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“Somos todos en este proceso. Aquí estamos, este libro es símbolo de unidad, pensamos y creemos que la armonía se logra en conjunto. Adelante, somos hermanos”. Es una de las frases que se esconde entre las páginas de los libros que reposan en la primera biblioteca del Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de La Fila, en Icononzo (Tolima). En diciembre, un grupo de egresados y estudiantes de la Universidad de los Andes se propuso involucrarse en el proceso de reincorporación a la vida civil de los excombatientes. Descubrieron que la mejor forma para hacerlo era la educación.
Organizaron una colecta en sus conjuntos residenciales y lugares de trabajo para reconstruir la primera biblioteca en este ETCR. En un mes, reunieron quinientos libros. La mayoría de los textos fueron recolectados en las universidades. “Una de nuestras compañeras hizo la tesis sobre conflicto armado y, al hablar con profesores de la facultad de Economía y Administración de la Universidad Javeriana, consiguió un contacto en el municipio. Ellos venían adelantando algunos proyectos en la zona. Hablamos con Valentina, una de las líderes de la zona, y nos dio el aval para llevar los textos. Nos comentó que había muchos reincorporados que buscaban validar el bachillerato y niños que querían estudiar, pero no contaban con el material adecuado. Eso nos motivó”, cuenta María Díaz, una de las jóvenes egresadas que se comprometió con la iniciativa.
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Icononzo alberga una de las 23 zonas de capacitación y reincorporación que el Gobierno implementó tras la firma del Acuerdo de Paz, en 2016. Los habitantes vivían en cambuches, con recursos limitados. Dos años después lograron consolidar un espacio digno. Describen la zona como “un pueblo más”. En la ETCR La Fila, según comenta Valentina, viven 243 adultos, 100 niños y tres bebés. Está divida en cuatro sectores (22 de Septiembre, 27 de Mayo, José María Carbonell y Brisas de Paz) y espacios compuestos por albergues, puestos de salud, comedores, auditorios, canchas, un salón de juegos, un taller de la cooperativa de confecciones, la guardería Montaña Mágica, el aula Manuel Marulanda y el colegio La Fila. Para asistir a clases, los niños deben desplazarse a pie, porque el transporte que iba a aportar la Gobernación del Tolima, hasta el momento, no aparece.
Para llegar a La Fila hay que subir una montaña durante una hora. Las difíciles condiciones de la carretera hicieron que trasladaran la única biblioteca que tenía la zona. La pasaron al pie de la montaña. Pero, durante el trasteo, los libros quedaron regados en el piso de un espacio que estaban adecuando. El tiempo y la humedad dejaron huellas de moho y hongos en sus hojas. “En el primer viaje que mi compañera hizo se dio cuenta de que había un lugar dispuesto para armar la biblioteca, pero notó que podía ser dificil reconstruirla. Pensamos en que primero debíamos revisar los textos que estaban allí, antes de traer los que recolectamos. Solo entregamos los de literatura infantil, porque hay muchos niños”, dice Díaz.
A medida que avanzó el proyecto se fueron uniendo egresados de otras universidades, como la Nacional, la Javeriana y La Salle. Empezaron a clasificar los primeros libros por colores. Los ubicaron, provisionalmente, en mesas con la ayuda de Gustavo, uno de los excombatientes que conforma el ETCR y que ha estado al frente de la biblioteca. “La misión era enseñarle cómo usar un computador, las cosas básicas de Excel y el manejo de una biblioteca. Nosotros somos economistas y no teníamos ni idea del funcionamiento. Nos tocó contactar a una bibliotecóloga que nos ayudó voluntariamente con su esposo”, añadió Díaz. Una vez hicieron la selección, llevaron los quinientos libros que habían recolectado. El viaje fue una travesía. A la mitad del trayecto la camioneta se varó dos veces, por el peso.
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Entre los excombatientes reunieron el dinero suficiente para comprar los estantes y poder organizar los libros. Limpiaron y recogieron la basura del espacio. Cuando los egresados volvieron a la zona se llevaron una sorpresa: la mayoría de textos ya estaban organizados como la bibliotecóloga les había recomendado. “En esa visita llevamos un computador que un profesor de los Andes nos donó. Con la ayuda de Gustavo fuimos digitalizando el archivo. Creamos una nueva categoría que es apoyo académico, donde están ubicados los libros de colegio”, asegura Díaz. Gustavo quedó encargado de la biblioteca, que ahora es una ayuda para los niños de las dos escuelas de las zonas y de los reincorporados que están validando el bachillerato. Muchos de ellos buscan hacer una carrera profesional. Gustavo, por ejemplo, quiere estudiar lenguas.
Los egresados vendieron diferentes productos para poder recaudar dinero y comprar las mesas y sillas que le faltaban a la biblioteca Simón Trinidad, nombre que escogió la comunidad. En su último viaje, hace dos semanas, terminaron las labores de apoyo en la adecuación de la biblioteca. Le repitieron a la comunidad una de las frases célebres de Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”.