Motete: cinco años cambiando la forma de leer en el Chocó

En 2015 Velia Vidal decidió escucharse. Era una época de incertidumbre para ella. Lo único que tenía era regresar al Chocó. Pero, ¿a qué? Después de varios años viviendo entre Cali y Medellín, trabajando en el sector cultural desde lo privado y también lo público, extrañaba las calles que la vieron crecer. Desde que se fue a estudiar comunicación social a Medellín, no dejó de preguntarse por las necesidades del departamento y qué era lo que ella podría hacer algún día; pero en ese momento, lo que había debajo de cada interrogante era en realidad una pregunta por cómo salvarse a ella misma y dejar a un lado ese no saber hacia dónde ir.

En 2015 Velia Vidal decidió escucharse. Era una época de incertidumbre para ella. Lo único que tenía era regresar al Chocó. Pero, ¿a qué? Después de varios años viviendo entre Cali y Medellín, trabajando en el sector cultural desde lo privado y también lo público, extrañaba las calles que la vieron crecer. Desde que se fue a estudiar comunicación social a Medellín, no dejó de preguntarse por las necesidades del departamento y qué era lo que ella podría hacer algún día; pero en ese momento, lo que había debajo de cada interrogante era en realidad una pregunta por cómo salvarse a ella misma y dejar a un lado ese no saber hacia dónde ir.

Las cifras de analfabetismo en el Chocó en 2016 rondaban un 20.9% y la asistencia escolar apenas pasaba el 50%, según datos de la Región Administrativa y de Planificación del Pacífico. Ese año Vidal ya había desempacado en Bahía Solano. Antes de emprender cualquier cosa, se dedicó un tiempo a observar. Se dio cuenta de que una de las urgencias para transformar el Chocó era que la gente desarrollara algún pensamiento crítico.  Reunió a un grupo de amigos que trabajaban en el sector cultural y empezaron a crear lo que sería la corporación Nuestro Motete, una alegoría de los canastos ancestrales que cargan las comunidades en el departamento. “Toda la vida habíamos llenado los motetes con comida para el cuerpo y era necesario llenarlos con comida para el alma, que son el arte y la cultura”, dice Vidal.

Paralelo a la conformación de Motete, el Banco de la República la invitó a dictar unos talleres para orientar a profesores de Quibdó en lectura crítica. De esos talleres se le ocurrieron los primeros proyectos de Motete: creó un club de lectura para niños y niñas, un club de lectura aparte para profesores y uno para mujeres, del que salieron las dos primeras promotoras de lectura de la corporación. A ese primer club de niños y niñas llegaron unos 35. “Que haya así sea cinco chicos jóvenes que todos los sábados vengan al club de lectura y que no estén integrando las bandas que tienen hoy azotada a Quibdó es muy significativo, o que haya tres chicas que hayan estado en nuestros clubes y que hoy no sean una cifra más de embarazo adolescente, también es muy significativo”, agrega. (Lea: Yo estuve en el retorno a las clases presenciales)

Con la idea de crear una organización que se dedicara a poner la lectura en el centro de las familias en el Chocó, los clubes de lectura se concentraron en tres puntos: en los barrios Villa España, La Victoria y El Futuro 2, a donde han llegado familias desplazadas de la región.

Hoy en día Motete cuenta con tres iniciativas: los clubes de lectura; las Selvas de Letras; y las Selvas de Letras en las escuelas. Del proyecto, también han surgido la Fiesta de Lectura y Escritura del Chocó, que se celebra cada marzo, y Leer el río, un festival de cultura ambiental. Además de formar lectores, Vidal busca que las narrativas sobre el Chocó cambien desde el interior del mismo departamento, que este no se entienda como un espacio de carencias, pobreza o guerra; sino como un espacio pensado desde la interculturalidad y la construcción de comunidad: como motetes llenos de memorias ancestrales que van desde los alimentos hasta historias transmitidas oralmente.

Las Selvas de Letras en los barrios tienen un enfoque de lectura de cuatro semestres. Empiezan con la revisión de lo emocional y del yo, y luego se hace un desplazamiento al desarrollo de un pensamiento crítico. Se trata de que los niños y niñas primero se reconozcan a sí mismos y luego empiezan a cuestionar su entorno. Trabajan con 149 niños y niñas entre 4 y 11 años. (Lea: Aterrizar en “La Pista”, el asentamiento migrante más grande de Colombia)

Primero tienen un acercamiento al libro álbum, luego pasan a la poesía, luego al teatro y al género epistolar, y por último a la narrativa, trabajando la primera, la segunda y tercera persona. Con la primera persona se revisan distintas dimensiones del yo: las emociones, el cuerpo, el entorno; luego, con lo epistolar (la escritura de cartas), examinan la relación con los otros, la importancia de la escucha y el diálogo; y desde la narrativa se trabaja el sentido de lo colectivo y de comunidad.

Esta formación se ve atravesada por las dinámicas propias del territorio, es decir, por una educación en contexto. Los lineamientos de Motete no se rigen por las órdenes del Ministerio de Educación, sino que, desde sus propias propuestas de lectura, buscan aliados, como la Fundación Tinker y la Fundación Sura. “Para nosotros es indispensable el reconocimiento de nosotros mismos y del contexto en el que habitamos. Creemos que la educación es emocional. Y no hay nada que te conecte más emocionalmente que verte representado a ti mismo, que las cosas tengan que ver contigo y te toquen. Además, reconocemos la historia particular de este departamento, que es un departamento mayoritariamente racializado, con la mayoría de la población afro y la mayoría de la población indígena, con una historia de exclusión y racismo, con lo cual tenemos una deuda histórica en la que la educación tiene un papel fundamental. Entonces, reconocer que este departamento es mayoritariamente racializado implica desarrollar contenidos específicos con enfoque étnico diferencial donde los niños y niñas se puedan ver identificados a sí mismos”. (Lea: Impulsar la ciencia y la educación: una clave para reducir la pobreza en Colombia)

En 2020, en medio de la pandemia y las fallas de conectividad que afectaron el acceso a clases de más de cien mil niños en el país, desde Motete llevaron las guías de sus Selvas de letras a las residencias de los niños y surgieron las Selvas de Letras en las escuelas: crearon 24 guías vinculadas a los derechos básicos de aprendizaje (DBA), establecidos por el Ministerio de Educación, también estructuradas en contexto: por ejemplo, en guías que se enfocan en la familia, ilustran tanto a una familia afro, como una familia indígena, como una familia afrodescendiente.

Para una investigación presentada este año en la Universidad de Castilla La Mancha (España), los resultados sobre el impacto de las Selvas de Letras en los niños arrojaron que el 96.7% de los acudientes de 30 niños (de 149 en total), perciben que estos han tenido cambios en el lenguaje y en las palabras con que se expresan; en un 93.3%, los acudientes han encontrado cambios en las formas afectivas de relacionarse de los niños, volviéndose más cariñosos y disminuyendo su agresividad; ha surgido un interés en los niños por temas como el autocuidado o el cuidado del medio ambiente. Por otro lado, a una pregunta dirigida a los 30 niños sobre lo que más les gusta de estos espacios de lectura, más de la mitad respondió que la forma en que los tratan, por encima de los libros o el encuentro con los amigos.

Según cifras del Dane, en medio de la pandemia, la inasistencia escolar pasó de un 2,7 % en 2019 a 16,4 % en 2020. Hasta este año, el impacto de las Selvas de Letras en las escuelas influía en algo más de seiscientas familias de Quibdó y Bahía Solano. Para el próximo año serán más de mil.

Entre los retos que se sigue proponiendo la corporación está profundizar los vínculos con las familias con las que trabajan y llegar a otros lugares del Chocó, un departamento en el que hay alrededor de 150.000 niños y niñas. La apuesta por una educación con un enfoque étnico, pensada a partir de las emociones, resuelve uno de los derechos que, en palabras de Vidal, también ha sido negado a los pueblos afrodescendientes: el disfrute de las manifestaciones artísticas: “No se trata de la mercantilización de las tradiciones, se trata de generar espacios de encuentro en condiciones dignas, procurando relaciones horizontales y dando sostenibilidad a las ideas y las iniciativas que nos permiten poner la mirada más allá de la satisfacción de las necesidades básicas”.