Huérfanos por coronavirus: la dura situación de más de 30 mil niños en Colombia
Un estudio publicado en “The Lancet” estableció que en Colombia hay 33.293 niños, niñas y adolescentes huérfanos por covid-19. La cifra podría ser mayor. En el país se adelanta un proyecto de ley para determinar cuántos menores quedaron en estado de orfandad por el virus y crear un programa que propone entregar dinero cada mes a los huérfanos y garantizarles un cupo en programas educativos.
Paula Casas Mogollón
En mayo de 2020, cuando Colombia estaba luchando por contener la primera ola de contagios por covid-19, Carlos*, de 33 años, se infectó con el virus en sus labores diarias vendiendo deditos de queso en el mercado de Bazurto, en Cartagena. No podía guardar cuarentena, pues de su trabajo dependían su hijo Antonio, de tres años, su hija Carla, de trece, y su esposa, Yesenia, de treinta. “Se puso muy mal. Ya casi no podía respirar y decidimos llevarlo sobre las tres de la mañana al hospital. Estaban llenos y muchos de los suministros médicos, como los ventiladores, empezaban a escasear. En la clínica no le alcanzaron a brindar los primeros auxilios y Carlos falleció en la entrada de ese centro médico”, recuerda con nostalgia Yesenia.
Lea: Brasil: ¿Hablamos de los huérfanos de Covid-19?
Así como Antonio y Carla, Juan Sebastián, de nueve años, perdió a su padre Arturo, de 73, por el coronavirus. Arturo vivía en Restrepo, Meta, y junto a su esposa Milena, de 43 años, trabajaban en su droguería, donde se contagiaron. “Arturo tenía miedo de contraer el virus, sobre todo por su edad. Nos cuidamos mucho, hasta que ya nos tocó salir a trabajar, pues los gastos no daban espera”, cuenta Milena, quien ahora está a cargo de Juan Sebastián y Camilo, su hijo mayor, de 16 años. Con el paso de los días Arturo, recostado sobre su cama, luchaba por respirar, pues en más de una ocasión no lo atendieron en la clínica ni le brindaron la atención necesaria. Sus pulmones no aguantaron más y falleció en su casa el 3 de diciembre de 2020.
A pesar de que los niños, niñas y adolescentes no registran la mayor cantidad de contagios por coronavirus (en Colombia solo 594.646 han sido positivos), ni tampoco son los que más camas de UCI han ocupado y solo 340 han muerto por el virus, han sido un grupo poblacional bastante vulnerable. Datos de Human Rights Watch señalan que por el coronavirus más de 1.500 millones de niños no van a la escuela y es probable que por la crisis económica aumenten las tasas de trabajo infantil o la explotación sexuales en menores. Además de estas problemáticas, que se agudizan por el covid, la rápida propagación del virus ha dejado huérfanos a una gran cantidad de ellos y otros se han quedado sin atención porque sus padres o cuidadores están hospitalizados por covid-19.
Antonio, Carla y Juan Sebastián viven esta última situación. Un estudio publicado en The Lancet el 31 de julio de 2021 liderado por Susan Hillis, del equipo de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, estableció que hay 1,5 millones de niños y niñas en el mundo que han perdido a uno de sus padres, a los dos o a uno de sus cuidadores por el coronavirus. Los investigadores cruzaron los datos de mortalidad y fertilidad recopilados por la Universidad de Johns Hopkins para modelar las estimaciones mínimas y las tasas de muertes en 21 países. Encontraron que, al 30 de abril de 2021, por cada dos personas que mueren por covid un niño queda huérfano. Los países con el mayor número de niños huérfanos fueron Brasil (130.363), México (141.132), Perú (98.975) y Sudáfrica (94.625).
En cuanto a Colombia, el estudio señala que se han reportado 33.293 huérfanos, de los cuales 5.270 perdieron a su madre, 24.576 a su padre, cinco a ambos y 3.442 a sus otros cuidadores, como sus abuelos. A pesar de que los investigadores advierten que son “datos aproximados y no deben tomarse como realidad”, es la única cifra que tiene Colombia de orfandad por covid-19. Según el ICBF, “el Sistema de Información Misional no cuenta con una variable que permita identificarlos, excepto en quienes quedaron en esa condición por conflicto armado o que presentan una situación de falta absoluta o temporal de responsables, que no siempre está relacionado con el coronavirus”.
Al igual que el ICBF, ni el DANE, ni las EPS, ni el Instituto Nacional de Salud (INS) cuentan con estadísticas de los niños y adolescentes que han quedado huérfanos por el coronavirus. Para Ángela Rosales, directora de Aldeas Infantiles SOS Colombia, una ONG que se ha encargado de acompañar a las familias en riesgo social, esta escasez en los datos se debe a que “los menores casi nunca van a buscar la ayuda del Estado porque no confían en su respuesta, porque el Estado no hace presencia en donde viven o porque no ofrecen la respuesta que estaban buscando”. Al no encontrar esa ayuda, muchos de ellos “quedan expuestos a la pobreza, la violencia, a tener más problemas para volver al colegio y a no tener sus necesidades básicas”, advierte Andrea Ramírez, profesora de la Universidad de los Andes.
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Esta situación ya se ha registrado en otras crisis de salud pública, como la epidemia mundial del VIH que devastó a África en 2002. Cada uno de los casi treinta millones de adultos muertos por el virus equivalían a niños huérfanos. Según ONU Sida, más de once millones de niños entre los diez y catorce años quedaron en estado de orfandad. La principal estrategia para atenderlos fue enviarlos a orfanatos. La solución no fue del todo buena, “pues los pusieron en un riesgo mayor de padecer problemas de salud mental graves, así como enfermedades contagiosas, abuso físico, violencia sexual y pobreza”, apunta Ramírez.
Un escenario similar se vivió con el ébola entre 2014 y 2015 en África occidental. La Unicef señaló que en Guinea, Liberia y Sierra Leona se registraron 11.310 muertes, generando que más de 22.000 niños perdieran a uno o ambos padres. “Esta crisis provocó que fueran rechazados por el estigma asociado con la enfermedad o al temor de estar infectado. Los niños mayores abandonaron la escuela para mantener a sus hermanos”, dice Human Rights Watch.
En Colombia con el coronavirus, al igual que en África cuando hubo ébola, las poblaciones más afectadas han sido las más vulnerables. “La mortalidad de covid ha estado concentrada en los estratos más bajos, que es donde están los grupos más vulnerables desde el punto de vista laboral, académico, escolar y de posibilidad de recuperarse económicamente”, asegura Ramírez.
¿Y los huérfanos del coronavirus en Colombia?
Desde el 13 de noviembre de 1985, con la avalancha de Armero, Colombia tiene una deuda histórica con los huérfanos. Esa noche, cerca de 500 menores fueron reportados como desaparecidos y 67 entregados en adopción en un proceso que organizaciones como Armando Armero han denunciado por irregularidades. Hoy, 36 años después, el ICBF aseguró, en un derecho de petición emitido el 10 de noviembre de 2021, que no tiene información detallada del proceso de rescate ni de su entrega. De hecho, Rocío Rubio, antropóloga y magíster en Estudios Políticos, advierte que “solo desde 2011, con la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, el ICBF visibilizó a los niños, niñas y adolescentes que se encuentran en situación de orfandad como población diferenciada”.
En el primer censo de huérfanos del conflicto armado, publicado en 2013, se reportaron 951 niños. Rubio, quien trabaja desde 2003 con niños víctimas del conflicto, asegura que, aunque la pandemia llegó de repente, “en cada pico de contagio se perdió la oportunidad de anticiparse y generar un programa, línea de atención o estrategia. El Gobierno debió pensar que iba a haber niños afectados en muchos ámbitos, como en embarazos adolescentes que incrementó en un 22,2 % en el segundo trimestre de 2021, según el DANE”. Otro de los datos revelados por el departamento fue el de inasistencia escolar, que fue de 16,4 % para 2020. Por eso, insiste Rubio, “el debate no puede reducirse a la alternancia o al regreso a clases. Esta idea ignora que muchos desertan porque deben proveer los recursos que antes brindaba el cuidador que murió por coronavirus”.
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Hasta el momento, además de las cifras arrojadas por el estudio de The Lancet y un comparativo estimado entre países elaborado por el Imperial College London, en el país se adelanta un proyecto de ley para crear un programa para los niños y adolescentes que hayan perdido, por lo menos, a uno de sus padres o tutores. El objetivo, explica Nubia López, representante a la Cámara por el Partido Liberal y una de las promotoras del proyecto, es levantar una línea base en Colombia con la creación del Registro Único Nacional de Huérfanos del covid-19 (RUNAC) y un plan de atención integral para los huérfanos.
El proyecto de ley 249, que fue aprobado por la Comisión Séptima y será discutido en una sesión plenaria, propone entregar dinero cada mes y el valor no podrá ser inferior al 25 % del salario mínimo mensual legal vigente. Además, garantizará un cupo en algún programa educativo en las universidades públicas o instituciones técnicas y tecnológicas para los adolescentes hasta los 25 años. Pero, para poder entregar esas ayudas, es necesario identificar cuántas familias o niños se encuentran en situación de orfandad por uno o dos padres. “Esta es una labor difícil, porque no existen cifras oficiales en Colombia. Las cifras publicadas en The Lancet fue las que usamos en el proceso de investigación de la línea base del proyecto”, cuenta López.
A medida que las entidades van recopilando datos como edad, grado de escolaridad o nombres de los padres o tutores fallecidos por covid-19 (un proceso que podría tardar meses), Angélica Cuenca, secretaria ejecutiva de la Alianza por la Niñez Colombiana, advierte que una de las principales dificultades de no tener estas cifras oficiales es que, “por ejemplo, si un niño o niña que perdió a sus papás y quedó en condición de calle entra al sistema de protección del Estado, pero no se identifica la razón, es muy difícil brindarles el apoyo y la atención adecuada. No poder entender cómo cambió la vida por covid genera unos impactos psicológicos y situaciones traumáticas para ellos”.
La normalidad que nos impuso la pandemia, como el distanciamiento social, ha hecho que este proceso sea aun más solitario. “Dejan de ver a sus papás o cuidadores de un día a otro. Solo les dijeron que tuvieron una crisis de salud y que por eso está en el hospital y, en menos de quince días, los dejan de ver. Tampoco se pueden despedir, porque durante un tiempo los funerales estaban prohibidos y, al morir por coronavirus, únicamente entregan las cenizas”, dice Cuenca. La situación es diferente cuando el padre o la madre muere por una enfermedad, como cáncer por ejemplo. “Cuando el estado de salud va empeorando, hay un tiempo prudente para preparar al niño”, añade.
Salud mental, la prioridad
Así como las razones por las que un niño queda huérfano son importantes, también lo es en la edad en la que eso ocurre. No es lo mismo perder a un padre o a los dos a los 17 años que hacerlo en la primera infancia. Este último es el momento en el que “el ser humano desarrolla conciencia sobre el otro, se produce la socialización temprana y se dan las conexiones cerebrales que permiten ubicar a la persona en el mundo y ser empáticos con otros. Todo esto, a través de la interacción con los cuidadores cercanos”, apunta la antropóloga Rubio.
Para Rosales, de Aldeas Infantiles, “la orfandad es una situación durísima para un niño. Significa perder todo su sistema de apoyo, su sistema de crianza, su respaldo frente a la vida en un momento en el que es muy vulnerable, como la niñez”. Por eso, una de las recomendaciones de la iniciativa Niñez Ya consiste en que la solución no es ubicar a los huérfanos por coronavirus en establecimientos de protección, sino elaborar y apoyar modelos de familia extendida, entre las que están los tutores, por ejemplo. Una de esas estrategias la ha empleado durante la pandemia la organización Children International en sus sedes de Barranquilla, Santa Marta y Cartagena con los más de 26.000 niños que apadrinan.
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Adriana Machuca, integrante de esta organización, cuenta que durante las olas de contagio más fuertes, como la de junio de 2021, muchos de los niños que apadrinan no solo perdieron a sus padres o abuelos, sino a primos o tíos. “En ese momento moría mucha gente, alguna sin recibir atención. Fue una situación impactante para ellos, por eso nosotros empezamos a hacer campañas para prevenir la depresión. Hacíamos llamadas, cada una de 45 minutos, para saber cómo estaban, cómo se sentían o si necesitaban algo”. Estas estrategias, apunta Cuenca, de la Alianza por la Niñez Colombiana, deberían ir acompañadas del sistema de salud. “La idea es que si el niño empieza a presentar trastornos en su desarrollo pueda ser remitido a psiquiatría o a una medicina especializada. Eso implica que haya un proceso de acompañamiento en salud especial”.
Antonio y Carla, por ejemplo, no han contado con un acompañamiento psicológico, pues su condición económica no alcanza para contratar a un experto. “Carla es consciente de que su padre falleció por coronavirus, pero a Antonio, de tres años, le explicamos que su papá lo acompaña ahora desde el cielo. Por eso él señala hacia arriba cuando se le pregunta por él”, dice su madre. Juan Sebastián tampoco ha podido ir a terapia por su alto costo. “Perdimos a un ser fundamental de la familia. A él aún se le aguan los ojos y se le entrecorta la voz cuando habla de Arturo y evita hablar de él”, cuenta Milena. Además de perder a su papá, Juan Sebastián ha experimentado otros cambios, como el traslado de colegio, pues su situación económica no le permitía seguir en la institución anterior.
Este proceso psicológico, agrega Rubio, debe ir acompañado con unas guías o protocolos para orientar a los maestros. “Ese entorno protector que se llama escuela no ha sido preparado para los niños poscovid que no han tenido la pérdida de un adulto significativo, menos aun a quien la ha tenido. ¿Qué pasa si un niño se desborda en llanto? ¿O si es mucho más agresivo? No tenemos que asumir que los maestros saben lidiar con estas situaciones”. De hecho, uno de los problemas que identificó Rosales con el retorno a clases fue que los niños están creciendo con miedo. “Miedo al contagio, a ir a los espacios públicos o a que muera alguien de su familia”.
Mientras se construyen estadísticas oficiales, Human Rights Watch ofrece algunas recomendaciones a los gobiernos, como “proporcionar fondos para cubrir las necesidades básicas; entregar subsidios para ir a la escuela; implementar sistemas de rastreo familiar e identificar a los cuidadores en caso de quedar huérfanos y garantizar el cuidado de los que se quedan solos sin la atención adecuada”. A pesar de que los expertos y las organizaciones señalan su preocupación ante los efectos que podrá tener la pandemia en los niños y adolescentes huérfanos por el virus, Yesenia y Milena trabajan a diario para brindarles un mejor futuro a sus hijos y acompañarlos en el duelo de la pérdida de sus padres.
*Los nombres de los personajes fueron cambiados para proteger a los menores.
En mayo de 2020, cuando Colombia estaba luchando por contener la primera ola de contagios por covid-19, Carlos*, de 33 años, se infectó con el virus en sus labores diarias vendiendo deditos de queso en el mercado de Bazurto, en Cartagena. No podía guardar cuarentena, pues de su trabajo dependían su hijo Antonio, de tres años, su hija Carla, de trece, y su esposa, Yesenia, de treinta. “Se puso muy mal. Ya casi no podía respirar y decidimos llevarlo sobre las tres de la mañana al hospital. Estaban llenos y muchos de los suministros médicos, como los ventiladores, empezaban a escasear. En la clínica no le alcanzaron a brindar los primeros auxilios y Carlos falleció en la entrada de ese centro médico”, recuerda con nostalgia Yesenia.
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Así como Antonio y Carla, Juan Sebastián, de nueve años, perdió a su padre Arturo, de 73, por el coronavirus. Arturo vivía en Restrepo, Meta, y junto a su esposa Milena, de 43 años, trabajaban en su droguería, donde se contagiaron. “Arturo tenía miedo de contraer el virus, sobre todo por su edad. Nos cuidamos mucho, hasta que ya nos tocó salir a trabajar, pues los gastos no daban espera”, cuenta Milena, quien ahora está a cargo de Juan Sebastián y Camilo, su hijo mayor, de 16 años. Con el paso de los días Arturo, recostado sobre su cama, luchaba por respirar, pues en más de una ocasión no lo atendieron en la clínica ni le brindaron la atención necesaria. Sus pulmones no aguantaron más y falleció en su casa el 3 de diciembre de 2020.
A pesar de que los niños, niñas y adolescentes no registran la mayor cantidad de contagios por coronavirus (en Colombia solo 594.646 han sido positivos), ni tampoco son los que más camas de UCI han ocupado y solo 340 han muerto por el virus, han sido un grupo poblacional bastante vulnerable. Datos de Human Rights Watch señalan que por el coronavirus más de 1.500 millones de niños no van a la escuela y es probable que por la crisis económica aumenten las tasas de trabajo infantil o la explotación sexuales en menores. Además de estas problemáticas, que se agudizan por el covid, la rápida propagación del virus ha dejado huérfanos a una gran cantidad de ellos y otros se han quedado sin atención porque sus padres o cuidadores están hospitalizados por covid-19.
Antonio, Carla y Juan Sebastián viven esta última situación. Un estudio publicado en The Lancet el 31 de julio de 2021 liderado por Susan Hillis, del equipo de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, estableció que hay 1,5 millones de niños y niñas en el mundo que han perdido a uno de sus padres, a los dos o a uno de sus cuidadores por el coronavirus. Los investigadores cruzaron los datos de mortalidad y fertilidad recopilados por la Universidad de Johns Hopkins para modelar las estimaciones mínimas y las tasas de muertes en 21 países. Encontraron que, al 30 de abril de 2021, por cada dos personas que mueren por covid un niño queda huérfano. Los países con el mayor número de niños huérfanos fueron Brasil (130.363), México (141.132), Perú (98.975) y Sudáfrica (94.625).
En cuanto a Colombia, el estudio señala que se han reportado 33.293 huérfanos, de los cuales 5.270 perdieron a su madre, 24.576 a su padre, cinco a ambos y 3.442 a sus otros cuidadores, como sus abuelos. A pesar de que los investigadores advierten que son “datos aproximados y no deben tomarse como realidad”, es la única cifra que tiene Colombia de orfandad por covid-19. Según el ICBF, “el Sistema de Información Misional no cuenta con una variable que permita identificarlos, excepto en quienes quedaron en esa condición por conflicto armado o que presentan una situación de falta absoluta o temporal de responsables, que no siempre está relacionado con el coronavirus”.
Al igual que el ICBF, ni el DANE, ni las EPS, ni el Instituto Nacional de Salud (INS) cuentan con estadísticas de los niños y adolescentes que han quedado huérfanos por el coronavirus. Para Ángela Rosales, directora de Aldeas Infantiles SOS Colombia, una ONG que se ha encargado de acompañar a las familias en riesgo social, esta escasez en los datos se debe a que “los menores casi nunca van a buscar la ayuda del Estado porque no confían en su respuesta, porque el Estado no hace presencia en donde viven o porque no ofrecen la respuesta que estaban buscando”. Al no encontrar esa ayuda, muchos de ellos “quedan expuestos a la pobreza, la violencia, a tener más problemas para volver al colegio y a no tener sus necesidades básicas”, advierte Andrea Ramírez, profesora de la Universidad de los Andes.
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Esta situación ya se ha registrado en otras crisis de salud pública, como la epidemia mundial del VIH que devastó a África en 2002. Cada uno de los casi treinta millones de adultos muertos por el virus equivalían a niños huérfanos. Según ONU Sida, más de once millones de niños entre los diez y catorce años quedaron en estado de orfandad. La principal estrategia para atenderlos fue enviarlos a orfanatos. La solución no fue del todo buena, “pues los pusieron en un riesgo mayor de padecer problemas de salud mental graves, así como enfermedades contagiosas, abuso físico, violencia sexual y pobreza”, apunta Ramírez.
Un escenario similar se vivió con el ébola entre 2014 y 2015 en África occidental. La Unicef señaló que en Guinea, Liberia y Sierra Leona se registraron 11.310 muertes, generando que más de 22.000 niños perdieran a uno o ambos padres. “Esta crisis provocó que fueran rechazados por el estigma asociado con la enfermedad o al temor de estar infectado. Los niños mayores abandonaron la escuela para mantener a sus hermanos”, dice Human Rights Watch.
En Colombia con el coronavirus, al igual que en África cuando hubo ébola, las poblaciones más afectadas han sido las más vulnerables. “La mortalidad de covid ha estado concentrada en los estratos más bajos, que es donde están los grupos más vulnerables desde el punto de vista laboral, académico, escolar y de posibilidad de recuperarse económicamente”, asegura Ramírez.
¿Y los huérfanos del coronavirus en Colombia?
Desde el 13 de noviembre de 1985, con la avalancha de Armero, Colombia tiene una deuda histórica con los huérfanos. Esa noche, cerca de 500 menores fueron reportados como desaparecidos y 67 entregados en adopción en un proceso que organizaciones como Armando Armero han denunciado por irregularidades. Hoy, 36 años después, el ICBF aseguró, en un derecho de petición emitido el 10 de noviembre de 2021, que no tiene información detallada del proceso de rescate ni de su entrega. De hecho, Rocío Rubio, antropóloga y magíster en Estudios Políticos, advierte que “solo desde 2011, con la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, el ICBF visibilizó a los niños, niñas y adolescentes que se encuentran en situación de orfandad como población diferenciada”.
En el primer censo de huérfanos del conflicto armado, publicado en 2013, se reportaron 951 niños. Rubio, quien trabaja desde 2003 con niños víctimas del conflicto, asegura que, aunque la pandemia llegó de repente, “en cada pico de contagio se perdió la oportunidad de anticiparse y generar un programa, línea de atención o estrategia. El Gobierno debió pensar que iba a haber niños afectados en muchos ámbitos, como en embarazos adolescentes que incrementó en un 22,2 % en el segundo trimestre de 2021, según el DANE”. Otro de los datos revelados por el departamento fue el de inasistencia escolar, que fue de 16,4 % para 2020. Por eso, insiste Rubio, “el debate no puede reducirse a la alternancia o al regreso a clases. Esta idea ignora que muchos desertan porque deben proveer los recursos que antes brindaba el cuidador que murió por coronavirus”.
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Hasta el momento, además de las cifras arrojadas por el estudio de The Lancet y un comparativo estimado entre países elaborado por el Imperial College London, en el país se adelanta un proyecto de ley para crear un programa para los niños y adolescentes que hayan perdido, por lo menos, a uno de sus padres o tutores. El objetivo, explica Nubia López, representante a la Cámara por el Partido Liberal y una de las promotoras del proyecto, es levantar una línea base en Colombia con la creación del Registro Único Nacional de Huérfanos del covid-19 (RUNAC) y un plan de atención integral para los huérfanos.
El proyecto de ley 249, que fue aprobado por la Comisión Séptima y será discutido en una sesión plenaria, propone entregar dinero cada mes y el valor no podrá ser inferior al 25 % del salario mínimo mensual legal vigente. Además, garantizará un cupo en algún programa educativo en las universidades públicas o instituciones técnicas y tecnológicas para los adolescentes hasta los 25 años. Pero, para poder entregar esas ayudas, es necesario identificar cuántas familias o niños se encuentran en situación de orfandad por uno o dos padres. “Esta es una labor difícil, porque no existen cifras oficiales en Colombia. Las cifras publicadas en The Lancet fue las que usamos en el proceso de investigación de la línea base del proyecto”, cuenta López.
A medida que las entidades van recopilando datos como edad, grado de escolaridad o nombres de los padres o tutores fallecidos por covid-19 (un proceso que podría tardar meses), Angélica Cuenca, secretaria ejecutiva de la Alianza por la Niñez Colombiana, advierte que una de las principales dificultades de no tener estas cifras oficiales es que, “por ejemplo, si un niño o niña que perdió a sus papás y quedó en condición de calle entra al sistema de protección del Estado, pero no se identifica la razón, es muy difícil brindarles el apoyo y la atención adecuada. No poder entender cómo cambió la vida por covid genera unos impactos psicológicos y situaciones traumáticas para ellos”.
La normalidad que nos impuso la pandemia, como el distanciamiento social, ha hecho que este proceso sea aun más solitario. “Dejan de ver a sus papás o cuidadores de un día a otro. Solo les dijeron que tuvieron una crisis de salud y que por eso está en el hospital y, en menos de quince días, los dejan de ver. Tampoco se pueden despedir, porque durante un tiempo los funerales estaban prohibidos y, al morir por coronavirus, únicamente entregan las cenizas”, dice Cuenca. La situación es diferente cuando el padre o la madre muere por una enfermedad, como cáncer por ejemplo. “Cuando el estado de salud va empeorando, hay un tiempo prudente para preparar al niño”, añade.
Salud mental, la prioridad
Así como las razones por las que un niño queda huérfano son importantes, también lo es en la edad en la que eso ocurre. No es lo mismo perder a un padre o a los dos a los 17 años que hacerlo en la primera infancia. Este último es el momento en el que “el ser humano desarrolla conciencia sobre el otro, se produce la socialización temprana y se dan las conexiones cerebrales que permiten ubicar a la persona en el mundo y ser empáticos con otros. Todo esto, a través de la interacción con los cuidadores cercanos”, apunta la antropóloga Rubio.
Para Rosales, de Aldeas Infantiles, “la orfandad es una situación durísima para un niño. Significa perder todo su sistema de apoyo, su sistema de crianza, su respaldo frente a la vida en un momento en el que es muy vulnerable, como la niñez”. Por eso, una de las recomendaciones de la iniciativa Niñez Ya consiste en que la solución no es ubicar a los huérfanos por coronavirus en establecimientos de protección, sino elaborar y apoyar modelos de familia extendida, entre las que están los tutores, por ejemplo. Una de esas estrategias la ha empleado durante la pandemia la organización Children International en sus sedes de Barranquilla, Santa Marta y Cartagena con los más de 26.000 niños que apadrinan.
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Adriana Machuca, integrante de esta organización, cuenta que durante las olas de contagio más fuertes, como la de junio de 2021, muchos de los niños que apadrinan no solo perdieron a sus padres o abuelos, sino a primos o tíos. “En ese momento moría mucha gente, alguna sin recibir atención. Fue una situación impactante para ellos, por eso nosotros empezamos a hacer campañas para prevenir la depresión. Hacíamos llamadas, cada una de 45 minutos, para saber cómo estaban, cómo se sentían o si necesitaban algo”. Estas estrategias, apunta Cuenca, de la Alianza por la Niñez Colombiana, deberían ir acompañadas del sistema de salud. “La idea es que si el niño empieza a presentar trastornos en su desarrollo pueda ser remitido a psiquiatría o a una medicina especializada. Eso implica que haya un proceso de acompañamiento en salud especial”.
Antonio y Carla, por ejemplo, no han contado con un acompañamiento psicológico, pues su condición económica no alcanza para contratar a un experto. “Carla es consciente de que su padre falleció por coronavirus, pero a Antonio, de tres años, le explicamos que su papá lo acompaña ahora desde el cielo. Por eso él señala hacia arriba cuando se le pregunta por él”, dice su madre. Juan Sebastián tampoco ha podido ir a terapia por su alto costo. “Perdimos a un ser fundamental de la familia. A él aún se le aguan los ojos y se le entrecorta la voz cuando habla de Arturo y evita hablar de él”, cuenta Milena. Además de perder a su papá, Juan Sebastián ha experimentado otros cambios, como el traslado de colegio, pues su situación económica no le permitía seguir en la institución anterior.
Este proceso psicológico, agrega Rubio, debe ir acompañado con unas guías o protocolos para orientar a los maestros. “Ese entorno protector que se llama escuela no ha sido preparado para los niños poscovid que no han tenido la pérdida de un adulto significativo, menos aun a quien la ha tenido. ¿Qué pasa si un niño se desborda en llanto? ¿O si es mucho más agresivo? No tenemos que asumir que los maestros saben lidiar con estas situaciones”. De hecho, uno de los problemas que identificó Rosales con el retorno a clases fue que los niños están creciendo con miedo. “Miedo al contagio, a ir a los espacios públicos o a que muera alguien de su familia”.
Mientras se construyen estadísticas oficiales, Human Rights Watch ofrece algunas recomendaciones a los gobiernos, como “proporcionar fondos para cubrir las necesidades básicas; entregar subsidios para ir a la escuela; implementar sistemas de rastreo familiar e identificar a los cuidadores en caso de quedar huérfanos y garantizar el cuidado de los que se quedan solos sin la atención adecuada”. A pesar de que los expertos y las organizaciones señalan su preocupación ante los efectos que podrá tener la pandemia en los niños y adolescentes huérfanos por el virus, Yesenia y Milena trabajan a diario para brindarles un mejor futuro a sus hijos y acompañarlos en el duelo de la pérdida de sus padres.
*Los nombres de los personajes fueron cambiados para proteger a los menores.