sea menos contaminante, la transformación productiva y la posibilidad de adoptar niveles de progreso con tecnologías más limpias.
¿Qué tan viable es condonar deuda para que los países puedan destinar recursos a la protección de los ecosistemas y del agua? ¿Cómo cree que debe darse esta conversación entre los países que tienen recursos económicos y los países que tienen los recursos naturales?
El compromiso de 2015 decía que las economías más avanzadas del planeta transferirían cada año 100.000 millones de dólares a las economías emergentes para la lucha contra el cambio climático. Ningún año hemos llegado a ese umbral. A la conversación hay que sumar dos conceptos, el de justicia climática y las pérdidas y daños que ya se han producido.
¿Quién paga facturas en relación al cambio climático? El compromiso de transferir recursos es esencial. En algunos casos será con condonaciones de deuda, en otros con procesos de endeudamiento nuevos, con dinero entregado a fondo perdido, etc. La discusión sobre la financiación de la lucha contra el cambio climático se va desplazando hacia el centro del escenario porque este es un nudo gordiano, un elemento central para ser capaces de alcanzar esa justicia climática sin la cual no avanzaremos en los objetivos globales.
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Por ahora, ¿quién paga?
Me atrevería a decir que el futuro de la humanidad en términos climáticos depende, no tanto de los resultados de las cumbres de las partes del convenio de Naciones Unidas, como de las negociaciones bilaterales entre la administración del Gobierno de los Estados Unidos y el Gobierno de China.
Estados Unidos y el resto de la comunidad internacional acusan permanentemente a China de ser el principal responsable de emisiones de gases de efecto invernadero hoy, de hecho, emite más de una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero en el momento; pero China responde a esa acusación diciendo que ningún país ha generado, en términos acumulados, tantas emisiones como Estados Unidos.
Los dos tienen razón y esta dialéctica se da en un contexto geopolítico de bastante tensión, de carrera tecnológica, lucha comercial, conflictos geopolíticos en torno a la posición de cada uno en la invasión de Ucrania. Tenemos que ver cómo se ponen de acuerdo para avanzar en la lucha contra el cambio climático, si no hay un compromiso por parte de esas dos grandes potencias, el resto de los esfuerzos quedan desdibujados. Para países como Colombia es imprescindible que esto se resuelva al tiempo que se establecen los flujos financieros necesarios para medidas de mitigación y adaptación y para pagar las facturas ya existentes en términos de pérdidas y daños.
De acuerdo con Gustavo Petro, el territorio se ordenará alrededor del agua. ¿Para usted qué implica? ¿Es un camino viable?
En el fondo implica reconocer una realidad que nunca deberíamos haber olvidado. El agua y el territorio están íntimamente ligados, la afirmación llama a recuperar la memoria, entender que el territorio se articula en torno a las cuencas hidrográficas. Decía que la hermana pobre en las discusiones sobre cambio climático es la adaptación; la energía es a la mitigación lo que el agua y el territorio son a la adaptación. Por tanto, necesitamos avanzar de manera simétrica en la transición energética, para mitigar, y en la transición equivalente en la gestión del agua y el territorio, para adaptarnos.
¿Qué otros pasos debería dar Colombia?
El panel intergubernamental de cambio climático en su último informe dice que no hay sendas de mitigación sin sendas de adaptación. Van de la mano, hay sinergias, cuanto más avancemos en transición energética y en mitigación, más fácil lo tendremos para adaptarnos, porque el coste será menor, y viceversa. Son dos caras de la misma moneda que no podemos disociar. Resolver los problemas energéticos, los desafíos de agua, los desafíos de alimentación y al tiempo enfrentarse a la emergencia climática, a la pérdida de diversidad biológica y el potencial colapso de determinados ecosistemas no es la suma de problemas, es un mismo desafío.
Además, hay que hacer un buen análisis de riesgos y vulnerabilidades vinculados al cambio climático. En Colombia hay muchos desafíos, en zonas costeras se produce sobreexplotación de acuíferos costeros, deterioro de manglares, aumento del nivel del mar, lo cual aumenta el riesgo de inundaciones; en otras zonas del país nos encontramos con inundaciones terribles que generan desplazamientos de la población. Tenemos eventos climáticos extremos, como La Niña, que cada cierto tiempo golpea y de una manera más intensa. Todos estos desafíos demandan planes articulados de adaptación que sean capaces de aunar la labor desde el sector público, el sector privado y la sociedad civil.
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¿Cómo repensar la infraestructura en clave de adaptación teniendo en cuenta que hay diferentes “desafíos” en el país?
Los esfuerzos todavía necesarios para reducir déficits en infraestructuras convencionales, las llamadas infraestructuras grises, tienen que complementarse de manera decidida con esfuerzos de inversión en infraestructuras verdes. Si una infraestructura convencional es un activo de capital físico, una infraestructura natural es un activo de capital natural; por lo tanto, en el propio sistema de inversión pública merece un tratamiento.
A nivel internacional, el progreso tecnológico trae opciones que no teníamos hace dos décadas, como la posibilidad de utilizar infraestructuras modulares. Ya no necesitamos utilizar dinero de los contribuyentes o endeudarnos con un organismo internacional en una suma importante para tener una infraestructura que a lo mejor nunca es capaz de alcanzar el rendimiento que habíamos previsto en diseño, teniendo en cuenta que hay niveles de incertidumbre y complejidad mucho mayores.
En el caso, por ejemplo, de la gestión del agua a la que se refería el presidente Petro, es importante reconocer que las infraestructuras convencionales conducen a un enfoque sesgado desde el punto de vista de la disponibilidad de agua. El esfuerzo de acumular agua o llevar agua desde aquellos lugares del país donde tenemos más, a aquellos lugares donde las necesitamos, tiene un coste en términos ambientales y sociales. No digo que no sean necesarias en algunas circunstancias concretas, lo que digo es que ese enfoque de oferta se puede completar con un enfoque de gestión de la demanda que tiene que ver, entre otras cosas, con gestionar mejor las infraestructuras que ya tenemos.
En Colombia hubo una discusión en torno a la teoría del decrecimiento. ¿Qué tan viable ve esa opción?
La discusión verdaderamente significativa no es tanto en términos de decrecimiento como en términos de desacoplamiento de las sendas de crecimiento económico y de nuestros niveles de degradación ambiental. Lo que sí tenemos que hacer, sin ninguna duda, es desmaterializar nuestros procesos de crecimiento, utilizar cada vez menos flujos de materia, de energía y de agua para generar unidades adicionales de producto.
Es importante hacer compatible tasas positivas de crecimiento económico que se desacoplan de los niveles de degradación ambiental. Los países más exitosos en este terreno no han sido países que se han metido en una recesión económica para ser capaces de reducir sus emisiones, sino países que han desacoplado sus niveles de emisiones de gases de efecto invernadero y otros parámetros de degradación ambiental de los niveles de crecimiento de la economía. Ese desacoplamiento es un imperativo, el decrecimiento me parece arriesgado.
La crisis de la energía por la guerra en Ucrania ha revivido debates sobre el fracking, por ejemplo. ¿Cómo evitar que en este contexto se tomen decisiones perjudiciales para el medio ambiente?
El choque energético que estamos viviendo es el más grave en 50 años. Hay una dificultad seria en Europa Occidental porque había una alta dependencia del gas natural ruso. Aunque ha habido tentación de regresar a los combustibles fósiles, específicamente algunos países de regresar al carbón, la apuesta de la Comisión Europea ha sido redoblar los esfuerzos en términos de descarbonización. Es decir, ante la duda un paso hacia adelante a la hora de avanzar en la penetración de renovables en la generación eléctrica, de diversificar nuestra matriz de energía primaria y, en paralelo, de conseguir desvincularnos de esa dependencia del gas natural ruso.
En parte, ha funcionado reviviendo alianzas atlánticas con la exportación de gas natural licuado procedente de Estados Unidos, en parte con alianzas que algunos países europeos tienen con países del norte de África para garantizar suministro de gas natural. El mensaje que hay que mandar a nivel internacional es que siempre es muy tentador apostar por soluciones coyunturales, pero aquí estamos enfrentándonos a cambios estructurales, entonces tenemos que ser capaces de tomar cierta distancia de la coyuntura para avanzar hacia soluciones de largo plazo.
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¿Qué papel juega la academia?
Hay una crisis de la idea de democracia liberal y los ciudadanos están enfrentados a dos pulsiones: la tecnocrática, que es pensar que habrá un consejo de sabios que tomará las mejores decisiones, pero ignorando a los ciudadanos, y la populista, que es pensar que el pueblo siempre tiene razón y que no hay que escuchar o construir políticas sobre la base de evidencia. Esas dos pulsiones se unen en un mismo problema que es el simplismo. No podemos permitirnos al simplismo.
Necesitamos respuestas complejas, explicaciones complejas para problemas complejos y, en este sentido, la academia es fundamental porque generando procesos de dialéctica, intercambio de experiencias, información y conocimiento se enriquece la democracia entendida en su sentido más noble, que es el reconocimiento de la cultura democrática, la capacidad para celebrar a aquel que no es como tú.
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