¿Rusia, Ucrania y el fin de la globalización?
La guerra en Ucrania ha sido leída por algunos analistas como el fin del orden mundial. Lo que hay de fondo se asemeja más bien a un fin de la hegemonía de ciertas monedas, lo que a su vez podría impulsar una evolución de la globalización.
Diego Guevara *
La confrontación del último mes entre Ucrania y Rusia ha puesto de nuevo en el debate internacional la ruptura de Rusia con Occidente como un punto de inflexión en el orden global.
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La confrontación del último mes entre Ucrania y Rusia ha puesto de nuevo en el debate internacional la ruptura de Rusia con Occidente como un punto de inflexión en el orden global.
La globalización financiera y comercial se había venido consolidando en las últimas cuatro décadas de la mano de los países del norte occidental, en la que gigantes de otras latitudes del globo, como Rusia, parecían estar perfectamente engranados. Y tal vez esto fue cierto hasta finales del siglo XX. Sin embargo, el nuevo milenio ha traído nuevas realidades geopolíticas, en las que el regreso de Rusia al escenario mundial ha creado nuevas tensiones e incluso hoy puede marcar un nuevo mundo bipolar.
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La guerra en Ucrania ha sido asumida por algunos como el final de la globalización. Otros hablan del fin de la diplomacia comercial o del comercio internacional como lo conocemos. Y si bien puede haber elementos de un poco de todos estos pronunciamientos, lo que hay de fondo no es tanto el fin de algunos asuntos como su transformación en otros: una evolución hacia otro estado de las cosas.
Historia reciente de un final anunciado
La década de los años 90 del siglo anterior, para algunos osados académicos, parecía ser el fin de la historia y la culminación de las tensiones entre Oriente y Occidente en el marco de la Guerra Fría. Con una Rusia bastante mermada y aislada, parecía entonces que su rol sería más el de un aliado en los tiempos en los que las políticas de apertura y desregulación se consolidaron en el planeta.
De hecho, en la década de los 90 Rusia se enfrentó a una caída del PIB real del 40 % entre 1989 y 1995, además de una crisis inflacionaria. Ya para finales de siglo XX el dólar empezaba a representar una parte significativa de todo el efectivo en Rusia y los efectos colaterales de la devaluación del rublo en 1998 impactaron dramáticamente todo el tejido social. Con Rusia en crisis, la globalización comercial y financiera avanzaba a pasos agigantados, y la OTAN y la Unión Europea se expandían al este con un riesgo de provocar a Rusia.
El nuevo milenio trajo unas nuevas realidades para Moscú, pues la llegada de Vladimir Putin al poder coincidió con los altos precios de las materias primas, y especialmente el del petróleo le permitió una recuperación significativa y un mayor peso de las empresas estatales en la producción del crudo, que pasó del 19 % en 2004 al 50 % en 2008.
Con este escenario, Rusia comenzó a acumular una gran cantidad de reservas y de activos internacionales, en especial de dólares, de la mano de un superávit comercial y un Estado fuerte. Pero como lo afirma el profesor de Columbia Adam Tooze, “la gran paradoja de esta recuperación era que la nueva posición de Rusia y su prosperidad no estaba asociada con la independencia de la economía mundial, sino con su participación en ella”. A pesar de los conflictos con Georgia, por Osetia y Abjasia en 2008, y la toma de la península de Crimea en 2014, Rusia siguió siendo un jugador fundamental en la globalización comercial y financiera en la segunda década del siglo XX y hasta se dio el lujo de organizar unos Juegos Olímpicos de Invierno en 2014 y un Mundial de Fútbol en 2018.
Quizá los objetivos geopolíticos y los conflictos del gigante de los Urales fueron minimizados en un período en el que el mundo volteó sus ojos hacia una inesperada pandemia, pero Rusia por su parte no perdió su norte en materia de seguridad nacional, carrera armamentista y seguridad económica, pues sus niveles de reservas continuaron en aumento.
Rusia cuenta hoy con US$640.000 millones en reservas, que le dan un buen oxígeno, y a pesar de que las sanciones le impiden acceder a cerca de US$300.000 millones, aún tiene un gran espacio de juego que hace que a pesar de la inflación que vive Moscú hoy, la vida en la capital para una gran parte de la población esté lejos de una crisis humanitaria.
Adicionalmente, las posibles alianzas con Turquía y China pueden establecer un nuevo polo y una nueva estructura en las jerarquías de las monedas. De hecho, en los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijing los presidentes Xi Jinping y Vladimir Putin declararon una alianza entre China y Rusia que no conoce límites y que podría ser superior a las alianzas políticas y militares de la Guerra Fría.
Hoy la composición de la canasta de monedas de exportaciones rusas a China ha venido cambiando, pues según datos del Banco Central de Rusia para 2013, cerca del 90 % del comercio entre los dos países era en dólares y para 2020 había decaído al 60 % y el resto ya se hacía en otras monedas como renminbi y euro.
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Las sanciones seguramente reforzarán esta tendencia, no solo en Rusia, sino en otras naciones, pues el denominado “armamentismo financiero”, con la exclusión de los países que desafían las convenciones del orden dominante, llevará a buscar otras estrategias en el manejo de reservas ante el riesgo de confiscación. Basta ver la estrategia de Putin de exigir que el gas sea pagado en rublos, aunque esta propuesta no será sostenible cuando se encuentren sustitutos energéticos en Europa en el mediano plazo.
Hoy por hoy China y Rusia tienen alternativas emergentes al poderoso sistema global de interconexión financiera conocido como Swift y, a pesar de que la consolidación de una plataforma paralela toma tiempo, la crisis puede acelerar este proceso. En este mismo orden de ideas, muchos países de Asia están tratando de interconectar las plataformas de pago de sus bancos centrales y usar CBCD (monedas digitales de la banca central). Como lo afirman muchos expertos, muy seguramente la ruptura actual llevará la arquitectura financiera a un nivel diferente al del reinado del dólar en la globalización que hasta hoy conocemos.
Esta ruptura en la soberanía global del dólar puede reconfigurar la globalización y quizás estamos asistiendo al nacimiento de una nueva era de globalización fragmentada, en la que las jerarquías monetarias cambien y a largo plazo muy seguramente habrá que mirar hacia el pasado para entender cómo podría ser el futuro.
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Tal vez la propuesta del Bancor de Keynes, como una moneda de transacción universal, sea el puente para avanzar hacia una mejor arquitectura financiera global que la que hoy conocemos. En palabras del economista chileno Esteban Pérez: “Para Keynes, el Bancor cumplía una función central, desligar el dinero de la moneda de reserva internacional. Además, reducía la dependencia del oro y del dólar. Todo esto permitía una mayor autonomía en la conducción de la política económica interna”.
Este puede ser hoy uno de los grandes desafíos del desarrollo: estar integrados a la economía global, pero con mayor autonomía en la política económica interna. Y, a su vez, esto no será posible sin una nueva arquitectura financiera que, aunque ahora parece distante, en las futuras reconfiguraciones de la globalización quizá mire en esa dirección.
En últimas, la globalización y la desregulación financiera minaron las bases del multilateralismo de la posguerra, sin duda. Y es por ello que hoy más que siempre se requiere el “desarme financiero” para recuperar el proyecto kantiano de la paz perpetua.
* Profesor Escuela de Economía de la U. Nacional de Colombia