Viaje a donde nacen los celulares
Recorrido por algunas de las instalaciones en donde se producen y prueban estos dispositivos, que en lugares como el país asiático siguen impulsando una revolución que cobija a prácticamente todos los sectores de la economía.
Santiago La Rotta *
“Mi hija tiene cinco años, y un día caminando por una calle de Beijing nos encontramos con una vasija en la que un hombre de 65 o 70 años cocinaba palomitas. Es una forma muy tradicional de hacer esto y creo que hasta es ilegal. Cuando quise comprar, el vendedor me mostró una bolsa con código QR para hacer la transferencia desde Wechat. ¿Cómo le llegó esta tecnología a este señor? Le pregunté si sabía manejar la aplicación para los pagos y me respondió que no sabía leer o escribir. ¿Cómo sabe recibir los pagos? Y me señaló en otra dirección: otra vendedora, quien cocina papas en un asador improvisado, también tiene código QR. Así es China hoy: una anciana le cuenta a otro anciano, analfabeto, cómo recibir pagos móviles”. (Lea también: El P10 de Huawei aterrizó en Colombia)
Quien cuenta la historia es Liu Xingliang, director del Centro de Datos de Internet de China, una organización dedicada a monitorear las tendencias y los cambios en uno de los mayores mercados de tecnología del planeta, principalmente en lo que tiene que ver con teléfonos móviles.
Para finales de 2017, se espera que hayan sido vendidos 1.860 millones de teléfonos inteligentes en todo el mundo. De este número, China pondrá más de 480 millones de unidades: sólo en el primer semestre ya fueron vendidos 232 millones en este país. “La demanda de estos dispositivos pareciera estar desacelerando a nivel global, excepto en China”, asegura Qingkai Zong, de la firma de análisis de mercados GFK.
Este crecimiento tuvo su punto más alto entre 2011 y 2013, cuando el mercado chino tuvo incrementos interanuales de casi 100 %, afirma Zong. Y, aunque las cifras no muestran este nivel de entusiasmo desbordante aún, la tendencia sigue siendo positiva. ¿Qué impulsa esta suerte de frenesí?
Xingliang identifica tres movimientos. El primero son los pagos móviles en China, uno de los países más avanzados en formas electrónicas de pago en el mundo. Aquí hay un mecanismo que se retroalimenta: mayores capacidades en los teléfonos y aplicaciones han permitido nuevos usos y formas de intercambiar bienes, servicios y dinero; esto, a su vez, ha impulsado la compra de estos dispositivos.
Y el segundo es el auge de las bicicletas compartidas, un fenómeno que empezó a expandirse en forma desde 2015, aunque ya estaba presente en algunos lugares desde 2008. El modelo de estas bicicletas está mediado exclusivamente por aplicaciones y pagos móviles. En un estudio reciente, más del 80 % de los encuestados dijeron ser usuarios de este modo de transporte y más del 50 % de éstos lo ha usado al menos una vez en los últimos dos meses.
El tercero son los servicios de entrega de domicilios, un servicio presente en por lo menos 40 % de los usuarios de internet en este país. Según Xingliang, se estima que el 8 % del salario de los trabajadores de cuello blanco chinos se va en domicilios.
“Los celulares hoy nos permiten tener una experiencia diferente como usuarios y ciudadanos. No son sólo un elemento de consumo masivo, sino elementos indispensables, incluso para quienes no son nativos digitales”, dice Xingliang
Charlie y las fábricas de celulares
Cuando se imagina una fábrica de tecnología en China, y en general en Asia, algunas de las imágenes que pueden venir a la mente son vastos pisos llenos de trabajadores anónimos reunidos alrededor de una cinta transportadora que parece desbordarse en el infinito. También hay algo de robots que agarran, instalan, acomodan, finalizan e inspeccionan en una cuidada coreografía que produce una especie de siseo que nunca para, un ruido blanco que jamás se va: si el capitalismo tiene banda sonora, ésta podría ser una de sus piezas principales.
Más allá de las ensoñaciones y el imaginario de película, la realidad de una instalación de este tipo es algo más regular, quizá más común, aunque no por eso menos impresionante. “Cada línea de ensamblaje entrega 2.400 teléfonos por día y hay 31 líneas en este centro”, cuenta uno de los guías del centro de producción de Huawei en Dongguan, China. Esta es la única instalación de su tipo operada enteramente por la compañía china, bien sea en este país o en todo el mundo.
La compañía la define como un centro de producción global, pues puede entregar toda la gama de teléfonos de la marca china, así como sus wearables, tabletas o computadores. Cada línea puede cambiar enteramente de producción en apenas 15 minutos y al mes toda la instalación entrega 1,3 millones de unidades de lo que sea.
Huawei es el gran jugador del mercado chino, lo que explica en buena parte por qué es considerada la tercera compañía en esta industria a nivel global: casi 22 % de la participación en esta industria le pertenece y es el número uno en ventas en este país. Con esta óptica, sus competidores son OPPO y Vivo, que ocupan el segundo y tercer lugar, respectivamente. Apple y Xiaomi llegan de cuarta y quinta en esta lista.
Desde afuera, el lugar parece un edificio más en el campus que la empresa tiene en Dongguan (provincia de Cantón), con una apariencia más bien humilde para un sitio pleno en tecnología de punta. La entrada es celosamente resguardada e incluye pasos como llevar ropa especial para prevenir la descarga de estática cerca de las líneas de producción y la prohibición absoluta de entrar objetos metálicos, también por cuenta de la estática. Es tal el cuidado con este factor, que, una vez con bata, gorro y sandalias especiales, una máquina especializada revisa la carga de una persona y da el visto bueno para entrar al piso de fabricación como tal. La entrada de cámaras está absolutamente prohibida y la empresa no suministra imágenes de esta instalación, más aún de cara al lanzamiento del Mate 10, que se realizará a mediados de octubre en Múnich, Alemania.
Como es de esperarse, buena parte del trabajo de una línea de montaje es realizado por una serie de máquinas que, por ejemplo, acomodan los circuitos de una tarjeta madre, manipulan los procesadores y los sueldan a temperaturas que oscilan entre los 100 y 270 grados centígrados.
Aunque cada producto requiere procesos de ensamblaje diferentes, una línea de producción de teléfonos inteligentes puede tener 70 estaciones de trabajo, de las cuales 10 están operadas por personas: trabajadores que entrenan entre tres y seis meses para integrarse a una suerte de ejército que, de cierta forma, habilita nuestra visión de vida moderna.
En promedio, un teléfono tiene un proceso de manufactura de entre 24 y 48 horas en esta instalación, tiempo en el cual se ensamblan las 5.000 piezas que, en promedio, tiene uno de estos dispositivos. Sólo una etapa de las pruebas de seguridad y durabilidad toma 10 horas, durante las cuales se somete al equipo a temperaturas de hasta 30 grados centígrados. Piénselo de esta forma: este puede ser uno de los puntos en donde las cosas comienzan a prenderse en llamas y estallar. Si no pasa en buena parte es gracias a estos procedimientos.
Pero también lo es por las pruebas intensivas que la compañía realiza en el laboratorio de dispositivos, un centro de investigación y desarrollo situado a una hora de Beijing, abierto en el último trimestre del año pasado.
Se trata de dos edificios repletos de máquinas y equipos especializados para probar cada aspecto de estos dispositivos, desde su posibilidad de tener fallas de comunicación cuando se sostienen en la mano durante una llamada, hasta qué tanto peso soportan el chasis y la pantalla cuando una persona se sienta sobre el teléfono mientras lo guarda en un bolsillo trasero.
Si bien buena parte de lo que se hace en esta instalación tiene que ver con teléfonos inteligentes, los laboratorios también prueban otros dispositivos de comunicación. Huawei fabrica móviles, pero también una amplia gama de productos de telecomunicaciones para empresas y gobiernos, principalmente. Esta es la primera vez que la empresa abre estos laboratorios para una visita pública, pues en ellos se prueban prototipos de líneas de producto que, claramente, están lejos de llegar al mercado aún.
La rigurosidad de las pruebas podría rayar un poco en la obsesión. Una máquina que conecta y desconecta el cable del puerto USB repite esta tarea entre 5.000 y 10.000 veces con un solo equipo, en una línea en la que se pueden probar un puñado al mismo tiempo. Otro aparato presiona compulsivamente los botones de un teléfono más de un millón de ocasiones. Otra prueba deja caer un celular 20 veces desde una altura de un metro y 15 más desde metro y medio. Sólo en la sección de durabilidad, 15 ingenieros supervisan constantemente el rendimiento de estas tareas.
En otra ala del laboratorio, un centro de automatización simula la presencia de unos 10.000 usuarios, trabajando 24x7 con los teléfonos. Allí, un solo celular puede durar hasta tres días desempeñando una única tarea para encontrar problemas de procesamiento, renderización de la imagen, rendimiento de la memoria RAM y, en general, funcionamiento del dispositivo.
La inversión en investigación y desarrollo no es un asunto gratuito: responde a la necesidad de mantenerse adelante en una industria que está redefiniendo vastos sectores de la economía a nivel mundial y en la que las propias compañías de tecnología aún tienen mucho por ganar. Zong, analista de GFK, asegura que, además de China, Latinoamérica es una de las regiones con mayor potencial de crecimiento para el sector de teléfonos inteligentes.
Y añade: “Lo que sucede en la industria de los teléfonos móviles en China tiene enormes repercusiones sobre la economía digital y sobre muchas formas de comercio en el país, a medida que más gente llega a las ciudades, más personas adquieren teléfonos móviles y más establecimientos y comerciantes entran en los pagos digitales”, cuenta Zong. Parafraseando un poco un dicho que se hizo famoso para referirse a Pablo Escobar: si al mercado chino de telefonía le da gripe, al resto de la industria global puede que le dé gripa.
* Periodista invitado por Huawei.
“Mi hija tiene cinco años, y un día caminando por una calle de Beijing nos encontramos con una vasija en la que un hombre de 65 o 70 años cocinaba palomitas. Es una forma muy tradicional de hacer esto y creo que hasta es ilegal. Cuando quise comprar, el vendedor me mostró una bolsa con código QR para hacer la transferencia desde Wechat. ¿Cómo le llegó esta tecnología a este señor? Le pregunté si sabía manejar la aplicación para los pagos y me respondió que no sabía leer o escribir. ¿Cómo sabe recibir los pagos? Y me señaló en otra dirección: otra vendedora, quien cocina papas en un asador improvisado, también tiene código QR. Así es China hoy: una anciana le cuenta a otro anciano, analfabeto, cómo recibir pagos móviles”. (Lea también: El P10 de Huawei aterrizó en Colombia)
Quien cuenta la historia es Liu Xingliang, director del Centro de Datos de Internet de China, una organización dedicada a monitorear las tendencias y los cambios en uno de los mayores mercados de tecnología del planeta, principalmente en lo que tiene que ver con teléfonos móviles.
Para finales de 2017, se espera que hayan sido vendidos 1.860 millones de teléfonos inteligentes en todo el mundo. De este número, China pondrá más de 480 millones de unidades: sólo en el primer semestre ya fueron vendidos 232 millones en este país. “La demanda de estos dispositivos pareciera estar desacelerando a nivel global, excepto en China”, asegura Qingkai Zong, de la firma de análisis de mercados GFK.
Este crecimiento tuvo su punto más alto entre 2011 y 2013, cuando el mercado chino tuvo incrementos interanuales de casi 100 %, afirma Zong. Y, aunque las cifras no muestran este nivel de entusiasmo desbordante aún, la tendencia sigue siendo positiva. ¿Qué impulsa esta suerte de frenesí?
Xingliang identifica tres movimientos. El primero son los pagos móviles en China, uno de los países más avanzados en formas electrónicas de pago en el mundo. Aquí hay un mecanismo que se retroalimenta: mayores capacidades en los teléfonos y aplicaciones han permitido nuevos usos y formas de intercambiar bienes, servicios y dinero; esto, a su vez, ha impulsado la compra de estos dispositivos.
Y el segundo es el auge de las bicicletas compartidas, un fenómeno que empezó a expandirse en forma desde 2015, aunque ya estaba presente en algunos lugares desde 2008. El modelo de estas bicicletas está mediado exclusivamente por aplicaciones y pagos móviles. En un estudio reciente, más del 80 % de los encuestados dijeron ser usuarios de este modo de transporte y más del 50 % de éstos lo ha usado al menos una vez en los últimos dos meses.
El tercero son los servicios de entrega de domicilios, un servicio presente en por lo menos 40 % de los usuarios de internet en este país. Según Xingliang, se estima que el 8 % del salario de los trabajadores de cuello blanco chinos se va en domicilios.
“Los celulares hoy nos permiten tener una experiencia diferente como usuarios y ciudadanos. No son sólo un elemento de consumo masivo, sino elementos indispensables, incluso para quienes no son nativos digitales”, dice Xingliang
Charlie y las fábricas de celulares
Cuando se imagina una fábrica de tecnología en China, y en general en Asia, algunas de las imágenes que pueden venir a la mente son vastos pisos llenos de trabajadores anónimos reunidos alrededor de una cinta transportadora que parece desbordarse en el infinito. También hay algo de robots que agarran, instalan, acomodan, finalizan e inspeccionan en una cuidada coreografía que produce una especie de siseo que nunca para, un ruido blanco que jamás se va: si el capitalismo tiene banda sonora, ésta podría ser una de sus piezas principales.
Más allá de las ensoñaciones y el imaginario de película, la realidad de una instalación de este tipo es algo más regular, quizá más común, aunque no por eso menos impresionante. “Cada línea de ensamblaje entrega 2.400 teléfonos por día y hay 31 líneas en este centro”, cuenta uno de los guías del centro de producción de Huawei en Dongguan, China. Esta es la única instalación de su tipo operada enteramente por la compañía china, bien sea en este país o en todo el mundo.
La compañía la define como un centro de producción global, pues puede entregar toda la gama de teléfonos de la marca china, así como sus wearables, tabletas o computadores. Cada línea puede cambiar enteramente de producción en apenas 15 minutos y al mes toda la instalación entrega 1,3 millones de unidades de lo que sea.
Huawei es el gran jugador del mercado chino, lo que explica en buena parte por qué es considerada la tercera compañía en esta industria a nivel global: casi 22 % de la participación en esta industria le pertenece y es el número uno en ventas en este país. Con esta óptica, sus competidores son OPPO y Vivo, que ocupan el segundo y tercer lugar, respectivamente. Apple y Xiaomi llegan de cuarta y quinta en esta lista.
Desde afuera, el lugar parece un edificio más en el campus que la empresa tiene en Dongguan (provincia de Cantón), con una apariencia más bien humilde para un sitio pleno en tecnología de punta. La entrada es celosamente resguardada e incluye pasos como llevar ropa especial para prevenir la descarga de estática cerca de las líneas de producción y la prohibición absoluta de entrar objetos metálicos, también por cuenta de la estática. Es tal el cuidado con este factor, que, una vez con bata, gorro y sandalias especiales, una máquina especializada revisa la carga de una persona y da el visto bueno para entrar al piso de fabricación como tal. La entrada de cámaras está absolutamente prohibida y la empresa no suministra imágenes de esta instalación, más aún de cara al lanzamiento del Mate 10, que se realizará a mediados de octubre en Múnich, Alemania.
Como es de esperarse, buena parte del trabajo de una línea de montaje es realizado por una serie de máquinas que, por ejemplo, acomodan los circuitos de una tarjeta madre, manipulan los procesadores y los sueldan a temperaturas que oscilan entre los 100 y 270 grados centígrados.
Aunque cada producto requiere procesos de ensamblaje diferentes, una línea de producción de teléfonos inteligentes puede tener 70 estaciones de trabajo, de las cuales 10 están operadas por personas: trabajadores que entrenan entre tres y seis meses para integrarse a una suerte de ejército que, de cierta forma, habilita nuestra visión de vida moderna.
En promedio, un teléfono tiene un proceso de manufactura de entre 24 y 48 horas en esta instalación, tiempo en el cual se ensamblan las 5.000 piezas que, en promedio, tiene uno de estos dispositivos. Sólo una etapa de las pruebas de seguridad y durabilidad toma 10 horas, durante las cuales se somete al equipo a temperaturas de hasta 30 grados centígrados. Piénselo de esta forma: este puede ser uno de los puntos en donde las cosas comienzan a prenderse en llamas y estallar. Si no pasa en buena parte es gracias a estos procedimientos.
Pero también lo es por las pruebas intensivas que la compañía realiza en el laboratorio de dispositivos, un centro de investigación y desarrollo situado a una hora de Beijing, abierto en el último trimestre del año pasado.
Se trata de dos edificios repletos de máquinas y equipos especializados para probar cada aspecto de estos dispositivos, desde su posibilidad de tener fallas de comunicación cuando se sostienen en la mano durante una llamada, hasta qué tanto peso soportan el chasis y la pantalla cuando una persona se sienta sobre el teléfono mientras lo guarda en un bolsillo trasero.
Si bien buena parte de lo que se hace en esta instalación tiene que ver con teléfonos inteligentes, los laboratorios también prueban otros dispositivos de comunicación. Huawei fabrica móviles, pero también una amplia gama de productos de telecomunicaciones para empresas y gobiernos, principalmente. Esta es la primera vez que la empresa abre estos laboratorios para una visita pública, pues en ellos se prueban prototipos de líneas de producto que, claramente, están lejos de llegar al mercado aún.
La rigurosidad de las pruebas podría rayar un poco en la obsesión. Una máquina que conecta y desconecta el cable del puerto USB repite esta tarea entre 5.000 y 10.000 veces con un solo equipo, en una línea en la que se pueden probar un puñado al mismo tiempo. Otro aparato presiona compulsivamente los botones de un teléfono más de un millón de ocasiones. Otra prueba deja caer un celular 20 veces desde una altura de un metro y 15 más desde metro y medio. Sólo en la sección de durabilidad, 15 ingenieros supervisan constantemente el rendimiento de estas tareas.
En otra ala del laboratorio, un centro de automatización simula la presencia de unos 10.000 usuarios, trabajando 24x7 con los teléfonos. Allí, un solo celular puede durar hasta tres días desempeñando una única tarea para encontrar problemas de procesamiento, renderización de la imagen, rendimiento de la memoria RAM y, en general, funcionamiento del dispositivo.
La inversión en investigación y desarrollo no es un asunto gratuito: responde a la necesidad de mantenerse adelante en una industria que está redefiniendo vastos sectores de la economía a nivel mundial y en la que las propias compañías de tecnología aún tienen mucho por ganar. Zong, analista de GFK, asegura que, además de China, Latinoamérica es una de las regiones con mayor potencial de crecimiento para el sector de teléfonos inteligentes.
Y añade: “Lo que sucede en la industria de los teléfonos móviles en China tiene enormes repercusiones sobre la economía digital y sobre muchas formas de comercio en el país, a medida que más gente llega a las ciudades, más personas adquieren teléfonos móviles y más establecimientos y comerciantes entran en los pagos digitales”, cuenta Zong. Parafraseando un poco un dicho que se hizo famoso para referirse a Pablo Escobar: si al mercado chino de telefonía le da gripe, al resto de la industria global puede que le dé gripa.
* Periodista invitado por Huawei.