Por un trabajo doméstico formal
“Startups” e iniciativas sindicales luchan por la formalización de las labores remuneradas en los hogares.
En Colombia, hay casi 700.000 personas que se emplean en el trabajo doméstico. El 94 % de ellas son mujeres; de ese total, el 60 % gana el salario mínimo o menos y solo el 17 % tiene seguridad social. Es una actividad económica que sufre de alta informalidad. En general, las condiciones laborales de las mujeres, por factores como la tasa de desempleo y las brechas salariales, tienen aún muchos obstáculos que superar, pero cuando se trata del trabajo doméstico remunerado, el desafío es aun más grande.
El reconocimiento del trabajo del hogar, tanto remunerado como no remunerado (que las mujeres asumen en su propia casa, en su mayoría), ha tenido avances en el país por lo menos desde la legislación. En 2010, se expidió la Ley de Economía del Cuidado (1413), que hoy permite calcular que, si se pagara, el trabajo doméstico que no se reconoce con un salario equivaldría al 20 % del PIB, más que sectores como la minería o la agricultura. Por otro lado, en 2016, por medio de la Ley 1788, se reconoció el derecho de las trabajadoras domésticas a la prima de servicios.
A la par, ha aumentado la demanda por servicios de empresas que buscan contribuir a la formalización de estos oficios, lo que se podría leer como una muestra de una creciente conciencia sobre la importancia de esto. CoreWoman, un laboratorio de innovación dedicado a la investigación, acompañamiento y formación, dice que está ejecutando un proyecto “a escala global que nos ha permitido conocer los emprendimientos en la economía del cuidado en América Latina. El objetivo es conectarlos con mentores y oportunidades de inversión y que sus soluciones sean conocidas en todo el mundo”.
A través de ese trabajo, solo en América Latina han identificado “108 empresas e iniciativas que ofrecen productos y servicios en segmentos como servicios domésticos, cuidado y acompañamiento de adultos mayores, cuidado y estimulación cognitiva de niños, productos y servicios para personas con discapacidad, entre otros”, dice Susana Martínez Restrepo, socia fundadora de CoreWoman. Al desagregar por país, encontraron que Colombia es el que tiene el mayor número de emprendimientos mapeados (42 %), seguido de México (27 %).
“Creemos que en parte esto se explica por la importancia que ha tenido el tema de la economía del cuidado en el país, pero también por el espíritu emprendedor colombiano y un ecosistema de start-ups cada vez más fuerte”. Entre esos emprendimientos están Symplifica y Hogaru, que año a año vienen creciendo 50 % o más. Los líderes de ambas iniciativas, de origen colombiano, manifiestan su convicción de que contribuyen al ODS de trabajo decente, pues ofrecen servicios que promueven la formalización laboral.
“Se ha demostrado que el trabajo formal es una puerta para reducir la pobreza, el acceso al sistema financiero y progreso. Adicionalmente, nuestro negocio de hogares tiene un alto componente de género, ya que más del 95 % de los empleados del hogar son mujeres y, en este sentido, también impactamos con nuestra labor este ODS”, dice Salua García, cofundadora de Symplifica, que está en el 65 % del país y está incursionando en México.
Esta plataforma da asesoría para que la contratación del trabajo doméstico se haga con “todas las de la ley”. Según García, desde 2016 han impactado “en la vida de las trabajadoras domésticas al habilitar acceso a seguridad social, trabajo formal y beneficios extralegales de educación y financieros”. Asimismo, “en los empleadores, al garantizar el cumplimiento de la ley, evitar demandas y otorgar beneficios a sus empleados. Y en el sistema de seguridad social, al aumentar el recaudo”.
A raíz de los confinamientos decretados por la pandemia, uno de los sectores más afectados fue el trabajo doméstico. El no remunerado, al multiplicarse las cargas de cuidado dentro del hogar (cuidado de menores de edad, educación y trabajo a distancia, cuidado de personas enfermas, etc.), que en su mayoría recayeron sobre las mujeres; pero también el trabajo doméstico remunerado, pues las mujeres que se dedican a este oficio quedaron sin empleo o sufrieron abusos a sus derechos.
Claribed Palacios García, presidenta de la Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Trabajo Doméstico (Utrasd), le contó en su momento a El Espectador que las mujeres que estaban pudiendo conservar su empleo lo estaban logrando “como internas, sin que se respete la jornada laboral o los días que salían, porque sus empleadores les dicen que no pueden salir hasta que se levante el aislamiento”.
“La pandemia fue de bastante impacto, la demanda de nuestros servicios se vio afectada por unos meses”, asegura Juan Sebastián Cadavid, director ejecutivo de Hogaru, presente en Bogotá, su sabana, Cali y Medellín. “Pero la buena noticia es que a raíz de la bioseguridad hay más conciencia de la importancia del aseo de la casa o la oficina. La gente también está más tiempo en casa y es más importante tenerla organizada”, señala. Dice que la formalización laboral de las profesionales de limpieza, como las denomina, así como la liberación del tiempo de las personas que se emplean en otros oficios y requieren los servicios domésticos están en el centro de su misión.
Además de estas start-ups, es preciso mencionar iniciativas como la de IMA Limpia, cuya historia destacamos en las páginas de Impacto Mujer, de El Espectador, hace algunos meses y a cuya junta directiva, de hecho, pertenece Claribed Palacios. Se trata de una empresa social fundada por la Unión de Trabajadoras del Servicio Doméstico, a la que se vinculan directamente las trabajadoras. La empresa hace los trámites y enlaces con quienes contraten los servicios.
“El sueño es seguir creciendo, seguir transformando la vida de miles de trabajadoras domésticas y llegar a toda Colombia, para empezar a revertir no solo las estadísticas de informalidad, sino la cultura que hay en nuestro país frente a la economía del cuidado, que es la que sostiene a toda nuestra sociedad”, dijo Palacios a El Espectador en noviembre pasado.
En esta historia parece haber un relativo consenso respecto a que la conciencia sobre la importancia del trabajo doméstico formal viene en aumento, como lo muestran las acciones de las iniciativas citadas. Sin embargo, las estadísticas dan cuenta del enorme reto por delante.
Según Quanta —iniciativa de la Universidad Javeriana en colaboración con la Universidad de los Andes y el DANE—, los trabajadores del cuidado remunerado (que incluye también oficios relacionados con la salud y la educación, entre otros), en 2020, en promedio, tenían menor informalidad, mayor nivel educativo y mayores ingresos que en 2019, lo que hace pensar que quienes perdieron su empleo en la pandemia eran los más vulnerables. Tener mejores condiciones, sin duda, repercutiría no solo en la calidad de vida de los trabajadores (mujeres en su mayoría), sino en la preparación ante una crisis como la que implicó el covid-19.
5 retos para tener trabajo decente, según nuestros/as lectores/as
- Fortalecer la calidad de la educación pública en todos sus niveles, básica, técnica y universitaria.
- La formalización del empleo, elevados costos de contratación incentivan a que trabajar por “prestación de servicios” sea aceptado y popular, mas no eficiente.
- Reconocer la capacidad de desarrollo de cada región e invertir los recursos necesarios para su desarrollo a fin de que sus habitantes tengan trabajo digno según sus conocimientos (incluida su formación académica).
- Disminuir la burocracia. Facilitar el ingreso de jóvenes al empleo. Generar estabilidad laboral a todo nivel.
- Hacer transparentes los procesos de nombramiento y de ascensos de tal manera que sean procesos limpios.
Este texto hace parte del gran especial de aniversario de los 135 años de El Espectador, que analiza cómo podemos tener un futuro más sostenible. Encuentre aquí el especial completo.
En Colombia, hay casi 700.000 personas que se emplean en el trabajo doméstico. El 94 % de ellas son mujeres; de ese total, el 60 % gana el salario mínimo o menos y solo el 17 % tiene seguridad social. Es una actividad económica que sufre de alta informalidad. En general, las condiciones laborales de las mujeres, por factores como la tasa de desempleo y las brechas salariales, tienen aún muchos obstáculos que superar, pero cuando se trata del trabajo doméstico remunerado, el desafío es aun más grande.
El reconocimiento del trabajo del hogar, tanto remunerado como no remunerado (que las mujeres asumen en su propia casa, en su mayoría), ha tenido avances en el país por lo menos desde la legislación. En 2010, se expidió la Ley de Economía del Cuidado (1413), que hoy permite calcular que, si se pagara, el trabajo doméstico que no se reconoce con un salario equivaldría al 20 % del PIB, más que sectores como la minería o la agricultura. Por otro lado, en 2016, por medio de la Ley 1788, se reconoció el derecho de las trabajadoras domésticas a la prima de servicios.
A la par, ha aumentado la demanda por servicios de empresas que buscan contribuir a la formalización de estos oficios, lo que se podría leer como una muestra de una creciente conciencia sobre la importancia de esto. CoreWoman, un laboratorio de innovación dedicado a la investigación, acompañamiento y formación, dice que está ejecutando un proyecto “a escala global que nos ha permitido conocer los emprendimientos en la economía del cuidado en América Latina. El objetivo es conectarlos con mentores y oportunidades de inversión y que sus soluciones sean conocidas en todo el mundo”.
A través de ese trabajo, solo en América Latina han identificado “108 empresas e iniciativas que ofrecen productos y servicios en segmentos como servicios domésticos, cuidado y acompañamiento de adultos mayores, cuidado y estimulación cognitiva de niños, productos y servicios para personas con discapacidad, entre otros”, dice Susana Martínez Restrepo, socia fundadora de CoreWoman. Al desagregar por país, encontraron que Colombia es el que tiene el mayor número de emprendimientos mapeados (42 %), seguido de México (27 %).
“Creemos que en parte esto se explica por la importancia que ha tenido el tema de la economía del cuidado en el país, pero también por el espíritu emprendedor colombiano y un ecosistema de start-ups cada vez más fuerte”. Entre esos emprendimientos están Symplifica y Hogaru, que año a año vienen creciendo 50 % o más. Los líderes de ambas iniciativas, de origen colombiano, manifiestan su convicción de que contribuyen al ODS de trabajo decente, pues ofrecen servicios que promueven la formalización laboral.
“Se ha demostrado que el trabajo formal es una puerta para reducir la pobreza, el acceso al sistema financiero y progreso. Adicionalmente, nuestro negocio de hogares tiene un alto componente de género, ya que más del 95 % de los empleados del hogar son mujeres y, en este sentido, también impactamos con nuestra labor este ODS”, dice Salua García, cofundadora de Symplifica, que está en el 65 % del país y está incursionando en México.
Esta plataforma da asesoría para que la contratación del trabajo doméstico se haga con “todas las de la ley”. Según García, desde 2016 han impactado “en la vida de las trabajadoras domésticas al habilitar acceso a seguridad social, trabajo formal y beneficios extralegales de educación y financieros”. Asimismo, “en los empleadores, al garantizar el cumplimiento de la ley, evitar demandas y otorgar beneficios a sus empleados. Y en el sistema de seguridad social, al aumentar el recaudo”.
A raíz de los confinamientos decretados por la pandemia, uno de los sectores más afectados fue el trabajo doméstico. El no remunerado, al multiplicarse las cargas de cuidado dentro del hogar (cuidado de menores de edad, educación y trabajo a distancia, cuidado de personas enfermas, etc.), que en su mayoría recayeron sobre las mujeres; pero también el trabajo doméstico remunerado, pues las mujeres que se dedican a este oficio quedaron sin empleo o sufrieron abusos a sus derechos.
Claribed Palacios García, presidenta de la Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Trabajo Doméstico (Utrasd), le contó en su momento a El Espectador que las mujeres que estaban pudiendo conservar su empleo lo estaban logrando “como internas, sin que se respete la jornada laboral o los días que salían, porque sus empleadores les dicen que no pueden salir hasta que se levante el aislamiento”.
“La pandemia fue de bastante impacto, la demanda de nuestros servicios se vio afectada por unos meses”, asegura Juan Sebastián Cadavid, director ejecutivo de Hogaru, presente en Bogotá, su sabana, Cali y Medellín. “Pero la buena noticia es que a raíz de la bioseguridad hay más conciencia de la importancia del aseo de la casa o la oficina. La gente también está más tiempo en casa y es más importante tenerla organizada”, señala. Dice que la formalización laboral de las profesionales de limpieza, como las denomina, así como la liberación del tiempo de las personas que se emplean en otros oficios y requieren los servicios domésticos están en el centro de su misión.
Además de estas start-ups, es preciso mencionar iniciativas como la de IMA Limpia, cuya historia destacamos en las páginas de Impacto Mujer, de El Espectador, hace algunos meses y a cuya junta directiva, de hecho, pertenece Claribed Palacios. Se trata de una empresa social fundada por la Unión de Trabajadoras del Servicio Doméstico, a la que se vinculan directamente las trabajadoras. La empresa hace los trámites y enlaces con quienes contraten los servicios.
“El sueño es seguir creciendo, seguir transformando la vida de miles de trabajadoras domésticas y llegar a toda Colombia, para empezar a revertir no solo las estadísticas de informalidad, sino la cultura que hay en nuestro país frente a la economía del cuidado, que es la que sostiene a toda nuestra sociedad”, dijo Palacios a El Espectador en noviembre pasado.
En esta historia parece haber un relativo consenso respecto a que la conciencia sobre la importancia del trabajo doméstico formal viene en aumento, como lo muestran las acciones de las iniciativas citadas. Sin embargo, las estadísticas dan cuenta del enorme reto por delante.
Según Quanta —iniciativa de la Universidad Javeriana en colaboración con la Universidad de los Andes y el DANE—, los trabajadores del cuidado remunerado (que incluye también oficios relacionados con la salud y la educación, entre otros), en 2020, en promedio, tenían menor informalidad, mayor nivel educativo y mayores ingresos que en 2019, lo que hace pensar que quienes perdieron su empleo en la pandemia eran los más vulnerables. Tener mejores condiciones, sin duda, repercutiría no solo en la calidad de vida de los trabajadores (mujeres en su mayoría), sino en la preparación ante una crisis como la que implicó el covid-19.
5 retos para tener trabajo decente, según nuestros/as lectores/as
- Fortalecer la calidad de la educación pública en todos sus niveles, básica, técnica y universitaria.
- La formalización del empleo, elevados costos de contratación incentivan a que trabajar por “prestación de servicios” sea aceptado y popular, mas no eficiente.
- Reconocer la capacidad de desarrollo de cada región e invertir los recursos necesarios para su desarrollo a fin de que sus habitantes tengan trabajo digno según sus conocimientos (incluida su formación académica).
- Disminuir la burocracia. Facilitar el ingreso de jóvenes al empleo. Generar estabilidad laboral a todo nivel.
- Hacer transparentes los procesos de nombramiento y de ascensos de tal manera que sean procesos limpios.
Este texto hace parte del gran especial de aniversario de los 135 años de El Espectador, que analiza cómo podemos tener un futuro más sostenible. Encuentre aquí el especial completo.