Una solución para acabar con la pobreza extrema

Posiblemente es una combinación de varias políticas, pero hay una medida un tanto revolucionaria que tiene más impacto que todas las demás.

Martín E. Díaz Plata /Especial para El Espectador (Londres)
03 de abril de 2017 - 02:00 a. m.
El ingenio de personas pobres de este mundo es tal que el impacto de darles un fajo de dinero es mayor que cualquier otra ayuda. / Jorge Londoño
El ingenio de personas pobres de este mundo es tal que el impacto de darles un fajo de dinero es mayor que cualquier otra ayuda. / Jorge Londoño
Foto: Jorge Londoño
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La pobreza es un problema complejo que requiere de un conjunto de soluciones que van desde la educación y la salud hasta la infraestructura, pero la pregunta que se hacen instituciones y gobiernos que quieren lidiar con la pobreza extrema y que tienen presupuestos limitados es cuál de todas las soluciones es la más efectiva costo-beneficio.

Las organizaciones no gubernamentales se han enfocado en distintas áreas de la salud, educación y trabajo, incluyendo alimentación, acceso médico, alfabetización y entrenamiento vocacional. Todas estas labores son loables y ayudan de una u otra manera a acabar con la erradicación de la pobreza. Pero dado que los recursos económicos suelen ser limitados, ¿qué pasa si hay que escoger una sola medida que tenga el mayor impacto posible?

Empresarios de la industria tecnológica, incluyendo Google y Facebook, han llegado a la conclusión de que la acción de mayor impacto para sacar a millones de la pobreza es simplemente entregarle a cada persona un fajo de billetes para que haga con ellos lo que quiera. Sin preguntas, sin condicionamientos, sin discriminaciones. Según estudios realizados por estas organizaciones (Give Directly es la más conocida), el ingenio de las personas pobres de este mundo es tal que el impacto de este dinero es mayor que cualquier otra ayuda. Cada persona tiene una necesidad inmediata que le impide salir del círculo vicioso de la pobreza y estas necesidades son distintas para cada una. Por lo tanto, ¿quién debería estar encargado de identificarlas? La respuesta de estos empresarios ha sido darle esa responsabilidad a cada persona necesitada, sin el “consejo” de expertos y burócratas que tienen las mejores intenciones pero que no son, ni nunca han sido, pobres.

En varios países de África, Asia y América Latina se han hecho experimentos en los cuales se han comprobado dos grandes ventajas de los programas incondicionales. La primera es que más del 90 % de los recursos van directamente a los beneficiarios del sistema, pues estos programas son mucho más baratos de administrar. En Kenia, por ejemplo, se hacen a través de los teléfonos celulares. La segunda es que las donaciones no sólo incrementan el consumo inmediato, sino también el ahorro, el bienestar psicológico y el empoderamiento de las mujeres, es decir, que su impacto benéfico se extiende en el largo plazo.

La sospecha inmediata que surge de un programa así es que siempre va a existir el individuo, típicamente del género masculino, que lo primero que se le ocurre al recibir un dinero en efectivo es irse al bar a la vuelta de la esquina. Sin embargo, los estudios demuestran que la porción de personas que malgastan el dinero es estadísticamente insignificante. Todo lo contrario, se ha comprobado que los gastos en todas las categorías de consumo (comida, salud y educación) se incrementan, ¡excepto en alcohol y tabaco!

En cuanto a activos durables, se ha descubierto que el gasto más importante que hacen los recipientes de la ayuda es techos de metal. Los analistas, después de darles muchas vuelvtas a estos resultados, están descubriendo que el agua moja, es decir, que estos techos son tremendamente efectivos en ayudar a romper el círculo vicioso de la pobreza.

La consecuencia más reveladora y alentadora del éxito de estos programas es que comprueban que hay que confiar en los pobres y que tacharlos de ignorantes e irresponsables es una generalización horrible y equivocada. Es más, los que queremos contribuir a erradicar la pobreza deberíamos escucharlos en lugar de sermonearlos.

P.D. Kante es el mejor mediocampista del mundo, de acuerdo con Lampard. Muchos medios y jugadores parecen estar de acuerdo. Una de las razones de esta admiración es que Kante nos recuerda a los jugadores que parecen no tener un talento extraordinario pero que, a punta de llegar primero e irse de último de los entrenamientos, logran sobresalir: Makalele, el mismo Lampard, Leonel (el paisa), Díaz Plata, usted. martin@diazplata.com

Por Martín E. Díaz Plata /Especial para El Espectador (Londres)

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