Educar en ciencia, un modelo aún por construir en Colombia
Históricamente los estudiantes de Finlandia se han destacado por sus capacidades de pensamiento científico en las pruebas internacionales. ¿Cuál ha sido el secreto y qué lecciones puede adoptar Colombia?
En 1973, el escritor y científico Arthur C. Clarke decidió realizar una revisión de su libro Perfiles del futuro, publicado por primera vez 10 años atrás. En ella formuló lo que se ha denominado como la tercera ley de Clarke: “Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Para quien desconoce el funcionamiento de un celular, realizar una videollamada a otro continente puede parecerse mucho a invocar un espíritu con una tabla ouija. Pese a la distancia y a la diferencia horaria escuchamos y vemos al interlocutor, pero no sabemos cómo opera el “milagro”. Puede resultar un poco vergonzoso reconocer que, aunque estamos rodeados de tecnología y dependemos de ella, incluso no entendemos casi nada sobre cómo opera.
Más allá del tono humorístico que puedan tener esta y las demás leyes de Clarke, revelan algo importante: quienes carecen de educación científica suelen quedarse por fuera de muchas discusiones importantes. La OCDE, a través de su Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA), ha comprendido la importancia que tiene la literacidad científica. Por esto ha decidido que la prueba que se aplicará en 2025, que busca conocer las habilidades de los jóvenes de 15 años, tenga como dominio principal el área de las ciencias. Los resultados de Colombia en las pasadas pruebas hasta ahora son preocupantes.
(Lea: Universidad del Norte entregará doctorado honoris causa a Carlos Vives, ¿por qué?)
¿Qué hacer para mejorar la educación científica? Por años muchos países han dirigido su mirada a Finlandia, que ha llamado la atención de los educadores por sus excelentes resultados. En las pruebas de 2018 el puntaje de Finlandia fue de 522, ubicándose en el sexto lugar entre los 79 países participantes. De hecho, es uno de los países que tienen más mujeres en el nivel más alto de desempeño.
Como podría anticiparse, no se puede esperar una “fórmula mágica”. Para mejorar la educación científica no basta una única acción que se pueda implementar en los colegios de Colombia. Asimismo, es claro que, independientemente de las virtudes del modelo educativo finlandés, las condiciones históricas, sociales y culturales son muy diferentes a las de nuestro país. Más allá de esas diferencias sí es posible rescatar algunas reflexiones.
(Lea: El colombiano que está entre los 50 finalistas a mejor profesor del mundo)
Un primer elemento es que los finlandeses valoran la educación, las escuelas y a los profesores en general. Pero ese respeto no es fortuito. Además de que se invierte en la formación docente, es una profesión reglamentada. Por ejemplo, para ser maestro escolar es obligatorio tener un título de maestría. Esto significa que los maestros no solamente dominan la materia que imparten, sino que se preparan en pedagogía. Esto significa que son expertos académicos autónomos y críticos que están constantemente dialogando para mejorar las experiencias de aula. También revela que la educación en Finlandia parte de una aproximación basada en la investigación.
Un segundo elemento es la relación que el modelo educativo tiene con el pensamiento científico. Este no se comprende como un conjunto de conocimientos enciclopédicos. No se trata de saber un conjunto de temas en abstracto. Por el contrario, y siguiendo el marco de referencia desarrollado por PISA, lo que sucede en el aula es muy diferente a la educación tradicional. En las escuelas finlandesas se le da prioridad al aprendizaje a partir del contexto y de la vida cotidiana, a las tareas que privilegian la actividad el estudiante (y no la memorización pasiva), el aprendizaje a través de juegos, la investigación en el aula, la solución de problemas concretos y el trabajo por proyectos.
En una pedagogía por problemas se promueve que los estudiantes “asuman el rol de un científico”. Esto se hace con un conjunto de rutinas que invitan a los estudiantes a pensar como científicos. Primero se les presenta una situación puntual, el problema sobre el que se va a investigar. Sin embargo, no se hace énfasis en la pregunta: “¿Cuál es la respuesta correcta?”, sino más bien en cuestionarse: “¿Cómo podría yo ayudar a solucionar el problema?”. El énfasis no está en el resultado, sino en el proceso. A continuación se llevan a cabo los experimentos. Como ya se conoce el problema, se hace necesario investigar para resolverlo. El énfasis está en que el estudiante desarrolle las habilidades en el proceso. Para finalizar, es necesario comunicar los hallazgos y explicar cómo, por qué camino, se encontró la solución al problema.
Todos estos esfuerzos de Finlandia, cuya población es más reducida que la de Bogotá, rinden frutos. Para 2002 se encontraba en el puesto número nueve del Índice Mundial de Innovación de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, justamente por sus capacidades en investigación, tecnología y cooperación.
(Lea: The World University Rankings: las 21 universidades colombianas en el escalafón)
Efectivamente, los cambios culturales demandan tiempo. Es difícil pensar en Colombia como un país que se basa en la evidencia para la toma de decisiones y que ubica la educación en el centro del debate. También es claro que la formación docente demanda una inversión significativa. Los cambios curriculares toman tiempo y un esfuerzo sostenido. Pero el modelo finlandés nos muestra que cambiar la manera en que se ve la ciencia es fundamental. Es importante que los niños sepan que pueden ser científicos, y el juego es un camino para lograrlo. Además, el pensamiento científico se preocupa más por la pregunta, por las hipótesis y por la experimentación que por “saltar a la respuesta correcta”.
Esto es algo que incluso pueden inculcar los padres desde la casa. En ese sentido, hay que abandonar la idea de que hay que “tomar la lección” para saber si un niño sabe o no sabe. En cambio, se debe buscar que haga más y mejores preguntas, que plantee posibles caminos para responderlas y que intente determinar cuál podría ser la mejor manera para conseguir la información necesaria para avanzar en su pesquisa. Así, para que haya innovación, es necesario innovar en las prácticas educativas. De acuerdo con Kirsti Lonka, experta en educación de la Universidad de Helsinki, “para permanecer en la vanguardia, tanto los sistemas escolares deben cambiar para responder a los retos de un mundo cambiante”.
* Esta campaña, que busca llamar la atención sobre la necesidad de fortalecer la educación científica en el país, es una alianza entre El Espectador, Compensar y Ciencia Magnética.
En 1973, el escritor y científico Arthur C. Clarke decidió realizar una revisión de su libro Perfiles del futuro, publicado por primera vez 10 años atrás. En ella formuló lo que se ha denominado como la tercera ley de Clarke: “Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Para quien desconoce el funcionamiento de un celular, realizar una videollamada a otro continente puede parecerse mucho a invocar un espíritu con una tabla ouija. Pese a la distancia y a la diferencia horaria escuchamos y vemos al interlocutor, pero no sabemos cómo opera el “milagro”. Puede resultar un poco vergonzoso reconocer que, aunque estamos rodeados de tecnología y dependemos de ella, incluso no entendemos casi nada sobre cómo opera.
Más allá del tono humorístico que puedan tener esta y las demás leyes de Clarke, revelan algo importante: quienes carecen de educación científica suelen quedarse por fuera de muchas discusiones importantes. La OCDE, a través de su Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA), ha comprendido la importancia que tiene la literacidad científica. Por esto ha decidido que la prueba que se aplicará en 2025, que busca conocer las habilidades de los jóvenes de 15 años, tenga como dominio principal el área de las ciencias. Los resultados de Colombia en las pasadas pruebas hasta ahora son preocupantes.
(Lea: Universidad del Norte entregará doctorado honoris causa a Carlos Vives, ¿por qué?)
¿Qué hacer para mejorar la educación científica? Por años muchos países han dirigido su mirada a Finlandia, que ha llamado la atención de los educadores por sus excelentes resultados. En las pruebas de 2018 el puntaje de Finlandia fue de 522, ubicándose en el sexto lugar entre los 79 países participantes. De hecho, es uno de los países que tienen más mujeres en el nivel más alto de desempeño.
Como podría anticiparse, no se puede esperar una “fórmula mágica”. Para mejorar la educación científica no basta una única acción que se pueda implementar en los colegios de Colombia. Asimismo, es claro que, independientemente de las virtudes del modelo educativo finlandés, las condiciones históricas, sociales y culturales son muy diferentes a las de nuestro país. Más allá de esas diferencias sí es posible rescatar algunas reflexiones.
(Lea: El colombiano que está entre los 50 finalistas a mejor profesor del mundo)
Un primer elemento es que los finlandeses valoran la educación, las escuelas y a los profesores en general. Pero ese respeto no es fortuito. Además de que se invierte en la formación docente, es una profesión reglamentada. Por ejemplo, para ser maestro escolar es obligatorio tener un título de maestría. Esto significa que los maestros no solamente dominan la materia que imparten, sino que se preparan en pedagogía. Esto significa que son expertos académicos autónomos y críticos que están constantemente dialogando para mejorar las experiencias de aula. También revela que la educación en Finlandia parte de una aproximación basada en la investigación.
Un segundo elemento es la relación que el modelo educativo tiene con el pensamiento científico. Este no se comprende como un conjunto de conocimientos enciclopédicos. No se trata de saber un conjunto de temas en abstracto. Por el contrario, y siguiendo el marco de referencia desarrollado por PISA, lo que sucede en el aula es muy diferente a la educación tradicional. En las escuelas finlandesas se le da prioridad al aprendizaje a partir del contexto y de la vida cotidiana, a las tareas que privilegian la actividad el estudiante (y no la memorización pasiva), el aprendizaje a través de juegos, la investigación en el aula, la solución de problemas concretos y el trabajo por proyectos.
En una pedagogía por problemas se promueve que los estudiantes “asuman el rol de un científico”. Esto se hace con un conjunto de rutinas que invitan a los estudiantes a pensar como científicos. Primero se les presenta una situación puntual, el problema sobre el que se va a investigar. Sin embargo, no se hace énfasis en la pregunta: “¿Cuál es la respuesta correcta?”, sino más bien en cuestionarse: “¿Cómo podría yo ayudar a solucionar el problema?”. El énfasis no está en el resultado, sino en el proceso. A continuación se llevan a cabo los experimentos. Como ya se conoce el problema, se hace necesario investigar para resolverlo. El énfasis está en que el estudiante desarrolle las habilidades en el proceso. Para finalizar, es necesario comunicar los hallazgos y explicar cómo, por qué camino, se encontró la solución al problema.
Todos estos esfuerzos de Finlandia, cuya población es más reducida que la de Bogotá, rinden frutos. Para 2002 se encontraba en el puesto número nueve del Índice Mundial de Innovación de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, justamente por sus capacidades en investigación, tecnología y cooperación.
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Efectivamente, los cambios culturales demandan tiempo. Es difícil pensar en Colombia como un país que se basa en la evidencia para la toma de decisiones y que ubica la educación en el centro del debate. También es claro que la formación docente demanda una inversión significativa. Los cambios curriculares toman tiempo y un esfuerzo sostenido. Pero el modelo finlandés nos muestra que cambiar la manera en que se ve la ciencia es fundamental. Es importante que los niños sepan que pueden ser científicos, y el juego es un camino para lograrlo. Además, el pensamiento científico se preocupa más por la pregunta, por las hipótesis y por la experimentación que por “saltar a la respuesta correcta”.
Esto es algo que incluso pueden inculcar los padres desde la casa. En ese sentido, hay que abandonar la idea de que hay que “tomar la lección” para saber si un niño sabe o no sabe. En cambio, se debe buscar que haga más y mejores preguntas, que plantee posibles caminos para responderlas y que intente determinar cuál podría ser la mejor manera para conseguir la información necesaria para avanzar en su pesquisa. Así, para que haya innovación, es necesario innovar en las prácticas educativas. De acuerdo con Kirsti Lonka, experta en educación de la Universidad de Helsinki, “para permanecer en la vanguardia, tanto los sistemas escolares deben cambiar para responder a los retos de un mundo cambiante”.
* Esta campaña, que busca llamar la atención sobre la necesidad de fortalecer la educación científica en el país, es una alianza entre El Espectador, Compensar y Ciencia Magnética.