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¿Qué tanto repercute la educación en el estado de salud de una persona? Intentar responder esa pregunta es uno de los viejos retos que desde hace tiempo se ha planteado la salud pública. Pero aunque siempre se ha sugerido la existencia de una relación intrínseca entre estos dos aspectos, hasta el momento no ha habido suficientes datos que comprueben esta antigua premisa.
Sin embargo, un nuevo estudio, publicado en la prestigiosa revista Plos One, da pistas sobre la manera en que se conectan estos dos factores: los niveles educativos inciden notablemente en los índices de mortalidad.
Según los investigadores, esta relación es tan estrecha que aseguran que la falta de educación puede llegar a ser tan dañina como el cigarrillo. Su conclusión se basa en un exhaustivo análisis de datos en Estados Unidos, en el que evaluaron el número de muertes entre las personas que no habían terminado el colegio y entre las que sí lo habían culminado.
Su hallazgo es diciente: si en 2010 los estadounidenses que no habían terminado esa etapa, la hubiesen finalizado, se podrían haber salvado 145.243 vidas.
“Una mejor educación se asocia a una vida más larga, porque aquellos que tienen mayor nivel educativo son más propensos a tener los recursos y el conocimiento para seguir unos comportamientos más saludables, ganar más dinero y vivir con menos estrés crónico”, le explicó al periódico español El Mundo Patrick Krueger, uno de los autores de la publicación.
Con él concuerda Ildefonso Hernández, profesor de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad Miguel Hernández de España. Tal y como le dijo a aquel diario, el nivel educativo se relaciona con la alfabetización y con un mayor conocimiento de la salud. “A mayor nivel educativo, mejor nutrición, se hace más ejercicio y se consumen menos drogas”, dice.
Los resultados de esta investigación ratifican la importancia de tener en cuenta el plano educativo a la hora de trazar políticas de salud pública. “La magnitud de nuestras estimaciones confirman la importancia de considerarla un elemento clave de la política sanitaria estadounidense”, se lee en Plos One.