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Los líderes chinos se expresan con mucha seguridad sobre poder vencer al presidente Donald Trump en una guerra comercial.
Los noticieros estatales lo han retratado como un bravucón imprudente resuelto a debilitar el sistema comercial mundial, mientras que presentan al gobierno chino como defensor imparcial del libre comercio. Además, el líder chino, Xi Jinping, ha aprovechado la disputa para reforzar el mensaje del Partido Comunista de que Estados Unidos está decidido a detener el ascenso de China, aunque ya no pueda lograrlo. China ya es demasiado fuerte y su economía demasiado grande.
“China no tiene miedo de una guerra comercial”, declaró el viceministro de finanzas, Zhu Guangyao, en una conferencia de prensa para discutir el posible contrataque. Más de una vez, hizo referencia a la historia de la “nueva China” –que comenzó su extraordinario renacimiento económico hace cuatro décadas—como evidencia de que “jamás sucumbiría a la presión extranjera”.
Lo que la fanfarronada y la propaganda no mencionan son los métodos cuestionables que China ha utilizado para excluir a las empresas extranjeras de los mercados clave de la tecnología, además del hecho de que bajo el análisis objetivo de la economía, China es más vulnerable a una guerra comercial de lo que quieren admitir los funcionarios.
Las exportaciones representan una gran parte del crecimiento de la economía China. Debido a que Estados Unidos compra tantos productos de China, Washington tiene más maneras de afectar a los fabricantes chinos. En contraste, los aranceles vengativos que Pekín propuso ya cubren más de un tercio de lo que China compra de Estados Unidos, por lo que tiene pocas opciones para contratacar.
Sin embargo, en el ámbito político, Xi goza de ventajas que le podrían permitir sobrellevar una caída económica mucho mejor que a Trump. Su control autoritario sobre los medios de comunicación y sobre el partido hace que haya pocas oportunidades para quejarse de sus políticas, mientras que Trump debe lidiar con reclamos de empresas de Estados Unidos y de los consumidores antes de las importantes elecciones a mitad de periodo de noviembre.
El gobierno chino también tiene mucho mayor control sobre la economía, lo que le permite proteger a la gente de los despidos o de las clausuras de fábricas al ordenarles a los bancos que apoyen a las industrias que sufran por los aranceles estadounidenses. Es capaz de extender el dolor de una guerra comercial mientras tolera años de pérdidas en empresas administradas por el gobierno que dominan los sectores más grandes de la economía.
“Tengo la impresión de que en Washington existe una percepción exagerada de lo dolorosos que podrían ser estos aranceles” en China, dijo Arthur R. Kroeber, director ejecutivo de Gavekal Dragonomics, una empresa de investigación en Pekín.
El peor escenario, calcula, sería que las acciones de Estados Unidos podrían recortar una décima parte de un punto porcentual del crecimiento de la economía china; esto no es suficiente para obligarlos a revertir drásticamente sus políticas, gracias a los enormes beneficios que los líderes chinos ven en el modelo fuertemente estatal del que han dependido en décadas recientes.
Al mismo tiempo, los funcionarios chinos al parecer creen que pueden aprovecharse de lo que consideran puntos vulnerables del sistema político estadounidense.
“El sector agrícola de Estados Unidos es muy influyente en el Congreso”, dijo Wang Yong, profesor de Economía en la Universidad de Peking, para explicar por qué China escogió productos agrícolas como las semillas de soya con el fin de aplicarles aranceles en represalia. “China quiere que el sistema político local estadounidense haga todo el trabajo”.
El presidente y su gobierno han mandado mensajes completamente distintos esta semana.
El miércoles, a pocas horas del comunicado chino, funcionarios del gobierno de Trump intentaron aplacar los temores de que una guerra comercial era inminente al sugerir que quizá no den inicio al plan de imposición de aranceles por 50.000 millones a productos chinos.
No obstante, el jueves por la tarde, Trump dijo que podría considerar la posibilidad de imponer un arancel adicional de 100.000 millones a los productos chinos como respuesta a su “venganza injusta”. En un comunicado, dijo que “en lugar de remediar su falta de ética profesional, China ha decidido hacerle daño a nuestros agricultores y fabricantes”.
Zhu, el viceministro de finanzas de China, incluso agradeció a los agricultores de soya estadounidenses y a la asociación que los representa por haber declarado su oposición a los planes del gobierno de Trump.
Además de semillas de soya, China amenazó con contratacar con aranceles para autos estadounidenses, químicos y otros productos. Se seleccionaron los 106 bienes, muchos fabricados en lugares del país que han apoyado a Trump, para mandar una advertencia de lo que sufrirían los trabajadores y los consumidores estadounidenses a causa de una contienda prolongada.
“Si alguien quiere pelear, estaremos listos para enfrentarlo”, dijo Zhu, más o menos resumiendo los términos de una rendición estadounidense: la remoción de aranceles unilaterales y la resolución de cualquier queja a través de la Organización Mundial de Comercio. “Si quiere negociar, la puerta está abierta”.