Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En lo que pareciera estarse convirtiendo en un #MeToo colombiano - ojalá que lo sea- el escándalo por las denuncias hechas públicas por la valerosa estudiante de medicina y exalumna del Marymount, Laura Giraldo, de 22 años, han conmovido no solo los cimientos de este prestigioso centro educativo, sino de la sociedad en general, que se pregunta qué pasa con sus niñas cuando van al colegio, el cual debería ser un lugar seguro, de paz, protección y crecimiento. (Le sugerimos: ¿Cómo no repetir los errores en el caso de abuso en el Marymount?)
El hecho de que quienes han alzado la voz en esta ocasión pertenecen al colegio Marymount, demuestra que el abuso sexual se da en todas las capas de la sociedad sin distinción de estrato, nivel económico o cultural.
Y tienen toda la razón los padres de familia y los mismos estudiantes cuando ponen su grito en el cielo - entre ellos también nosotros, los psicoterapeutas, dedicados al rescate de pacientes con traumas psicológicos- y llaman (o llamamos) la atención de todas las instancias educativas del país, porque el abuso sexual a niñas, niños o adolescentes, si se deja sin tratar, deja cicatrices imborrables en el psiquismo de quienes lo padecen, tal como ha contado que le ocurrió a la propia Laura Giraldo. El acoso o abuso sexual infantil o de adolescentes se ha asociado con graves consecuencias negativas y a largo plazo, relacionadas principalmente con trastorno de estrés postraumático (TEPT), depresión, ansiedad, abuso de sustancias, tendencia al suicidio y las auto lesiones, conductas de riesgo, caer en otras situaciones de victimización sexual, trastornos de salud física del espectro psicosomático, contribuir en el desarrollo de un trastorno límite de la personalidad, o un trastorno disociativo de la personalidad, para hablar solamente de trastornos psiquiátricos graves. Sin embargo, las consecuencias psicológicas van mucho más allá. (Le puede interesar: Informe de 200 organizaciones revela la inquietante situación de la niñez en Colombia)
No podemos olvidar que estos hechos tan nefastos ocurren sobre niñas, niños o adolescentes en pleno desarrollo, con un psiquismo muy frágil y un cerebro y una personalidad todavía inmaduros. Por esto, dependiendo de una serie de variables que pueden aminorar o empeorar el impacto psicológico del abuso, como un entorno familiar seguro y amable, el nivel de inteligencia y el acceso a terapias; las adolescentes víctimas de abuso sexual pueden ver alterado su desarrollo psicosexual llevándolas o a una marcada desinhibición o a un bloqueo absoluto. Como han sido traicionadas por quien ha debido protegerlas, su confianza en las relaciones interpersonales se ve minada y ellas pueden tener muchas dificultades para establecer o mantener relaciones afectivas cercanas o de pareja. Esta traición surge de una previa, prolongada y sistemática manipulación de la que son objeto por parte de los abusadores - lo que es, en sí misma, una forma de abuso, aunque después no les toquen ni un pelo -que conduce al establecimiento de un doble vínculo, ya que, por un lado, ingenuamente creen en sus buenas intenciones y hasta quieren o algunas se enamoran del abusador y, por otro, lo odian porque saben - sobre todo las adolescentes más grandes-, que les están haciendo algo indebido, agresivo o violento. Esa confusión, perfectamente calculada por al abusador, es uno de los factores que paraliza a la víctima para no denunciar, los otros dos son la culpa y el deterioro de la autoestima. (Lea también: Acoso sexual: ¿Por qué no sabemos enfrentarlo en los colegios?)
La clínica y las investigaciones al respecto nos cuentan, todos los días, de pacientes sometidos a abuso sexual que se sienten avergonzados y culpables, como si, siguiendo lo que les inculca el abusador, lo hubieran propiciado, o no lo hubieran evitado. Identificándose con él, se sienten sucias, desvalorizadas, avergonzadas, por eso no se lo cuentan a nadie, o no demandan. En ocasiones esa culpa se ve reforzada por el entorno, compañeras o familiares las acusan - o ellas creen que las acusarían- de ser “fáciles”, “brinconas” y cosas peores. En muchos casos ellas mismas se sienten así y se tratan muy duramente. Una forma de autocastigarse es aislarse y, de nuevo, no decir nada, sufrir en silencio.
Un elemento de graves consecuencias para la salud mental de estas mujeres en camino a ser adultas es el deterioro de su autoestima, fruto de la manipulación del abusador y el descuido del entorno. Él les repite de modo sutil, con el trato o abiertamente, que no valen nada, que solo son objetos sexuales, cosas sin valor e intercambiables, con esto tratan de blindarse de las demandas porque saben que ellas se “tragan el cuento” y se sienten, no solo desvalorizadas, sino también desvalidas, incapaces de defenderse, por una indefensión aprendida que ellos les han inculcado. De ahí la importancia y el valor que tiene la denuncia de Laura Giraldo y sus compañeras; y de movimientos como #MeToo o #MarymountNoMásSilencio o #NiUnaMás, porque son demostraciones que ese cerco y esa mordaza se pueden romper.
Si esto estos elementos de manipulación psicológica y abuso sexual repetido se mantienen por muchos meses o años, existen otros factores de riesgo y no se brinda un tratamiento adecuado, las consecuencias pueden ser muy graves para estas niñas. Sin embargo, con un buen tratamiento - existen varios protocolos de demostrada eficacia - la mayoría salen adelante y pueden ser mujeres adultas felices e, incluso, empoderadas y fortalecidas, “gracias” a la elaboración de esta experiencia traumática.
¿Por qué los colegios no toman medidas contra denuncias de abuso sexual?
Algo aterrador y, por desgracia, muy común en este caso es el silencio, la condescendencia e inoperancia de las instancias que deberían proteger a los niños, niñas y adolescentes. Esto es algo completamente injustificado, que bordea los límites de la complicidad en el delito. Por algo decía Martin Luther King Jr: “No me estremece la maldad de los malos, sino la indiferencia de los buenos”, y es que muchos se hacen los de la vista gorda cuando este tipo de situaciones se presentan. Voy a ser deliberadamente simplista al arriesgar una somera explicación psicológica y otra sociológica - interconectadas- de un fenómeno que en realidad es mucho más complejo.
La indiferencia de los buenos es muy grave porque contribuye al daño psicológico de las víctimas, pero tiene su explicación. Por un lado, los miembros de la institución resuenan, de alguna manera, con el funcionamiento psicológico de las niñas, en el sentido que, como ellas, también se sienten paralizados, impotentes y avergonzados, y, como ellas, también se callan. ¡Gravísimo! Por otro lado es sabido que la mente, cuando estamos frente a algo abrumador, que sentimos que no podemos manejar -y nuestra mente funciona de un modo inmaduro - tendemos a pensar que tal situación no está ocurriendo en realidad, nos hacemos los locos. Negación se llama el mecanismo y existe de muchas intensidades y muy variados y peligrosos matices. “No lo puedo creer”, es lo primero que pensamos cuando nos dan una noticia negativa. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la realidad, por dolorosa que sea, termina por imponerse en una mente más o menos sana. En una mente inmadura, débil, que le teme al conflicto o que, a su vez, en mayor o menor medida, también ha sido objeto de abuso o del dominio patriarcal, se pierde el juicio o la apreciación de la realidad y se crea una realidad paralela en la que estos fenómenos no estarían ocurriendo. En mi consultorio he escuchado múltiples relatos en los que mamás desvalidas que también habían sido abusadas, ponen “en bandeja de plata” a sus hijas en las fauces de su nueva pareja abusadora. ¿Habrían sido los rectores y rectoras de los colegios donde estos abusos se han presentado y ellos no han hecho nada, también niños y niñas abusados en sus infancias? El Ministerio de Educación tendría que hacer un estudio al respecto, para establecer la proporción exacta, pero, aunque tal cosa hubiera ocurrido, no justifica su pusilanimidad criminal.
El otro elemento que pudo haber cegado el entendimiento de rectores y rectoras, es que ellos están inmersos - lo mismo que las demás instancias del colegio, incluyendo a otros profesores y profesoras y a las mismas alumnas- sin darse cuenta o dándose cuenta, en medio de una sociedad abiertamente patriarcal, en la cual se da por sentada la superioridad y la propiedad de los hombres sobre las mujeres. No de otra forma se ven como “normales” para todos los chistes, las insinuaciones, los comentarios sexistas, que son el punto de partida, el caldo de cultivo de las posteriores manipulaciones, hostigamientos y abusos que hemos descrito. Esto ha sido así a lo largo de siglos y requiere de un esfuerzo consciente muy poderoso para darse cuenta de él y comenzar a cambiarlo, como lo están haciendo las niñas del Marymount y otros colegios.
Hay esperanza
La denuncia de Laura Giraldo y sus amigas indican movimientos en el sentido correcto del empoderamiento de las niñas que no están dispuestas a callar más y que quieren luchar por su dignidad y su lugar en una sociedad libre y respetuosa, cambiando de paso la forma como se maneja la educación sexual, la protección y el cuidado mental y emocional al interior de los colegios. La sociedad entera debe apoyar y difundir esta iniciativa. Esto abre la puerta para que muchas de ellas se protejan y sean protegidas eficazmente, busquen atención psicológica o psiquiátrica, superen sus traumas y se prevenga que ésto ocurra. La psicoterapia en estos casos es efectiva sobre todo si se asocia, en casos particularmente graves de estrés postraumático, a trabajo complementario en arte, mindfulness y desensibilización y reprocesamiento por medio de movimientos oculares (EMDR). Con esta forma de terapia ellas superan los traumas, se empoderan, dignifican, dan y reciben amor sin prevenciones y toman el rumbo de una vida próspera y feliz.
*Psiquiatra y psicoanalista de la Universidad del Rosario