Los “profes crack” y las “profes amables”: el sesgo de género en las aulas
Un análisis de los adjetivos y puntajes que los estudiantes universitarios otorgan a sus profesores evidencia el sesgo de género contra las mujeres que enseñan.
Propongo un ejercicio escuelero: si dijéramos “mi profe es crack” y “mi profe es muy amable”, ¿qué tipo de persona se imagina? ¿La persona crack o “la más dura en su campo” es una mujer? La respuesta, probablemente y por desgracia, suele ser “no”. Y poco tiene que ver que con que no haya excelentes profesoras enseñando en las universidades del país. (Lea: El plan para cerrar las brechas de la educación rural en Bogotá)
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Propongo un ejercicio escuelero: si dijéramos “mi profe es crack” y “mi profe es muy amable”, ¿qué tipo de persona se imagina? ¿La persona crack o “la más dura en su campo” es una mujer? La respuesta, probablemente y por desgracia, suele ser “no”. Y poco tiene que ver que con que no haya excelentes profesoras enseñando en las universidades del país. (Lea: El plan para cerrar las brechas de la educación rural en Bogotá)
Así lo demuestra una investigación publicada por el Centro de Estudios de Desarrollo Económico (CEDE) de la Universidad de los Andes, que responde a la pregunta ¿los estudiantes califican a sus profesoras universitarias de manera diferente a sus pares varones solo por sesgos de género? Se trata de la primera evaluación de sesgos de género en estas encuestas que se hace fuera de Europa y Estados Unidos, y la primera en América Latina.
Para responder la pregunta (y como tesis de maestría), el investigador y economista Nicolás Urdaneta usó la información de 352.654 encuestas —que respondieron más de 17.400 estudiantes de la Universidad de los Andes— acerca de 3.013 docentes (de los cuales el 35,5 % son profesoras), en 5.800 cursos distintos durante cuatro semestres.
Según el documento, en esta universidad, el 91 % de los profesores consulta las encuestas todos los semestres, el 63 % ha ajustado las actividades del curso debido a los resultados de la encuesta y el 51 % reporta haber ajustado la metodología. (Puede leer: Cerebros fugados: ¿a dónde van los estudiantes universitarios de Colombia?)
Se analizaron tanto las calificaciones que les daban a los y las docentes como los comentarios, esto último se hizo gracias a un algoritmo que toma como insumo el texto que acompaña las evaluaciones y clasifica las palabras en “positivas”, “neutras” o “negativas”. El algoritmo también tabula la frecuencia con la que se usa determinada palabra en los comentarios. Esto permite descubrir si el lenguaje es diferente dependiendo del género. También se tuvieron en cuenta variables como la edad del docente, si era titular o de cátedra, la antigüedad de su contrato, etc.
En promedio, las mujeres son calificadas igual a sus pares masculinos entre asistentes graduados y de cátedra, pero en caso de ser profesoras de planta reciben evaluaciones menores en 0,07-0,08 puntos.
“Sí hay una diferencia, quizá no es muy grande, pero cuando vemos los contextos en donde se dan estas diferencias, encontramos lo que en otros países se ha calificado como ‘preocupante’, y es que las mujeres pueden tener puntajes sistemáticamente más bajos en esas encuestas de docentes”, explica Urdaneta.
Hay diferencias en estas evaluaciones que dependen de las características del curso y del profesor, sobre todo si el docente tiene de 35 a 55 años, la clase tiene más de cincuenta estudiantes y si hay menos mujeres estudiantes (en este último caso, las profesoras se ven más penalizadas si sus cursos tienen mayoría de estudiantes varones).
“Parece que las cuestiones sociodemográficas no tienen relación con estos resultados. Sí es verdad que Los Andes no es la universidad con mayor diversidad en este aspecto, pero es interesante para analizar, porque tiene muchas carreras y una distribución por género de estudiantes bastante equitativa, casi que 50/50. Lo que parece es que cuando a las profesoras les toca una composición de cursos en donde hay más hombres que mujeres, les va peor en esas encuestas”, explica Urdaneta.
Por otro lado, los adjetivos que se usan para describir a un docente es “profesor”, “crack”, “chistoso” y a las mujeres como “querida”, “dulce” y “amable” (adjetivos que son apreciables en una docente, pero que no hablan de su desempeño académico). Otras palabras usadas para referirse a los profesores hombres son “parcial”, “saber”, “bacán”, y en menor medida “machista”, “hombre” o “interesante”. Para las mujeres son “escuelero”, “entregado”, “mujer”, “ayudar”, “comprensivo”, “autoconocimiento”, “madre” y “feminismo”.
Los sesgos de género tienen efectos tangibles en las vidas profesionales de las profesoras, sobre todo si tenemos en cuenta que algunas universidades (como Los Andes) por manual toman en cuenta las encuestas de estudiantes como insumo en la promoción de profesores. También, como las evaluaciones no son explícitas en hablar de la calidad de sus clases, las profesoras pueden hacer esfuerzos extra en mejorarlas y quedarse sin tiempo para otras labores, como las de investigación. (Le puede interesar: Casi 4 millones de niñas y niños no han podido volver al colegio)
Las encuestas de profesores son solo el comienzo de lo que en inglés llaman gender bias o “sesgo de género”. De acuerdo con un documento publicado en junio de este año en Science Direct, los sesgos de género en la academia se mantienen firmes a pesar de la diversidad e inclusión masiva de mujeres en estos espacios, y permean desde la participación de mujeres en la toma de decisiones hasta el porcentaje de la fuerza laboral femenina en la academia.
Por ejemplo, un informe del Instituto Nacional de Salud (NIH por sus siglas en inglés), de Estados Unidos, explica que, en los diez principales institutos de investigación de ese país, el porcentaje de mujeres titulares entre todos los profesores era como máximo del 26 % y, en algunos casos, incluso por debajo del 20 %. Las mujeres ocuparon el 37 % de los puestos dentro del NIH, pero solo el 21 % alcanzó el estatus de titularidad, y las mujeres de color ocuparon solo el 5 % de los puestos titulares (que a la larga son los mejores por ser más estables y pagar mejor).
Europa padece de lo mismo. El Consejo Europeo de Investigación (ERC) informó, en 2019, que solo el 32 % de los miembros de su panel y el 27 % de sus beneficiarios eran mujeres. En los Países Bajos, el 44 % de los doctorados se otorgaron a mujeres en 2018, pero solo el 22 % de los profesores titulares eran mujeres. Se informa de una tendencia similar en Suiza, donde cerca del 40 % de las cátedras de duración determinada en 2017 estaban ocupadas por mujeres, pero para los puestos permanentes, la fracción de mujeres se redujo al 25 %.
“La posible discriminación en las evaluaciones de docencia contrasta con la forma como principalmente se entiende la discriminación en el mercado laboral; a partir de menores salarios y mayor nivel de desempleo. Un sesgo en las evaluaciones tiene repercusiones directas sobre la calidad del trabajo de los profesores y su probabilidad de promoción, lo que posiblemente resulta en menores salarios”, escribe el autor. (Lea también: ¿Qué pasa con la educación de los niños y niñas desplazados por el conflicto?)