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En una hoja blanca, corroída por el tiempo, cargada de, comienzo a fin, de un color de tinta azul, se lee una carta escrita desde el corazón: “Hay estados mentales en nuestro fuero interior que hacen de nuestras vidas verdaderas prisiones o infiernos, aunque estemos en libertad. Acciones y pensamientos con tendencia a la locura que nos llevan a perder el sentido de nuestra existencia”. Abajo, como cuando los enamorados le ponen su sello a un manuscrito, una impronta de amor, firma Miguel Hernández, el preso 6085 de la cárcel la Esperanza, en Guaduas, Cundinamarca.
El papel, que habla así mismo con las letras que en él plasmaron, tiene como destinataria a Angie Moreno, una estudiante del colegio Codama, ubicado en la localidad de Kennedy, en el sur de Bogotá. Ella y más de sesenta alumnos de los grados décimo y once intercambian con los presos de las cárceles colombianas historias de vida, sueños e ilusiones y hasta delitos cometidos, y uno que otro secreto que se esconde dentro de las paredes de las penitenciarías del país. Todo por medio de cartas.
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En Colombia hay 120.668 personas privadas de la libertad, de ellas el 66,3 % son condenadas y un 33,6% son sindicadas, según datos del Departamento de Planeación Nacional. Pero solo 300 presos hacen parte del proyecto ‘Correo a la libertad’, de la profesora Yamile Carrillo, que busca formar a sus estudiantes y a los presos en literatura, con el fin de mejorar su escritura, además de entender la realidad en la que viven los privados de la libertad.
“La iniciativa nace en 2013, luego de que se me propusiera buscar una estrategia con la que promoviera la lectura y la escritura en los chicos de forma vivencial, en la que realmente hubiera una necesidad comunicativa, no algo tan artificial como una tarea de clase”, explica Carrillo, quien, además, es la cabeza del taller de lectura y escritura que se realiza cada jueves en la noche con los estudiantes.
Los presos también reciben capacitación una vez cada año, durante siete semanas. Son talleres de escritura en los que elaboran las cartas. “Con los alumnos nos reunimos semanalmente los jueves. Cuando no hay talleres en cárceles nos concentramos en nuestros escritos literarios y en la lectura de literatura escrita desde la prisión. Aunque también leen a Cervantes y Dostoievski, que son autores que escribieron cuando estaban privados de la libertad”, agrega la profesora.
“Las peores prisiones existen en la mal llamada ‘libertad’. Estoy de acuerdo en que en la calle hay esclavismos tales como: el dinero, el alcohol, las drogas, las envidias, las mentiras, las traiciones, la pereza, el odio y muchos más que acorralan nuestras vidas, robándose la posibilidad de verlo todo”, continúa diciendo Hernández. Esta es quizás su carta número tres, y la que más refleja el pensamiento de miles de personas que viven atados con las labores y circunstancias del día.
Los estudiantes no siempre se enteran de la clase de delito que han cometido los remitentes de las cartas, “el único filtro que hay es que quieran pertenecer a un taller de lectura y escritura; así que han participado actores de los grupos armados y autores de delitos comunes. Y, seguramente, personas inocentes”, cuenta la profesora.
Y aunque saben que son personas “peligrosas” ante los ojos de la sociedad, aseguran que todas las historias son maravillosas. Se sorprenden con los detalles, los relatos, las historias que tienen que ver con el país, como son las que envían los presos de las cárceles de Justicia y Paz. “Hemos hablado con guerrilleros y paramilitares y de pronto a alguno de ellos se le ocurre contarnos con mucha minuciosidad su proceso para entrar en el grupo, nombres propios, y entonces la carta se vuelve como un documento histórico”, expresa Carrillo.
“Correo a la libertad es un gran grupo en el que podemos divertirnos, compartir cartas, cuentos e historias para poder salir de la rutina del colegio, en el que podemos conocer a personas nuevas que están privadas de su libertad y, aunque no las conozcamos ni tengamos idea de cómo son, las valoramos y enlazamos una gran amistad con ellas”, asegura Wilmar Fajardo, uno de los estudiantes vinculados a la iniciativa.
En sus escritos también reflejan sus dolores, el sufrimiento que les causa estar lejos de sus seres queridos, el saber de las necesidades de la familia. Se han conocido historias de pérdida de familiares mientras se encuentran en prisión. En cuanto a los padres, hay unos que logran, desde la prisión, establecer buenos lazos de comunicación y mantienen, con autoridad y amor, un rol de padres, a pesar de las circunstancias adversas; y otros a los que les cuesta más, porque los errores cometidos han generado graves rupturas familiares.
La burocracia se ha convertido en la barrera más grande del proyecto, pues el sistema penitenciario les solicita pedir permisos y que se cumplan horarios. El colegio también les exige muchas cosas. “Son sistemas burocráticos de nuestra organización social que al final uno no entiende y que entorpecen el proceso. Pero vencer todos esos desafíos también fortalece a los estudiantes”, asegura Carrillo.
El proyecto está presente este año en la cárcel la Esperanza, de Guaduas; en la de Cómbita, en Boyacá; en la de Villavicencio y el Buen Pastor. En años anteriores, la Picota, la de Chiquinquirá y la Modelo participaban de la iniciativa. La profesora, con este proyecto, participó del Premio Docente del Banco BBVA y quedó en segundo lugar.
Para Mauricio Flores, director de Responsabilidad Corporativa del banco, las propuestas ganadoras reflejan el trabajo que a diario realizan los docentes de Colombia por hacer de la lectura y la escritura competencias fundamentales en la formación de nuestros estudiantes, desde la diversidad, la pertinencia y, sobre todo, la sostenibilidad, que es lo que tratamos de destacar con nuestro premio.
“La propuesta de Yamile Carrillo rescata la escritura, llevando a los jóvenes de la IE Codema a establecer correspondencia con personas que, por los motivos que sean, están privadas de la libertad, permitiendo generar contenidos y comunicaciones de doble vía, que al final enriquece la vida de todos y permite conocer de cerca problemáticas y dificultades de las distintas comunidades involucradas”, dijo Flores.
Escritores que han tenido la oportunidad de visitar el colegio y las diferentes cárceles, manifestaron la importancia del reconocimiento social que implica este ejercicio de escritura con los presos. Creen que es un modelo de aceptación, reconciliación y reencuentro. “Quisiéramos ayudar de otras formas y buscamos caminos para que tanto el sistema penitenciario como el sistema educativo se den a nuevos encuentros, que permitan la mejora de sus procesos y el logro de algunos de sus objetivos más importantes”, expresa la docente.
Yamile, que podría ser reconocida como una líder social, por su iniciativa de reconocimiento y reconciliación con aquellos que han cometido algún delito, se siente una trabajadora más. “Una persona que logra motivar y despertar el interés de cada participante y su motivación personal. No hay nota para los chicos, no hay disminución de penas para los prisioneros, ni premios, ni castigos. Entrar o salir del grupo es siempre una decisión plena de la voluntad”, afirma.
“A la pregunta: ¿por medio de un lápiz y un papel redactamos nuestros sentimientos? debo decirte que sí. Estos dos elementos constituyen para los privados de la libertad, como lo es mi caso, las herramientas esenciales para grabar con sangre el estado de nuestras impotencias. La literatura es para mí la máxima forma para el desahogo, haciéndome sentir una persona útil para la sociedad en forma actual y futura”, reza la carta del 6085. Su delito, al final, es desconocido, pero su talento es evidente.