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Todos los años, la Fundación Barco y la Escuela de Gobierno Alberto Lleras Camargo de la Universidad de los Andes, realiza el Foro de Educación. En cada una de sus versiones, el centro de la conversación es diferente. Para este año, las charlas se centraron en la forma en la que se está evaluando a los niños, niñas y adolescentes y si favorece o no los procesos de aprendizaje.
Para comprender mejor el efecto de la evaluación en el aprendizaje, durante el evento, la Fundación Barco presentó los resultados del sondeo llamado “La evaluación al tablero”, la cual explica justamente la percepción de los estudiantes sobre sus procesos de evaluación en diferentes regiones del país.
De acuerdo con Mónica Varona Guzmán, directora social de la Fundación Barco, lo que se busca en esta edición del foro es “ver cómo la evaluación en el aula se puede convertir en una herramienta para mejorar el aprendizaje de los niños, pero también para que mejoren las prácticas de los maestros en doble vía”. Es decir, apunta, ver la evaluación como una oportunidad de mejora en doble vía.
Para entender mejor el impacto de la evaluación, la fundación realizó un sondeo a 1.473 estudiantes entre quinto y once de 56 municipios del país. De este porcentaje, un 77% hacían parte del área urbana, un 72% estudiaban en colegios públicos y un 56% eran mujeres. Este sondeo entregó un primer panorama sobre cómo viven los alumnos la evaluación en el aula antes, durante y después de presentar el examen.
Lo primero que indagó la fundación era la sensación que experimentaba un estudiante cuando el docente le decía la palabra evaluación. Los resultados mostraron que esta palabra, principalmente, desencadenaba ansiedad entre los alumnos, en total el 51,88% de ellos aseguró sentir ansiedad.
Luego, un 22,60% de los estudiantes encuestados, aseguró que la palabra evaluación les generaba curiosidad y un 19,40% señaló que les provocaba confianza. Otras de las sensaciones que dijeron los estudiantes que experimentaban era indiferencia y nervios.
Varona cuenta que los resultados del sondeo mostraron que aquellos estudiantes que van a colegios en áreas urbanas tienden a sentir más ansiedad que aquellos que están en áreas rurales, con un 53% de los alumnos. “Esta diferencia sugiere que el entorno puede influir significativamente en los niveles de estrés de los estudiantes”, asegura.
Otro de los hallazgos de esta primera parte, que se centra en el proceso antes de la evaluación, mostró que los niños, niñas y adolescentes no se sienten involucrados en el proceso de evaluación. Del total de encuestados, el 43% aseguró que en algunas oportunidades se sienten involucrados, mientras que un 10% dice que rara vez hacen parte de ese proceso.
El equipo luego evaluó el proceso de los estudiantes durante la evaluación. Encontraron que, durante el examen, las mujeres principalmente tienden a sentirse más intranquilas en comparación con los hombres. De hecho, el 60% de los hombres reportaron sentirse “muy nerviosos”, mientras que el porcentaje de las mujeres subió al 70%.
Los resultados también mostraron que, durante el proceso de evaluación, los estudiantes de colegios privados tienden a sentir más ansiedad en comparación con aquellos de colegios públicos, con un 58%. A los ojos de la fundación, esta diferencia podría estar relacionada con las expectativas y presiones adicionales en los entornos privados.
En cuanto a los métodos de evaluación, los estudiantes encuestados aseguraron que variaban significativamente de acuerdo con el grado. Por ejemplo, en cursos como quinto hay una mayor diversidad de métodos, de acuerdo con el 71% de los estudiantes, mientras que, en los grados superiores, como décimo, predominan los métodos tradicionales.
Los estudiantes además dijeron que sienten que las evaluaciones a veces incluyen preguntas sobre temas que no se han enseñado en clase. Esto, para el 38% de los estudiantes, puede ser muy frustrante y desalentador.
“Este índice, en general, indica que podría haber una desconexión entre lo que se enseña en el aula y lo que se evalúa en los exámenes”, apunta Varona.
Finalmente, la fundación analizó las sensaciones que experimentan los estudiantes después de presentar un examen. Varios de los estudiantes reportaron que solo a veces entienden claramente cómo serán evaluados, lo cual puede contribuir a la ansiedad.
También dicen que sienten que los errores cometidos en las evaluaciones no siempre son utilizados como oportunidades de aprendizaje y que, a la hora de la retroalimentación, los alumnos prefieren una combinación de métodos, incluyendo retroalimentación oral y escrita y calificaciones numéricas.
A los ojos de Varona, el principal mensaje que quiere entregar la fundación es una reflexión de cómo lograr que la evaluación se convierta realmente en una herramienta para la mejora en los aprendizajes del estudiante. Es decir, que se transforme en una especie de termómetro para el docente frente a cómo está desarrollando sus prácticas de enseñanza.
“La idea es no dejar solo la evaluación con un número, de sacaste dos y además vas a perder el año. Todo sin un proceso de retroalimentación”, asegura y señala que los resultados también les permitió ver que hay una relación directa de los momentos de la evaluación frente al estado emocional de los estudiantes.
Otro de los mensajes que quiere entregar la fundación con este sondeo es el de no ver la evaluación solo desde la nota o el resultado, sino desde esa oportunidad de mejora. “Verlo más allá del número, pero ese número no puede ir solo, debe ir junto con un proceso de acompañamiento”. Por último, la fundación invita a los docentes y a los colegios a plantearse métodos de evaluación más innovadores.
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