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“Niños y niñas pagaron un precio muy alto con el coronavirus”: Germán Casas

En entrevista con El Espectador, Germán Casas, psiquiatra de niños y adolescentes, y presidente de Médicos Sin Fronteras sección Latinoamérica, habla sobre las consecuencias del cierre de colegios y la capacidad que tienen niños y niñas para adaptarse a las crisis.

30 de septiembre de 2021 - 02:00 a. m.
Los trastornos de ansiedad en niños y niñas se agudizaron durante la pandemia.
Los trastornos de ansiedad en niños y niñas se agudizaron durante la pandemia.
Foto: Alejandra Ortiz
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El 20 de marzo del 2020, cuando el presidente Duque anunció la cuarentena total en Colombia por el coronavirus, dijo unas palabras que también determinarían el futuro de la infancia en el país. “El coronavirus en su etapa de expansión se vale de los niños y jóvenes para crecer. Por eso, limitar su movilidad en esta etapa, sacándolos de colegios y universidades para estar en sus casas, es importante”.

(Prográmese para ver el estreno del documental - Invisibles: la infancia en Colombia durante la pandemia - el 30 de septiembre a las 6:30 pm, por el canal de YouTube de El Espectador)

En ese momento, claro, eran más las dudas que las certezas que se tenían sobre cómo se transmitía el virus y a quienes afectaba. Pero a medida que la evidencia señalaba lo contrario y en otros países se abrían de nuevo colegios y escuelas, en Colombia la decisión se seguía dilatando: niños y niñas fueron los primeros encerrados y los últimos en salir.

Hoy, casi 16 meses después, según el Ministerio de Educación, el 80 % de las instituciones públicas volvieron a las aulas, pero esto implica que alrededor de cuatro millones de niños y niñas aún permanecen en la virtualidad o, incluso, sin educación. En entrevista con El Espectador, el doctor Germán Casas, psiquiatra de niños y adolescentes, y presidente de Médicos Sin Fronteras sección Latinoamérica, da su visión de lo que vivió la infancia durante este tiempo. (Le sugerimos: Dos de cada tres niños y niñas siguen sin acudir a clases en América Latina)

¿Cuál es su balance sobre la infancia en Colombia durante la pandemia?

Es una tragedia, porque no se ha acabado. Pero, efectivamente, niños, niñas y adolescentes pagaron un precio muy alto con el coronavirus. No solo por temas de la pandemia en sí, como infección de padres, muerte de seres queridos —especialmente los abuelos—, sino por las medidas restrictivas que se implementaron durante un tiempo. No dejarlos salir o cerrar los colegios.Fueron medidas sanitarias que se tomaron, y hay que respetarlo, porque se trataba de una enfermedad que no conocíamos; pero los efectos fueron muy grandes.

¿Hay un efecto puntual que se verá a largo plazo por el cierre de colegios?

Niños, niñas y adolescentes no van a la escuela solo a aprender, sino a socializar o, para muchos, a estar en el único lugar en donde tienen situaciones favorables nutricionalmente. Es decir, la escuela es un espacio protector del maltrato, la desnutrición y el aislamiento. Así que, más allá de un vacío académico, es uno en el desarrollo. Además, hay que decirlo, cometimos el gran error, y no hay que culpar a nadie, de creer que porque los niños no se contagiaban tanto por el coronavirus o porque no había una gran mortalidad, no estaban afectados. Eso generó la idea de que con ellos no había ningún inconveniente, pero era todo lo contrario. Dejamos a los niños y niñas atrás. Prolongamos una serie de decisiones que los afectaron.

Uno de los temas que más preocupa es el de seguridad alimentaria...

Sí, no solamente en Colombia, sino en muchos países, el único sitio donde niños y niñas reciben una alimentación balanceada es en su escuela, lo que generó un problema de seguridad alimentaria no solo en ellos, sino en sus familias. ¿Por qué? Porque al recibir la comida en la escuela dejaban espacio para la alimentación de sus padres en la casa. Además, los colegios son un centinela sanitario: los profesores saben cuándo hay un niño enfermo, con paludismo, por ejemplo, y eso se perdió.

En cuanto al tema académico, ¿tendrán la capacidad de adelantarse?

Sabemos algo, y es que hay un vacío académico. ¿Eso tendrá consecuencia en el futuro de los niños? No lo sabemos. Pero es probable que no suceda por una razón muy sencilla: la capacidad del cerebro de los niños y niñas es mayor para readaptarse, reatrapar contenidos y recuperarse que la que tenemos los adultos. Habrá un tiempo de desbalance, pero lo que sabemos, por niños y niñas que han tenido que estar fuera del colegio por incapacidades o problemas emocionales, es que su cerebro está hecho para aprender. Mi mensaje es optimista, para que los maestros se pongan las pilas y recuperen ese tiempo perdido.

Niños y niñas tampoco pudieron salir a las calles, a correr, a estar en zonas verdes. El tiempo en pantallas y teléfonos, en cambio, se prolongó. ¿Implica esto un riesgo?

Ese riesgo estaba antes de la pandemia, y estaba relacionado con conductas sedentarias. De hecho, dos años antes del coronavirus se había declarado que existía en niños, niñas y adolescentes una adición a los juegos de video. La pandemia, desafortunadamente, generó una paradoja inmensa: el niño está encerrado, pero tiene que comunicarse de alguna manera, entonces se le daba el celular y el iPad. Hubo algo bueno, claro, y es que generaron destrezas para interactuar con estos equipos como dispositivos de educación, y eso va a quedarse. Pero también la quietud, el sedentarismo, asociado a una mala alimentación y a la no exposición del sol, generó sobrepeso infantil y alteraciones en el desarrollo físico e intelectual. Ya hay estudios explorando el tema.

La evidencia muestra que para que un niño o niña se desarrolle adecuadamente, su cuidadora o cuidador también lo debe estar. En Colombia, sin embargo, muchas mujeres quedaron desempleadas y se les incrementó la carga de cuidado. ¿Cómo pudo afectar esto a la infancia?

Ya hemos visto en situaciones de desastres naturales, o de conflicto, que los niños y niñas perciben la ansiedad e incertidumbre de sus cuidadores. En Colombia somos muy dados a pensar que es mejor decir que “no pasa nada” o “que el colegio abrirá en un mes”, pero los niños y niñas veían las noticias, y sabían que la gente se estaba muriendo. Entonces si el mensaje es que “no está pasando nada” cuando el niño percibe a su madre angustiada, va a creer que es algo mucho peor y le genera aún más inseguridad. Sobre todo, cuando el ambiente familiar pasó a ser muy íntimo, con los padres trabajando en casa, con los niños tratando de estudiar ahí. Era un ambiente muy propenso a la irritabilidad, donde era muy fácil pasar al límite del maltrato.

¿La pandemia les dejará a los niños y niñas un impacto cuando ya sean adultos?

Yo soy un convencido de que las crisis y las situaciones complejas del ser humano han sido manejadas por niños y adolescentes y no por adultos. Y les voy a explicar por qué. Esta no es la primera crisis que sufre el ser humano. Se han dado hambrunas, sequías e, incluso, las guerras mundiales. Todas estas veces quiénes han logrado mantener a la humanidad a flote no somos los adultos, ni los viejos, ni los sabios, sino los niños y niñas. Ellos tienen mayor capacidad de sobrevivir a situaciones dramáticas y catastróficas. Los cerebros viejos estamos esperando volver a la normalidad como la conocíamos, los niños, niñas y adolescentes van a saber que esta normalidad es la de ellos y van a aprender. El ejemplo perfecto es ver a los niños pequeños que ya volvieron a los colegios: usan mejor el tapabocas, saben perfectamente cuál es el distanciamiento físico, se lavan las manos mucho mejor que nosotros y nos corrigen a nosotros, porque ellos aprenden eso. Posiblemente no lo veremos nosotros, pero después de pasar esta prueba tan compleja, van a sacar formas de adaptarse a un mejor futuro.

Un tema que preocupa mucho es el de la salud mental de niños y niñas...

Sí, el confinamiento incrementó situaciones de salud mental que ya existían. La primera tiene que ver con los trastornos de ansiedad que se agudizaron por la incertidumbre. Tuvieron que enfrentarse, por ejemplo, a nuevas formas de estudiar. El tema de la depresión fue muy importante, que se dio por dos cosas. Uno, los duelos por perder a familiares, profesores o abuelos. Pero, sobre todo, por el duelo de perder la cotidianidad: dejar de ver a los amigos, no salir al parque y estrés académico. Esto es clarísimo y todavía estamos viviendo este incremento.

Al principio de la pandemia el mensaje era que los niños y niñas eran los principales portadores del virus. ¿Cómo los afectó esta información?

La pandemia generó una epidemia de información que fue nociva para ellos: una infodemia. La recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), para minimizar los efectos en salud mental en niños y niñas es filtrar la información, quitar la que no sea fidedigna y evitar la que no esté en un idioma que ellos no puedan interpretar. Por ejemplo, se busca que sea un adulto responsable el que pueda traducirles la información que están recibiendo. Pero acá los adultos estábamos peor de perdidos que los niños. Además, también se filtró la idea de que ellos podían matar a sus abuelos y eso, sobre todo en los adolescentes, generó una culpabilidad y temor con consecuencias muy graves.

Sobre los niños migrantes: ya venían con un proceso de crisis, de desarraigo, y la pandemia los volvió a expulsar de un lugar…

Dentro de las poblaciones de más alto riesgo en pandemia, en el mundo entero, está la población migrante. Y aquí pasaron muchas cosas. Hubo xenofobia o se culpó al migrante de que trajo el coronavirus. Incluso, hubo países en América Latina que militarizan sus fronteras para que no pasaran migrantes. Esto, en los niños y los adolescentes fue más complejo porque tuvieron que retornar o comenzar una trayectoria migratoria de regreso a sus países. Se generó una crisis especialmente en su identidad. “¿Y yo, al final, a dónde pertenezco? ¿Y yo al fin cómo hago para investir psicológicamente en este nuevo espacio, o nueva cultura, si ahora me tengo que devolver?”. Eso también ha sido muy complicado para los niños migrantes.

Por Alejandra Ortiz

Antropóloga, periodista y realizadora audiovisual, con una maestría en Salud Pública. Ha sido profesora cátedra en la Universidad del Rosario y realizadora audiovisual en la unidad de video de El Espectador. @aleja_ortizmaortiz@elespectador.com

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