Los profes que hicieron de una escuela de Huila la más sostenible del mundo
La Institución Educativa Municipal Montessori, un colegio rural ubicado en San Francisco (Pitalito), recibió el Premio a la Mejor Escuela del Mundo en Acción Ambiental 2023 (World’s Best School Prize) por su proyecto Cafelab, un innovador laboratorio que emplea el café para impulsar la educación ambiental.
Paula Casas Mogollón
En 2017, Ramón Majé Floriano llegó a la vereda San Francisco, en Pitalito (Huila). Su propósito era dictar clases de matemáticas y física. Pero, al llegar hasta esta zona rural se topó con una realidad un poco inquietante: el currículo escolar no era coherente con la realidad y la vida cotidiana de sus estudiantes. De nada les servía a sus alumnos aprender todo sobre física cuántica, por ejemplo, si no lo podían emplear en sus labores diarias. (Lea: No, el Icfes no hace rankings de colegios con las pruebas Saber)
Entendió que tenía que transformar el ejercicio de aprendizaje que iba a emplear en sus clases en la Institución Educativa Montessori, que de Montessori (método de educación italiano que se emplea en los colegios de élite) no lleva más que el nombre. Lo primero que hizo fue comprender cuál era el contexto de sus estudiantes y familias, para conectar la escuela como epicentro de conocimiento con la comunidad.
Luego de hablar con varios de sus estudiantes de los últimos grados de bachillerato, pudo determinar que el café es el producto más importante de Huila, la región que más produce café en el país, según datos de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia. Conoció que la mayoría de ellos crecieron en fincas cafeteras o sus familias han estado dedicadas a la recolección de este producto.
Estos datos y el panorama más claro de la región sirvieron como punto de partida para el proyecto Cafelab, un innovador laboratorio que emplea el café para impulsar la educación ambiental en el colegio y que, hace poco, fue galardonado con el Premio a la Mejor Escuela del Mundo en Acción Ambiental 2023 (World’s Best School Prize), entregado por T4 Education, una plataforma global que reúne a una comunidad de más de 200.000 docentes en más de 100 países, junto a otras compañías internacionales como Accenture, American Express y la Fundación Lemann.
Con una idea clara, el profe Ramón, como es conocido en la escuela, y sus estudiantes elaboraron un plan para poner en marcha el laboratorio. La primera fase, cuenta el docente, consistía en la observación, que se completaba con la segunda: la de inmersión. Para ello, realizaron salidas pedagógicas. “Nos enfocamos en entender las prácticas de producción de la comunidad y encontramos que detrás de la producción del café de buena calidad hay un impacto ambiental del que no se habla en Colombia”.
Para el profesor, Colombia se ha consolidado por producir el mejor café del mundo, pero se desconoce que detrás de esta agroindustria hay un enorme problema de contaminación. Entonces, añade, partieron de una pregunta que, aunque confiesa que puede sonar básica y obvia, les sirvió para elaborar una hoja de ruta: ¿qué hay detrás de una muy buena taza de café especial? (Puede leer: Pruebas Pisa: Colombia sale bien en cuanto al apoyo de docentes durante pandemia)
En esas primeras fases y luego de entrevistar a 200 familias, encontraron que la mayoría de las personas dejaban expuestos al ambiente los residuos de la producción del café o, en su defecto, los arrojaban a los cuerpos de agua. También determinaron que se registran cinco tipos de residuos naturales: pulpa (la cáscara del fruto), los tallos de la mata de café, las aguas mieles (conocido por ser el recubrimiento de la semilla), la cascarilla (generada luego de tostar el café) y el cuncho que queda al final de cada taza.
Durante todo ese proceso, advierte el docente, notaron que solo se aprovechaba el 5 % del peso total del grano. “Para que lo tenga presente, si usted toma tinto, solo aprovechamos ese pequeño porcentaje. El resto es arrojado a los cuerpos de agua o expuesto al ambiente”, cuenta y explica que, aunque creemos que pueden ser residuos orgánicos, al desecharse contaminan y alteran los ecosistemas, pues estamos hablando de más de 20.000 hectáreas de desechos en esta región.
Un ejemplo de este daño al ambiente, añade, es lo que sucede con la pulpa, ya que al registrar altos niveles de acidez, puede alterar los niveles del suelo y los de sus ecosistemas. “Todo porque no se desecha de forma adecuada”, comenta el profesor y apunta que fue hasta este momento cuando identificaron el problema. Un año después, en 2018, con la complicidad de Jorge Andrés Lizcano Vargas, profesor de ciencias naturales, regresaron a las fincas de la vereda y repitieron el ejercicio de campo. La diferencia es que esta vez tenían otros elementos mucho más avanzados, como drones y sensores para medir la calidad del agua, que les permitieron dimensionar la magnitud del problema.
Ramón, Jorge y sus estudiantes elaboraron un mapa desglosando por completo el problema, con el propósito de pasar a la siguiente fase: la de transferencia. “Lo que queríamos era transferir ese problema a una solución y para ellos acudimos a los retos STEM, que no son más que cuatro etapas: diseño de una solución, prototipo, prueba y evaluación”, dice desde Brasil, adonde fue invitado para conversar de este proyecto. (Le puede interesar: Pruebas Pisa: Colombia rezagada, pero no todo son malas noticias)
En este punto y con los datos recopilados, Ramón cambió la metodología de su clase. Atrás dejó la pizarra donde anotaba los conceptos claves, y empezó a desarrollar ejercicios de aprendizaje basado en proyectos. “Buscaba que lo que les enseñara a mis estudiantes les generara algún sentido. No me servía de nada explicarles todo sobre física cuántica, si no lo iba a usar en su vida cotidiana”, dice.
Las reglas para los proyectos, explica el profesor, son sencillas: “Deben tener tres etapas (la de inmersión, transferencia y comunicación) y el cargo de director científico debe ser ocupado por una mujer”, comenta. Con estos parámetros fueron surgiendo los proyectos.
Uno de ellos, cuenta Ramón, fue liderado por Clara Lucía, una de sus estudiantes. Consiste en jabones exfoliantes a base del cuncho del café. Este grupo de trabajo se encarga de diseñar una solución, en este caso el jabón, “la deben prototipar, probarla y evaluarla para que finalmente se convierta en un producto que pueda venderse y apostarle a la economía circular”. Otro de los productos que han elaborado en clase es dulce de pulpa de café, vinos de pulpa de café y herbicidas naturales con la cascarilla.
En medio de la elaboración de cada uno de estos productos empiezan a asomarse las matemáticas y es allí donde Ramón les enseña sobre costos lineales, costos fijos, costos variables y demás ítems de la matemática financiera. Al equipo del laboratorio se sumó, con el tiempo, el profesor Elmer Noriel Ordóñez. (Lea también: Con “jalón de orejas” a ponentes se levantó sesión de ley estatutaria de educación)
Hace un año Clara Lucía, de 16 años, viajó a Brasil y representó al colegio en Expo Milset, una feria de ciencias, donde ocuparon el primer puesto con Cafelab, que pasó de impactar a 380 estudiantes (los de 10.° y 11.°), a los 3.300 que conforman la institución. Ahora, con el reciente reconocimiento, los profesores esperan que esa visibilidad que ha ido adquiriendo el proyecto sirva como impulso para cumplir su próximo sueño: que Cafelab se consolide como un centro de investigación e innovación para el país y que las instituciones puedan replicar el modelo y los ejercicios de prácticas ambientales sostenibles.
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En 2017, Ramón Majé Floriano llegó a la vereda San Francisco, en Pitalito (Huila). Su propósito era dictar clases de matemáticas y física. Pero, al llegar hasta esta zona rural se topó con una realidad un poco inquietante: el currículo escolar no era coherente con la realidad y la vida cotidiana de sus estudiantes. De nada les servía a sus alumnos aprender todo sobre física cuántica, por ejemplo, si no lo podían emplear en sus labores diarias. (Lea: No, el Icfes no hace rankings de colegios con las pruebas Saber)
Entendió que tenía que transformar el ejercicio de aprendizaje que iba a emplear en sus clases en la Institución Educativa Montessori, que de Montessori (método de educación italiano que se emplea en los colegios de élite) no lleva más que el nombre. Lo primero que hizo fue comprender cuál era el contexto de sus estudiantes y familias, para conectar la escuela como epicentro de conocimiento con la comunidad.
Luego de hablar con varios de sus estudiantes de los últimos grados de bachillerato, pudo determinar que el café es el producto más importante de Huila, la región que más produce café en el país, según datos de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia. Conoció que la mayoría de ellos crecieron en fincas cafeteras o sus familias han estado dedicadas a la recolección de este producto.
Estos datos y el panorama más claro de la región sirvieron como punto de partida para el proyecto Cafelab, un innovador laboratorio que emplea el café para impulsar la educación ambiental en el colegio y que, hace poco, fue galardonado con el Premio a la Mejor Escuela del Mundo en Acción Ambiental 2023 (World’s Best School Prize), entregado por T4 Education, una plataforma global que reúne a una comunidad de más de 200.000 docentes en más de 100 países, junto a otras compañías internacionales como Accenture, American Express y la Fundación Lemann.
Con una idea clara, el profe Ramón, como es conocido en la escuela, y sus estudiantes elaboraron un plan para poner en marcha el laboratorio. La primera fase, cuenta el docente, consistía en la observación, que se completaba con la segunda: la de inmersión. Para ello, realizaron salidas pedagógicas. “Nos enfocamos en entender las prácticas de producción de la comunidad y encontramos que detrás de la producción del café de buena calidad hay un impacto ambiental del que no se habla en Colombia”.
Para el profesor, Colombia se ha consolidado por producir el mejor café del mundo, pero se desconoce que detrás de esta agroindustria hay un enorme problema de contaminación. Entonces, añade, partieron de una pregunta que, aunque confiesa que puede sonar básica y obvia, les sirvió para elaborar una hoja de ruta: ¿qué hay detrás de una muy buena taza de café especial? (Puede leer: Pruebas Pisa: Colombia sale bien en cuanto al apoyo de docentes durante pandemia)
En esas primeras fases y luego de entrevistar a 200 familias, encontraron que la mayoría de las personas dejaban expuestos al ambiente los residuos de la producción del café o, en su defecto, los arrojaban a los cuerpos de agua. También determinaron que se registran cinco tipos de residuos naturales: pulpa (la cáscara del fruto), los tallos de la mata de café, las aguas mieles (conocido por ser el recubrimiento de la semilla), la cascarilla (generada luego de tostar el café) y el cuncho que queda al final de cada taza.
Durante todo ese proceso, advierte el docente, notaron que solo se aprovechaba el 5 % del peso total del grano. “Para que lo tenga presente, si usted toma tinto, solo aprovechamos ese pequeño porcentaje. El resto es arrojado a los cuerpos de agua o expuesto al ambiente”, cuenta y explica que, aunque creemos que pueden ser residuos orgánicos, al desecharse contaminan y alteran los ecosistemas, pues estamos hablando de más de 20.000 hectáreas de desechos en esta región.
Un ejemplo de este daño al ambiente, añade, es lo que sucede con la pulpa, ya que al registrar altos niveles de acidez, puede alterar los niveles del suelo y los de sus ecosistemas. “Todo porque no se desecha de forma adecuada”, comenta el profesor y apunta que fue hasta este momento cuando identificaron el problema. Un año después, en 2018, con la complicidad de Jorge Andrés Lizcano Vargas, profesor de ciencias naturales, regresaron a las fincas de la vereda y repitieron el ejercicio de campo. La diferencia es que esta vez tenían otros elementos mucho más avanzados, como drones y sensores para medir la calidad del agua, que les permitieron dimensionar la magnitud del problema.
Ramón, Jorge y sus estudiantes elaboraron un mapa desglosando por completo el problema, con el propósito de pasar a la siguiente fase: la de transferencia. “Lo que queríamos era transferir ese problema a una solución y para ellos acudimos a los retos STEM, que no son más que cuatro etapas: diseño de una solución, prototipo, prueba y evaluación”, dice desde Brasil, adonde fue invitado para conversar de este proyecto. (Le puede interesar: Pruebas Pisa: Colombia rezagada, pero no todo son malas noticias)
En este punto y con los datos recopilados, Ramón cambió la metodología de su clase. Atrás dejó la pizarra donde anotaba los conceptos claves, y empezó a desarrollar ejercicios de aprendizaje basado en proyectos. “Buscaba que lo que les enseñara a mis estudiantes les generara algún sentido. No me servía de nada explicarles todo sobre física cuántica, si no lo iba a usar en su vida cotidiana”, dice.
Las reglas para los proyectos, explica el profesor, son sencillas: “Deben tener tres etapas (la de inmersión, transferencia y comunicación) y el cargo de director científico debe ser ocupado por una mujer”, comenta. Con estos parámetros fueron surgiendo los proyectos.
Uno de ellos, cuenta Ramón, fue liderado por Clara Lucía, una de sus estudiantes. Consiste en jabones exfoliantes a base del cuncho del café. Este grupo de trabajo se encarga de diseñar una solución, en este caso el jabón, “la deben prototipar, probarla y evaluarla para que finalmente se convierta en un producto que pueda venderse y apostarle a la economía circular”. Otro de los productos que han elaborado en clase es dulce de pulpa de café, vinos de pulpa de café y herbicidas naturales con la cascarilla.
En medio de la elaboración de cada uno de estos productos empiezan a asomarse las matemáticas y es allí donde Ramón les enseña sobre costos lineales, costos fijos, costos variables y demás ítems de la matemática financiera. Al equipo del laboratorio se sumó, con el tiempo, el profesor Elmer Noriel Ordóñez. (Lea también: Con “jalón de orejas” a ponentes se levantó sesión de ley estatutaria de educación)
Hace un año Clara Lucía, de 16 años, viajó a Brasil y representó al colegio en Expo Milset, una feria de ciencias, donde ocuparon el primer puesto con Cafelab, que pasó de impactar a 380 estudiantes (los de 10.° y 11.°), a los 3.300 que conforman la institución. Ahora, con el reciente reconocimiento, los profesores esperan que esa visibilidad que ha ido adquiriendo el proyecto sirva como impulso para cumplir su próximo sueño: que Cafelab se consolide como un centro de investigación e innovación para el país y que las instituciones puedan replicar el modelo y los ejercicios de prácticas ambientales sostenibles.
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