Salario mínimo, más allá de la retórica
El poder de negociación e influencia de los trabajadores ha decrecido globalmente. Colombia ha apostado por la moderación de salarios como estrategia de crecimiento y generación de empleo, pero los beneficios de esta estrategia resultan cuestionables.
Gonzalo Cómbita*
La negociación del salario mínimo es un punto álgido en el debate nacional para temas cruciales como la generación de empleo o el poder adquisitivo de los trabajadores. No obstante, la trascendencia de tal evento y las circunstancias en las que se presentan son opacadas por la presentación de la cifra de crecimiento estimada del salario mínimo tanto para las centrales obreras como los gremios y los tecnócratas. (Lea "Comienzan reuniones preparatorias del salario mínimo 2018")
Las circunstancias que subyacen a la negociación del salario mínimo evidencian la pérdida sistemática de negociación y credibilidad pública que han enfrentado los trabajadores alrededor del mundo. Se trata de un escenario en el que fuerzas como la globalización, encarnada en políticas de libre comercio y capitales, favorecen la concentración del ingreso y la deslocalización productiva.
Por cierto, esto último generó la pérdida de empleos en países desarrollados como Estados Unidos, lo que impulsó la propuesta política de Donald Trump, y a su vez, trajo a nuestros países reducción en los estándares laborales en asuntos como jornadas, subcontratación, precarización en el acceso a seguridad social y, en general, políticas de flexibilización laboral que redundan en restricciones severas al crecimiento de los salarios, cuando no son voces que sugieren la eliminación del salario mínimo.
La persistente reducción en el poder de negociación de los trabajadores se puede evidenciar en la caída global de la participación de los salarios en el ingreso nacional desde 1970, como está consignado en un trabajo de Engelbert Stockhammer para la OIT. Entre otros factores, la culpa de este proceso se le atribuye, no sólo a la globalización, sino al cambio tecnológico que reemplaza la mano de obra por métodos de producción mecanizados, la financiarización como un proceso en el que la especulación, y no la producción, son el motor de los beneficios empresariales, y la reducción del Estado de bienestar.
Para el caso colombiano, las cifras de la Cepal muestran una marcada caída de la proporción de los salarios en el ingreso nacional desde mediados de los años 90 hasta hoy, cuando apenas se acerca al 30 %. Esto es el resultado de las fuerzas antes descritas, más un factor adicional que se muestra cada vez más relevante: el mayor peso de las actividades extractivas en la demanda de exportaciones, que según el Atlas de la Complejidad para 2016 representan más del 60 % de la canasta exportadora, lo que a su vez genera que la demanda de bienes agregada que hacen los trabajadores no sea fundamental para el proceso de crecimiento y generación de empleo nacionales. Entonces, el poder de negociación de los trabajadores cae sistemáticamente, algo que se refleja en la mesa de negociación del salario mínimo e incluso en los mecanismos de participación política.
Otro aspecto significativo que pesa en la negociación del salario mínimo es la visión de los tecnócratas, en la cual los salarios son solamente un componente de costos empresariales, por lo que suponen que la moderación de su crecimiento estimularía la inversión concentrando el ingreso en los empresarios a través de mayores beneficios. Sin embargo, esta idea no es del todo cierta, pues el incremento del salario mínimo, y la influencia que éste puede tener para la fijación de los demás salarios en la economía, podría incrementar la demanda agregada y estimular la producción, y por ende, un mayor empleo: indirectamente, serían los mismos trabajadores quienes crearían sus propios empleos. Lo anterior muestra que las visiones neutras de los tecnócratas terminan validando posiciones especulativas. Al respecto, Steve Keen mencionó en su libro Desenmascarando la economía que la devoción esclava al concepto fuerza a los economistas a posiciones políticamente reaccionarias e intelectualmente contradictorias.
Contrario a esta última visión, Colombia ha apostado por la moderación de salarios como estrategia de crecimiento y generación de empleo. Pero, al igual que Holanda, que ha sido presentado como un caso exitoso por generar empleos en un escenario de moderación de los salarios, se observa un crecimiento moderado del PIB, apenas por encima del de la productividad, lo que macroeconómicamente termina generando pocos puestos de empleo y de mala calidad.
Así, la actual negociación del salario mínimo en nuestro país debería permitir una reflexión sobre el modelo de crecimiento, dando un mayor protagonismo a los trabajadores en términos de importancia en la demanda agregada y en la generación de empleos en el mercado nacional, lo que redunda en el fortaleciendo de la democracia.
Es una discusión que debería plantearse como una estrategia de largo plazo, que involucre la transición a estructuras productivas más sofisticadas y diversificadas, algo que permitiría impulsar el crecimiento de la productividad a través de la demanda. Esto, de entrada, modificaría uno de los principales errores en la negociación del salario mínimo: suponer ex ante el valor de la productividad, además de basarse en técnicas obsoletas de medición, como lo ha demostrado el trabajo de Jesús Felipe y McCombie.
*Profesor de macroeconomía de la Universidad de La Salle.
La negociación del salario mínimo es un punto álgido en el debate nacional para temas cruciales como la generación de empleo o el poder adquisitivo de los trabajadores. No obstante, la trascendencia de tal evento y las circunstancias en las que se presentan son opacadas por la presentación de la cifra de crecimiento estimada del salario mínimo tanto para las centrales obreras como los gremios y los tecnócratas. (Lea "Comienzan reuniones preparatorias del salario mínimo 2018")
Las circunstancias que subyacen a la negociación del salario mínimo evidencian la pérdida sistemática de negociación y credibilidad pública que han enfrentado los trabajadores alrededor del mundo. Se trata de un escenario en el que fuerzas como la globalización, encarnada en políticas de libre comercio y capitales, favorecen la concentración del ingreso y la deslocalización productiva.
Por cierto, esto último generó la pérdida de empleos en países desarrollados como Estados Unidos, lo que impulsó la propuesta política de Donald Trump, y a su vez, trajo a nuestros países reducción en los estándares laborales en asuntos como jornadas, subcontratación, precarización en el acceso a seguridad social y, en general, políticas de flexibilización laboral que redundan en restricciones severas al crecimiento de los salarios, cuando no son voces que sugieren la eliminación del salario mínimo.
La persistente reducción en el poder de negociación de los trabajadores se puede evidenciar en la caída global de la participación de los salarios en el ingreso nacional desde 1970, como está consignado en un trabajo de Engelbert Stockhammer para la OIT. Entre otros factores, la culpa de este proceso se le atribuye, no sólo a la globalización, sino al cambio tecnológico que reemplaza la mano de obra por métodos de producción mecanizados, la financiarización como un proceso en el que la especulación, y no la producción, son el motor de los beneficios empresariales, y la reducción del Estado de bienestar.
Para el caso colombiano, las cifras de la Cepal muestran una marcada caída de la proporción de los salarios en el ingreso nacional desde mediados de los años 90 hasta hoy, cuando apenas se acerca al 30 %. Esto es el resultado de las fuerzas antes descritas, más un factor adicional que se muestra cada vez más relevante: el mayor peso de las actividades extractivas en la demanda de exportaciones, que según el Atlas de la Complejidad para 2016 representan más del 60 % de la canasta exportadora, lo que a su vez genera que la demanda de bienes agregada que hacen los trabajadores no sea fundamental para el proceso de crecimiento y generación de empleo nacionales. Entonces, el poder de negociación de los trabajadores cae sistemáticamente, algo que se refleja en la mesa de negociación del salario mínimo e incluso en los mecanismos de participación política.
Otro aspecto significativo que pesa en la negociación del salario mínimo es la visión de los tecnócratas, en la cual los salarios son solamente un componente de costos empresariales, por lo que suponen que la moderación de su crecimiento estimularía la inversión concentrando el ingreso en los empresarios a través de mayores beneficios. Sin embargo, esta idea no es del todo cierta, pues el incremento del salario mínimo, y la influencia que éste puede tener para la fijación de los demás salarios en la economía, podría incrementar la demanda agregada y estimular la producción, y por ende, un mayor empleo: indirectamente, serían los mismos trabajadores quienes crearían sus propios empleos. Lo anterior muestra que las visiones neutras de los tecnócratas terminan validando posiciones especulativas. Al respecto, Steve Keen mencionó en su libro Desenmascarando la economía que la devoción esclava al concepto fuerza a los economistas a posiciones políticamente reaccionarias e intelectualmente contradictorias.
Contrario a esta última visión, Colombia ha apostado por la moderación de salarios como estrategia de crecimiento y generación de empleo. Pero, al igual que Holanda, que ha sido presentado como un caso exitoso por generar empleos en un escenario de moderación de los salarios, se observa un crecimiento moderado del PIB, apenas por encima del de la productividad, lo que macroeconómicamente termina generando pocos puestos de empleo y de mala calidad.
Así, la actual negociación del salario mínimo en nuestro país debería permitir una reflexión sobre el modelo de crecimiento, dando un mayor protagonismo a los trabajadores en términos de importancia en la demanda agregada y en la generación de empleos en el mercado nacional, lo que redunda en el fortaleciendo de la democracia.
Es una discusión que debería plantearse como una estrategia de largo plazo, que involucre la transición a estructuras productivas más sofisticadas y diversificadas, algo que permitiría impulsar el crecimiento de la productividad a través de la demanda. Esto, de entrada, modificaría uno de los principales errores en la negociación del salario mínimo: suponer ex ante el valor de la productividad, además de basarse en técnicas obsoletas de medición, como lo ha demostrado el trabajo de Jesús Felipe y McCombie.
*Profesor de macroeconomía de la Universidad de La Salle.