Pensadores globales 2025: La batalla cuesta arriba contra la pobreza
Expertos internacionales revisan el panorama de la desigualdad en el mundo y proponen posibles salidas al fenómeno. Tercera entrega de la serie.
PS QUARTERLY * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
Periódicamente PS Quarterly presenta predicciones de expertos sobre un tema de interés global; y con la mirada puesta en 2025, vale la pena prestar más atención al anhelo internacional de poner fin a la pobreza. Este año Naciones Unidas celebró la Cumbre del Futuro y buscó dar impulso a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), con la advertencia de que el mundo va camino de alcanzar sólo el 17% de las metas consagradas por la comunidad internacional en la Agenda 2030. (Lea el análisis del Premio Nobel de Economía 2024, Daron Acemoglu, sobre inteligencia artificial).
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Periódicamente PS Quarterly presenta predicciones de expertos sobre un tema de interés global; y con la mirada puesta en 2025, vale la pena prestar más atención al anhelo internacional de poner fin a la pobreza. Este año Naciones Unidas celebró la Cumbre del Futuro y buscó dar impulso a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), con la advertencia de que el mundo va camino de alcanzar sólo el 17% de las metas consagradas por la comunidad internacional en la Agenda 2030. (Lea el análisis del Premio Nobel de Economía 2024, Daron Acemoglu, sobre inteligencia artificial).
Tras los años de la pandemia, que arrojaron a decenas de millones de personas a la pobreza, es evidente la necesidad de renovar los esfuerzos. Pero lo cierto es que la mayor parte de los avances contra la pobreza se dieron entre 2000 y 2015 (los años de los Objetivos de Desarrollo del Milenio), y esto genera dudas sobre la viabilidad de las metas presentes, por no hablar de las modalidades actuales en la provisión de ayuda al desarrollo. Para evaluar las chances que tiene el mundo de resolver el problema más antiguo de la humanidad, pedimos a algunos de nuestros autores su opinión respecto de la siguiente afirmación: “Los avances hacia las metas mundiales de reducción de la pobreza en 2030 seguirán siendo decepcionantes”.
Hippolyte Fofack:
Sólo un terciode los países está en camino de reducir tan siquiera a la mitad la pobreza durante esta década, y los cálculos sugieren que más de 600 millones de personas aún vivirán en la pobreza extrema en 2030. Miles de millones más seguirán enfrentando graves privaciones materiales y las consecuencias de la crisis climática. El mundo actual se caracteriza por la vieja dicotomía entre países en desarrollo y desarrollados, y por una vasta divergencia en la financiación de los ODS, que según estimaciones asciende a unos cuadro billones de dólares por año.
Incluso antes de que la pandemia frenara el crecimiento en muchos países y aumentara las tasas de pobreza, los avances marginales en reducción de la pobreza fueron en gran medida resultado del espectacular desempeño de las economías asiáticas emergentes. China y otros países usaron la inversión pública sostenida en capital humano, físico y digital para movilizar la inversión privada (incluida la inversión extranjera directa a gran escala) y para crear una sólida base industrial. A continuación, las industrias fabriles creadas catalizaron transferencias tecnológicas, lo que permitió a esos países subir en la cadena de valor global y acercar sus ingresos a los de las economías avanzadas.
En la Cumbre del Futuro se reconoció con razón que el uso rentista de la tecnología y la actual arquitectura financiera internacional son dos de los mayores obstáculos contra la reducción de la pobreza. Los países africanos y latinoamericanos, en particular, enfrentan déficits crónicos de capital humano y físico que inhiben los flujos de inversión extranjera y frenan la diversificación económica necesaria para ampliar las oportunidades de empleo y mejorar en forma sostenible el crecimiento del ingreso per cápita.
A fines de 2023, las 500 mayores gestoras de activos del mundo tenían 128 billones de dólares en cartera. Pero en vez de proveer a los países en desarrollo financiación suficiente, la arquitectura financiera global los somete a tipos de interés que asfixian el crecimiento, motivados por el temor a la cesación de pagos. Es así que en estos países, los intereses de la deuda externa se han convertido en una de las partidas principales de los presupuestos nacionales. Además de limitar el acceso a capital barato y «paciente», estas condiciones aumentan el peso fiscal de la deuda soberana y restan a los países pobres capacidad para ampliar las inversiones en desarrollo sostenible y en su gente.
Ningún país debería verse obligado a elegir entre la sostenibilidad de la deuda y la reducción de la pobreza. Pero una convergencia global de ingresos seguirá siendo esquiva si no trascendemos la vieja mentalidad de hablar de países «desarrollados» y «en desarrollo» (base del modelo colonial de extracción de recursos), creamos un acceso igualitario a la financiación y extendemos a todo el mundo los beneficios materiales de la educación y la tecnología modernas.
Hippolyte Fofack, ex economista principal y director de investigaciones en el Banco Africano de Exportación e Importación, es becario Parker de la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible en la Universidad de Columbia.
Sakiko Fukuda-Parr:
Hace un decenio, la aprobación en la Asamblea General de las Naciones Unidas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible generó una ovación. La agenda, inédita en su ambición de encaminar al mundo hacia un futuro más venturoso, prometía una transformación capaz de salvar el planeta, terminar con la pobreza y fomentar el desarrollo económico. El objetivo no era sólo acelerar el progreso, sino también cambiar su dirección para beneficiar al planeta y a todas las personas. Sin embargo, sólo un 17% de las metas para 2030 va camino de concretarse, y un tercio está estancado o incluso en retroceso. ¿Por qué?
La acción política que impulsó la aprobación de la agenda no se pudo sostener para asegurar su implementación. Las negociaciones internacionales produjeron un consenso, pero no siguieron el patrón habitual de acuerdos entre diplomáticos a puertas cerradas. Se instituyó un proceso único (el Grupo de Trabajo Abierto) con el objetivo de ampliar la participación, escuchar a la sociedad civil y fortalecer las voces de los gobiernos de países más pequeños y débiles, en particular los del sur global.
Pero aunque esta nueva dinámica alteró las estructuras de poder vigentes para la institución de normas globales, no generó impulso para transformar la formulación de políticas nacionales e internacionales. Por eso los objetivos en materia de «medios de implementación» y «asociaciones» (ODS17) han sido los más descuidados, y los objetivos relacionados con el medioambiente y la desigualdad, fuente de mayores desacuerdos políticos, van con más retraso. Pero son los elementos más «transformadores» del esquema de los ODS, con los que se busca enfrentar obstáculos sistémicos defendidos por poderosos intereses creados.
Para lograr avances contra la pobreza se necesitan cambios en la economía política global. Necesitamos crear un espacio para nuevos experimentos de políticas nacionales e internacionales. Un buen punto de partida es el «plan de rescate» para los ODS del secretario general de la ONU, que pide cambios radicales en la arquitectura financiera internacional, en la deuda de los países en desarrollo, en la cooperación tributaria internacional y en el acceso a medicinas y vacunas que salvan vidas.
Sakiko Fukuda-Parr es profesora de Asuntos Internacionales en The New School.
Jayati Ghosh:
El reciente retroceso en el progreso hacia los objetivos globales de erradicar la pobreza y acabar con el hambre ocurre en un momento en que el mundo es más rico que nunca y en que la producción total de alimentos es más que suficiente para alimentar a toda la población del planeta. Esta contradicción es resultado de una desigualdad extrema y creciente en la distribución de ingresos, activos, oportunidades y accesos, dentro de cada país y entre países, y se origina en instituciones y políticas, en los niveles nacional e internacional.
La arquitectura económica internacional y la mayoría de los gobiernos siguen favoreciendo a los ricos y a las grandes corporaciones que tienen más poder de presión, mientras desatienden su responsabilidad de defender los derechos humanos, y en particular los derechos sociales y económicos. En tanto, la volatilidad de los flujos de capitales, los monopolios sobre conocimientos fundamentales y la incapacidad para resolver el exceso de endeudamiento restan a los países de ingresos bajos y medios capacidad para asegurar el bienestar económico de sus ciudadanos. Los organismos multilaterales no han cumplido sus mandatos y les cuesta mantener la relevancia. Y ahora, el giro proteccionista y aislacionista en países ricos como Estados Unidos restringirá aún más los flujos transfronterizos de bienes, servicios y personas, lo que agravará el problema.
Esta tendencia deprimente no es inevitable. Pero para cambiarla se necesita una gran transformación de las estrategias económicas en una mayoría de países, que centre la formulación de políticas en satisfacer las necesidades básicas de las personas y proteger la naturaleza y el planeta, en vez de maximizar el crecimiento de la producción por sí mismo.
Jayati Ghosh es profesora de Economía en la Universidad de Massachusetts Amherst.
Indermit Gill:
Es triste admitirlo, pero la meta de acabar con la pobreza en 2030 está fuera de nuestro alcance. Fuera de nuestro alcance en el nivel mínimo de supervivencia de 2,15 dólares al día. Todavía más en el mínimo de 6,85 dólares en el que se mantiene casi la mitad de la humanidad. Y es una fantasía en algunos de los niveles nuevos (hasta 30 dólares al día) de los que se habla.
Un primer paso, en las circunstancias actuales, es reconocer esta realidad y evitar nuevas decepciones. La década de 2020, lejos de ser el período transformador para el desarrollo que esperábamos, va camino de convertirse en una década perdida. El avance en la reducción de la pobreza está casi detenido: hoy alrededor del 8,5% de la población mundial vive con menos de 2,15 dólares al día, y el porcentaje apenas ha variado desde 2019. Las perspectivas de mejora a corto plazo son escasas. Se prevé que el crecimiento económico mundial promedio en 2025 y 2026 será 2,7%, muy por debajo del 3,1% promedio que prevaleció desde mediados de los noventa hasta 2015, cuando el mundo estuvo más cerca que nunca de eliminar por completo la pobreza extrema.
Ahora nuestra prioridad tiene que ser introducir políticas que reinicien la reducción de la pobreza. La fórmula comprobada para reducir la pobreza es el crecimiento económico con base amplia, la inversión en educación y salud y redes de seguridad que lleguen a los destinatarios deseados. Por el resto de esta década, es más importante recuperar impulso en la reducción de la pobreza que discutir metas y cronogramas exactos. A pesar de los retrocesos derivados de pandemias y del cambio climático, soy optimista: podemos hacerlo.
Indermit Gill es economista principal y vicepresidente sénior para la Economía del Desarrollo en el Banco Mundial.
Justin Yifu Lin:
El mundo enfrenta una multiplicidad de desafíos complejos, que impedirán el avance hacia los objetivos de reducción de la pobreza en 2030. El cambio climático provoca fenómenos meteorológicos extremos que agravan la inseguridad hídrica y alimentaria, con especial efecto sobre los más pobres. Los países de altos ingresos no han cumplido sus promesas, consagradas en el Acuerdo de París, de proveer a los países en desarrollo fondos suficientes para medidas de mitigación y adaptación al calentamiento global, lo que aumenta su vulnerabilidad.
Además, los efectos persistentes de la pandemia de COVID‑19 han revertido años de logros que costó mucho alcanzar, y las tensiones geopolíticas alteran el comercio y la inversión, lo que limita a su vez el crecimiento económico en las regiones en desarrollo. En los países desarrollados, el empeoramiento de las disparidades de ingresos y el retroceso de la clase media han llevado a un auge de políticas proteccionistas. En África y América Latina, los países en desarrollo enfrentan una desindustrialización prematura, por la falta de apoyo gubernamental a la transformación estructural. Muchos países carecen de los recursos e infraestructuras que necesitan para poner en práctica estrategias de reducción de la pobreza eficaces. Subsiste la desigualdad dentro de los países y entre países, y esto dificulta todavía más el crecimiento inclusivo.
Sin esfuerzos globales concertados y cambios de políticas sustanciales, es probable que el avance hacia los ODS siga por debajo de las expectativas, para mayor decepción de quienes esperaban un mundo más equitativo en 2030.
* Justin Yifu Lin, ex economista principal del Banco Mundial, es decano del Instituto de Nueva Economía Estructural en la Universidad de Pekín.
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