Cómo el pulso por controlar los procesadores puede redefinir la economía global
Las tensiones que hay para controlar la producción y distribución de procesadores que hay entre China y Estados Unidos tendrán efectos de gran calado en prácticamente todo el planeta.
Hay una forma de ver las tensiones entre Estados Unidos y China alrededor de los procesadores que podría asemejarse al juego del gato y el ratón: un lado persigue, el otro responde con medidas que eluden la persecución, al menos en parte.
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Hay una forma de ver las tensiones entre Estados Unidos y China alrededor de los procesadores que podría asemejarse al juego del gato y el ratón: un lado persigue, el otro responde con medidas que eluden la persecución, al menos en parte.
Otra forma de aproximarse al escenario es verlo como una suerte de reencauche de la Guerra Fría, pero en versión semiconductores y chips de computación avanzada.
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De fondo, este tipo de tecnología es algo así como el alma de prácticamente cualquier dispositivo que funcione con electricidad, desde celulares y computadores personales, pasando por carros, hasta productos militares como misiles de crucero o programas de defensa y ataque cibernético.
En la mitad de este (aún diplomático) campo de batalla se juega la supremacía tecnológica de las dos principales economías globales (tanto en sus aspectos civiles, como militares), pero también el desarrollo y alcance de una industria que, con toda su sofisticación y complicaciones, alimenta las partes más básicas de lo que hoy podemos llamar una vida conectada.
¿Qué ha pasado en la guerra de los procesadores?
En octubre del año pasado, la administración del presidente estadounidense Joe Biden publicó un documento de unas 140 páginas en las cuales, con gran detalle técnico, se emitían una serie de reglas para impedir que China obtuviera las líneas más avanzadas de procesadores de parte de compañías de EE.UU. Este tipo de tecnología es necesaria para alimentar supercomputadores que bien pueden ser usados para una serie de asuntos civiles, así como para avanzar en programas nacionales de inteligencia artificial con fines militares.
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Sólo para hacerse una idea, se estima que el crecimiento de ChatGPT ha estado alimentado por al menos unos 10.000 de los procesadores más avanzados disponibles en este momento.
Las reglas establecidas en ese documento fueron adoptadas también por países aliados de Biden, como Holanda y Japón, otros dos de los centros de producción de este tipo de tecnología.
La jugada desató una suerte de crisis en las relaciones internacionales entre China y EE.UU., que apenas hasta el mes pasado comenzó a ser desactivada con la visita a China de los secretarios de Estado y Tesoro norteamericanos.
En su momento, Janet Yellen, secretaria del Tesoro, aseguró desde Pekín que “buscamos una competencia económica sana donde no haya un ganador absoluto, sino que, con un conjunto justo de reglas, se beneficien ambos países al mismo tiempo”, dijo funcionaria, y agregó que las acciones de Estados Unidos para proteger la seguridad nacional deben ser “específicas”.
Lo que viene en el pulso por los chips
El pronunciamiento de Yellen se dio en medio de rumores (primero reportados por el diario The Wall Street Journal) acerca de un nuevo movimiento por parte de la administración Biden para controlar los flujos de inversión desde EE.UU. hacia China, que implicarían más restricciones en el campo de los semiconductores.
De concretarse, este movimiento tendría serias implicaciones no sólo en las relaciones entre ambos países, sino en las perspectivas de las propias compañías estadounidenses, coo NVIDIA o Intel, por nombrar dos de los principales nombres en este campo.
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Aquí es importante tener en cuenta que, de acuerdo con cifras de la SIA (gremio global de los fabricantes de semiconductores), cerca de 50 % de las ventas de estos dispositivos está en manos de empresas de Estados Unidos (aunque sólo 12 % de la producción es realizada por compañías de este país).
Esta especie de desbalance se explica, en parte, porque la industria ha ido girando hacia un modelo con un superávit de diseñadores de chips, pero con un número menor (y más concentrado en regiones y conglomerados) de fabricantes.
Lo que estas cifras permiten ver es el impacto en las firmas que diseñan esta tecnología (predominantemente estadounidenses), pero también que el golpe se podría sentir en términos de producción, pues algunas de las fábricas están ubicadas en China.
¿El tiro por la culata?
Uno de los efectos casi predecibles de todo este escenario es la desconexión de China de su dependencia tecnológica extranjera.
Y es por acá que el escenario se ve más como el juego del gato y el ratón o como una nueva Guerra Fría, pero en clave de semiconductores.
Las autoridades estadounidenses y europeas están cada vez más preocupadas por el impulso acelerado de China en la producción de semiconductores de generaciones anteriores y debaten nuevas estrategias para contener la expansión del país.
La secretaria de comercio de EE.UU., Gina Raimondo, aludió al problema durante un panel de discusión la semana pasada en el American Enterprise Institute. “La cantidad de dinero que China está invirtiendo en subsidiar lo que será un exceso de capacidad de chips de tecnologías anteriores, ese es un problema en el que debemos pensar y trabajar con nuestros aliados para superarlo”. dijo.
Si bien no hay un cronograma para tomar medidas y aún se está recopilando información, todas las opciones están sobre la mesa, según un alto funcionario del Gobierno de Biden, citado por la agencia Bloomberg.
Altos funcionarios de la Unión Europea y EE.UU. están preocupados por el impulso de Pekín para dominar este mercado por razones tanto económicas como de seguridad, dijeron las personas consultadas por Bloomberg. A estos funcionarios les preocupa que las empresas chinas puedan volcar sus chips en los mercados globales en el futuro, lo que llevaría a los rivales extranjeros a la quiebra, como en la industria de energía solar, sostuvieron.
“EE.UU. y sus socios deberían estar en guardia para mitigar el comportamiento ajeno al mercado de las empresas de semiconductores emergentes de China”, escribieron los investigadores Robert Daly y Matthew Turpin en un ensayo reciente del centro de estudios Hoover Institution de la Universidad de Stanford. “Con el tiempo, podría crear nuevas dependencias de EE.UU. o socios en cadenas de suministro con sede en China que no existen en la actualidad, lo que afectaría la autonomía estratégica de EE.UU”.
EE.UU. y Europa están tratando de desarrollar su propia producción nacional de chips para disminuir la dependencia de Asia. Los Gobiernos han reservado dinero público para apoyar a las fábricas locales, incluidos los US$52.000 millones del Gobierno de Biden para la ley de CHIPS y Ciencias.
Pero los productores nacionales pueden ser reacios a invertir en fábricas que tendrán que competir con plantas chinas fuertemente subsidiadas. La Administración Biden y sus aliados están evaluando la voluntad de las empresas occidentales de invertir en tales proyectos antes de decidir qué acción tomar.
Si bien, la reglas impuestas por EE.UU. en octubre pasado han ralentizado el desarrollo de China de capacidades avanzadas de fabricación de chips dejó prácticamente intacta la capacidad del país para utilizar técnicas más antiguas. Eso ha llevado a las empresas chinas a construir nuevas plantas más rápido que en cualquier otro lugar del mundo.
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