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Los desafíos para una educación de la sexualidad en Colombia

Los profesores, las profesoras y orientadoras que apuestan por una Educación Integral de la Sexualidad en Colombia, en ocasiones, son estigmatizados, no cuentan con apoyo y batallan en medio del tabú. A eso se suma un ingrediente adicional: la pandemia ha torpedeado muchos de los proyectos que llevaban a cabo.

Cindy Bautista Vásquez
17 de febrero de 2021 - 07:50 p. m.
Educación de la sexualidad
Educación de la sexualidad
Foto: Johann Augusto González
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Cuando Luis Miguel Bermúdez escuchó el rumor de que profesores espiaban sus clases de educación de la sexualidad pensó que era una reacción apenas normal y siguió. Cuando algunas madres le preguntaron a Mariana Sanz si sus clases sobre sexualidad incitarían a las adolescentes a tener una vida sexual más activa, ella se detuvo en la pregunta, despejó las dudas y siguió. Así que cuando Daniela Agamez cambió por tercera vez su número de celular ante los mensajes insistentes para que detuviera sus talleres de educación de la sexualidad, lo hizo con resignación y siguió con sus talleres.

Una de las primeras cosas que sabe un educador al hablar de sexualidad es que las probabilidades de ser señalado o estigmatizado podrían ser altas. Bermúdez, profesor del colegio Gerardo Paredes de la localidad de Suba, en Bogotá, recuerda algunas respuestas frecuentes que reciben los profesores, “meterse en eso es meterse en problemas, es meterse en problemas con los padres o que lo comiencen a vigilar”. La historia cambia poco a más de 750 kilómetros en Turbo, Antioquia, para Agamez, orientadora en la Institución Educativa San José - la Salle, la situación se resume así: “he sido reconocida no solo como un agente educativo, sino como Daniela, la que está promoviendo cosas que no debe promover, diálogos de los que no se puede hablar”.

¿Cuáles son las tensiones que encuentran quienes implementan los programas de educación de la sexualidad en los colegios? ¿cómo la pandemia afecta este tipo de enseñanzas? Este texto es un intento por hallar esas respuestas.

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Hace 20 años la profesora Lucila Díaz en Ventaquemada, Boyacá, fue destituida por supuestamente incurrir en la “práctica de aberraciones sexuales”, estas acusaciones llegaron luego de que, en su clase de tercero de primaria, habló de un tema sobre sexualidad. Díaz consideró que su destitución fue injusta e instauró una tutela, meses después la sentencia de la Corte Constitucional le dio la razón y, además, le solicitó al Ministerio de Educación de ese momento modificar las enseñanzas sobre sexualidad que recibían los estudiantes. Ese episodio marcó el inicio de la educación sexual en Colombia.

Uno de los hitos cruciales que siguió en la definición de la política sobre educación de la sexualidad apareció en 2008 cuando el Ministerio de Educación diseñó el Programa de Educación para la Sexualidad y Construcción de Ciudadanía (Pescc). Este programa “supone que la educación para la sexualidad es un elemento de la ciudadanía como saber las normas de tránsito” señala Martha Lucía Rubio, representante auxiliar del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa) Colombia. Además, una pieza clave dentro del programa es que asume la sexualidad como una dimensión de la personalidad.

Sin embargo, traducir esa política no ha sido sencillo. Una evaluación del programa en 2014 concluyó que la cobertura era baja y con tendencia a decrecer. Eso sucede a pesar de que los resultados son decisivos, una implementación de calidad puede generar efectos positivos relacionados con la postergación de las relaciones sexuales, el uso de métodos anticonceptivos y la construcción de identidades de género no estereotipadas, así lo señala el libro Embarazo temprano. Evidencias de la investigación en Colombia.

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Juan Pablo Ayala es psicólogo y educador de Poderosas Colombia, el año pasado comenzó a construir un espacio con los estudiantes para enseñarles sobre sexualidad en un colegio en el Magdalena. Las reuniones que al principio eran regulares, no pudieron continuar por la pandemia y el coletazo más fuerte llegó con una carta de una familia donde le preguntaban si sus clases influirían en la orientación sexual de su hijo.

Ante las dudas Ayala organizó una reunión con las familias. De esa conversación recuerda que en algún punto un padre habló de ideología de género. Admite que antes de responder pensó para sí mismo en toda la historia política que había detrás. Luego seleccionó cuidadosamente las palabras que usó y respondió.

La actitud que pueden tener los padres y las madres frente a la educación de la sexualidad representa uno de los desafíos cruciales con los que se encuentran profesores y profesoras. La mayoría de docentes con quienes conversó El Espectador han experimentado, cuando menos, una situación donde alguna familia tenía reparos por sus clases. Aunque es difícil vincular firmemente estas reacciones a una sola explicación, hay una palabra que de forma unánime apareció en cada entrevista: desconocimiento.

“Si la educación sexual se formalizó en los 90, eso quiere decir que las anteriores generaciones no tuvieron una educación en este tema, por lo cual hay un analfabetismo” sentencia el profesor Luis Miguel Bermúdez. Ese desconocimiento, en cualquier caso, tiene múltiples caras. A veces para las familias no hay claridad sobre qué significa una educación integral de la sexualidad o cuáles son todos los beneficios que tiene sobre la formación de los niños, las niñas y adolescentes.

Una buena manera de visualizar el problema la expone Mariana Sanz, fundadora de Poderosas Colombia: “cuando el pez está en el agua, no sabe qué es el agua, porque siempre ha estado así. Entonces hay un gran silencio (sobre el tema), a lo que te enfrentas es a romper el desconocimiento”.

Los datos son contundentes: el segundo lugar donde los niños, niñas y adolescentes se informan sobre asuntos relacionados con la sexualidad es la familia, de acuerdo con la Encuesta de Demografía y Salud de 2015. Dada esta atmosfera, la posibilidad de que las familias se queden por fuera de estos procesos se vuelve impensable. “A los diversos agentes educativos de la sociedad (docentes, personal de salud, de organizaciones sociales y comunidades) nos corresponde darles la mano a las familias para acompañarlas a cumplir su rol en esta tarea en pro del bienestar integral de las niñas y los niños” explica Carolina Ibarra, investigadora del Grupo de investigación Familia y Sexualidad de la Universidad de los Andes.

No es una coincidencia que los y las docentes estén implementando espacios dedicados a trabajar la sexualidad con las familias. En el colegio Gerardo Paredes existe un currículo especialmente diseñado para las madres y los padres por iniciativa de las estudiantes. Esta fue la respuesta que encontraron las adolescentes para solucionar los problemas que tenían en sus casas alrededor de la violencia de género y el machismo, “entre más se empoderaban, más las humillaban” cuenta el profesor Bermúdez. En el caso de Mariana Sanz, ella admite que una de las ventajas que tuvo para gestionar su proyecto de Poderosas en Barú fue la participación constante de las madres en los talleres.

En 2015 con la Encuesta Nacional de Demografía y Salud se mostró que dos de cada cinco de los participantes reconocían que necesitaba más información sobre asuntos relacionados con la sexualidad. Incluso la mayoría de los encuestados estaba de acuerdo con la educación de la sexualidad. El hecho de que estas cifras reporten una considerable cantidad de personas a favor es una alerta de que los esfuerzos por resolver el desconocimiento no deben ser poco.

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“Te confieso que fue muy difícil para mí vincularme con el proyecto de educación de la sexualidad, precisamente porque para mí el tema de la sexualidad era un tema tabú”, cuenta Nohora Acevedo, licenciada de Ciencias Sociales y docente en el colegio Gerardo Paredes, al recordar cuando se unió al proyecto de educación de la sexualidad hace cinco años.

La profesora Acevedo bautizó su clase con el rótulo de ciudadanía sexual y la razón es simple “es una materia que crea mejores ciudadanos”. Desde entonces se ha estado preparando minuciosamente, le afana la rapidez con que aparecen nuevos estudios sobre el tema. Sin titubear pone el dedo en la llaga: “una persona que de verdad quiera dar una orientación clara sobre la temática debe capacitarse, debe preguntar y no quedarse solamente con una idea de lo que nos han dicho en la sociedad”.

En 2018, un estudio indagó por la formación sobre sexualidad que recibían los docentes en Bogotá. Dentro de los resultados de la línea base “el 52 % de los encuestados considera que el actual entrenamiento del que dispone es insuficiente” advierte Marina Bernal, quien participó en la investigación del Instituto para la Investigación Educativa y el Desarrollo Pedagógico (IDEP).

Hablar de la formación docente en temas de sexualidad en buena medida significa hablar de un factor clave para traducir la política pública en acciones. Una opción que plantea Carolina Ibarra es que “las facultades de educación incluyan en el pensum de la formación de todas las licenciaturas la preparación para impartir educación de la sexualidad”. Su idea toma todavía más fuerza cuando enfatiza en que “en el marco de la política de educación en Colombia, la educación de la sexualidad es transversal, es decir, compete a todas las áreas”.

De forma que lograr que todos dentro de los colegios estén en sintonía con unos parámetros estandarizados sobre lo que significa la educación de la sexualidad evita que los y las estudiantes se queden sin información esencial. Una situación que actualmente ocurre y que debería alertarnos es que mujeres y hombres reciben tardíamente, después de los 17 años, información sobre cómo denunciar que vulneraron sus derechos, según la última Encuesta Nacional de Demografía y Salud.

Otro asunto que, en teoría, entraría a resolver una formación docente integral son las tensiones alrededor de los y las docentes que enseñan educación de la sexualidad. Varias profesoras le dijeron a este diario que han vivido alguna forma de rechazo de parte de sus compañeros al enseñar sobre sexualidad y le atribuyen este patrón al desconocimiento que existe sobre el contenido de sus clases. Aunque en la mayoría de los casos esos reparos han trascendido poco, hay situaciones en que esas diferencias condenan a los proyectos a ser secundarios o estar conformados por pocos docentes y escasos recursos.

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“Es muy grave el tema de la pandemia, se rompe totalmente la posibilidad de que niños, niñas y adolescentes hablen de este tema, primero porque estos temas requieren de un componente de confidencialidad y de una creación de confianza y si tú estás en una habitación donde está todo el mundo escuchando es difícil que ciertas circunstancias se puedan tratar” sentencia Martha Lucía Rubio.

Jaiver Urrego, director de Educación y Jóvenes en Profamilia, tampoco es optimista en su balance, considera que durante la pandemia la mayoría de los esfuerzos en educación se centraron en las áreas básicas como matemáticas, ciencias o español y lo demás perdió relevancia, “programas de ciudadanía y democracia, medio ambiente y, por supuesto, sexualidad quedaron relegados”.

Para la mayoría de docentes la pandemia supuso un gran paréntesis en sus proyectos de educación de la sexualidad. Algunos tienen estudiantes sin posibilidades de acceder a una conexión a internet, lo que implica que desarrollen los contenidos a distancia y, en gran medida, acompañados de los padres. Una de las preguntas más recurrentes de Daniela Agamez el año pasado fue “¿cómo hacer para enviar algo y no orientarlos sobre esto? porque las familias se van a escandalizar”. Casi que, a modo de profecía cumplida, tuvo un episodio donde recibió más de 100 mensajes en un día de familias inquietas por un contenido que ella envió a los estudiantes. El material eran videos desde la experiencia de diferentes personas hablando sobre sexualidad, algunas familias encontraron eso inapropiado al punto que amenazaron con quejarse en la Secretaría de Educación.

Para otros docentes el confinamiento ha generado una avalancha de casos de estudiantes agredidos física, sexual y psicológicamente en sus casas. Frente a eso, la respuesta ha sido contundente: algunos han formado a más profesores sobre las rutas para atender estos casos y otros han creado más líneas de atención para que los estudiantes tengan el espacio de conversar al respecto. Sin embargo, para la mayoría estas respuestas todavía son insuficientes.

Antes de la pandemia, los desafíos de la educación de la sexualidad pasaban por lograr una mayor formación docente, mejores condiciones dentro de los colegios para implementar programas de sexualidad y lograr un diálogo con las familias. A todo eso ahora se suma unas condiciones de baja conectividad, maestros sobrecargados y estudiantes en situaciones de vulnerabilidad. No es una situación sencilla, de hecho, el camino de la educación de la sexualidad nunca ha sido fácil. Pero ahora más que nunca no puede quedarse por fuera de la discusión.

Los debates sobre la educación que está teniendo el país tienen que incluir la pregunta por cuál es el rol y cómo se implementa una educación de la sexualidad integral en las condiciones actuales. Esto implica necesariamente voluntad política para avanzar. Si la educación de la sexualidad no se convierte en algo cotidiano dentro de las acciones escolares este año, el país podría estar condenando a niños, niñas y adolescentes a tener menos herramientas, conocimientos o habilidades a la hora de desarrollar un aspecto importante de su personalidad como es la sexualidad.

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