Un economista espiritual
Alfredo Sfeir-Younis estuvo en Colombia en varios conversatorios. En ellos habló de temas coyunturales, como la crisis económica.
Carolina Gutiérrez Torres
El hombre de bata vinotinto y cabello y barba blancos y espesos, entró a un salón abarrotado de gente que esperaba por él. Llevaba unas sandalias cafés y unas medias oscuras. A su entrada sólo hubo silencio. Tomó asiento, cerró los ojos, dispuso las manos en posición de plegaria y luego musitó algunas palabras que nadie alcanzó a escuchar. Minutos después llegó una mujer rubia a presentarlo. “Él es Alfredo Sfeir-Younis —dijo—, una persona que va por el mundo tocando muchos corazones”.
Entonces el hombre, el de apariencia de mesías, tomó el micrófono. Durante dos horas hablaría de economía, de espiritualidad, de un híbrido de las dos cosas que es a lo que él le ha entregado casi la vida entera: 30 años en el Banco Mundial y las mismas decenas recorriendo el mundo con sus discursos del cuerpo y el alma.
Es chileno. Economista de la Universidad de Chile. Doctor en economía ambiental. Pensionado del Banco Mundial —estuvo en las áreas de medio ambiente y desarrollo sostenido. También representante especial del Banco ante la ONU—. Es una autoridad espiritual, como reza en muchas de sus biografías.
A Colombia ya había venido en otras ocasiones. Quizá la más especial fue la última vez que pisó la cárcel de máxima seguridad de Cómbita (Boyacá). Así se lo relató el señor Sfeir-Younis a las personas que estaban reunidas una noche de julio en el Centro Holístico de Bogotá. A la llegada a la prisión los guardias le advirtieron que el número seis era el patio más peligroso, el único que no podía visitar. Y él decidió que era allí donde quería hacer sus ejercicios de meditación.
Fue un prisionero el que hizo aquella visita imborrable. Un hombre que al ver a Sfeir-Younis no escondió la emoción y en segundos se despojó de su camiseta para limpiar el asiento del maestro. “Nunca voy a olvidar a ese hombre —dice en el auditorio—. Esa tarde estuvimos meditando, en silencio, durante unos 35 minutos. Eso es mucho tiempo para ellos, que no saben cómo hacerlo, que no están acostumbrados. Algunos no pudieron retener el llanto. Fue una experiencia muy bonita. Descubrí, y les hice ver, que ellos son personas que tienen la capacidad de renacer”.
En el conversatorio de esa noche Sfeir-Younis narró fragmentos de su vida y les dio espacio también a sus reflexiones y a sus interpretaciones de las problemáticas que aquejan al mundo. Habló, por supuesto, de la crisis económica. Dijo que ésta era “una crisis eminentemente colectiva, producto de la globalización, y sólo podrá resolverse de manera colectiva. La gran desgracia de esto es que en este momento no hay organizaciones mundiales que puedan encontrar una solución. No existen. Ni el Banco Mundial ni las Naciones Unidas podrían llamarse unas organizaciones colectivas. Dentro de ellas también se mueven intereses particulares”.
La noche del jueves terminó con unos minutos de silencio. Con una meditación grupal que él dirigía desde el frente del salón con toda la tranquilidad, con toda la paz. Antes de retirarse una mujer le preguntó por Colombia, por su percepción de este país. “Yo creo que Colombia es un experimento social, político y económico. Es una región que ha tenido la capacidad de soportar sufrimiento, alegría, caos, paz… todo al mismo tiempo”.
El hombre de la manta vinotinto estuvo dos días más en Bogotá. Visitó Ciudad Bolívar. Plantó 200 árboles por la tranquilidad del mundo. Su próximo destino es incierto. Quizá sea Portugal, el país en el que vive hoy, en una granja retirada de la ciudad en la que se cultivan peras y manzanas.
El hombre de bata vinotinto y cabello y barba blancos y espesos, entró a un salón abarrotado de gente que esperaba por él. Llevaba unas sandalias cafés y unas medias oscuras. A su entrada sólo hubo silencio. Tomó asiento, cerró los ojos, dispuso las manos en posición de plegaria y luego musitó algunas palabras que nadie alcanzó a escuchar. Minutos después llegó una mujer rubia a presentarlo. “Él es Alfredo Sfeir-Younis —dijo—, una persona que va por el mundo tocando muchos corazones”.
Entonces el hombre, el de apariencia de mesías, tomó el micrófono. Durante dos horas hablaría de economía, de espiritualidad, de un híbrido de las dos cosas que es a lo que él le ha entregado casi la vida entera: 30 años en el Banco Mundial y las mismas decenas recorriendo el mundo con sus discursos del cuerpo y el alma.
Es chileno. Economista de la Universidad de Chile. Doctor en economía ambiental. Pensionado del Banco Mundial —estuvo en las áreas de medio ambiente y desarrollo sostenido. También representante especial del Banco ante la ONU—. Es una autoridad espiritual, como reza en muchas de sus biografías.
A Colombia ya había venido en otras ocasiones. Quizá la más especial fue la última vez que pisó la cárcel de máxima seguridad de Cómbita (Boyacá). Así se lo relató el señor Sfeir-Younis a las personas que estaban reunidas una noche de julio en el Centro Holístico de Bogotá. A la llegada a la prisión los guardias le advirtieron que el número seis era el patio más peligroso, el único que no podía visitar. Y él decidió que era allí donde quería hacer sus ejercicios de meditación.
Fue un prisionero el que hizo aquella visita imborrable. Un hombre que al ver a Sfeir-Younis no escondió la emoción y en segundos se despojó de su camiseta para limpiar el asiento del maestro. “Nunca voy a olvidar a ese hombre —dice en el auditorio—. Esa tarde estuvimos meditando, en silencio, durante unos 35 minutos. Eso es mucho tiempo para ellos, que no saben cómo hacerlo, que no están acostumbrados. Algunos no pudieron retener el llanto. Fue una experiencia muy bonita. Descubrí, y les hice ver, que ellos son personas que tienen la capacidad de renacer”.
En el conversatorio de esa noche Sfeir-Younis narró fragmentos de su vida y les dio espacio también a sus reflexiones y a sus interpretaciones de las problemáticas que aquejan al mundo. Habló, por supuesto, de la crisis económica. Dijo que ésta era “una crisis eminentemente colectiva, producto de la globalización, y sólo podrá resolverse de manera colectiva. La gran desgracia de esto es que en este momento no hay organizaciones mundiales que puedan encontrar una solución. No existen. Ni el Banco Mundial ni las Naciones Unidas podrían llamarse unas organizaciones colectivas. Dentro de ellas también se mueven intereses particulares”.
La noche del jueves terminó con unos minutos de silencio. Con una meditación grupal que él dirigía desde el frente del salón con toda la tranquilidad, con toda la paz. Antes de retirarse una mujer le preguntó por Colombia, por su percepción de este país. “Yo creo que Colombia es un experimento social, político y económico. Es una región que ha tenido la capacidad de soportar sufrimiento, alegría, caos, paz… todo al mismo tiempo”.
El hombre de la manta vinotinto estuvo dos días más en Bogotá. Visitó Ciudad Bolívar. Plantó 200 árboles por la tranquilidad del mundo. Su próximo destino es incierto. Quizá sea Portugal, el país en el que vive hoy, en una granja retirada de la ciudad en la que se cultivan peras y manzanas.