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A mediados de 2021 publicamos en El Espectador varios relatos de niños y niñas que estaban tratando de estudiar con sus escuelas cerradas. Paola, de 15 años, era una de ellas. Luego de que su colegio no volvió a abrir sus puertas, contaba, no tuvo otra alternativa que empezar a recoger uchuvas con un grupo de mujeres. Aunque quería estudiar, no tenía manera de conectarse a clases virtuales. Lo trataba de hacer por medio de un celular, pero su jornal no le alcanzaba para pagar un plan de datos.
Maycol, de 15 años, era otro de los menores. Había abandonado sus estudios en 2019, tras la orden de cerrar colegios, pero estaba intentando retomarlos. A través de Whatsapp se comunicaba con algunos compañeros y profesores, pero con frecuencia se enfrentaba a un problema: cada tanto se iba la luz. Cuando las dos periodistas lo visitaron, llevaba 12 horas sin electricidad. (Puede leer: “Parte de la deserción escolar en Colombia se da en séptimo grado”, Mónica Ospina)
Estos dos casos son solo un par de ejemplos de lo que ha sucedido estos últimos dos años en Colombia. Miles de jóvenes no han podido recibir educación o han tomado clases parcialmente. Otros han tenido que desertar. En 2020 lo hicieron más de 243.000, había dicho el Ministerio de Educación. La inasistencia escolar, mostró el DANE hace unos meses, pasó del 2,7 % en 2019 al 16,4 % en 2020.
Después de muchas peticiones para volver a la presencialidad, el escenario parecía cambiar este año. La semana pasada el ministro de Salud, Fernando Ruiz, en compañía de la ministra de Educación, María Victoria Angulo, ratificaron que en 2022 ya no habría restricción de aforos para regresar a clases. “Todos los centros de educación deben tomar nota de esta decisión para avanzar hacia la presencialidad completa y total en el país”, apuntó Ruiz.
Pero en estos días hubo un nuevo ingrediente que ha puesto nerviosos, naturalmente, a algunos papás y mamás. Con el pico generado por la variante ómicron, varios están preguntándose si deben o no mandar a los menores a los colegios. A las dudas, además, se sumó una declaración de Fecode, el sindicato de los profesores del sector público, que sembró más inquietudes. Su presidente, William Velandia, dijo que varias instituciones educativas no estaban listas al 100 % para recibir a los estudiantes de manera presencial. Su exigencia era que el Gobierno garantizara la bioseguridad, aunque advertía que estaban a favor de regresar a la presencialidad. (Le puede interesar: En educación hay una obligación urgente)
La pregunta entonces es: ¿debe continuar el regreso a las aulas? La respuesta corta es sí. Hay muchas razones que ayudan a entender por qué, pese a ómicron, no hay motivos para inquietarse cuando los niños y las niñas vuelvan al salón de clases.
Elementos para entender a ómicron
Lo primero que debe saber cualquier persona a cargo de un menor es que ómicron sí es más transmisible que las variantes que conocemos hasta el momento, pero parece causar una enfermedad menos severa. Los científicos aún no saben por qué, pero ya hay algunos estudios en animales y en laboratorio (no revisados por pares) que sugieren que esta variante afecta menos la zona inferior de los pulmones. Entre ellos uno hecho por un consorcio internacional de científicos y otro elaborado por profesores de la Universidad de Hong Kong. (Esas pistas las reunimos con un poco más de detalle en este artículo).
En síntesis, como dice Claudia Beltrán Arroyave, pediatra infectóloga, profesora de la U. de Antioquia y miembro de la Sociedad Colombiana de Pediatría, “lo que sabemos hasta el momento sobre ómicron es que es más transmisible, que tiene al parecer un período de incubación más corto y que causa síntomas más leves. No hay por ahora ninguna alarma de que sea una variante con manifestaciones más graves en la población infantil”.
“Aún no hemos visto ningún dato de la variante ómicron que nos preocupe relacionado con que el riesgo de enfermedad grave entre los niños haya cambiado”, le dijo a The New York Times Jennifer Nuzzo, epidemióloga de la Facultad de Salud Pública de la Universidad Johns Hopkins.
Sin embargo, quienes tienen dudas recurren a un argumento que se ha popularizado en medios de comunicación de EE.UU. El número de niños hospitalizados, han titulado algunos, ha aumentado en ese país en comparación a otros meses. Pero, ese es un punto que hay que leer con más calma y cuidado.
Por un lado, explica Pablo Vásquez Hoyos, intensivista pediatra y profesor universitario, es normal que al incrementar los casos de covid-19 en los adultos, sea mayor también el número de casos en los menores de edad. “Eso puede suceder en cualquier pico, aquí o en EE.UU. Habrá muchos niños positivos”, dice. Pero lo clave, cuenta, es observar con más detenimiento lo que sucede en términos de mortalidad y hospitalizaciones.
Como lo muestra una de las gráficas que acompaña este texto, el número de fallecimientos en niños, niñas y adolescentes es muy bajo, en comparación con el resto de grupos poblacionales. De las más de 130 mil muertes que ha causado el coronavirus en Colombia, apenas 339 corresponden a menores de 19 años. Por otro lado, las hospitalizaciones apenas representan el 0,04 % de los casos. (Le puede interesar: Motete: cinco años cambiando la forma de leer en el Chocó)
Aunque no es buena idea comparar lo que sucede en EE. UU. con nuestro país, pues hay que tener en cuenta las tasas diferentes de vacunación en menores, la otra gráfica, tomada del CDC (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades), también sugiere que frente a las hospitalizaciones de adultos, la de los menores es mucho más baja.
Hay que tener presente, además, otro punto a la hora de darle una mirada a lo que sucede en EE. UU. En palabras de Karen Acker, especialista en enfermedades infecciosas pediátricas y epidemióloga hospitalaria del NewYork-Presbyterian Komansky Children's Hospital, muchos niños son hospitalizados con covid-19 en lugar de “debido a covid-19”. “Muchos de ellos son admitidos por otras indicaciones, pero resultan tener una prueba positiva para covid-19”, le dijo a Bloomberg.
Cerrar colegios, una mala idea
Uno de los principales temores de quienes tienen hijos es la posibilidad de que se infecten en los colegios. Eso, asegura Beltrán, puede pasar. Pero, dice, es un asunto en el que hay que tener presente varios puntos antes de entrar en pánico.
El primero es que cerrar un colegio no es, de ninguna manera, una garantía de que el coronavirus no llegue a una casa. La mejor muestra, señala Beltrán, es que “los niños y las niñas están de vacaciones en este momento y estamos pasando por un nuevo pico”. En otras palabras, cerrar una escuela no es una medida efectiva.
Y no lo es, entre otras razones, porque el resto de actividades sociales y económicas tienen permiso para realizarse de forma presencial. “Los colegios, como lo hemos repetido innumerables veces, es lo último que se debe cerrar”, apunta Vásquez. “No tiene sentido cerrar colegios cuando todo lo demás funciona de manera abierta”, complementa Beltrán.
“Cuando hay infecciones en un aula, es posible que no sean el resultado de una exposición en la escuela, sino más bien de una actividad social o extracurricular”, explicaba también a The New York Times, la doctora Nuzzo.
Por otra parte, añade, el virus también va a llegar a la casa de los profesores, la gran mayoría ya vacunados, por la sencilla razón de que ellos también tienen vida social; tienen familias y amigos. “En resumen, no abrir colegios es una medida sin fundamento”, afirma. Lo que sí cree que es fundamental es que los colegios cuenten con protocolos claros y estén preparados para saber qué hacer cuando haya un niño sospechoso de covid-19. (Puede leer: “Es seguro abrir los colegios, aún si aumentan los casos de covid”: Anthony Fauci)
Vásquez tiene una buena manera de sintetizar todos los argumentos: “No hay, en verdad, ninguna excusa para no continuar con la educación presencial”.
No hacerlo ha tenido consecuencias nefastas. Hace solo un par de días la Unesco, junto con la Unicef y el Banco Mundial, publicó un informe titulado “El estado de la crisis educativa mundial: un camino hacia la recuperación”. En él mostraban unas cifras escalofriantes: en los países de ingresos bajos y medianos la proporción de niños que viven en “pobreza de aprendizaje” podría pasar del 53 al 70 %; cerrar los colegios interrumpió la educación de 1.600 millones de estudiantes; 10 millones de niñas más del cálculo actual podrían verse obligadas a contraer matrimonio infantil en la próxima década, y US$17 billones es lo que podría costarles a los niños de hoy, en términos de pérdida de ingresos a lo largo de su vida, la decisión de cerrar las escuelas.
Podríamos llenar otra página más con esos datos aterradores, pero Jaime Saavedra, director para Educación del Banco Mundial, tenía una mejor forma de resumir esos números: “Lo que está pasando es moralmente inaceptable”.