Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Hace siete años, la periodista italiana Lucetta Scaraffia fundó la revista “Donna Chiesa Mondo”, el primer periódico sobre mujeres en los 2.000 años de historia de El Vaticano. La publicación no tenía precedentes dentro de la Iglesia Católica, pero se parecía mucho a cualquier otra revista cultural: obituarios de monjas notables, datos curiosos, editoriales sobre la necesidad de que las religiosas accedieran a educación superior. Invitaban también a que las mujeres tomaran las riendas de la Iglesia, “no a través de revoluciones, sino de reformas”, decía.
En marzo de este año, la revista publicó un artículo que se llamó “Hermanas trabajan casi gratis”. El artículo ya no está disponible en la página del diario oficial de El Vaticano, pero allí describen cómo algunos trabajan en las residencias de "hombres de la iglesia, despertando al amanecer para preparar el desayuno y durmiendo una vez que se sirve la cena, la casa está en orden y la ropa lavada y planchado”, prácticamente sin remuneración. Otra monja, doctorada en teología, denuncia que la asignaron a trabajos domésticos sin mucha relación con su formación intelectual.
Pero esto no es solo en las órdenes pequeñas o remotas, según escriben. El Papa Juan Pablo tuvo cinco monjas polacas para asistirlo en el Palacio Apostólico del Vaticano, y el ex Papa Benedicto, que renunció en 2013, era atendido por ocho mueres laicas de una organización conocida como Memores Domini.
Después de ese artículo, siguió la estocada final: la revista publicó cientos de denuncias de monjas que eran abusadas sexualmente por parte de sacerdotes. Una denunciaba que los sacerdotes tenían a las monjas como “parejas sexuales seguras” en zonas donde había alertas de VIH, otras sobre embarazos y abortos forzados, hasta 23 en una sola orden.
El problema es de vieja data pero solo hasta este año tomó protagonismo, entre otras, gracias al impulso del escándalo que reveló Scaraffia. En noviembre del año pasado, la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), la organización que representa a las órdenes religiosas católicas de mujeres en el mundo, instó a las monjas abusadas a reportarlo a la Iglesia y autoridades estatales. Scaraffia y nueve de sus once redactoras renunciaron con una carta se titula “Querido Papa Francisco, cerramos Donna Chiesa Mondo”. Según cuentan, lentamente los organismos de comunicación de El Vaticano, como El Observatorio Romano, comenzaron a presionarlas en consejos editoriales. Sobre las denuncias no recibieron respuestas oficiales por parte del Papa Francisco, y cuandos intentamos contactar a la periodista a través de los canales de prensa oficiales de la Santa Sede, manifestaron no conocerla, no tener su teléfono (a pesar de haber trabajado codo a codo durante siete años) o “no poder ayudarnos”. Es, sin duda, una mujer incómoda para la iglesia católica.
Hablamos con Scaraffia sobre los abusos de la iglesia en el Caffe Greco, un pequeño café de apenas 200 años de antigüedad en el centro de Roma (Italia), a unas calles de la Plaza de San Pedro, en El Vaticano.
¿Cómo comenzó su carrera como periodista?
Empecé a escribir cuando ya enseñaba en la Universidad y antes ya escribía los editoriales del Observatorio Romano, el periódico digamos “oficial” de El Vaticano. Para ese entonces, ya llevaba pensando hace muchos años en una revista sobre mujeres y en 2012, con un grupo de mujeres, se la propusimos al Papa Benedicto XVI y dijo que sí sin pensarlo. Así nació Donna Chiesa Mondo.
¿La revista tuvo algún impacto?
Pocas veces un sacerdote lo leyó. Si le hablaba del periódico decía “No, no, eso lo lee mi secretaria o mi ayudante”. No lo leían y tal vez por lo mismo no lo controlaban. Queríamos darle una voz a las mujeres dentro de la iglesia católica. Habíamos hablado con muchas religiosas, de sus vidas, pero habíamos sacado solo artículos culturales. Muchas mujeres comenzaron a escribirnos lamentándose del servicio doméstico al que eran sometidas. Nos dimos cuenta de que muchas diócesis y arquidiócesis tenían una “reserva” de mujeres de la iglesia, laicas y monjas, y en casi ninguno de los casos les pagaban por sus servicios, o ni comían en la misma mesa.
¿Cómo estalló el escándalo?
Sacamos un primer artículo contando esto en el periódico, casi todos los testimonios anónimos, porque las mujeres tenían mucho miedo de que se revelara esta información. Y la Iglesia también. Estas religiosas habían hecho un voto de servicio, pero eso no se extiende al servicio doméstico. Esto pasa en África, Asia, Europa en menor medida, y América Latina.
¿Fue una bomba?
Sí. Yo envié una carta al Papa Francisco un mes antes de la publicación, contándole sobre lo que estaba pasando, y la publicación que íbamos a hacer. Me sugirieron “reconsiderar” la publicación, pero no iba a pasar. Aparentemente, el Papa se enteró del artículo cuando regresaba de Dubai en un avión, y una periodista estadounidense le preguntó qué opinaba sobre el artículo. Después de eso hubo presiones y renuncié. No podíamos más hablar en libertad y sentíamos que no teníamos la posibilidad de hacer artículos. Estabamos coartadas y eso no me gustó.
¿Cómo coartadas?
Donna Chiesa Mondo era más que una redacción, era un laboratorio cultural, las mujeres podían hablar en libertad, sentía yo, en un espacio restrictivo del discurso, a veces, como El Vaticano. Un representante del Observatorio Romano comenzó a ir a nuestros consejos editoriales y reuniones a anotar qué decíamos, y eso no lo podíamos permitir. Ahora está dirigiéndolo Andrea Monda, que es hombre.
Ampliemos un poco en las denuncias sobre esclavitud doméstica y abuso sexual a monjas por parte de sacerdotes...
Con el artículo tocamos un punto muy delicado para la iglesia, entonces decidimos abrir un correo al que las religiosas podían enviar sus denuncias, y recibimos cientos de cartas en donde contaban su vida y las humillaciones al que eran sometidas. No fueron pocas monjas, la esclavitud doméstica y el abuso sexual a religiosas es una práctica generalizada dentro de la iglesia católica, en todo el mundo. Otros las chantajean durante la confesión y las obligan a tener sexo con ellos. Es horrible. Recibíamos cartas en donde las monjas y mujeres laicas contaban cómo los religiosos que las violaron las forzaron a abortar. Para los católicos el aborto es un pecado mortal, entonces esto es de una hipocresía monstruosa. En febrero hubo un Sínodo convocado por el Papa para tratar el tema de abusos sexuales a menores. Pero no a mujeres y de nuevo, estas denuncias se quedaban sin espacio. En ese Sínodo, una monja nigeriana contó cómo fue abusada, la hicieron abortar tres veces, y dijo el nombre del obispo que la violó. Una valiente, y creo que eso detonó otros testimonios.
¿Qué decían las cartas?
Casi todas contaban cómo la esclavitud doméstica había derivado eventualmente en abuso sexual. Cuando las mujeres escogen la vida religiosa lo hacen por vocación, pero pensar que la vocación es servir a los hombres de la iglesia es un equívoco peligroso. No es justo. Es un caso horrible de opresión. Pasa mucho más en congregaciones en donde hay condiciones de dificultad. Ahora el papa invita a misioneros y misioneras a visitar la Amazonia y cuidar a su gente. Una monja que es enviada a la selva suele ir acompañada de un “protector”, digamos el sacerdote que va a evangelizar. Pero a las mujeres las están protegiendo solo en condición de estar sometidas a sus órdenes, y ella le hace caso porque es su modo de sobrevivir.
¿El Vaticano hizo algo con estas denuncias? ¿Sancionó a alguien?
Nada. Hay que denunciar y castigar a los violentos, pero nadie ha caído por esto. En la Iglesia no se castiga a nadie. En estos casos, lo que hacen es enviar los casos a la justicia civil del país en donde se cometió el crimen y si el abuso sexual es punible en ese país, se empieza un proceso legal que El Vaticano no apoya económica ni públicamente. El caso más notorio es el de una hermana de la India que denunció al obispo Franco Mulakkal en febrero de este año por abusarla trece veces en dos años. Él lo ha negado siempre, pero el proceso está en manos de autoridades civiles, y Mulakkal en teoría continúa en su cargo.
¿El derecho canónico no dice nada sobre el abuso sexual a mujeres?
Nada específico. En el derecho canónico, el adulterio y la masturbación están al mismo nivel de digamos “pecado” porque atentan contra el sexto mandamiento: no cometer actos impuros. Pero disculpa, masturbarse en soledad no le hace daño a nadie, pero violentar a otros u otras es mucho más grave. El Papa es el único con autoridad dentro de la Iglesia para tomar cartas en el asunto, sancionar a los violentos dentro de su iglesia, pero no hay más que una declaración de su parte.
¿Tienen alguna cifra estimada de cuántas mujeres han sido abusadas por miembros de la iglesia católica?
No, porque muchísimas no denuncian. Te puedo decir que pasa en todos los continentes y que nosotras leímos cientos de testimonios, sobre todo de lugares en donde la iglesia se está intentando enraizar como India o China. De este último país llegaron denuncias de un obispo que formó un harem a la fuerza.
Tú eres católica. ¿Cómo te sentiste al tener de primera mano esos testimonios de otras mujeres abusadas dentro de la fe que profesas?
Es confuso, triste. Pero al final las mujeres debemos hablar, es fundamental para participar de la institución que se ha formado también con nuestro trabajo. El aspecto de la violencia sexual me parece particularmente grave si hay más silencio por parte de nosotras. En sus años como Papa, Francisco metió una o dos mujeres en su cónclave de obispos, pero todas en silencio. El estado de cosas no cambia solo ascendiendo los rangos de las mujeres porque aunque las ascienda a algunas, las tiene en estado de obediencia. Cero enteradas del abuso o indiferentes a él, que es peor.
Esas mujeres serían las fichas de lo que las feministas llamamos “pink-washing”. ¿Usted cree que el feminismo ha permeado la iglesia católica?
De alguna manera sí porque cada vez es más obvio el protagonismo de las mujeres pero las autoridades la iglesia no consideran a las mujeres como pares. Las religiosas tienen pocas figuras de autoridad asignadas y esto fue clarísimo en el Sínodo de la Amazonía. Por primera vez se habló explícitamente de las mujeres, sí, pero la solicitud de tener derecho al voto en la asamblea sinodal no fue ni siquiera negada, fue ignorada. Reconocerle órdenes menores a las mujeres como el lectorado o el acolitado (que prácticamente ya sucede) fue remitido a una nueva comisión, ni se discutió. Se dijo mucho que había un problema en la Amazonia y era que no había sacerdotes para dar eucaristía, y que por eso se proponía poder ordenar hombres casados, líderes de su comunidad. Pero si se acepta esa propuesta, la mayoría de mujeres que ya lideran las comunidades perderían su papel. Puede convertirse en otra forma de negar la autoridad de religiosas y laicas.
Cubrir El Vaticano es curioso porque es un poder como cualquier otro pero tiene 2.000 años de antigüedad y su jefe es el espíritu santo. Como feminista, ¿cómo fue trabajar para la institución patriarcal por excelencia?
El Vaticano ha permitido la continuación de las mujeres en la Iglesia, pero solo en condiciones de obediencia. La Iglesia envía un mensaje de humildad y obediencia, pero a los hombres no, a pesar de que siempre hable de ellos y sobre ellos. Es hasta chistoso porque las mujeres son las que viven la supuesta verdadera vida cristiana, ¿no? Amar al prójimo, obedecer, cuidar la Casa Común. Pero el discurso de la Casa Común es solo para los hombres. Habla de migrantes y de cambio climático, pero los seres que parieron el mundo no están en su discurso porque él también hace parte de una institución que esclaviza a las mujeres. La Iglesia no solo es un cómplice silencioso de esa opresión.
(hcalle@elespectador.com)