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Hacer un perfil de Francisco Leal Buitrago no es tarea fácil. Como lo mencionó Henry Ramírez, a raíz de su reciente fallecimiento a los 85 años la palabra Maestro, con M mayúscula, sería la definición adecuada. Pacho Leal, como lo conocían sus amigos, colegas, muchos de sus estudiantes y, especialmente, en la familia, brilló con un muy bajo perfil y muy grandes realizaciones en el campo de la academia, en especial de las Ciencias Sociales.
En su caso personal no tuvo una, sino dos almas… mater. La Universidad Nacional, donde se formó y donde desarrolló una importante actividad académica, creando el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, IEPRI, y más tarde sería vicerrector, así como la Universidad de los Andes, donde creó el Departamento de Ciencia Política, pionero en América Latina, así como la Facultad de Ciencias Sociales.
“El Pacho Leal que yo conocí, mezclaba el rigor y la crudeza con el cariño de una mezcla singular”. Así lo recuerda su colega de tanto tiempo en la Universidad de los Andes y muy buen amigo de la vida Sergio Fajardo. Y no sólo él. Sus alumnos pueden dar fe de la forma estricta con la cual manejaba sus clases, los comentarios con un humor certero, que eran una carga de profundidad, pero al mismo tiempo ese gran corazón que tenía y que trataba de ocultar detrás de su estricta forma de ser. Pacho se enorgullecía de no haber pertenecido nunca a un partido político, para poder criticar, como le corresponde a un académico independiente, a todos los partidos por igual.
Después de terminar sus estudios de bachillerato en el colegio San Bartolomé de la Merced, en Bogotá, debía hacer el servicio militar obligatorio en el Batallón Miguel Antonio Caro, MAC, que había creado la dictadura de Rojas Pinilla. Por sugerencia de algunos compañeros ingresó más bien a la Escuela de Oficiales del Ejército, en 1955, donde se graduó de la rama de Ingeniería, y se retiró en 1962. Para ese momento ya se había recorrido todo el país, en especial las zonas fronterizas, en el proceso de georreferenciación y había conocido de primera mano las grandes brechas económicas y sociales que vivían los colombianos. De allí ingresó a la Universidad Nacional, en 1963, decidiéndose por la Sociología, a pesar de su gusto personal por las matemáticas, donde se formó junto a Orlando Fals Borda, Camilo Torres y Magdalena León, entre otros, ella egresada de la primera promoción de sociólogos de la Nacional, y quien sería su profesora y más adelante su esposa.
Al graduarse, en 1966, hizo una maestría en la misma universidad, con maestros del más alto nivel de América Latina, todos sociólogos, pues la Ciencia Política no existía en la región, como lo recordaba él mismo. Al terminar su posgrado, ingresó al Departamento de Ciencia Política, que iniciaba en 1968 la Universidad de los Andes, por iniciativa del profesor Fernando Cepeda. Allí coincidió con el profesor Gary Hoskins, con quien diseñaron el primer estudio sobre el poder legislativo en Colombia, entre 1969 y 1971, que como libro se convirtió en referente obligado de estudio en América Latina, por ser la primera vez que se hacía una aproximación académica de esta dimensión con tanta rigurosidad. La metodología y el uso de las estadísticas, lo convirtieron en un texto pionero en este género.
De su trabajo en los Andes, pasó a la Universidad de Wisconsin donde adelantó estudios de doctorado en Desarrollo y regresó al país a mediados de la década los 70, a los Andes, donde diseñó el primer programa de posgrado en Ciencia Política que hubo en el país, que comenzó a funcionar en 1975. Pacho consiguió con el ICFES unas becas para profesores de universidades públicas, en especial regionales, que pudieron adelantar el posgrado, yendo a Uniandes por dos semanas, cada dos meses, hasta que terminaran sus tesis de grado. De allí salieron varios destacados politólogos asentados en provincia. Mientras tanto, continuaba con sus clases en pregrado y posgrado.
Tuve mayor claridad sobre quién era Pacho, el académico, más allá del tío político, o politológico, a comienzos de los años 80. Yo trabajaba con Silvia Galvis, directora del Departamento Investigativo de Vanguardia Liberal en Bucaramanga, y Pacho iba a ir para hacer un trabajo pionero sobre clientelismo regional. Había escogido como caso emblemático el de Tiberio Villarreal Ramos, cacique liberal de Rionegro, Santander, que había comenzado como mensajero en la Alcaldía y se había convertido en el gran caudillo municipal. Silvia había sido una de sus discípulas en los Andes y, de inmediato, se ofreció para ayudarlo en lo que se necesitara. Con Pacho viajaban varios de sus alumnos, entre los que creo recordar a Ana María Bejarano, Andrés Dávila, Gonzalo de Francisco, Andrés López y creo que también María Emma Wills. Los acompañé varias veces hasta Rionegro a su trabajo de campo. De allí saldría un libro muy importante sobre el tema del clientelismo y el poder local en Colombia. Ana María Bejarano fue su discípula más sobresaliente en el mundo académico, hasta su lamentable fallecimiento a edad muy temprana. También lo fue Andrés Dávila, hoy vinculado como profesor al Departamento de Ciencia Política en la Universidad Javeriana.
En 1986, y con el apoyo de su amigo y rector de la Universidad Nacional, Marco Palacios, fundó el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional. Según contaba Pacho, fue un gran orgullo recibir un párrafo de una resolución universitaria, y transformar esta idea en lo que terminó convirtiéndose este importante centro académico colombiano de pensamiento. De inmediato invitó al profesor Gonzalo Sánchez para que viniera a la universidad y pusieran en funcionamiento el IEPRI, con profesores provenían de fuera de la Nacional. Un año después, en 1987, impulsó la creación de la importante revista Análisis Político, dentro del Instituto. De este grupo surgió lo que en adelante se conoció como “los violentólogos”, un grupo inédito de académicos dedicados a estudiar los orígenes y las realidades de la endémica violencia en Colombia.
En el IEPRI, se volverían famosos los Gólgotas, las reuniones de los viernes en la mañana a las que asistían todas las personas que estaban involucradas como profesores e investigadores, y donde presentaban los avances de sus investigaciones, para ser “fustigados” sin “compasión” y bajo el “látigo” académico por parte de sus pares. El nombre del Gólgota se le debe al impecable y fino humor de Eduardo Pizarro Leongómez, profesor fundador. Quienes pasaron por allí, aún recuerdan hoy en día las marcas dejadas en sus amplias espaldas académicas. Entre las personas que pasaron por el IEPRI en sus inicios, además hicieron parte del mismo Socorro Ramírez, Luis Alberto Restrepo, Martha Ardila, Pilar Gaitán y Francisco Gutiérrez Sanín, Álvaro Tirado, Jorge Orlando Melo, Alejandro Reyes y Álvaro Camacho, entre otros.
Siendo rector de los Andes Rudolf Hommes, lo sonsacó de la Nacional, donde había sido Vicerrector, y lo invitó de nuevo a la Universidad en 1996 para que creara la Facultad de Ciencias Sociales, que estructuró, y de la cual fue decano.
Como hecho curioso, recordaba Pacho que el programa de pregrado de Ciencia Política de los Andes fue único en el país hasta los noventas, cuando recién se creó el segundo en la Nacional. Existían, sí, programas de posgrado en otras universidades. Paradójicamente ahora hay en Colombia alrededor de 30 programas. No todos, él mismo lo señalaba, de buena calidad académica. Como paradoja, y a pesar de todo esto, decía que este es el país donde menos han tenido influencia la Sociología o la Ciencia Política en la elaboración de políticas de gobierno.
Recibió las más altas distinciones como profesor emérito tanto en la Universidad Nacional como en la de los Andes. Sus columnas en El Espectador, antes en El Tiempo, eran de obligada lectura para entender la realidad nacional desde la óptica desapasionada y argumentativa del académico. Su conocimiento de los temas de seguridad, clientelismo, el manejo del Estado, el estamento militar y su relación con los civiles, el legislativo, y muchos más, quedaron registrados en sus numerosos libros, artículos académicos y sus conferencias.
Por su condición de librepensador, y estando en la Universidad de Stanford a finales de los 70 su finca fue allanada buscando armas cuando el robo al Cantón Norte por parte del M-19. Por supuesto no encontraron nada, pues Pacho y Magdalena habían sido opuestos a la lucha armas y siempre pregonaron que el cambio había que darlo dentro de la institucionalidad y con la lucha de las ideas. Más adelante tuvo que salir hacia Ecuador, donde vivió varios años con Magdalena, ante las absurdas amenazas de los grupos paramilitares.
Pacho fue alguien tremendamente disciplinado en todas las cosas que hacía. Esa seriedad y forma estricta de ser, que era su sello de impronta personal, quedaba a un lado con los apuntes de un fino humor que lo hicieron famoso. Hombre de familia, siempre estuvo al lado de Magdalena, su colega y compañera de vida, y con sus hijas, yernos y nietos. Claudia y Shawn, profesores de los Andes, y sus nietos Siena y Niko, así como Marta y Chris, que viven en Estados Unidos. El campo fue una de sus pasiones, y gozaba ir a la pequeña parcela que tuvieron a las afueras de Bogotá. También la música, que podía ir de los ritmos colombianos, hasta la clásica, desde el jazz, hasta la música de la independencia. Hablar con Pacho, en especial en familia, siempre fue un placer absoluto. Era un verdadero oráculo. Escucharlo era tener una aproximación muy profunda de la realidad del país de la situación internacional.
El año pasado la Universidad Los Andes le rindió un especial homenaje, dentro del cual se presentó la reedición de sus libros, para resaltar su intensa actividad académica. Una característica poco conocida, por el bajo perfil que les daba a sus cosas personales, fue reseñada en El Espectador: en los últimos donó dinero a cuatro fondos diferentes para apoyar los estudios de estudiantes. “No he estado dispuesto a acumular capital, entonces cuando vi que me sobraba para mis necesidades básicas, decidí reservar una plata para poder apoyar a estudiantes”.
Entre sus discípulos directos, sin contar con aquellas personas que se han formado con sus libros, se cuentan importantes personalidades de la vida política colombiana, ministros, viceministros, embajadores, funcionarios de organismos multilaterales, de organizaciones no gubernamentales y periodistas.
Nos vimos por última vez, en febrero de este año en Bogotá, para hablar con él y con Magola del lamentable fallecimiento de nuestro querido amigo común Rodrigo Pardo. Va a hacer mucha falta su voz sosegada y su análisis certero, exento de emocionalidad, para ayudar a entender a un país cada vez más polarizado y complejo.