Tareas del hogar: un trabajo poco valorado

Involucrar la política pública, las empresas y a los hombres en labores no remuneradas que en su mayoría asumen mujeres es clave para promover la participación femenina en el mercado laboral y la generación de riqueza.

María Alejandra Medina C. / @alejandra_mdn
14 de octubre de 2018 - 02:00 a. m.
Flickr - Judith Doyle
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Una lavadora puede no ser más que una máquina con un tambor que gira para mezclar agua con detergente y ropa sucia, o puede significar un cambio en el mundo. Así lo demostró uno de los trabajos de la profesora Ximena Peña de la Universidad de los Andes, que evaluó los resultados de dotar con ese tipo de aparatos a familias de bajos ingresos en Bogotá y Soacha. Un electrodoméstico puede liberar tiempo, al menos una porción de las más de siete horas diarias que las colombianas dedican en promedio al trabajo no remunerado, el doméstico y de cuidados (de niños, enfermos o ancianos) que nadie paga, tiempo que bien podría destinarse a estudiar, generar ingresos o descansar.

El dato es del informe de ONU Mujeres sobre empoderamiento económico presentado el pasado miércoles en Bogotá, el primero de este tipo que la organización hace sobre Colombia. Sus principales hallazgos, sobre los que se publicó un artículo en este diario el mismo día, tomaron como base los datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). Según Ana Güezmes, representante de ONU Mujeres en el país, es posible identificar avances, por ejemplo, en la participación del género femenino en la educación superior, pero hay otros ámbitos que preocupan, como la participación laboral (que se ha estancado en 54 %, frente a casi 75 % de los hombres) y el trabajo no remunerado.

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No es casual que ambas cosas estén relacionadas: las horas que se dedican a lavar, planchar o cocinar son tiempo que no se puede destinar a hacer trabajos que la sociedad sí reconoce con salarios. En 2017, el 26,7 % de mujeres de 15 años o más no tenían ingresos propios, casi tres veces el porcentaje masculino (9,7). Pero ¿por qué importa tener ingresos propios? De entrada, es un asunto de independencia y autonomía, que facilita “romper los ciclos de violencia y pobreza, establecer relaciones equitativas y fortalecer su liderazgo en el desarrollo, la democracia y la construcción de la paz”, dice el informe en su introducción. Sin mencionar que el hecho de que haya más mujeres en el mercado laboral puede traducirse en mayor producción (PIB) y, por ende, en mayor riqueza.

ONU Mujeres, no obstante, tiene en cuenta que, así como entre hombres y mujeres no hay igualdad, entre las mismas mujeres tampoco. Las rurales, por ejemplo, dedican en promedio más tiempo que las urbanas a los trabajos que no se remuneran, lo que, de todas formas, es más del doble de horas que destinan los hombres para el mismo fin. Sin acueducto es probable que toque hacer largas caminatas para recoger el agua; sin energía, de nada sirven los electrodomésticos. “Invertir en infraestructura social básica como agua potable, saneamiento y electricidad resulta especialmente relevante para reducir la carga de trabajo doméstico y de cuidado, en particular entre mujeres de medios rurales en donde la llegada de servicios es especialmente limitada”, resalta el documento.

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El informe presenta una clasificación de las mujeres en tres grandes grupos. Las que cuentan con mayor educación son también las que participan más en el mercado laboral, tienen ingresos propios en mayor medida y menor tasa de maternidad a edad temprana. Es el grupo en el que hay menor proporción de mujeres que se dedican exclusivamente a las tareas del hogar y de cuidado y, en general, dedican menos horas por semana al trabajo que no se paga: 48, es decir, cerca de 6,8 por día, que no deja de ser muy similar a una jornada laboral completa. Por eso las investigaciones académicas que han abordado el tema hablan de una “doble (hasta triple) jornada” que asumen las mujeres.

La explicación no es tan compleja: las que tienen más recursos pueden contratar a quien haga el trabajo de cuidado (niñeras, enfermeras, etc.) o, por supuesto, el doméstico. La economista Natalia Moreno, que estudió el caso de Bogotá (ver infografía), lo pone así en un artículo publicado en la Revista Latinoamericana de Estudios de Familia: “Las mujeres de mayores ingresos realizan una hora y 18 minutos menos de trabajo doméstico y de cuidado no remunerado que las de menores ingresos. A medida que se adquiere mayor poder adquisitivo se abandona el TDCNR (trabajo doméstico y de cuidado no remunerado), se sustituye y se descarga en otras mujeres”.

Helena Calle, periodista de El Espectador, lo aterriza un poco más en un texto reciente sobre el doctorado honoris causa de la Universidad Nacional que en septiembre pasado recibió la socióloga Magdalena León —reconocimiento que, por cierto, ha sido entregado 89 % de las veces a hombres—: “(…) parte de la liberación femenina de mujeres clase media fue a costa de otras mujeres, más pobres y vulnerables. La liberación de las que salieron a trabajar con sus power suits al mundo reservado para los hombres dependió (o depende) en cierta medida de esas otras, ‘las domésticas’, que quedan al cuidado de la casa”.

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ONU Mujeres resalta medidas como la ley que en Colombia estableció la prima para los trabajadores domésticos (que incluye a conductores y jardineros, entre otros). Sin embargo, el peso de este tipo de labor “en el empleo informal no se reduce de manera significativa”. Eso implica, por ejemplo, que cuando esos hombres y mujeres sean viejos no tendrán una pensión y quizá se verán obligados a seguir trabajando cuando deberían estar recibiendo cuidados. “El papel activo de las adultas mayores en la provisión de este trabajo hace que sean privadas de su derecho a ser cuidadas y que sustituyan al Estado en sus funciones al soportar una fuerte carga de TDCNR (trabajo doméstico y de cuidado no remunerado)”, escribe Moreno.

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Para muchos, antes de ir al colegio o a la universidad, era (o es) usual encontrar el desayuno servido, la lonchera empacada y, quizá, al volver, la cama tendida, tareas que es más probable que las haya hecho la mamá, casi seguramente levantándose más temprano que los demás. Si no es su caso, al menos habrá visto la escena en los comerciales de televisión. Si padre y madre viven juntos, lo mismo podría aplicar para la camisa planchada —y previamente lavada— del señor, necesaria para irse a trabajar. Uno de los puntos que ha tratado de visibilizar la economía del cuidado es que la sociedad no funcionaría ni se reproduciría sin ese trabajo.

Moreno habla del “papel central que desempeñan las actividades domésticas y de cuidados dentro de la reproducción social y el bienestar cotidiano de las personas, situando así este tipo de trabajo como una actividad imprescindible del sistema económico actual”, en su base. En un intento por reconocer todas esas labores, en Colombia se expidió la Ley 1413 de 2010. Como consecuencia, el DANE ha calculado que representa un equivalente a casi 20 % del PIB, cerca de tres veces lo que significan sectores como la agricultura o la explotación de minas y canteras.

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Para muchos, poner ese aporte en números ha sido un primer paso. Lo siguiente sería reducir cargas, por ejemplo, con tecnología y servicios públicos, y redistribuir involucrando, claro, a los hombres, pero también a las empresas y sin duda a la política pública. Las cifras de la investigación de Moreno pueden ser muy dicientes de la necesidad de involucrar a los hombres: las mujeres que viven en pareja (en Bogotá) dedican en promedio dos horas más al trabajo no remunerado que las que viven solas.

El papel de las empresas es fundamental. Flexibilidad de horarios, disposición de guarderías y salas de lactancia —para lo que, de hecho, ya existe una norma que entidades públicas y las grandes compañías deben seguir— pueden ayudar a involucrar más a los padres en el cuidado y a combatir los llamados techos de cristal, esos límites velados para el crecimiento profesional de las mujeres que no ven la posibilidad de repartir su tiempo entre las esferas laboral, familiar y personal. Y no es un beneficio solo para las familias: retener talento es rentable. “Hoy la evidencia es clara: los países, las sociedades y las empresas que tienen mayor igualdad de género gozan de niveles más altos de crecimiento y mejor desempeño”, dice ONU Mujeres.

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Lo anterior, sin mencionar la responsabilidad que en la reproducción de la sociedad deberían reconocer las empresas, como resalta Moreno en su investigación. Al respecto, el sector privado en Colombia ha participado en iniciativas como la Comunidad Par. Se trata de compañías que anualmente se someten a una evaluación que resulta, luego, en un ranquin de equidad de género en entidades públicas y privadas hecho por la organización Aequales. Implementar medidas como las mencionadas, por supuesto, les da un mejor puntaje.

El informe de ONU Mujeres propone como estrategia estatal seguir “fortaleciendo los servicios de cuidado de calidad”, que respeten los “derechos y la dignidad tanto de las personas cuidadoras como de aquellas a las que se dispensan cuidados”. En el caso del cuidado infantil afirma: “Estos servicios permiten formar y educar a niñas y niños, crear empleo con distintos grados de calificación y reducir el costo de oportunidad de las mujeres para incorporarse en el mercado laboral”. Para promover el sentido de “corresponsabilidad”, habla, por ejemplo, de ampliar las licencias de paternidad, como ocurrió esta semana en España. Que sean licencias que se destinen al cuidado y que no sean transferibles están entre los retos.

Para Moreno, sin embargo, lograr cambios de fondo será muy difícil sin recursos, sin dinero. La transformación, dice, es más estructural en la economía: promover sectores como la industria y el agro, que generen más riqueza que pueda ser luego invertida en servicios para la sociedad y redistribuida, por demás, a través de políticas fiscales progresivas. La economista, por cierto, ha formado parte del grupo de hombres y mujeres que se han opuesto al IVA a productos que solo usan las mujeres: las toallas higiénicas y tampones, decisión que en este momento está en manos de la Corte Constitucional.

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Reconocer, reducir y redistribuir el trabajo no remunerado es un elemento de peso en el empoderamiento económico femenino. No está al margen de lo que puede fomentar la participación de las mujeres en el mercado laboral o en la política. Al respecto, ONU Mujeres resalta acciones afirmativas, como la ley de cuotas. Frente a las críticas que se suelen hacer, como que imponer un 30 % de participación femenina deja a un lado el reconocimiento del talento o los méritos de quienes aspiran a un cargo, Güezmes responde que “con el talento no es suficiente”, pues si lo fuera, la mayor cantidad de mujeres que de hombres que se gradúan como profesionales (o la mayor cantidad de años que destinan al estudio) se vería reflejada en la participación laboral y en las posiciones de liderazgo. En el 40 % de las juntas directivas del país no hay participación femenina.

En definitiva, el objetivo es que sean medidas transitorias. De hecho, por extraño que suene, para su representante en Colombia, el ideal es que ONU Mujeres deje de existir. Que sea así una vez el mundo logre la igualdad que los países se han propuesto alcanzar con miras a 2030, para lo que es necesario acelerar el paso, pues al ritmo actual, se calcula, la tarea realmente puede durar unos 80 años.

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Fuente: Moreno-Salamanca, N. (2018). La economía del cuidado: división social y sexual del trabajo no remunerado en Bogotá. Revista Latinoamericana de Estudios de Familia, 10(1), 51-77.

 

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Por María Alejandra Medina C. / @alejandra_mdn

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